MARZO

4 de marzo

SAN CASIMIRO

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

De la vida de san Casimiro, escrita por un autor casi contemporáneo (Caps 2-3: Acta Sanctorum Martii 1, 347-348)

Invirtió su tesoro según el mandato del Altísimo

La sorprendente, sincera y no engañosa caridad de Casimiro, por la que amaba ardientemente al Dios todopoderoso en el Espíritu, impregnaba de tal forma su corazón, que brotaba espontáneamente hacia su prójimo. No había cosa más agradable y más deseable para él que repartir sus bienes y entregarse a sí mismo a los pobres de Cristo, a los peregrinos, enfermos, cautivos y atribulados.

Para las viudas y huérfanos y necesitados era no solamente un defensor y un protector, sino que se portaba con ellos como si fuera su padre, su hijo o su hermano.

Tendríamos que escribir una larga historia si hubiésemos de contar uno por uno sus actos de amor a Dios y sus obras de caridad con el prójimo.

Es poco menos que imposible describir su gran amor por la justicia, su templanza, su prudencia, su fortaleza y constancia, precisamente en esa edad en la que los hombres suelen sentir mayor inclinación al mal.

A cada paso exhortaba a su padre, el rey, a respetar la justicia en el gobierno de la nación y en el de los pueblos que le estaban sometidos. Y, si alguna vez el rey por debilidad o negligencia incurría en algún error, no dudaba en reprochárselo con modestia.

Tomaba como suyas las causas de los pobres y miserables, por lo que la gente le llamaba «defensor de los pobres». A pesar de su dignidad de príncipe y de su nobleza de sangre, no tenía dificultad en tratar con cualquier persona por humilde y despreciable que pareciera.

Siempre fue su deseo ser contado más bien entre los pobres de espíritu, de quienes es el reino de los cielos, que entre los personajes famosos y poderosos de este mundo. No tuvo ambición del dominio terreno ni quiso nunca recibir la corona que el padre le ofrecía, por temor de que su alma se viera herida por el aguijón de las riquezas, que nuestro Señor Jesucristo llamó espinas, o sufriera el contagio de las cosas terrenas.

Personas de gran autoridad, algunas de las cuales viven aún y que conocían hasta el fondo su comportamiento, aseguran que permaneció virgen hasta el fin de sus días.



7
de marzo

SANTA PERPETUA Y SANTA FELICIDAD
MÁRTIRES

Memoria


SEGUNDA LECTURA

De la Historia del martirio de los santos mártires cartagineses (Caps 18. 20-21: ed. van Beek, Nimega 1936, pp. 42. 46-52)

Llamados y elegidos para gloria del Señor

Brilló por fin el día de la victoria de los mártires y marchaban de la cárcel al anfiteatro, como si fueran al cielo, con el rostro resplandeciente de alegría, y sobrecogidos no por el temor, sino por el gozo.

La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua y cayó de espaldas. Se levantó, y como viera a Felicidad tendida en el suelo, se acercó, le dio la mano y la levantó. Ambas juntas se mantuvieron de pie y, doblegada la crueldad del pueblo, fueron llevadas a la puerta llamada Sanavivaria.

Allí Perpetua fue recibida por un tal Rústico, que por entonces era catecúmeno, y que la acompañaba. Ella, como si despertara de un sueño (tan fuera de sí había estado su espíritu), comenzó a mirar alrededor suyo y, asombrando a todos, dijo:

«¿Cuándo nos arrojarán esa vaca, no sé cual?».

Como le dijeran que ya se la habían arrojado, no quiso creerlo hasta que comprobó en su cuerpo y en su vestido las marcas de la embestida. Después, haciendo venir a su hermano, también catecúmeno, dijo:

«Permaneced firmes en la fe, amaos los unos a los otros y no os escandalicéis de nuestros padecimientos».

Del mismo modo Saturo, junto a la otra puerta, exhortaba al soldado Pudente, diciéndole:

«En resumen, como presentía y predije, hasta ahora no he sentido ninguna de las bestias. Ahora créeme de todo corazón: cuando salga de nuevo, seré abatido por una única dentellada de leopardo».

Cuando el espectáculo se acercaba a su fin, fue arrojado a un leopardo y de una dentellada quedó tan cubierto de sangre, que el pueblo, cuando el leopardo intentaba morderle de nuevo, como dando testimonio de aquel segundo bautismo, gritaba:

«Salvo, el que está lavado; salvo, el que está lavado». Y ciertamente estaba salvado por haber sido lavado de esta forma.

Entonces Saturo dijo al soldado Pudente:

«Adiós, y acuérdate de la fe y de mí; que estos padecimientos no te turben, sino que te confirmen».

