Ley
Natural
Distinta a la ley revelada, la ley
natural es lo que los seres humanos podemos conocer, por medio de la
razón, de la ley eterna de Dios. Es lo que está al alcance de la razón
sin recurso a la fe.
La ley natural es "La participación de la criatura racional en la ley
eterna" -Sto. Tomás de
Aquino; Summa Theologica, 1a, 2ae, quest. 91,
art.2
La ley moral
natural, según las palabras de santo Tomás de Aquino, "no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en
nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo
que se debe evitar. Dios ha donado esta luz y esta ley en la
creación" (Veritatis Splendor, n. 40; cf. también Catecismo
de la Iglesia católica, nn. 1954-1955).
Se le llama ley natural porque
todo ser humano está sujeto a ella ya que contiene sólo los deberes que
son derivados de la misma naturaleza humana y porque su esencia puede
ser captada por la luz de la razón sin ayuda sobrenatural.
Sabemos, por ejemplo, por la ley
natural, que el adulterio, el aborto y el robo son males porque podemos
razonar que violan derechos humanos fundamentales.
San Pablo reconoce la existencia
de la ley natural cuando describe las responsabilidades morales de
aquellos que no tenían el beneficio de conocer la ley mosáica (ley
revelada).
"En efecto, cuando los gentiles,
que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley,
sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la
realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su
conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza... "
Romanos 2,14
La ley civil del Occidente se ha
fundamentado en gran parte en el principio de la ley natural.
Lamentablemente, se ha ido apartando progresivamente en las últimas
décadas, como se hace evidente, por ejemplo, en la legislación favorable
al aborto.
Juan
Pablo II sobre la ley natural:
Del discurso a la asamblea general de la academia
pontificia para la vida, 27 de febrero de
2002.
4. Es importante ayudar a nuestros contemporáneos a comprender el
valor positivo y humanizador de la ley moral natural, aclarando una
serie de malentendidos e interpretaciones falaces.
El primer equívoco que conviene eliminar es "el presunto
conflicto entre libertad y naturaleza", que "repercute también sobre la
interpretación de algunos aspectos específicos de la ley natural,
principalmente sobre su universalidad e inmutabilidad" (Veritatis
splendor, 51). En efecto, también la libertad pertenece a la naturaleza
racional del hombre, y puede y debe ser guiada por la razón:
"Precisamente gracias a esta verdad, la ley natural implica la
universalidad. En cuanto inscrita en la naturaleza racional de la
persona, se impone a todo ser dotado de razón y que vive en la historia"
(ib.).
5. Otro punto que hace falta aclarar es el presunto carácter
estático y determinista atribuido a la noción de ley moral natural,
sugerido quizá por una analogía errónea con el concepto de naturaleza
propio de las realidades físicas. En verdad, el carácter de
universalidad y obligatoriedad moral estimula y urge el crecimiento de
la persona. "Para perfeccionarse en su orden específico, la persona debe
realizar el bien y evitar el mal, preservar la transmisión y la
conservación de la vida, mejorar y desarrollar las riquezas del mundo
sensible, cultivar la vida social, buscar la verdad, practicar el bien y
contemplar la belleza" (ib.; cf. santo Tomás, Suma teológica, I-II,
q.94, a.2).
De hecho, el magisterio de la Iglesia se refiere a la
universalidad y al carácter dinámico y perfectivo de la ley natural con
relación a la transmisión de la vida, tanto para mantener en el acto
procreador la plenitud de la unión esponsal como para conservar en el
amor conyugal la apertura a la vida (cf. Humanae vitae, 10; Donum vitae,
II, 1-8). Análoga referencia hace el Magisterio cuando se trata del
respeto a la vida humana inocente: aquí el pensamiento va al aborto, a
la eutanasia y a la supresión y experimentación que destruye los
embriones y los fetos humanos (cf. Evangelium vitae, 52-67).
6. La ley natural, en cuanto regula las relaciones interhumanas,
se califica como "derecho natural" y, como tal, exige el respeto
integral de la dignidad de cada persona en la búsqueda del bien común.
Una concepción auténtica del derecho natural, entendido como tutela de
la eminente e inalienable dignidad de todo ser humano, es garantía de
igualdad y da contenido verdadero a los "derechos del hombre", que
constituyen el fundamento de las Declaraciones internacionales.
En efecto, los derechos del hombre deben referirse a lo que el
hombre es por naturaleza y en virtud de su dignidad, y no a las
expresiones de opciones subjetivas propias de los que gozan del poder de
participar en la vida social o de los que obtienen el consenso de la
mayoría. En la encíclica Evangelium vitae denuncié el grave peligro de
que esta falsa interpretación de los derechos del hombre, como derechos
de la subjetividad individual o colectiva, separada de la referencia a
la verdad de la naturaleza humana, puede llevar también a los regímenes
democráticos a transformarse en un totalitarismo sustancial (cf. nn.
19-20).
En particular, entre los derechos fundamentales del hombre, la
Iglesia católica reivindica para todo ser humano el derecho a la vida
como derecho primario. Lo hace en nombre de la verdad del hombre y en
defensa de su libertad, que no puede subsistir sin el respeto a la vida.
La Iglesia afirma el derecho a la vida de todo ser humano inocente y en
todo momento de su existencia. La distinción que se sugiere a veces en
algunos documentos internacionales entre "ser humano" y "persona
humana", para reconocer luego el derecho a la vida y a la integridad
física sólo a la persona ya nacida, es una distinción artificial sin
fundamento científico ni filosófico: todo ser humano, desde su
concepción y hasta su muerte natural, posee el derecho inviolable a la
vida y merece todo el respeto debido a la persona humana (cf. Donum
vitae, 1).
7. Queridos hermanos, como conclusión, deseo estimular vuestra
reflexión sobre la ley moral natural y sobre el derecho natural, con el
deseo de que brote de ella un nuevo y fuerte impulso de instauración del
verdadero bien del hombre y de un orden social justo y pacífico.
Volviendo siempre a las raíces profundas de la dignidad humana y de su
verdadero bien, y basándose en lo que existe de imperecedero y esencial
en el hombre, se puede entablar un diálogo fecundo con los hombres de
cada cultura, con vistas a una sociedad inspirada en los valores de la
justicia y la fraternidad.