EL
AMOR EN FAMILIA:
CONOCER, CONFIAR Y EXIGIR
Tomado
de catholic.net
Autor: Francisco Castañera
Formar
a nuestros hijos en la afectividad es ayudarlos a desarrollar su capacidad de
amar. El amor se transmite principalmente en la familia.
LA FAMILIA
“La familia es una íntima
comunidad de vida y amor” cuya misión es “custodiar,
revelar y comunicar el amor” con cuatro cometidos generales (Familiaris
Consortio)
*Formación de una
comunidad de personas
*Servicio a la vida
*Participación en
el desarrollo de la sociedad
*Participación en
la vida y misión de la iglesia
Aprender a Amar
La capacidad de amar es resultado del desarrollo afectivo del ser humano durante
los primeros años de su vida. El desarrollo afectivo es un proceso continuo y
secuencial, desde la infancia hasta la edad adulta.
La madurez afectiva es un largo proceso por el que el ser humano se prepara para
la comunicación íntima y personal con sus semejantes como un Yo único e
irrepetible; y que debe desencadenarse al primer contacto del niño con el
adulto perpetuándose a lo largo de su existencia.
A pesar de que el hombre fue creado por Dios con una capacidad innata para amar,
el crecimiento y la vivencia del amor se realiza a través de la experiencia que
el hombre va adquiriendo a lo largo de toda su vida. En el contexto individual
de cada persona, esta experiencia se ubica en su familia.
En la familia es donde se hace posible el amor, el amor sin condiciones; los
padres que inician la familia con una promesa de amor quieren a sus hijos porque
son sus hijos, no en razón de sus cualidades.
“La familia es un centro de intimidad y apertura”. Es en el seno
familiar donde cultivamos lo humano del hombre, que es el enseñarlo a pensar, a
profundizar, a reflexionar. Es en el ámbito de la familia donde el hombre
aprende el cultivo de las virtudes, el respeto que es el guardián del amor, la
honradez, la generosidad, la responsabilidad, el amor al trabajo, la gratitud,
etc. La familia nos invita a ser creativos en el cultivo de la inteligencia, la
voluntad y el corazón, para poder contribuir y abrirnos a la sociedad
preparados e íntegros. El amor de la familia debe trasmitirse a la sociedad.
La familia es el primer ambiente vital que encuentra el hombre al venir a este
mundo y su experiencia es decisiva para siempre.
La familia, dice Juan Pablo II, es la primera y más importante escuela de amor.
“La grandeza y la
responsabilidad de la familia están en ser la primera comunidad de vida y amor,
el primer ambiente en donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado,
no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios”.
Todo se relaciona con el misterio del Padre que nos ha creado por amor y para
que amemos. Nos ha hecho a su imagen y semejanza, todos somos hijos suyos
iguales en dignidad. Para revelarnos su paternidad de amor “nos
hace nacer del amor” de un hombre y de una mujer e instituye la
familia; ella es el lugar del amor y de la vida, o dicho de una mejor manera: “el
lugar donde el amor engendra la vida”.
Amor conyugal, modelo de amor
para los hijos.
“La familia es la primera y
fundamental escuela de sociabilidad, como comunidad de amor encuentra en el don
de sí misma la ley que le rige y le hace crecer. El don de sí que inspira el
amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe
haber en las relaciones entre hermanos y hermanas y entre las diversas
generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida
cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad
representan la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa,
responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad”(Familiaris
Consortio)
Alguien dijo que “se puede procrear fuera de la familia, pero sólo en familia
se puede educar”, y educar para amar sólo se puede en el ámbito de la
familia: amando. El ejemplo es el mejor método para educar; hay una frase que
dice “Lo que eres habla tan fuerte, que no oigo lo que me dices”. Qué nos
ganamos con decir, o pretender demostrar, amor a nuestros hijos, lo que importa
es lo que ellos ven en la forma como tratamos a nuestro cónyuge.
Tenemos que entender claramente que no hay nada que eduque más y mejor a los
hijos que el ejemplo de amor que ven en sus padres como pareja. Para realmente
poder amar a nuestros hijos tenemos primero que amar a nuestro cónyuge.
El amor, factor de desarrollo
de los hijos
El otro aspecto fundamental de la influencia del amor, dentro de la familia lo
encontramos en el desarrollo de la persona, más particularmente, de los hijos.
Cada familia, aun sin pretenderlo crea un ambiente (de amor o de despego y egoísmo,
de rigidez o de ternura, de orden o de anarquía, de trabajo o de pereza, de
ostentación o de sencillez, etc.) que influye en todos sus miembros, pero
especialmente en los niños y en los más jóvenes.
CONOCER.
Amar es buscar el bien integral del otro. El que ama y sólo el que ama, conoce
bien a la persona amada, porque la conoce no sólo como aparece sino como es por
dentro, y más aún conoce “su posible”, aquello que puede y “debe”
llegar a ser. Como dice Paul Valéry “lo que es más verdadero de un
individuo, lo más de él mismo, es su posible, lo que puede llegar a ser”.
Partiendo del hecho de que el hombre “es un ser en proceso” pensemos que es
en la familia donde más va a avanzar dentro de este proceso. Así podremos
valorar la trascendencia de nuestro amor a los hijos. Nuestro amor será
responsable de que ellos alcancen la estatura que deben llegar a tener, en todos
los aspectos de su persona.
El que ama no sólo conoce lo que la persona amada puede llegar a ser, sino que
“le ayuda a ello”, le ayuda a que desarrolle todas las potencialidades que
tiene y que muchas veces ignora, le ayuda a que sea lo que puede llegar a ser.
CONFIAR
La psicología afirma que el afecto estimula el aprendizaje y desarrolla la
inteligencia gracias a la sensación de seguridad y confianza que otorga y que
se desarrolla lentamente a través de la infancia, la niñez y la adolescencia.
La persona humana que está siempre en proceso de irse haciendo, es un ser con
cierta dosis de inseguridad. El que se siente amado experimenta dentro de sí
una fuerza que incrementa su seguridad.
Sentir la confianza de las personas queridas es, no sólo de gran ayuda, sino en
muchas ocasiones “vital”.
Confiar no significa hacerse de la vista gorda, consentir, ceder. Confiar
significa creer en la persona a pesar de que los hechos estén en su contra.
Confiar en alguien implica ser paciente, saber esperar.
¿Cómo podemos infundir confianza en nuestros hijos?. Ayudándoles a que
descubran sus cualidades, limitaciones y defectos. Ayudándoles a que
desarrollen cualidades, animándoles y aplaudiendo sus logros por pequeños que
sean, ayudándoles a que descubran a dónde pueden llevarles sus inclinaciones
si no las dominan y sobre todo, haciéndoles sentir nuestro cariño. Para esto
necesitamos no sólo paciencia, sino también tiempo.
Lo contrario de la confianza es descargar sobre nuestros hijos nuestro coraje e
impaciencia, echar en cara sus torpezas, fallas y malas acciones, sin
transmitirles la seguridad que tenemos de que pueden cambiar. El decirles
“eres malo” en lugar de “lo que hiciste” es una acción mala.
EXIGIR.
Exigir es un ingrediente esencial del amor.
Sólo quién en nombre del amor sabe ser exigente consigo mismo puede exigir por
amor a los demás; porque el amor es exigente. Lo es en cada situación humana.
El amor, al que San Pablo dedicó un himno en la Carta a los Corintios, es
ciertamente exigente “amor paciente, servicial, comprensivo...”.
Amar a los hijos no significa evitarles todo sufrimiento. Amar es buscar el bien
para el ser amado en última instancia y no la complacencia momentánea. Es
posible que algunas veces por amor a un hijo le generemos una frustración
momentánea que en realidad lo prepara para un bien más grande.
El amor necesita disciplina.
Citamos a Ignace Lepp, en su libro Psicoanálisis del amor nos dice
“El amor auténtico es el más
eficaz creador y promotor de la existencia. Si tantas personas - bien o mejor
dotadas - siguen siendo tan mediocres, se debe a menudo, a que nunca han sido
amadas con un amor tierno y exigente”
Trascendencia del amor
El amor auténtico vivido en la familia debe alcanzar a la sociedad, la familia
debe salir de sí misma y compartir esta vivencia profunda del amor entre ellos
que es un reflejo del amor de Dios Padre.
Los Apóstoles comprendieron que el matrimonio y la familia es una verdadera
vocación que proviene de Dios, un apostolado, el apostolado de los laicos.
Estos ayudan a la transformación de la tierra y a la renovación del mundo, de
la creación y de toda la humanidad.
A este respecto el Papa Juan Pablo II en la Carta a las Familias nos dice:
“Queridas Familias: vosotras debéis ser también valientes, dispuestas
siempre a ser testimonio de la esperanza que tenéis por que ha sido depositada
en vuestro corazón por el Buen Pastor mediante el Evangelio. Debéis estar
dispuestas a seguir a Cristo hacia aquellos pastos que dan la vida y que Él
mismo ha preparado con el misterio pascual de su muerte y resurrección.”
El amor en la familia tiene dos
cometidos fundamentales:
1. Enseñar el amor,
aprender a amar. Revelar, custodiar y comunicar el amor, y proyectarlo a la
sociedad.
2. Ayudar a cada uno
de sus miembros, especialmente a los hijos, a que desarrollen todas sus
potencialidades, que lleguen lo más cerca posible, a lo que deben llegar a ser,
que alcancen la vocación a la que han sido llamados por su Creador.
LECTURAS RECOMENDADAS.
“Carta a las Familias” S.S. JUAN PABLO II, 1994.