Luego le pidió un anillo que llevaba al dedo y, empapándolo en su sangre, se lo entregó como si fuera su herencia, dejándoselo como prenda y recuerdo de su sangre. Después, exánime, cayó en tierra, donde se encontraban todos los demás que iban a ser degollados en el lugar acostumbrado.

Pero el pueblo exigió que fueran llevados al centro del anfiteatro para ayudar, con sus ojos homicidas, a la espada que iba a atravesar sus cuerpos. Ellos se levantaron y se colocaron allí donde el pueblo quería, y se besaron unos a otros para sellar el martirio con el rito solemne de la paz.

Todos, inmóviles y en silencio, recibieron el golpe de la espada; especialmente Saturo, que había subido el primero, pues ayudaba a Perpetua, fue el primero en entregar su espíritu.

Perpetua dio un salto al recibir el golpe de la espada entre los huesos, sin duda para que sufriera algún dolor. Y ella misma trajo la mano titubeante del gladiador inexperto hasta su misma garganta. Quizás una mujer de este temple, que era temida por el mismo espíritu inmundo, no hubiera podido ser muerta de otra forma, si ella misma no lo hubiese querido.

¡Oh valerosos y felices mártires! ¡Oh, vosotros, que de verdad habéis sido llamados y elegidos para gloria de nuestro Señor Jesucristo!



8 de marzo

SAN JUAN DE DIOS, RELIGIOSO

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

De las cartas de san Juan de Dios (Archivo general de la Orden Hospitalaria, Cuaderno: De las cartas..., ffo. 23v-24r. 27rv. O. Marcos, Cartas y escritos de nuestro glorioso padre san Juan de Dios, Madrid 1935, pp. 18-19. 48-50)

Jesucristo es fiel y lo provee todo

Si mirásemos cuán grande es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer bien mientras pudiésemos: pues que, dando nosotros, por su amor, a los pobres lo que él mismo nos da, nos promete ciento por uno en la bienaventuranza. ¡Oh bienaventurado logro y ganancia! ¿Quién no da lo que tiene a este bendito mercader, pues hace con nosotros tan buena mercancía y nos ruega, los brazos abiertos, que nos convirtamos y lloremos nuestrospecados y hagamos caridad primero a nuestras ánimas y después a los prójimos? Porque, así como el agua mata al fuego, así la caridad al pecado.

Son tantos los pobres que aquí se llegan, que yo mismo muchas veces estoy espantado cómo se pueden sustentar, mas Jesucristo lo provee todo y les da de comer. Como la ciudad es grande y muy fría, especialmente ahora en invierno, son muchos los pobres que se llegan a esta casa de Dios. Entre todos, enfermos y sanos, gente de servicio y peregrinos, hay más de ciento diez. Como esta casa es general, reciben en ella generalmente de todas enfermedades y suerte de gentes, así que, aquí hay tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos, y otros muy viejos y muy niños, y, sin éstos, otros muchos peregrinos y viandantes, que aquí se allegan, y les dan fuego y agua, sal y vasijas para guisar de comer. Para todo esto no hay renta, mas Jesucristo lo provee todo.

De esta manera, estoy aquí empeñado y cautivo por solo Jesucristo. Viéndome tan empeñado, muchas veces no salgo de casa por las deudas que debo, y viendo padecer tantos pobres, mis hermanos y prójimos, y con tantas necesidades, así al cuerpo como al ánima, como no los puedo socorrer, estoy muy triste, mas empero confío en Jesucristo; que él me desempeñará, pues él sabe mi corazón. Y, así, digo que maldito el hombre que fía de los hombres, sino de solo Jesucristo; de los hombres has de ser desamparado, que quieras o no; mas Jesucristo es fiel y durable, y pues que Jesucristo lo provee todo, a él sean dadas las gracias por siempre jamás. Amén.



9 de marzo

SANTA FRANCISCA ROMANA, RELIGIOSA

Memoria


SEGUNDA LECTURA

María Magdalena de Anguillaria, Vida de santa Francisca Romana (Caps 6-7: Acta Sanctorum Martii 2, 188-189)

La paciencia y caridad de santa Francisca

Dios probó la paciencia de Francisca no sólo en su forma, sino también en su mismo cuerpo, haciéndola experimentar largas y graves enfermedades, como se ha dicho antes y se dirá luego. Sin embargo, no se pudo observar en ella ningún acto de impaciencia, ni mostró el menor signo de desagrado por la torpeza con que a veces la atendían.

