COMÚN DE MONJES
 


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 12, 1-4a.6-8

Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, y ven

El Señor dijo a Abrán:

—Sal de tu tierra nativa
y de la casa de tu padre
a la tierra que te mostraré.

Haré de ti un gran pueblo,
te bendeciré, haré famoso tu nombre
y servirá de bendición.

Bendeciré a los que te bendigan,
maldeciré a los que te maldigan.

Con tu nombre se bendecirán
todas las familias del mundo.

Abrán marchó, como le había dicho el Señor. Atravesó el país hasta la región de Siquén, y llegó hasta la encina de Moré (en aquel tiempo habitaban allí los cananeos).

El Señor se apareció a Abrán y le dijo:

—A tu descendencia le daré esta tierra.

El construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido.

Desde allí continuó hacia las montañas al este de Betel, plantó allí su tienda, con Betel al poniente y Ay al levante, construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor.


Otra lectura:

Del libro del Apocalipsis 3, 11-12.19-22

Mira que estoy a la puerta llamando

Dice el Señor:

Llego en seguida; mantén lo que tienes, para que nadie te quite tu corona.

Al que salga vencedor lo haré columna del santuario de mi Dios y ya no saldrá nunca de él; grabaré en él el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén que baja del cielo de junto a mi Dios, y mi nombre nuevo.

Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

A los que amo los reprendo y los corrijo. Sé ferviente y arrepiéntete. Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos.

Al que salga vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi Padre, junto a él.

Quien tenga oídos oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.


Para una monja:

Del libro del Cantar de los cantares 2, 8-14.16

Es fuerte el amor como la muerte

¡Oíd, que llega mi amado, saltando sobre los montes, brincando por los collados! Es mi amado como un gamo, es mi amado un cervatillo. Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías. Habla mi amado y me dice:

«¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos de la higuera, la viña en flor difunde perfume ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz y es hermosa tu figura».

¡Mi amado es mío y yo soy suya, del pastor de azucenas!


SEGUNDA LECTURA

San Euquerio de Lyon, Carta sobre el elogio del desierto (13.5.6.43: PL 50, 701-703; 711-713)

Poseen ya la realidad a que por la esperanza aspiran

Has demostrado el gran aprecio que sientes por la soledad, tan grande que no hay otro alguno que se le compare. Y este tu amor por el desierto, ¿cómo llamarlo sino amor de Dios? Has observado el orden de la caridad prescrito por la ley, amando primero a Dios y luego al prójimo.

Y aunque tú, rico en Cristo, hayas, hace ya tiempo, distribuido todo tu patrimonio entre los pobres de Cristo; aunque si bien joven en años muestres la cordura del anciano; aunque seas de ingenio agudo y de fácil elocuencia, sin embargo nada he reconocido y amado en ti más que tu gran deseo de vivir en el desierto.

Yo llamaría, con todo derecho, al desierto el incircunscrito templo de Dios, pues aquel de quien estamos seguros que habita en el silencio, hemos de creer que disfruta en la soledad. Muy a menudo se ha mostrado allí a sus santos y, convocado al desierto, no desdeñó acudir a conversar con los hombres. Efectivamente, en el desierto contempló Moisés a Dios y su cara se volvió radiante; en el desierto, Elías se tapó el rostro con el manto, temblando al solo pensamiento de ver a Dios. Y aunque con frecuencia visite todas las cosas como propiedad suya que son y no esté ausente de lugar alguno, hemos de creer sin embargo, que Dios se digna visitar de modo muy particular el desierto y los arcanos del cielo.

Pues al comienzo de la creación, cuando Dios creaba en su sabiduría todas las cosas y las hacía distintas unas de otras, adaptándolas a los usos futuros, ciertamente no abandonó esta parte de la tierra como inútil y despreciable, sino que, creándolo más que con la magnificencia presente, con la previsión del futuro, preparó —es mi opinión—el desierto para los santos del porvenir. Pienso que quiso dárselo pletórico de frutos, pero en lugar de en productos de la tierra, prefirió que fuese fecundo en cosecha de santidad, para que así rezumaran los pastos del páramo y, al regar los montes desde su morada, los valles se vistiesen de mieses; y saliera al paso de los inconvenientes de los parajes, al proveer de morador la habitación estéril.

