DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 16, 13-20

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 54 sobre el evangelio de san Mateo (1-2: PG 58, 533-536)

Cristo entregó las llaves a aquel que extendió
la Iglesia por todo el orbe de la tierra

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás ./, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso. ¿Por qué Pedro es proclamado dichoso? Por haberlo confesado propiamente Hijo. No podemos conocer por otro medio al Hijo sino por el Padre, ni al Padre, sino por el mismo Hijo. Aquí tenemos palmaria-mente demostrada tanto la igualdad de honor, como la consustancialidad. ¿Y qué le respondió Cristo? Tú eres Simón, el hijo de Jonás; tú te llamarás Cefas. Puesto que tú —dice— has proclamado a mi Padre, yo nombro al que te engendró. Lo que equivale a decir: Lo mismo que tú eres hijo de Jonás, yo soy el Hijo de mi Padre.

En realidad, parecería superfluo decir: Tú eres hijo de Jonás: pero como Pedro añadió «Hijo de Dios», para demostrar que él era Hijo de Dios, lo mismo que Pedro era hijo de Jonás, de la misma sustancia que el Padre, por eso añadió aquel inciso. Ahora te digo yo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», esto es, sobre la fe que has confesado.

Con esto declara que iban a ser muchos los que aceptarían la fe y, elevando los sentimientos del apóstol, lo constituye pastor de su Iglesia. Y el poder del infierno no la derrotará. Y si a ella no la derrotarán, mucho menos me derrotarán a mí. Así que no te turbes, cuando oyeres que he sido entregado y crucificado. A continuación le concede una nueva distinción: Te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué significa ese te daré? Lo mismo que el Padrete ha dado capacidad para que me conocieras, así también yo te daré.

Y no dijo: «Rogaré al Padre», no obstante tratarse de una gran demostración de autoridad y de un don de inefable valor, sino: Te daré. Pero pregunto: ¿qué es lo que das? Las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo ¿Y cómo el conceder sentar-se a la derecha y a la izquierda no va a estar en poder de quien dijo: Te daré? ¿No ves cómo eleva a Pedro a una más sublime opinión de él, cómo se revela a sí mismo, y cómo, mediante esta doble promesa, demuestra que él es el Hijo de Dios? Lo que propiamente es competencia exclusiva de solo Dios, eso es lo que Cristo promete dar a Pedro. A saber: perdonar pecados, mantener inconmovible a la Iglesia en medio de tantas agitaciones, convertir a un pescador en alguien más firme que la roca, aunque todo el mundo se ponga en contra. Lo mismo le decía el Padre a Jeremías: que le convertiría en columna de hierro, en muralla de bronce. Pero con esta diferencia: Jeremías era colocado frente a un solo pueblo; Pedro, en cambio, frente a todo el mundo.

Me gustaría preguntar a quienes pretenden ver disminuida la dignidad del Hijo, ¿cuáles son mayores: los dones que el Padre concede a Pedro o los que le otorga el Hijo? Porque el Padre le hace la revelación del Hijo; en cambio el Hijo le comisiona para que propague por todo el mundo tanto el conocimiento del Padre como el suyo propio, otorga a un hombre mortal todo poder en el cielo, al entregar las llaves a aquel que extendió la Iglesia por todo el orbe de la tierra, y mostró ser más firme que los cielos, pues dijo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.


Ciclo B: Jn 6, 61-70

HOMILÍA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el sacramento del altar (Parte 2, 3: SC 93, 296-300)

Sobre la fe de los apóstoles

Entre los discípulos de Cristo había quienes creían y quienes no creían, y entre los no creyentes se encontraba Judas, que lo iba entregar. Cristo los conocía a todos: a los creyentes y a los incrédulos; al que lo iba a entregar y a los que iban a separarse de él.

Pero antes que se separen los que han de dejarlo, les aclara que la fe no es de todos, sino de aquellos a quienes el Padre les concede acercarse a él. Pues el misterio de la fe no puede revelarlo nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo. Es él quien a unos otorga el don de creer y a otros no. Por qué a algunos no les otorga este don, él lo sabe: a nosotros no nos es dado saberlo; y ante una realidad tan incomprensible y tan escondida a nuestros ojos, no nos cabe otra posibilidad que exclamar y decir llenos de admiración: ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!

Muchos de los discípulos que no habían creído se echa-ron atrás y se fueron, no en pos de Jesús sino en pos de Satanás. Entonces dijo Jesús a los Doce que se habían quedado con él: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Si nos apartamos de ti, ¿dónde encontraremos la vida y la verdad?, ¿dónde encontraremos al autor de la vida?, ¿dónde a un doctor de la verdad como tú? Tú tienes palabras de vida eterna. Tus palabras, escuchadas con reverencia y conservadas con fe profunda, dan la vida eterna. Tus palabras nos prometen la vida eterna mediante la administración de tu cuerpo y de tu sangre.

Y nosotros, dando fe a tus palabras, creemos y sabemos que tú mismo eres el Mesías, el Hijo de Dios; es decir, creemos que tú eres la vida eterna, y que en tu carne y entu sangre no nos das sino lo que tú eres. Creemos —dice—y sabemos que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios; esto es, creemos y sabemos que tú eres el Hijo de Dios; por tanto, es normal que tú tengas palabras de vida eterna, y todo lo que has dicho respecto a comer tu carne y a beber tu sangre, creemos y sabemos que es verdad, porque tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

No dijo sabemos y creemos, sino creemos y sabemos Esto puede entenderse de aquel conocimiento que se va formando en la mente mediante el crecimiento de la fe. De este conocimiento está escrito: Si no creéis, no podréis comprender. Ya la misma fe es cierto conocimiento incluso en aquellos que creen simplemente, sin comprender las razones de la fe. En cambio, el conocimiento que llega a ser formulado en conceptos es propio de aquellos que con la práctica tienen una sensibilidad entrenada para conocer más plenamente las razones de la fe, siempre prontos para dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza a todo el que se la pidiere.


Ciclo C: Lc 13, 22-30

HOMILÍA

San Anselmo de Cantorbery, Carta 112 (Opera omnia, t. 3, 1946, 244-246)

Da amor y recibe el reino; ama y toma

Carísimos hermanos, Dios va pregonando que ha puesto en venta el reino del cielo. Este reino de los cielos es tal, que su beatitud y su gloria no hay ojo mortal que pueda contemplarlas, ni oído que pueda oírlas, ni corazón capaz de imaginarlas. Pero para que de algún modo puedas imaginártelo,, piensa: el que allí merezca reinar encontrará en el cielo y en la tierra todo lo que deseare, y lo que no deseare no lo hallará ni en el cielo ni en la tierra. Y el amor que reinará entre Dios y los que allí estén y de éstos entre sí será tan grande, que todos se amarán mutuamente como a sí mismos, pero todos amarán más a Dios que a sí mismos. Por eso, en el cielo nadie querrá más que lo que Dios quiere; y lo que uno quisiere, eso lo querrán todos; y lo que quiere uno o todos juntos, esto mismo lo querrá Dios. Por lo cual, si uno cualquiera tuviere un deseo, lo verá realizado, tanto si se refiere a sí mismo, a los demás, a cualquier criatura e incluso al mismo Dios. Y así, cada cual por separado será un rey perfecto, pues lo que cada uno quisiere, eso se realizará; y todos juntos con Dios serán un solo rey y como un solo hombre, ya que todos querrán una misma cosa, y lo que quisieren eso se hará. Esta es la recompensa que desde el cielo pregona Dios que está a la venta.

Si alguien pregunta por el precio, se le responderá: No necesita precio terreno el que quiere dar el reino del cielo, ni nadie puede dar a Dios algo que no tenga, pues suyo es cuanto existe. Y sin embargo, Dios no da gratuitamente una cosa de tanto valor, pues no la da a quien no ama. En efecto, nadie da lo que le es caro a aquel para quien no es caro. Pues bien, como Dios no necesita de tus bienes, y como por otra parte no debe dar un bien tan valioso a quien no se preocupa de amarlo, sólo exige amor, sin el cual no debe dar nada. Por tanto, da amor y recibe el reino; ama y toma.

Ahora bien: como reinar en el cielo no es otra cosa que confundirse de tal modo con Dios y con todos los santos, ángeles y hombres, por el amor, en una sola voluntad, que todos juntos no ejercen más que un solo y único poder, ama a Dios más que a ti mismo, y comienzas ya a tener lo que allí deseas perfectamente poseer. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres —con tal que éstos no estén en desacuerdo con Dios—, y ya empiezas a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, concordarán entonces Dios y todos los santos con tu voluntad. Si quieres, pues, ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas.

Pero no podrás poseer este amor perfecto si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen el corazón lleno de amor de Dios y del prójimo, no quieren más que lo que quiere Dios o lo que quiere otro hombre, mientras no esté en contra de Dios. Por eso se dedican asiduamente a la oración y a los coloquios y meditaciones sobre las realidades celestiales, porque les es dulce desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en aquel a quien tanto aman. Por eso ríen con los que están alegres, lloran con los que lloran, se compadecen de los desgraciados, dan limosna a los pobres: porque aman a los demás hombres como a sí mismos. Por eso desprecian las riquezas, los primeros puestos, los placeres y el ser honra-dos o alabados. Pues el que esto ama, fácilmente hará algo contra Dios y contra el prójimo. Así pues, estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Por lo tanto, el que desee tener aquel amor perfecto, con el que se compra el reino de los cielos, que ame el desprecio, la pobreza, el trabajo, la sujeción, como hacen los hombres santos.