Francisca manifestó su entereza en la muerte prematura de sus hijos, a los que amaba tiernamente; siempre aceptó con serenidad la voluntad de Dios, dando gracias por todo lo que le acontecía. Con la misma paciencia soportaba a los que la criticaban, calumniaban y hablaban mal de su forma de vivir. Nunca se advirtió en ella ni el más leve indicio de aversión respecto de aquellas personas que hablaban mal de ella y de sus asuntos; al contrario, devolviendo bien por mal, rogaba a Dios continuamente por dichas personas.

Y ya que Dios no la había elegido para que se preocupara exclusivamente de su santificación, sino para que emplease los dones que él le había concedido para la salud espiritual y corporal del prójimo, la había dotado de tal bondad que, a quien le acontecía ponerse en contacto con ella, se sentía inmediatamente cautivado por su amor y su estima, y se hacía dócil a todas sus indicaciones. Es que, por el poder de Dios, sus palabras poseían tal eficacia que con una breve exhortación consolaba a los afligidos y desconsolados, tranquilizaba a los desasosegados, calmaba a los iracundos, reconciliaba a los enemigos, extinguía odios y rencores inveterados, en una palabra, moderaba las pasiones de los hombres y las orientaba hacia su recto fin.

Por esto todo el mundo recurría a Francisca como a un asilo seguro, y todos encontraban consuelo, aunque reprendía severamente a los pecadores y censuraba sin timidez a los que habían ofendido o eran ingratos a Dios.

Francisca, entre las diversas enfermedades mortales y pestes que abundaban en Roma, despreciando todo peligro de contagio, ejercitaba su misericordia con todos los desgraciados y todos los que necesitaban ayuda de los demás. Fácilmente los encontraba; en primer lugar les incitaba a la expiación uniendo sus padecimientos a los de Cristo, después les atendía con todo cuidado, exhortándoles amorosamente a que aceptasen gustosos todas las incomodidades como venidas de la mano de Dios, y a que las soportasen por el amor de aquel que había sufrido tanto por ellos.

Francisca no se contentaba con atender a los enfermos que podía recoger en su casa, sino que los buscaba en sus chozas y hospitales públicos. Allí calmaba su sed, arreglaba sus camas y curaba sus úlceras con tanto mayor cuidado cuantos más fétidas o repugnantes eran.

Acostumbraba también a ir al hospital de Camposanto y allí distribuía entre los más necesitados alimentos y delicados manjares. Cuando volvía a casa, llevaba consigo los harapos y los paños sucios y los lavaba cuidadosa mente y planchaba con esmero, colocándolos entre aromas, como si fueran a servir para su mismo Señor.

Durante treinta años desempeñó Francisca este servicio a los enfermos, es decir, mientras vivió en casa de su marido, y también durante este tiempo realizaba frecuentes visitas a los hospitales de Santa María, de Santa Cecilia en el Trastévere, del Espíritu Santo y de Camposanto. Y, como durante este tiempo en el que abundaban las enfermedades contagiosas, era muy difícil encontrar no sólo médicos que curasen los cuerpos, sino también sacerdotes que se preocupasen de lo necesario para el alma, ella misma los buscaba y los llevaba a los enfermos que ya estaban preparados para recibir la penitencia y la eucaristía. Para poder actuar con más libertad, ella misma retribuía de su propio peculio a aquellos sacerdotes que atendían en los hospitales a los enfermos que ella les indicaba.



17 de marzo

SAN PATRICIO, OBISPO

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

De la Confesión de san Patricio (Caps 14-16: PL 53,808-809)

Muchos pueblos renacieron a Dios por mí

Sin cesar doy gracias a Dios que me mantuvo fiel en el día de la prueba. Gracias a él puedo hoy ofrecer con toda confianza a Cristo, quien me liberó de todas mis tribulaciones, el sacrificio de mi propia alma como víctima viva, y puedo decir: ¿Quién soy yo, y cuál es la excelencia de mi vocación, Señor, que me has revestido de tanta gracia divina? Tú me has concedido exultar de gozo entre los gentiles y proclamar por todas partes tu nombre, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad. Tú me has hecho comprender que cuanto me sucede, lo mismo bueno que malo, he de recibirlo con idéntica disposición, dando gracias a Dios que me otorgó esta fe inconmovible y que constantemente me escucha. Tú has concedido a este ignorante el poder realizar en estos tiempos esta obra tan piadosa y maravillosa, imitando a aquellos de los que el Señor predijo que anunciarían su Evangelio para que llegue a oídos de todos los pueblos. ¿De dónde me vino después este don tan grande y tan saludable: conocer y amar a Dios, perder a mi patria y a mis padres y llegar a esta gente de Irlanda, para predicarles el Evangelio, sufrir ultrajes de parte de los incrédulos, ser despreciado como extranjero, sufrir innumerables persecuciones hasta ser encarcelado y verme privado de mi condición de hombre libre, por el bien de los demás?