Cuando el poseedor del paraíso y transgresor del precepto habitaba el parque de Edén, fue incapaz de observar la ley que Dios le había impuesto. Pues cuanto más agradable y ameno era aquel lugar, tanto más fácilmente le indujo a la caída. De aquí que la muerte no sólo sometiera al morador del paraíso a sus propias leyes, sino que además afiló contra nosotros su aguijón. En consecuencia, habite el desierto quien desea la vida, ya que el morador del ameno paraíso nos deparó la muerte.

¡Qué comunidades de santos y qué asambleas no he visto yo allí, oh buen Jesús! Nada anhelan, nada desean a excepción de aquel a quien únicamente los enamorados ansían. ¿Aspiran a dedicar todo su tiempo a las alabanzas de Dios? Lo dedican. ¿Desean gozar de la compañía de los santos? Gozan de ella. ¿Suspiran por gozar de Cristo? Gozan de Cristo. ¿Desean conseguir la plenitud de la vida eremítica? Lo consiguen en su corazón. De este modo y por la amplísima gracia de Cristo, merecen gozar en el tiempo presente de muchas de las cosas cuya fruición esperan obtener en la vida futura. Poseen ya la realidad a que por la esperanza aspiran. Incluso en medio de la misma fatiga, tienen ya un no pequeño premio debido a su trabajo, pues en sus obras está ya casi presente la esencia de la recompensa.


Otra lectura:

San Ammonio, ermitaño, Carta 12 (PO, Fasc. 6, 603-607)

Eran médicos del alma

Carísimos en el Señor:

Vosotros sabéis que, después del pecado, el alma no puede conocer a Dios si no se aparta de los hombres y de toda ocupación. Entonces el alma encuentra a su adversario y la resistencia que le opone. Lo ve luchar contra él, y lo vence; más tarde quizá tenga que luchar contra sí misma. Pero, al final, Dios habita en él y transforma su tristeza en gozo y alegría.

Pero si en la lucha el alma sale vencida, se apoderan de ella la tristeza y la desidia, con muchas otras molestias de diferente género. Por eso, los Padres vivían en la soledad del desierto, como lo hicieron Elías y Juan. Y no penséis que éstos eran justos mientras vivieron entre los hombres, por el hecho de que se les vio realizar en medio del mundo obras de justicia, sino que previamente habían vivido en un gran silencio, por lo cual recibieron poder de Dios, que vivía en ellos. Y sólo entonces Dios les envió a los hombres, una vez que hubieron adquirido todas las virtudes, para que fueran sus embajadores y curaran las enfermedades. Eran médicos del alma, y tenían el poder de curar sus dolencias.

Por esta razón, arrancados de su silencio, fueron enviados a los hombres. Pero sólo entonces fueron enviados, cuando estaban ya curadas las propias enfermedades. Imposible mandar a ninguno para edificar a los hombres, si él mismo es imperfecto. Los que van a los hombres sin haber alcanzado la perfección, van por cuenta propia, no por voluntad de Dios. De ellos dice Dios increpándoles: Yo no envié a los profetas, y ellos corrían. Por eso no pueden salvar ni su propia alma: ¡cuánto menos podrán ayudar a los demás!

Al contrario, los que son enviados por Dios, no se alejan voluntariamente del silencio. Saben que, en el silencio, han adquirido una virtud divina. Pero para no desobedecer al Creador, parten a trabajar entre los hombres, imitándole a él: como el Padre ha enviado desde el cielo a su verdadero Hijo a curar todas las dolencias y debilidades humanas. Está escrito en efecto: Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores. Todos los santos que van a los hombres para curarlos, imitan al Creador en todo, a fin de hacerse dignos de la adopción de hijos de Dios, llamados a participar eternamente en la relación filial que une al Hijo con el Padre.

Mirad, carísimos: os he demostrado la eficacia del silencio, lo saludable que es en todos los aspectos y cuánto agrada a Dios. Os he escrito precisamente para eso: para que os mostréis fuertes en la obra emprendida, y tengáis la certeza de que todos los santos han progresado en la gracia por haber practicado el silencio. Por eso habitó en ellos el poder de Dios, les fueron revelados los secretos celestiales, y en consecuencia han arrumbado la profana vetustez de este mundo. Quien esto escribe, fue el silencio el que le hizo capaz de ello.

Vosotros perseverad con fortaleza en vuestro propósito. Quien abandona el silencio no puede superar las propias pasiones ni combatir al enemigo, precisamente porque todavía se halla bajo el dominio de las pasiones. Vosotros, en cambio, las estáis superando y la fuerza divina está con vosotros.


