DOMINGO VI DE PASCUA

EVANGELIO


Ciclo A:
Jn 14, 15-21

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 75 sobre el evangelio de san Juan (1: PG 59, 403-405)

No os dejaré desamparados

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Os he dado un mandamiento: que os améis mutuamente y hagáis unos con otros como yo he hecho con vosotros. En esto consiste el amor: en cumplir los mandamientos y ponerse al ser-vicio del amado. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor. Son palabras de despedida. Y como todavía no lo conocían bien, era muy probable que ellos habrían de buscar ansiosamente la compañía del ausente, sus palabras, su presencia física, y que no habrían de aceptar, una vez que él se hubiera marchado, ningún tipo de consuelo. Y ¿qué es lo que dice? Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, esto es, otro como yo.

Después de haberlos purificado con su sacrificio, entonces sobrevoló el Espíritu Santo. ¿Por qué no vino cuan-do Jesús estaba con ellos? Porque todavía no se había ofrecido el sacrificio. Pero una vez que fue borrado el pe-cado y ellos, enviados a los peligros, se disponían para la lucha, era necesario el envío del Consolador. Y ¿por qué el Espíritu no vino inmediatamente después de la resurrección? Pues para que, enardecidos por un deseo más vehemente, lo recibieran con mayor fruto.

En efecto, mientras Cristo estaba con ellos, no cono-cían la aflicción; pero cuando se fue, al quedarse solos y sobrecogidos de temor, habrían de recibirlo con mayor anhelo. Que esté siempre con vosotros, esto es, no os abandonará ni siquiera después de la muerte. Y para que al oír hablar del Defensor, no pensaran en una nueva encarnación y abrigaran la esperanza de verlo con sus propios ojos, a fin de alejar semejante sospecha, dice: El mundo no puede recibirlo porque no lo ve.

Porque no vivirá con vosotros como yo, sino que habitará en vuestras almas, pues eso es lo que quiere decir que esté con vosotros. Lo llama Espíritu de la verdad, connotando así las figuras de la antigua ley. Para que esté con vosotros. ¿Qué significa esté con vosotros? Lo mismo que había dicho de sí mismo: Yo estoy con vosotros. Pero además insinúa otra cosa: No padecerá lo mismo que yo he padecido, ni se ausentará.

El mundo no puede recibirlo porque no lo ve. Pero, ¿cómo? ¿Es que el Espíritu se contaba entre las cosas visibles? En absoluto. Lo que pasa es que Cristo se refiere aquí al conocimiento, pues añade: ni lo conoce, ya que habitualmente se llama visión al conocimiento penetran-te. En efecto, siendo la vista el más destacado de los sentidos, mediante ella designa siempre el conocimiento penetrante. Llama aquí mundo a los perversos, y de esta suerte consuela a sus discípulos ofreciéndoles este precioso don. Mira cómo ensalza la grandeza de este don. Dice que es distinto de él; añade: «No os dejará»; insiste: vendrá únicamente a ellos, como también yo vine, dijo: esté en vosotros; pero ni aun así disipó su tristeza. Todavía le buscaban a él, querían su compañía. Para tranquilizarlos dice: Tampoco yo os dejaré desamparados, volveré. No temáis, dice; no he dicho que os enviaré otro Defensor porque yo vaya a dejaros para siempre; no he dicho: vive en vosotros, como si no haya de volver a veros En realidad, también yo vendré a vosotros. No os dejaré desamparados.

 

RESPONSORIO                    Jn 14, 18.28; 16, 7
 
R./ No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Aleluya. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, * os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Aleluya.
V./ Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
R./ Os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Aleluya.
 


Ciclo B: Jn 15, 9-17

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Tratado 82 sobre el evangelio de san Juan (1-4: CCL 36, 532-534)

Amamos a Cristo en la medida en que guardamos sus
mandamientos

En este discurso a los discípulos, el Salvador vuelve insistentemente sobre el tema de la gracia que nos salva, diciendo: Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos. Y si con esto recibe gloria Dios Padre, con que demos fruto abundante y así seamos discípulos suyos, no lo adjudiquemos a nuestra propia gloria, como si hubiera de atribuirse a nuestra capacidad lo que hemos realizado. Suya es esta gracia y a él -no a nosotros- le corresponde la gloria. Por eso, habiendo dicho en otro lugar: Alumbre así vuestra luz a los hombres,para que vean vuestras buenas obras, para que no se creyeran los autores de tales obras buenas, añadió a renglón seguido: y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. Con esto recibe gloria el Padre, con que demos fruto abundante y así seamos discípulos suyos Y ¿quién nos hace discípulos sino aquel cuya misericordia nos ha prevenido? Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las obras buenas.

Como el Padre me ha amado -dice-, así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí está el origen de todas nuestras buenas obras. Pues, ¿cómo podrían ser nuestras, sino por la fe activa en la práctica del amor? Y ¿cómo podríamos nosotros amar, si no hubiéramos sido amados primero? Lo dijo clarísimamente el mismo evangelista en su carta: Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. El Padre ciertamente nos ama también a nosotros, pero en sí mismo; porque con esto recibe gloria el Padre, con que demos fruto en la vid, esto es, en el Hijo, y así seamos discípulos suyos

Permaneced -dice-, en mi amor. ¿Cómo permaneceremos? Escucha lo que sigue: Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor. ¿Es el amor el que hace guardar los mandamientos o es la guarda de los mandamientos la que hace el amor? ¿Pero es que puede dudarse de que es el amor el que precede? El que no ama no tiene razón suficiente para observar los mandamientos. Por eso, lo que sigue: Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, muestra no dónde se genera el amor, sino cómo se manifiesta. Es como si dijera: No penséis permanecer en mi amor, si no guardáis mis mandamientos; pues si no los guardáis, no permaneceréis. Es decir, en esto se manifestará que permanecéis en mi amor, si guardáis mis mandamientos. Para que nadie se llame a engaño, diciendo que le ama, si no guarda mis mandamientos. Pues amamos a Cristo en la medida en que guardamos sus mandamientos; si somos remisos en la guarda de los mandamientos, lo seremos asimismo en el amor. Por consiguiente, no guardemos primero sus mandamientos para que nos ame; pero si nonos ama, no podemos guardar sus mandamientos. Ésta es la gracia patente a los humildes, latente en los soberbios.

 

RESPONSORIO                    Jn 14, 21
 
R./ El que me ama será amado por mi Padre, * y yo también lo amaré y me manifestaré a él. Aleluya.
V./ El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama.
R./ Y yo también lo amaré y me manifestaré a él. Aleluya
 


Ciclo C: Jn 14, 23-29

HOMILÍA

San Bernardo de Claraval, Sermón 27 sobre el Cantar de los cantares (8-10: Opera omnia, Edit Cisterc 1, 1957, 187-189)

Si no tengo amor, no soy nada

Yo y el Padre –dice el Hijo– vendremos a él, esto es, al hombre santo, y haremos morada en él. Pienso que no de otro cielo hablaba el profeta cuando dijo: Aunque tú habitas en el santuario, esperanza de Israel. Y más claramente el Apóstol: Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones.

Nada tiene de extraño que el Señor Jesús habite gustoso en este cielo, toda vez que no lo creó, como a los demás con un simple «hágase», sino que luchó por conquistarlo, murió para redimirlo. Por eso, después de la fatiga, dijo con mayor deseo: Esta es mi mansión por siempre aquí viviré, porque la deseo. Dichosa el alma a la que dice el Señor: «Ven amada mía, y pondré en ti mi trono». ¿Por qué te acongojas ahora, alma mía, por qué te me turbas? ¿Piensas también tú encontrar en ti un lugar para el Señor? Pero, ¿qué lugar hay en nosotros que podamos considerar idóneo para semejante gloria, adecuado para tal majestad? ¡Ojalá fuera digno de postrarme ante el estrado de sus pies! ¡Quién me concediera seguir siquiera las pisadas de cualquier alma santa, que Dios se escogió como heredad! Sin embargo, si se dignara infundir también en mi alma el óleo de su misericordia, de modo que yo mismo pudiera decir: Correré por el camino de tus mandatos, cuando me ensanches el corazón, quizá podría también yo mostrarle en mí mismo, si no una sala grande arreglada, donde pueda sentarse a la mesa con sus discípulos, sí al menos un lugar donde pueda reclinar su cabeza.

Después, es necesario que ella (es decir, el alma) crezca y se dilate, para que sea capaz de Dios. Porque su anchura es su amor, como dijo el Apóstol: Ensanchaos en la caridad. Pues si bien el alma, por ser espíritu, no es susceptible de cuantidad extensa, sin embargo, la gracia le concede lo que la naturaleza le niega. Y así, crece y se extiende, pero espiritualmente. Crece y progresa hasta llegar al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud; crece también hasta formar un templo consagrado al Señor.

Así que la grandeza de cualquier alma se estima por la medida de la caridad que posee, de modo que la que posee mucha es grande; la que poca, pequeña; y la que ninguna, nada. Pues como dice Pablo: Si no tengo caridad, no soy nada.

 

RESPONSORIO                    Jn 14, 23; 1 Jn 2, 10.3
 
R./ El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, * y vendremos a él y haremos morada en él. Aleluya.
V./ Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos.
R./ Y vendremos a él y haremos morada en él. Aleluya.