Si Dios me juzga digno de ello, estoy dispuesto a dar mi vida gustoso y sin vacilar por su nombre, gastándola hasta la muerte. Mucho es lo que debo a Dios, que me concedió gracia tan grande de que muchos pueblos renacieron a Dios por mí. Y después les dio crecimiento y perfección. Y también porque pude ordenar en todos aquellos lugares a los ministros para el servicio del pueblo recién convertido; pueblo que Dios había llamado desde los confines de la tierra, como lo había prometido por los profetas: A ti vendrán los paganos, de los extremos del orbe, diciendo: «Qué engañoso es el legado de nuestros padres, qué vaciedad sin provecho». Y también: Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

Allí quiero esperar el cumplimiento de su promesa infalible, como afirma en el Evangelio: Vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob. Como lo afirma nuestra fe, los creyentes vendrán de todas partes del mundo.



18 de marzo

SAN CIRILO DE JERUSALÉN
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 3 (1-3: PG 33, 426-430)

Preparad limpios los vasos para recibir al Espíritu Santo

Alégrese el cielo, goce la tierra, por estos que van a ser rociados con el hisopo y purificados con el hisopo espiritual, por el poder de aquel que en su pasión bebió desde la cruz por medio de la caña de hisopo. Alégrense las virtudes de los cielos; y prepárense las almas que van a desposarse con el Esposo. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor».

Comportaos, pues, rectamente, oh hijos de la justicia, recordando la exhortación de Juan: Allanad sus senderos: Retirad todos los estorbos e impedimentos para llegar directamente a la vida eterna. Por la fe sincera, preparad limpios los vasos de vuestra alma para recibir al Espíritu Santo. Comenzad por lavar vuestros vestidos con la penitencia, a fin de que os encuentren limpios, ya que habéis sido llamados al tálamo del Esposo.

El Esposo llama a todos sin distinción, pues su gracia es liberal y abundante; sus pregoneros reúnen a todos a grandes voces, pero luego él segrega a aquellos que no son dignos de entrar a las bodas, figura del bautismo.

Que ninguno de los inscritos tenga que oír aquella voz: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?

Ojalá que todos escuchéis aquellas palabras: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor.

Hasta ahora os habéis quedado fuera de la puerta, pero deseo que todos podáis decir: El rey me introdujo en su cámara. Me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Que vuestra alma se encuentre sin mancha ni arruga, ni nada por el estilo; no digo antes de recibir la infusión de la gracia (¿para qué, entonces, habríais sido llamados a la remisión de los pecados?), pero sí que, cuando la gracia se os infunda, vuestra conciencia, estando libre de toda falta, concurra al efecto de la gracia.

El bautismo es algo sumamente valioso y debéis acercaros a él con la mejor preparación. Que cada uno se coloque ante la presencia de Dios, rodeado de todas las miradas de los ejércitos celestiales. El Espíritu Santo sellará vuestras almas, pues habéis sido elegidos para militar al servicio del gran rey.

Preparaos, pues, y disponeos para ello, no tanto con la blancura inmaculada de vuestra túnica, cuanto con un espíritu verdaderamente fervoroso.



19 de marzo

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 1-16

Fe de los santos patriarcas

La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por la fe, sabemos que la palabra de Dios configuró el universo, de manera que lo que está a la vista no proviene de nada visible.

Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que Caín; por ella, Dios mismo, al recibir sus dones, lo acreditó como justo; por ella, sigue hablando después de muerto.

Por fe, fue arrebatado Henoc, sin pasar por la muerte; no lo encontraban, porque Dios lo había arrebatado; en efecto, antes de ser arrebatado se le acreditó que había complacido a Dios, y sin fe es imposible complacerle, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan.

Por fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, tomó precauciones y construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y consiguió la justicia que viene de la fe.

Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas –y lo mismo Isaac y Jacob herederos de la misma promesa– mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardino de Siena, Sermón 2, sobre san José (Opera omnia, 7, 16.27-30)

Protector y custodio fiel

La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar.

Esta norma se ha verificado de un modo excelente en san José, que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor.

Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es san José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular.

José viene a ser el broche del antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa.

No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo.

Por eso, también con razón, se dice más adelante: Pasa al banquete de tu Señor. Aun cuando el gozo significado por este banquete es el que entra en el corazón del hom bre, el Señor prefirió decir: Pasa al banquete, a fin de insinuar místicamente que dicho gozo no es puramente interior, sino que circunda y absorbe por doquier al bienaventurado, como sumergiéndole en el abismo infinito de Dios.

Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu esposa, madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.