Para un abad:

San Basilio Magno, Regla monástica mayor (43, 1.2: PG 31, 1027-1030)

Sé tú un modelo para los fieles

Es necesario que, acordándose de la admonición del Apóstol: Sé tú un modelo para los fieles, el superior haga de su vida un diáfano modelo de la observancia de la ley divina, de modo que sus discípulos no tengan ningún pretexto para afirmar que un determinado precepto del Señor es imposible de guardar o no deba ser tenido en cuenta.

Debe, en primer lugar, y con carácter prioritario, practicar la humildad en la caridad de Cristo, de suerte que, incluso cuando no hable, el ejemplo de su conducta sea una enseñanza más eficaz que cualquier discurso.

Pues si la regla fundamental del cristianismo es la imitación de Cristo dentro de los límites de la naturaleza humana que él asumió y según la vocación de cada cual, aquellos a quienes se les ha confiado la misión de dirigir a los otros deben hacer progresar a los débiles en la imitación de Cristo, como dice san Pablo: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

Habrán de ser, pues, los primeros en practicar la humildad como quiere nuestro Señor Jesucristo, convirtiéndose en acabados modelos de esta virtud, pues él dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Que la humildad y la mansedumbre sean, pues, las características del superior, ya que el Señor no desdeñó servir a sus inferiores y consintió en hacerse él mismo el servidor de esta tierra o arcilla que él mismo ha trabajado, revistiéndola de forma humana: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. ¿Qué no deberemos hacer nosotros por nuestros semejantes para creernos llegados a imitarle?

La humildad es, por tanto, la virtud que el superior debe poseer en grado superlativo. Debe saber, además, ser misericordioso y soportar con paciencia a los que faltan a sus obligaciones por ignorancia; no deberá pasar por alto las faltas cometidas, pero habrá de tratar a los culpables con mansedumbre, induciéndoles con toda bondad y discreción a una corrección saludable, pues debe ser capaz de hallar el tratamiento adecuado a cada estado de ánimo. No deberá corregir con aspereza, sino advertir y corregir con suavidad, como quiere la Escritura. Debe ser muy avisado en los negocios temporales, previsor del futuro, capaz de resistir a los fuertes, soportar la insuficiencia de los débiles, hacer y decir todo lo que es necesario para conducir a sus compañeros a una vida perfecta.

Que nadie se arrogue el gobierno de la Fraternidad. Es incumbencia de los superiores de otras comunidades elegir a un monje que en su vida anterior haya dado muestras suficientes de idoneidad para semejante cargo, pues está escrito: Sean probados primero, y, cuando se vea que son irreprensibles, que empiecen su servicio.

El que reúna tales requisitos, podrá asumir el gobierno de una comunidad, velará por la disciplina fraterna y distribuirá los trabajos según las aptitudes de cada hermano.


Para una monja:

San Agustín de Hipona, Sermón 191 (2.3.4: PL 38.1010-1011)

Lo que admiráis en María, hacedlo realidad en lo íntimo
de vuestra alma

La fidelidad brota de la tierra. María es virgen antes de concebir y virgen después de dar a luz. Es impensable que en aquella tierra, es decir, en aquella carne donde nació la verdad, pereciera la integridad. Por eso, después de su resurrección, al ser tenido por un fantasma: Palpadme —dijo— y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Y sin embargo, la solidez de aquel cuerpo juvenil penetró en el local donde estaban los discípulos con las puertas atrancadas. ¿Por qué, pues, el que, adulto, pudo entrar a través de las puertas cerradas, no podría salir de niño a través de unas entrañas invioladas? Y sin embargo, los incrédulos se niegan a aceptar una y otra realidad. La fe se reafirma en aceptar ambos extremos, precisamente porque la infidelidad se niega a creerlos. En esto consiste la infidelidad: en no ver en Cristo ninguna divinidad.

Ahora bien: si la fe cree que Dios ha nacido de la carne, no duda que a Dios le sea posible realizar ambas cosas: que un cuerpo adulto se presente a unas personas reunidas en casa sin que se le abrieran las puertas, y que un niño haya salido como el esposo del tálamo nupcial, es decir, de un seno virginal, conservando ilesa la virginidad maternal.

