El celibato sacerdotal no es una imposición, sino un
don
Entrevista a Amedeo Cencini, sacerdote y
consultor de la Santa Sede
SANTIAGO DE COMPOSTELA, sábado, 18 septiembre 2004 (ZENIT.org-Veritas).-
Un sacerdote con su celibato debe dar testimonio de la nostalgia de Dios,
considera uno de los teólogos que asesoran a la Santa Sede en la formación de
futuros presbíteros.
El padre Amedeo Cencini, religioso de los Hijos de la Caridad (canosiano), es
profesor en la Universidad Salesiana y en el Instituto de Psicología de la
Universidad Gregoriana de Roma. Desde 1995 es consultor de la Congregación para
la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
Esta entrevista la concedió a la agencia
Veritas en el marco del XXXIII Encuentro celebrado en Santiago de Compostela
de rectores y formadores de seminarios organizado por la Comisión Episcopal de
Seminarios y Universidades de la Conferencia Episcopal Española, con el tema
«Educación en la afectividad para el celibato ministerial».
--Usted habló en el Encuentro de una nueva perspectiva en la formación
afectiva de los candidatos al sacerdocio. ¿A qué se refiere?
--Amedeo Cencini: No hay ninguna pretensión de proponer quien sabe qué
extravagante novedad, simplemente se quiere poner el acento en la dimensión
antropológica dentro de un contexto eclesial en el que se comparten los
carismas.
Al hablar de «nueva perspectiva» en la formación para el celibato, pretendo
referirme a una concepción del celibato sacerdotal, no solamente como una
característica exclusiva del sacerdote de rito católico, y mucho menos de una
imposición de la Iglesia, sino como un don recibido «para edificación de la
comunidad», para recordar a todos que en «el corazón de cada hombre y cada mujer
hay un espacio reservado para Dios y que sólo el Eterno puede habitarlo». Se
trata de una exigencia de amor en la criatura que sólo el Creador puede
plenamente realizar.
Puede parecer singular, pero el sacerdote célibe recuerda con su elección que se
trata de un tipo de «virginidad universal» que todos pueden y deben vivir,
dentro de la vocación en la que se encuentran. Sé que no es una verdad evidente,
pero precisamente por esto es necesario el testimonio radical de personas que
llevan hasta extremas consecuencias esta verdad y que dan testimonio fuerte y
coherente de ella.
--¿Por qué debe ser célibe el sacerdote?
--Amedeo Cencini: Se sabe que no existe un nexo esencial entre el sacerdocio y
el celibato, pero por motivos de congruencia, nuestra Iglesia católica, después
de un discernimiento histórico nada simple y muy contrastado, ha establecido
como decisiva la elección del celibato sacerdotal.
A esto diré que la Iglesia no impone a nadie el celibato, simplemente que elige
a los sacerdotes entre aquellos que han recibido este carisma. La motivación
«clásica» del celibato sacerdotal es de naturaleza escatológica (como signo de
un estado futuro), cristológica (porque Cristo eligió ser célibe) y
eclesiológica (como signo de la iglesia esposa de Cristo o como gesto que exige
la dedicación total o esponsal a la Iglesia).
Es obvio que lo más importante es que el célibe haga suyas estas motivaciones y
viva su celibato como una elección de amor, con corazón agradecido y sin
egoísmos y con una actitud profundamente espiritual. Si el sacerdote no es
profundamente espiritual, es un célibe pobre.
--¿Qué aporta a la comunidad de fieles esta condición?
--Amedeo Cencini: Para la comunidad de los fieles, un sacerdote célibe,
convencido y contento de serlo es el testimonio de la primacía del amor de Dios,
y recuerda que cada afecto humano nace del amor divino y que si quiere
permanecer fiel y profundo, debe reconocer y respetar ese espacio del que
hablábamos antes. El amor humano y el amor divino no compiten entre sí. En
resumen, los carismas se encuentran entre ellos para que se reconozcan en aquel
más grande, el carisma del amor.
--En alguna ocasión se ha escuchado decir que el celibato, como la vida de
virginidad, no es bueno para un desarrollo de la persona, que supone la causa de
problemas relacionados con la homosexualidad y la práctica pederasta. ¿Qué
opina?
--Amedeo Cencini: Esta es una de las cosas más estúpidas y tendenciosas que se
pueden decir. Los escándalos recientes de ciertas iglesias no deben llevar al
engaño, porque no existe ninguna prueba científica que demuestre que en el
ámbito del celibato eclesiástico este tipo de problemas (homosexualidad y, mucho
menos, pedofilia) sea más frecuente que en otros ámbitos. No quiere decir que
estos episodios no traten de temas graves y que necesitan una máxima atención de
nuestra parte.
El problema fundamental es el de la formación. En la formación inicial, en la
que es necesario un cuidadoso discernimiento, hay una atención específica al
área de la afectividad y sexualidad, y la atención en la formación permanente no
se debe poner sólo en una vigilancia constante, sino en un crecer positivamente
en un amor maduro, en la experiencia progresiva de una relación con Dios, que de
verdad puede llenar el corazón y hacerlo siempre más capaz de amar, y amar de
una manera divina. Porque no se debe olvidar que el célibe ama a Dios por encima
de cualquier otra criatura «para amar a cada criatura con el corazón y la
libertad de Dios», el sumo amante.
--¿Se da hoy más que en otras épocas de la historia una sexualidad inmadura?
--Amedeo Cencini: La problemática sexual con todas sus consecuencias, graves e
inquietantes, es un problema general que embiste a la sociedad actual. Existe un
«desorden amoroso» dificilísimo de digerir. Pero no creo que exista una
sustancial y real diferencia respecto al pasado. Probablemente es que hoy todo
es más visible y exhibido, y se ofrece un, cada vez más complicado, clima de
anomalía y pasotismo ético. Por eso el testimonio de un sacerdote célibe,
convencido y contento de su celibato, es hoy particularmente necesario.
Es más, hoy es todavía más evidente que un sacerdote no se puede considerar
satisfecho y con la conciencia recta, simplemente porque «no conoce mujer», sino
que debe interrogarse continuamente si su celibato consigue dar testimonio de la
nostalgia de Dios, si es capaz de dar a entender que amar a Dios no es una ley,
ni fatiga, o renuncia, o violencia a la naturaleza, que es bueno porque te abre
el corazón y te abre de par en par hacia los otros.
-¿En qué medida responde la vida consagrada y célibe a esta carencia social?
Amedeo Cencini: El modelo de sacerdote célibe no es ni puede ser hoy un
sacerdote con una ascesis que haga verle triste, serio, casi asocial, sino una
ascesis, por poner un ejemplo concreto, como la de un San Francisco que llega
hasta en un punto de su vida a abrazar a un leproso. Eso es lo que hace el
celibato: transforma el corazón, lo hace capaz de sentir una atracción que no es
simplemente humana, un celibato así tiene mucho que decir a esta sociedad y a su
«desorden amoroso».
--Usted utiliza el término «célibe por amor» ¿Qué significa integrar la
sexualidad en la vida del sacerdote (o vida consagrada)?
--Amedeo Cencini: No renunciar de ninguna manera al mandamiento más importante
para el cristiano, el mandamiento del amor. A veces ocurre, y quizá ha sucedido
más en el pasado que en el presente, que la preocupación por la custodia de la
castidad, implica unas medidas en el estilo de vida del sacerdote, en su forma
de relacionarse que pueden hacer que la persona sea casta, pero no
necesariamente virgen o célibe por el Reino.
Integrar la sexualidad en un proyecto de vida célibe significa, sobre todo, ver
la concepción positiva de la sexualidad como energía preciosísima creada por
Dios y donde habita el Espíritu Santo. Una energía que sale de nosotros mismos y
que se vive en relación al otro dando fecundidad a la vida y a cada relación
interpersonal. Integrar esta energía en el propio celibato quiere decir aprender
a vivir el instinto o impulso sexual según su naturaleza y su finalidad, en este
caso, llegar a liberar la presencia del Espíritu que habita en nuestra carne.
Hay que recordar que la sexualidad pasa a través del misterio de la muerte y la
resurrección.
--En cuanto al tema de la homosexualidad, y a raíz de algunos escándalos en
seminarios que se han hecho públicos recientemente, ¿qué papel debe jugar la
dirección espiritual o el formador si percibe en un seminarista este tipo de
problema?
--Amedeo Cencini: La cuestión es muy delicada y se trata con extrema atención,
también porque en torno a la homosexualidad, en cuanto a su naturaleza y
génesis, en las perspectivas de soluciones y en sus límites, no existe todavía
un consenso por parte de los estudiosos.
Lo primero que hay que hacer normalmente es aclarar de qué tipo de
homosexualidad se trata. No siempre el hecho de advertir una cierta atracción es
signo de verdadera homosexualidad. Existe una homosexualidad estructural, ligada
a la falta de identificación con el progenitor del mismo sexo en los primeros
años de vida, con una tendencia fortísima y que normalmente persiste a lo largo
de toda su vida porque tiende a extenderse a toda la personalidad.
Puede darse una homosexualidad no estructural, con raíces más recientes, suele
ser en la preadolescencia. Parece mucho más fácil de tratar en el ámbito
educativo; en el fondo no es verdadera homosexualidad ni se extiende a toda la
personalidad. Evidentemente a cada uno de estos dos tipos le sigue un proceso de
discernimiento diferente. Es indispensable por tanto hacer un buen diagnóstico
antes de tomar cualquier decisión.
Es muy diferente el caso de quien presentase tendencias pedófilas; la pedofília,
como es sabido, es reincidente, y por esto, nadie con estas tendencias puede ser
admitido en un camino de formación del que estamos hablando.
--En algún caso se ha dicho que el joven o la joven pueden optar por una vida
de consagración o de sacerdocio siendo conscientes de su inclinación homosexual
ya que, al fin y al cabo, deberán luchar contra sus instintos y es lo mismo
hacerlo hacia un lado que hacia otro. ¿qué responde ante esto?
--Amedeo Cencini: Se hace bien a una persona sólo cuando se la ayuda a vivir la
verdad dentro de sí y a tomar decisiones en línea con esta verdad. Por tanto
sería, no sólo banal, sino peligroso, tener por principio que será suficiente la
autoconciencia (de la tendencia homosexual) para ser admitido en un camino de
formación. Es necesario ver, no sólo que la persona es consciente de su
homosexualidad y de qué tipo de trata, sino la relación que establece con estas
tendencias (si se identifica con el riesgo de no considerar la vertiente moral,
o si los siente como una cosa que no responde a su ideal y debe combatir
continuamente), también cómo es de viva la conciencia de esta tendencia de cara
a Dios (con conciencia penitente o no).
Es indispensable conocer la experiencia pasada de esta persona si ha tenido
precedentes en un sentido o en otro y de si será capaz de tener bajo control
estas inclinaciones hasta el punto de ser progresivamente libre y menos
dependiente, pero –atención- no sólo en los comportamientos, también en los
pensamientos y deseos. Como se ve el discernimiento es muy complejo.
--¿Podría explicar esta frase suya: «Si creemos en serio en nuestros ideales, no
tiene sentido tener miedo de nuestros instintos; al contrario, debemos servirnos
de ellos para amar y vivir aún mejor los mismos ideales. Con más coraje y
fantasía»?
Amedeo Cencini: Tiene que ver con lo que dije antes de integrar la sexualidad en
un proyecto de vida célibe por el Reino. La sexualidad constituye siempre la
materia prima para vivir bien la propia la virginidad. Si se muestra el celibato
como un significado sólo de renuncia a cualquier cosa buena y nos mostramos como
los seres más miserables del mundo, privamos a la comunidad creyente de un
testimonio indispensable.
--¿Qué significa «ser virgen o célibe por el Reino de Dios»?
--Amedeo Cencini: Amar a Dios por encima de cualquier otra criatura (que es lo
mismo que decir con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas),
para amar con el corazón y la libertad de Dios a cada criatura, sin ligarse a
ninguna y sin excluir a ninguna (que es lo mismo que decir sin proceder con
criterios selectivos- electivos en el amor humano), es más, amando en particular
a quien es tentado de no sentirse amable o de hecho no ser amado.