EVANGELIO:
Mt 1, 16.18-21.24a

HOMILÍA

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre el evangelio de san Mateo, (2: PG 57, 25-26)

El nacimiento de Cristo fue de esta manera

Su generación, ¿quién la explicará? No voy a hablaros ahora de la divina generación, sino de la de aquí abajo, de la que tuvo lugar en la tierra, de la que tenemos infinidad de testimonios. Y aun de ésta sólo os hablaré en la medida en que me lo permita la gracia del Espíritu Santo. Y no penséis que es cuestión de poca monta oír hablar de la generación temporal; levantad más bien vuestras almas y estremeceos cuando oís decir que Dios ha venido a la tierra. Es este un acontecimiento tan maravilloso y sorprendente, que los mismos coros angélicos dieron testimonio de ello haciendo resonar por toda la tierra un himno de gloria, y los antiguos profetas quedaron estupefactos al ver que Dios apareció en el mundo y vivió entre los hombre.

Verdaderamente es algo inaudito que un Dios inefable, inexplicable, incomprensible e igual al Padre se dignara descender a unas entrañas virginales, nacer de una mujer y tener en su árbol genealógico a David y a Abrahán. Al oír esto, levantad el ánimo y, desechando ruines pensamientos, maravillaos más bien de que, siendo Hijo e Hijo natural del Dios eterno, se dignó ser llamado asimismo Hijo de David para haceros a vosotros Hijos de Dios; se dignó tener un padre esclavo, para daros a vosotros, que erais esclavos, al Señor por Padre.

¿Ves cómo desde el principio se nos presentan los evangelios? Si dudas de lo que a ti te concierne, cree lo tuyo por lo que a él se refiere. Pues desde el punto de vista humano, es más difícil comprender a un Dios hecho hombre, que a un hombre hecho hijo de Dios. Cuando oigas, pues, que el Hijo de Dios se ha hecho hijo de David y de Abrahán, no te quepa la menor duda de que tú, hijo de Adán como eres, puedes llegar a ser hijo de Dios. En efecto, no sin motivo se humilló él hasta tal extremo, si no hubiera querido exaltarnos a nosotros. Nace él según la carne para que tú nazcas según el espíritu; nació de mujer, para que tú dejes de ser meramente hijo de mujer.

Hay, pues, dos generaciones en Cristo: la humana igual que la nuestra y la divina superior a la nuestra. Nacer de mujer es algo que compartió con nosotros; pero no haber nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino del Espíritu Santo, era un anuncio anticipado del nacimiento que supera nuestra naturaleza y que él nos ha de dar por la gracia del Espíritu Santo.



21
de marzo

TRÁNSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO,
ABAD

Fiesta

PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 28,10-22

Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra

Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán.

Acertó a llegar a un lugar. Y como ya se había puesto el sol, se quedó allí a pasar la noche. Cogió allí mismo una piedra, se la puso a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño:

«Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Angeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra donde estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur, y todas las naciones del mundo serán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo, yo te guardaré adondequiera que vayas, te haré volver a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que te he prometido».

Al despertar, dijo Jacob:

Realmente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.

Y añadió sobrecogido:

¡Qué terrible es este lugar!: es nada menos que la morada de Dios y la puerta del cielo.

Jacob se levantó de madrugada, cogió la piedra que le había servido de almohada, la puso en pie a modo de estela y derramó aceite por encima. Y llamó aquel lugar Morada de Dios; antes la ciudad se llamaba Almendrales. Jacob hizo un voto:

-Si Dios está conmigo y me guarda en el viaje que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entones el Señor será mi Dios y esta piedra que he levantado como estela será una morada de Dios, y de todo lo que me des, te daré el diezmo.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Libros de los Diálogos (Lib II, 37: PL 66, 202)

Anuncio profético de su muerte

El mismo año, que debía ser el último de su vida, anunció el día de su santísima muerte a algunos discípulos que vivían con él y a otros que vivían lejos, recomendando a los presentes que guardaran silencio de lo que habían oído y señalando a los ausentes las señales que acompañarían el momento de su muerte.

Seis días antes de su muerte mandó abrir su sepultura. Muy pronto, atacado por la fiebre, comenzó a fatigarse aquejado de temperatura muy elevada. Como la enfermedad se agravaba de día en día, el sexto se hizo llevar por sus discípulos al oratorio, y allí se preparó para la muerte con la recepción del Cuerpo y la Sangre; de pie, con las manos elevadas al cielo y apoyando sus desfallecidos miembros en las manos de sus discípulos, exhaló el último aliento entre palabras de oración.