Allí, en efecto, el Hijo unigénito de Dios se dignó asumir la naturaleza humana, para asociarse a sí, Cabeza inmaculada, la inmaculada Iglesia. El apóstol Pablo llama virgen a la Iglesia, teniendo presentes no tan sólo a las que son también vírgenes corporalmente, sino deseando para todos una alma incorrupta. Quise desposaros —dice— con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen intacta. Así pues, imitando la Iglesia a la madre de su Señor, aun cuando no pudo serlo en el cuerpo, en el espíritu es madre y es virgen.

En modo alguno Cristo privó a su madre de la virginidad al nacer; él hizo virgen a su Iglesia redimiéndola de la fornicación de los demonios. Vosotras, vírgenes santas, procreadas de la incorrupta virginidad de la Iglesia, que, despreciando las nupcias terrenas, habéis elegido ser vírgenes también en la carne, celebrad alegres en este día la solemnidad del parto de la Virgen.

Haced lo que dice el Apóstol: al no preocuparos de los asuntos del mundo, buscando complacer al marido, preocupaos de los asuntos de Dios, buscando complacerle en todo. Quien por la fe del corazón llega a la justificación concibe a Cristo; el que por la profesión de los labios llega a la salvación, da a luz a Cristo. Que de modo semejante sobreabunde en vuestras almas la fecundidad y perdure la virginidad


EVANGELIO: Mt 19, 16-21

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón 86 (2.3.5: PL 38, 523-525)

Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes,
y vente conmigo

Hemos oído cómo un rico pedía consejo al Maestro bueno, preguntando qué debía hacer para obtener la vida eterna. Gran cosa era lo que amaba, y vil lo que a despreciar se negaba. Por eso, oyendo con corazón perverso a quien ya calificara de Maestro bueno, por amar más lo que es vil perdió la posesión de la caridad. Si no hubiera deseado obtener la vida eterna, no hubiese pedido consejo sobre el modo de conseguirla. ¿Por qué, hermanos, rechazó las palabras del que él calificara de Maestro bueno y que le enseñaba la verdad? ¿Es que este maestro es bueno antes de ensenar, y malo después de haber enseñado? Antes de enseñar es llamado bueno. No oyó lo que quería, pero oyó lo que debía; había venido deseoso, pero se fue perezoso. ¿Qué habría ocurrido de decirle: «Pierde lo que tienes», si se fue triste porque se le dijo: «Pon a buen recaudo lo que posees?» Vete —le dijo—, vende lo que tienes y da el dinero a los pobres. ¿Temes quizá perderlo? Atiende a lo que sigue: así tendrás un tesoro en el cielo. Tal vez hubieras confiado la custodia de tus tesoros a uno cualquiera de tus criados: el custodio de tu oro será tu Dios. El que te lo dio en la tierra, te lo guarda en el cielo. Es muy posible que no hubiera dudado en confiar a Cristo lo que tenía, y se fue triste precisamente porque se le dijo: dalo a los pobres. Es como si se dijera en su interior: Si me hubieras dicho: «Dámelo, yo te lo guardaré en el cielo» no hubiera dudado en dárselo a mi Señor, al Maestro. bueno: pero me ha dicho: dalo a los pobres.

Que nadie tema dar a los pobres; que nadie piense que lo recibe aquel cuya mano, ve. Lo recibe el que mandó dar. Y no lo digo por una corazonada mía y por simples conjeturas humanas: escucha al que te lo aconseja y al que te firma el recibo: Tuve hambre—dice—y me disteis de comer. Y cuando, después de enumerar sus obras de misericordia, le dicen los justos: ¿Cuándo te vimos con hambre?, él responde: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

¿Y qué es lo que he recibido?; ¿qué es lo que doy a cambio? Tuve hambre —dice— y me disteis de comer. Recibí tierra y otorgo cielo: recibí beneficios temporales y restituyo bienes eternos; recibí pan y os doy la vida. Me atrevo a decir aún más: recibí pan, pan daré; me disteis de beber, os daré de beber; me habéis hospedado, os daré una casa; me visitasteis cuando estaba enfermo, os daré la salud, fui visitado en la cárcel, os daré la libertad. El pan que disteis a mis pobres se acabó; el pan que yo os daré fortalece y permanece. Que el Señor nos dé el pan, aquel pan que ha bajado del cielo. Cuando nos dé el pan, él mismo se nos dará con el pan.