Conviene hacer notar que, aquel mismo día, dos de sus discípulos, uno que vivía en el monasterio y otro que se hallaba lejos, tuvieron una misma e idéntica revelación. Vieron, en efecto, un camino alfombrado de tapices y resplandeciente de innumerables lámparas, que partiendo de su celda y en dirección al oriente, llegaba hasta el cielo. En su cima le asistía un varón de aspecto venerable y radiante de luz, que les preguntó si sabían qué camino era aquelque estaban contemplando. Ellos le contestaron que lo ignoraban. Él les respondió: «Este es el camino por el cual Benito, el amado del Señor, ha subido al cielo».

Así fue cómo la muerte que los discípulos presentes conocieron, la reconocieron aquellos santos varones ausentes mediante las señales que se les habían predicho.

Fue sepultado en el oratorio de san Juan Bautista, que él mismo había edificado sobre el destruido templo de Apolo. Tanto aquí como en la cueva de Subiaco, donde primeramente se estableció, sigue todavía hoy realizando milagros, si así lo requiere la fe de los peticionarios.


EVANGELIO:
Jn 17, 20-26

HOMILÍA

Beato Guerrico de Igny, Sermón en la Ascensión del Señor (2-3.4.5: SC 202, 274-280)

¿No te tengo a ti en el cielo?
Y contigo, ¿qué me importa la tierra?

Padre, cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste. Ahora voy a ti. Guarda en tu nombre a los que me has dado. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. El contenido de esta oración, como lo indica el texto que hemos leído, se resume en tres puntos, que constituyen la suma de la salvación e incluso de la perfección, de suerte que nada se pueda añadir: a saber, que sean los discípulos guardados del mal, consagrados en la verdad y con él glorificados. Padre -dice-, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria.

¡Dichosos los que tienen por abogado al mismo juez! ¡Dichosos aquellos por quienes ora el que es digno de la misma adoración que aquel a quien ora! El Padre no va a negarle lo que piden sus labios, ya que ambos no poseen más que una sola voluntad y un mismo poder, pues son un solo Dios. Es de absoluta necesidad que todo lo que pide Cristo se realice, porque su palabra es poderosa y su voluntad, eficaz. En el momento de la creación, él lo dijo, y existió, él lo mandó y surgió. Éste es –dice– mi deseo: que estén conmigo donde yo estoy. ¡Qué seguridad para los fieles! ¡Qué confianza para los creyentes! Con tal de que no minusvaloren la gracia que recibieron. Pues esta seguridad no se promete a solos los apóstoles o a sus compañeros, sino a todos los que crean en Dios por la palabra de ellos. Dice en efecto: No sólo ruego por ellos, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos.

Porque a vosotros, hermanos, se os ha concedido la gracia no sólo de creer en él, sino de sufrir por él, como dice el Apóstol. A vosotros, esto es, a los que la fe en la promesa de Cristo, lejos de hacerlos más negligentes en la seguridad, los torna más fervientes en la alegría, y embarcados en una lucha sin cuartel contra los vicios, los corona con un martirio asiduo. Asiduo, pero fácil; fácil, pero sublime. Fácil, porque nada nos manda que supere nuestras posibilidades; sublime, porque la victoria es sobre todo el poderío de aquel fuerte bien armado. ¿O es que no es fácil llevar el suave yugo de Cristo? ¿Y acaso no es sublime ser coronado en su reino? Os ruego que me contestéis: ¿Puede haber algo más fácil que llevar las alas que llevan al que las lleva? ¿Y algo más sublime que planear sobre los cielos, donde Cristo ascendió?

Pero pensemos, hermanos; ¿podrá de repente alzar el vuelo a los cielos quien ahora no aprendiere a volar en el constante adiestramiento de cada día? Algunos vuelan contemplando; vuela tú al menos amando. Pablo fue, en éxtasis, arrebatado hasta el tercer cielo; Juan hasta la Palabra que existía en el principio; tú al menos no consientas en arrastrar por el polvo tu alma degenerada, ni soportes que tu corazón sumergido en la indolencia, se pudra en el cieno. Y si en alguna ocasión buscaste no los bienes de arriba, sino los de la tierra, repróchatelo a ti mismo y di al Señor con el profeta: ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? ¡Miserable de mí! ¡Cómo me equivocaba! Tan grandes como son los bienes que me están reservados en el cielo y yo los despreciaba. Tan nada los que hay en la tierra, y con qué avidez los deseaba. Cristo, tu tesoro, ha subido al cielo: esté allí también tu corazón. De allí procedes, allí está tu Padre y'allí está tu heredad; de allí esperas al Salvador. Amén.



23 de marzo

SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, OBISPO

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

Del Decreto Christus Dominus, sobre el deber pastoral de los obispos en la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núms 1213.16)

Disponibles para toda obra buena

Los obispos, en el ejercicio de su deber de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que destaca entre los principales de los obispos. Por la fortaleza del Espíritu, llamen a los hombres a la fe o confírmenlos en la fe viva; propongan a los hombres el misterio íntegro de Cristo, es decir, todas aquellas verdades cuya ignorancia equivale a ignorar a Cristo, e igualmente muéstrenles el camino revelado por Dios para darle gloria y que, por eso mismo, conduce a alcanzar la eterna bienaventuranza.

Muestren, además, que las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas, de acuerdo con el plan salvífico de Dios creador, se ordenan también a la salvación de los hombres y que por este motivo pueden contribuir en gran medida a la edificación del cuerpo de Cristo.

En consecuencia, enseñen hasta qué punto, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, debe ser estimada la persona humana con su libertad, y la vida misma del cuerpo; la familia, su unidad y estabilidad, la procreación y educación de la prole; la sociedad civil con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso; las artes e inventos técnicos; la pobreza y la abundancia. Expongan los criterios de acuerdo con los cuales se puedan resolver los graves problemas que afectan a la posesión, incremento y recta distribución de los bienes materiales, a la guerra y a la paz, y a la fraterna convivencia de todos los pueblos.

Expongan la doctrina cristiana de manera acomodada a las necesidades de los tiempos, es decir, que den respuesta a las dificultades e interrogantes que preocupan y angustian especialmente a los hombres. Al mismo tiempo velen por la doctrina, enseñando a los mismos fieles a defenderla y propagarla. Al enseñarla, manifiesten la maternal solicitud de la Iglesia hacia todos los hombres, tanto fieles como no fieles, y tengan especial solicitud de los pobres y de los jóvenes, a quienes el Señor les ha enviado a evangelizar.

Al ejercer su oficio de padre y pastor, sean los obispos en medio de los suyos como servidores; sean buenos pastores que conocen a sus ovejas y que son a su vez conocidos por ellas; sean verdaderos pastores que se distinguen por el espíritu de amor y de solicitud hacia todos, y a cuya autoridad, conferida, desde luego, por Dios, todos se sometan de buen ánimo. Congreguen y formen de tal forma a toda su familia que todos, conscientes de sus deberes, vivan y actúen en comunión de caridad.

Para que puedan realizar esto eficazmente, los obispos, disponibles para toda obra buena y aguantándolo todo por los elegidos, deben adaptar su vida de tal forma que corresponda a las necesidades de los tiempos.



25 de marzo

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de las Crónicas 17, 1-15

Vaticinio sobre el hijo de David

En aquellos días, cuando David se estableció en su casa, le dijo al profeta Natán:

«Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, y el arca de la alianza del Señor está debajo de unos toldos». Natán le respondió:

«Anda, haz lo que tienes pensado, que Dios está contigo».

Pero aquella noche recibió Natán esta palabra de Dios:

«Ve a decir a mi siervo David: "Así dice el Señor: No serás tú quien me construya la casa para habitar. Desde el día en que liberé a Israel hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he ido de tienda en tienda y de santuario en santuario. Y en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé gobernar a mi pueblo, que me construyese una casa de cedro?".

Pues bien, di esto a mi siervo David:

"Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para ser jefe de mi pueblo, Israel. Yo he estado contigo en todas tus empresas; he aniquilado a todos tus enemigos. Te haré famoso, como a los más famosos de la tierra; daré una tierra a mi pueblo, Israel, lo plantaré para que viva en ella sin sobresaltos, sin que vuelvan a abusar de él los malvados como antaño, cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel, y humillé a todos sus enemigos; además, te comunico que el Señor te dará una dinastía.

Y cuando te llegue el momento de irte con tus padres, estableceré después de ti un descendiente tuyo, a uno de tus hijos, y consolidaré su reino. El me edificará un templo, y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, él será para mí un hijo; y no le retiraré mi lealtad, como se la retiré a tu predecesor. Lo estableceré para siempre en mi casa y en mi reino, y su trono permanecerá eternamente"».

Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Carta 28, a Flaviano (3-4: PL 54, 763-767

El misterio de nuestra reconciliación

La majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, pudo ser a la vez mortal e inmortal, por la conjunción en él de esta doble condición.

El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza , humana, conservando la totalidad de la esencia que le es i propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana. Y, al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que él asume para restaurarla.

Esta naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre se dejó engañar por el maligno, pero ningún vestigio de este vicio original hallamos en la naturaleza asumida por el Salvador. El, en efecto, aunque hizo suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de nuestros pecados. /

Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo —por el cual, él, que era invisible, se hizo visible, y él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los mortales— fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que, permaneciendo en su condición divina, hizo al hombre es el mismo que se hace él mismo hombre, tomando la condición de esclavo.

Y, así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo, bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.

En un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra, el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible, el que existía antes del tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo, el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto a las leyes de la muerte.

El mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, y en él, con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.

Ni Dios sufre cambio alguno con esta dignación de su piedad, ni el hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad. Cada una de las dos naturalezas realiza sus actos propios en comunión con la otra, a saber, la Palabra realiza lo que es propio de la Palabra, y la carne lo que es propio de la carne.

En cuanto que es la Palabra, brilla por sus milagros; en cuanto que es carne, sucumbe a las injurias. Y así como la Palabra retiene su gloria igual al Padre, así también su carne conserva la naturaleza propia de nuestra raza.

La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente Hijo de Dios y verdaderamente hijo del hombre. Es Dios, porque en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; es hombre, porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.


EVANGELIO:
LC 1, 26-38

HOMILÍA

San Pedro Crisólogo, Sermón 140 (CCL 24B, 847-849)

En los otros está la gracia, sobre ti vendrá
toda la plenitud de la gracia

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José. El evangelista designa el lugar, el tiempo y la persona, para que la verdad del relato pueda ser comprobada con los claros indicios de los mismos acontecimientos. El ángel —dice— fue enviado a una virgen desposada. Dios envía a la Virgen un alado mensajero: pues da las arras y recibe la dote el que es portador de la gracia, restablece la confianza, hace entrega de los dones de la virtud y tiene la misión de dar pronta resolución al consentimiento virginal. Vuela raudo a la esposa el veloz intérprete, para alejar y dejar en suspenso el afecto de la esposa de Dios hacia los esponsales humanos; de modo que sin separar la Virgen de José, se la devuelva a Cristo a quien estaba destinada desde el vientre materno. Recibe Cristo su esposa, no se apodera de la ajena; ni crea separación, cuando une consigo a toda su entera criatura en un solo cuerpo. Pero escuchemos lo que hizo el ángel.

Entrando en su presencia, dijo: —Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. En estas palabras hay una oferta, la oferta de un don y no un mero cumplido de cortesía. Ave, es decir, recibe gracia; no tiembles ni te preocupes de la naturaleza. Llena, ya que en los otros está la gracia, sobre ti vendrá toda la plenitud de la gracia juntamente. El Señor está contigo. ¿Qué significa el Señor está en ti? Pues que no vino con el simple deseo de hacerte una visita, sino que viene a ti en el nuevo misterio de su nacimiento.

Por eso añadió muy oportunamente: Bendita tú entre las mujeres. Pues si en ellas la maldición de Eva castigaba las entrañas, ahora entre ellas se goza, es honrada y acogida la bendita María. Y de esta suerte ha venido realmente a ser por la gracia madre de los vivientes, la que antes era por naturaleza madre de los murientes.

Ella se turbó ante estas palabras. ¿Por qué se turba al escuchar unas palabras y no al ver una persona? Porque había venido un ángel amable en su presencia, fuerte en la batalla; suave en la apariencia, terrible en su palabra, pronuncia palabras humanas y promete cosas divinas. De aquí que la virgen a quien la visión apenas impresionara la turbó y mucho la audición, y a la que la presencia del enviado le conmoviera poco, la conturbó con todo su peso la autoridad del que le enviaba. ¿Y qué más? De pronto sintió que había recibido en sí al juez supremo, en quien al principio vio y contempló al mensajero celestial. Y aun cuando con gran suavidad y piadoso afecto Dios convirtió a la virgen en madre y a la esclava el Señor la transforma en Madre suya, sin embargo todas sus entrañas se conmovieron, el alma se resiste y la misma condición humana se estremeció, cuando Dios, a quien toda la creación es incapaz de contener, todo él se encerró y se formó dentro de un seno humano.

Y se preguntaba —dice— qué saludo era aquél. Advierta vuestra caridad que —como hemos dicho— la Virgen no dio su consentimiento a las palabras del saludo, sino a la realidad, y que la voz no tenía el sentido de una acostumbrada cortesía, sino que era portadora de toda la eficacia de la suprema virtud. Reflexiona la Virgen: porque responder sin más es propio de la humana superficialidad, mientras que pensar la respuesta es señal de una gran ponderación y de un juicio muy maduro. Desconoce la grandeza de Dios quien no se espanta de la cordura de esta Virgen y no admira su fortaleza de ánimo. Teme el cielo, se estremecen los ángeles, la criatura no lo soporta, la naturaleza no se basta, y una muchachita de tal modo acoge a Dios dentro de su seno, lo recibe, lo regala con su hospedaje, que obtiene como pensión por la casa y como recompensa por el seno virginal paz para la tierra, gloria para los cielos, salvación para los perdidos, vida para los muertos, parentesco entre el cielo y la tierra y, para el mismo Dios, la participación de la naturaleza humana. Así se cumplió aquello del profeta: La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre.