SOBRE LA VOCACIÓN SACERDOTAL
La identidad sacerdotal y los peligros de democratización
Las vocaciones sacerdotales y el realismo antropológico
cristiano
Importancia de los seminarios mayores para las vocaciones
sacerdotales
La acción de Juan Pablo II por las vocaciones al sacerdocio
La responsabilidad del obispo en las vocaciones sacerdotales
El ejemplo personal del párroco que atrae vocaciones
sacerdotales
La identidad sacerdotal y los peligros
de democratización
Por el profesor de teología en Nueva York Michael Hull
NUEVA YORK, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Michael Hull, profesor de teología en varios
institutos universitarios de Nueva York, pronunciada en la videoconferencia
mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28
de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.
* * *
A finales del siglo XIX y a principios del XX, el
fenómeno de la reducción filosófica y, como consecuencia, reducción del discurso
teológico a discurso político, una reducción expuesta sumariamente y refutada
hace mucho tiempo, sigue amenazando el pensamiento correcto incluso en el siglo
XXI.
Una consecuencia de esa convicción errónea es la tendencia contemporánea al
igualitarismo radical, que sostiene que los principios de la teoría política, en
este caso democrática, se aplican, no solo en el ámbito político, sino en todos
los ámbitos, incluida la Iglesia. Esto es por supuesto, un pensamiento extraño
para la eclesiología católica, que pone de manifiesto una diferencia esencial
entre los sacerdotes y los laicos.
En ningún momento es esta diferencia esencial más evidente que en el Santo
Sacrificio de la Misa, donde, como dice «Lumen gentium», \"El sacerdocio
ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al
pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en
nombre de todo el pueblo\" Intentar inyectar los principios de la filosofía
política moderna, incluidos los democráticos, en la sociedad perfecta de la
Iglesia, inaugurada por Cristo Rey y guiada por el Espíritu Santo, es contrario
a la voluntad de Dios. Especialmente problemáticas son, en primer lugar, las
inclinaciones a confundir las identidades del sacerdote y del laico, y en
segundo lugar, ignorar los peligros de democratización en la relación adecuada
entre los sacerdotes y los laicos.
La identidad sacerdotal
La identidad sacerdotal está fundada en la configuración de Cristo Señor, que es
a la vez sacerdote, profeta y rey del universo. El sacerdote está íntima y
únicamente configurado con Cristo por su ordenación. La ordenación confiere \"un
vínculo ontológico específico que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sacerdote y
Buen Pastor.\" De hecho, por su ordenación al sacerdocio, el hombre se convierte
en «alter Christus». Como \"otro Cristo,\" es deber y derecho del sacerdote
santificar («munus sanctificandi»), enseñar («munus docendi»), y gobernar («munus
regendi») «in persona Christi capitis», porque por la ordenación un sacerdote
está configurado con Cristo de modo de \"actuar en la persona de Cristo, la
cabeza.\" La identidad sacerdotal se forja en la triple «munera», que son
inseparables en el sacerdote y en ejercicio del sacerdocio. El sacerdote es
quien, al compartir el sacerdocio de Cristo, ofrece la Misa, extiende el perdón
y la paz a los pecadores en la penitencia y unge el óleo de la Extrema Unción;
es el sacerdote quien, al compartir la misión profética de Cristo, habla en
nombre de Cristo y la Iglesia en la predicación; y es el sacerdote quien, al
compartir la realeza de Cristo, ejerce el gobierno de la Iglesia, de modo que
sólo un sacerdote pueda guiar las almas como párroco u obispo.
La crisis de la identidad sacerdotal en los últimos tiempo fue ya propuesta por
el Sínodo de los Obispos de 1990, y de ella habló Juan Pablo II en la
Exhortación Apostólica Post Sinodal de 1992 «Pastores dabo vobis» (Sobre la
formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales), que seguía muy de
cerca la Exhortación Apostólica del Sínodo de los Obispos de 1987 y la
Exhortación Apostólica de Juan Pablo II de 1988 «Christifideles laici» (Sobre la
Vocación y la Misión de los Fieles Laicos en la iglesia y en el Mundo Moderno).
La pérdida de la identidad sacerdotal ha mezclado la diferencia entre el
sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles a tal punto que
muchos ya no ven la diferencia esencial entre ambos, o en caso de ver la
diferencia, creen erróneamente que la diferencia es solamente de grados. «Lumen
gentium» indica claramente la antigua relación entre sacerdotes y laicos:
\"Aunque difieren, y no solamente en cuanto al grado, el sacerdocio común de los
fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, están sin embargo ordenados uno
al otro; cada uno de forma individual, comparte el sacerdocio de Cristo.\"
Cuando se abandona o se malinterpreta esta distinción se produce desorientación:
el clero se laiciza y los laicos se clericalizan. Debemos seguir los pasos del
Sínodo de 1990 y de «Pastores dabo vobis» para entender mejor la diferencia
esencial entre las vocaciones sacerdotales y laicales.
Esa diferencia, como hemos indicado, está fundada en el cambio ontológico propio
del sacerdocio (ministerial), que es una gracias añadida al bautismo. San Pedro
(1 Pe 2:5, 9) y San Juan de Patmos (Ap 1:6; 5:10; 20:6) nos aseguran que la
promesa de Dios a Israel—\"Seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación
santa\"— se cumple en Cristo mediante el sacramento del bautismo. Del mismo
modo, la Epístola a los Hebreos nos asegura que la diferenciación que hace Dios
entre sacerdotes y pueblo en Israel—\"Luego trae contigo a tu hermano Aarón, y a
sus hijos de entre el pueblo de Israek, para que me sirvan como sacerdotes\"—se
cumple en Cristo mediante el sacramento de la ordenación, Los Evangelios, los
Hechos y las Epístolas están repletos de a elección de Pedro y de los Doce,
sobre su función exclusiva e irremplazable en la Iglesia y sobre su misión de
hacer discípulos de todas las naciones. El propio San Pedro ilustra esto
hermosamente: \"A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano
como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo, y partícipe de la gloria que
está para manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada,
vigilando, no forzados, sino voluntariamente según Dios, no por mezquino afán de
ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino
siendo modelos de la grey.\"
La pérdida de la distinción entre el pastor y las ovejas lleva a una falacia
teórica. O todos son los pastores o todos las ovejas. Pero desde el punto de
vista práctico, dicha «reductio ad absurdum» a la equivalencia radical, conduce
solamente a una falacia: nadie conoce su lugar. Si los hombres perdiesen la fe
en la autoridad y estructura propia de la sociedad perfecta que es la Iglesia,
intentarán reemplazar esa autoridad y estructura con otra cosa. Por desgracia,
hay en nuestros días personas que se han equivocado sobre la naturaleza de la
Iglesia, en particular la naturaleza del sacerdocio y del estado laical. A
menudo ven a la sociedad secular, en concreto a las filosofías políticas en
busca de métodos para encontrar su lugar. No como las de la caverna de Platón,
quién mezcló las sombras con la realidad, intentan reemplazar la ciudad de Dios
con una ciudad del hombre. Es de lamentar que cuando los hombres son así de
ignorantes intentan aprehender lo que está de moda o es expedito. En nuestros
días, dominados por el igualitarismo radical y la noción de que todo poder
reside en el electorado, no es de sorprender que la \"democratización,\" que
definimos aquí como \"la teoría, sistema o principios de la democracia,\" surge
de las cenizas. Todo intento de modernidad o convencionalismo que intente
reemplazar la religión con el racionalismo, toda pretensión en nombre de la
democratización ha de levantar inmediatamente dos banderas rojas a los fieles.
En primer lugar, la democracia en si es una teoría de la filosofía política que
no es buena «per se». La Iglesia reconoce los beneficios de la democracia por
encima de cualquier otra forma de gobierno secular pero no aprueba ninguna
teoría política. Cuando se trata de presiones, los católicos tienen la libertad
de estar o no de acuerdo con Winston Churchill que ha dicho, \"La democracia es
la peor forma de gobierno a excepción de todas aquellas formas de gobierno que
han sido probadas de vez en cuando.\" La adopción generalizada de las formas de
gobierno democráticas de los últimos doscientos años han producido muchos bienes
sociales, como la protección de los derechos humanos fundamentales, pero también
han provocado males sociales, como la negación del más fundamental de los
derechos humanos --el derecho a la vida-- en el aborto y la eutanasia. En
segundo lugar, la Iglesia es una sociedad perfecta, y no una sociedad política.
Los estados seculares necesitan por naturaleza un sistema de gobierno cada vez
más refinado, que siga la ley natural y proteja el bien común. Por el contrario,
el gobierno de la Iglesia, la jerarquía, es querido por Dios, instituido por
Cristo Rey, y guiado por el Espíritu Santo. La Iglesia no necesita mirar más
allá de si misma, de su Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, para obtener
un sistema de organización sin igual que le es propio. La democracia y sus
aspectos derivados y correlativos no tienen mayor cabida en la Iglesia que
cualquier otro sistema político secular.
El peligro de la democratización
Como hemos mencionado anteriormente, la democracia es una forma de gobierno
secular viable, aunque de ninguna manera es la única. En boga en la actualidad,
con el apoyo de muchos movimientos modernos y posmodernos, la democracia es
alabada como el gran sistema de liberación de una presunto pasado de opresión.
En esta forma general de pensamiento, la democratización se tiene que poner en
marcha en cualquier forma de asociación humana porque toda potestad y autoridad
reside en los hombres. El pluralismo, también muy mentado como otra posibilidad
de libertad y por tanto de moda, parece la otra cara de la moneda democrática en
nuestros días, por la que la reflexión política parece concentrarse cada vez más
en opinión, en lugar de hacerlo en la razón, en estadísticas más que en la ley
natural, y en las personas más que en las comunidades. Este desarrollo en el
orden mundial de las naciones es bastante turbador en sí mismo considerado, pero
es mas peligros aún si se adentra en la Iglesia. Porque la creencia de la
Iglesia, explicada en las palabras de Poncio Pilatos (Juan 19:11) y de San Pablo
a los romanos, dice que ninguna autoridad emana de los hombres; por lo tanto,
toda filosofía—política, religiosa, o de otro estilo—que tenga autoridad que
provenga de la comunidad en vez de Dios es falaz.
En la Iglesia en si, el mayor peligro de la democratización es ignorar o anular
la diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles.
Como afirma claramente la Congregación para el Clero en el «Directorio para la
vida y el ministerios de los sacerdotes»: \"la mentalidad que confunde los
deberes del sacerdotes con los de los laicos no se puede permitir en la Iglesia.
En algunas organizaciones eclesiales de manifestación se manifiesta claramente.
De esta manera, no se distingue la autoridad propia de los obispos de la de los
sacerdotes como colaboradores de los obispos, o incluso niega la primacía de
Pedro en el colegio de obispos.\"
\"Una forma de evitar caer en la mentalidad de la ‘democratización’ es evitar
también el llamado ‘clericalismo’ de los laicos que tiende a disminuir el
sacerdocio ministerial de los sacerdotes.\" Otro punto es evitar la laicización
del clero. Tanto sacerdotes como laicos tienen una vocación clara en la Iglesia
y el mundo, pero estas vocaciones no se incluyen mutuamente. En relación con las
unidades más básicas de la Iglesia (además del núcleo familiar), el párroco
(pastor) es responsable de la santificación, enseñanza y gobierno de su
parroquia, de la parte del «mystici corporis Christi» que le ha sido confiada.
Sin embargo, el peligro de democratización puede surgir a nivel parroquial
cuando los consejos parroquiales, u otras organizaciones parroquiales, exceden
su papel propio.
Con «Gaudium et spes» (números 73–76) del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha
enfatizado mucho el papel de los laicos en el mundo como bautizados de Cristo.
El Concilio también enfatiza la importancia de los laicos como ayuda a los
sacerdotes en el ministerio sagrado, como se ve en «Christus Dominus» (número
27). El resultado ha sido un poco desilusionador en relación con la distinción
entre sacerdote y laicos y sus propios roles en la Iglesia y en el mundo. No
solo Juan Pablo II en «Christifideles laici» y «Pastores dabo vobis», sino
también en la «Instrucción sobre ciertas cuestiones relacionadas con la
colaboración de los fieles no ordenados en los sagrados ministerios de los
sacerdotes« de 1997, y en la nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina
de la Fe de 2003 sobre «La participación de los católicos en la vida política»,
ha establecido como objetivo no solo aclararnos las diferencias y distinciones
entre sacerdotes y laicos. La lectura de estos documentos demuestra que la
democratización desempeña un papel nada despreciable en la inadecuada
participación y mezcla de los sacerdotes en la vida laical.
La democratización solo puede disturbar la relación entre sacerdotes y obispos o
incluso obispos y el Papa. «Christus Dominus» (números 25–35) y «Presbyterorum
ordinis» (números 7–9) expresan claramente la relación entre los sacerdotes y
los obispos y los matices de la vocación; explican cómo los sacerdotes y los
obispos colaboran en el cuidado del pueblo de Dios. Pese al hecho de que \"todos
los sacerdotes comparten con los obispos el mismo sacerdocios y ministerio de
Cristo,\" su relación es jerárquica. Si no se entiende esta relación, de modo
que se piense que el obispo es más el presidente de un organismo que un padre de
familia, habrá problemas, con certeza. \"Se ha de recordar que el presbiterado y
los consejos de sacerdotes no son una expresión del derecho de asociación del
clero, y mucho menos se entiende según la opinión que reclama la naturaliza
sindical de estas partes en la comunidad eclesial..\" Del mismo modo, una
comprensión parcial de lo que significa el colegio de obispos puede llevar a la
herejía de que el Obispo de Roma es «primus inter pares» y no un elemento
constitutivo del colegio. Como indica claramente la nota previa de «Lumen
gentium», \"no hay colegio episcopal sin su cabeza … la idea del colegio implica
siempre una cabeza y en el colegio, la cabeza preserva intacta la función de
Vicario de Cristo y pastor de la Iglesia Universal.\" Sólo una concepción
errónea de la democratización lleva a pensar en la Iglesia como una sociedad que
necesita liberarse y libertad de expresión. Lo verdadero es lo contrario: la
Iglesia es ordenada y jerárquica, una sociedad perfecta, y el modelo de todas
las sociedades humanas.
En la iglesia existe una llamada universal a la santidad, y al mismo tiempo hay
distinciones de origen divino entre sus miembros. Estas distinciones reconocen
algunas formas de igualitarismo radial, por ejemplo, el amor de Dios por cada
uno de sus hijos. Sin embargo, en el seno de la Iglesia no hay espacio para las
teoría sociopolíticas que rebajen las vocaciones particulares y peculiares de
los sacerdotes y los laicos y todo lo que les compete a ambos estados.
Desconocer o anular las vocaciones universales lleva al desastre. Las
repercusiones son muchas entre las que se encuentran el desdén por la vocación
individual, falta de respeto por los sacramentos de la ordenación y el
sacerdocio, una eclesiología parlamentaria y la muerte de las vocaciones al
sacerdocio. A medida que nos adentramos en el tercer milenio de cristianismo,
debemos mantener la antigua distinción de la iglesia entre sacerdotes y estado
laical. La identidad sacerdotal es mucho más importante para la salvación del
mundo que la construcción política, incluida la democracia. De hecho, no
deberíamos centrarnos en buscar o ver qué es lo que está de moda pasajero sino
las verdades perennes de la revelación de Dios y las buenas razones que han
guiado a la Iglesia dos mil años. Nosotros, miembros de la Iglesia, sacerdotes y
laicos, debemos respetar y promover nuestras vocaciones diferentes pero
relacionadas por medio de Dios nuestro Padre, \"que nos ha salvado, que nos ha
llamado con una llamada santa, no en virtud de su propio objetivo, y por la
gracia que nos ha dado en Cristo Jesús.\"
ZSI04050801
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Las vocaciones sacerdotales y el
realismo antropológico cristiano
Por el padre Paolo Scarafoni, rector del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum»
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención del padre Paolo Scarafoni lc., rector del Ateneo
Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma, pronunciada en la videoconferencia
mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28
de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.
* * *
La
vocación sacerdotal es el don más grande de Dios a una criatura, a un hombre,
puesto que consiste en la identificación con Cristo sacerdote que salva y
santifica a la humanidad.
En las vocaciones sacerdotales vemos todas las consecuencias del despojamiento
del Hijo de Dios en su encarnación, porque la presencia personal de Cristo
sacerdote se extiende a hombres concretos, frágiles y llenos de limitaciones,
que, por la gracia de Dios, se han vuelto dignos de recibir un don tan
excelente.
No debemos perder de vista, desde esta perspectiva \"kenótica\", un sano
realismo antropológico en las distintas fases de la vocación sacerdotal. La
antropología cristiana realista evita el naturalismo ingenuo, que considera que
el hombre es totalmente bueno y conduce al laxismo y la autocondescendencia, o
al pelagianismo voluntarista; evita la milagrería o el supernaturalismo, ambos
erróneos, que ven en la intervención de Dios la solución de todas las carencias
del hombre y conducen a formas de espiritualidad sentimentales; y también evita
la interpretación determinista de la historia y la sociedad, que ve al hombre
como un producto de la sociedad que lo rodea, despojado de responsabilidad
individual. La antropología cristiana realista contempla al hombre creado a
imagen y semejanza de Dios, libre, redimido por la gracia y la identificación
con su Hijo Jesucristo (que es identificación suprema en quienes son llamados al
orden sacerdotal); sin embargo, ese mismo hombre está marcado por el pecado. Aun
después del bautismo y la ordenación sacerdotal, permanece el \"fomes peccati\",
cuyo papel es suscitar el esfuerzo y el mérito en la lucha contra la triple
concupiscencia. En los planes de Dios, la redención supone la lucha y el
compromiso, no la cómoda pereza.
Además, la antropología cristiana realista tiene en cuenta que la sociedad y la
cultura ejercen un fuerte influjo en la personalidad y los hábitos del
comportamiento. En las actuales circunstancias, las características de estos
ambientes se han vuelto mucho más desfavorables, que hace algunas décadas atrás,
para quienes deseen responder a la vocación cristiana y sacerdotal. La educación
y la catequesis en la fe y la moral cristiana presentan mayores carencias entre
los fieles de hoy.
Nos encontramos ante jóvenes propensos a reaccionar según el sentimentalismo y
las emociones, que carecen notablemente de voluntad y espíritu de sacrificio,
cuyas mentes están confundidas y entorpecidas, con escasa sensibilidad
humanística, ante la prevalencia de las técnicas aplicadas, y, a menudo, con una
notable fragilidad afectiva, debido a la debilidad de la vida familiar. Sin
embargo, los jóvenes de hoy son, por otra parte, mucho más espontáneos y
comunicativos, lo cual es una gran ventaja para su formación.
En la primera fase, de búsqueda y propuesta, de la vocación, este realismo
antropológico nos conduce a no olvidar que es necesario explicar a los jóvenes,
con claridad y cuantas veces sea necesario, en qué consiste la vocación
sacerdotal, desconocida para casi todos, y mostrarles la urgencia real que tiene
para la Iglesia y la humanidad, para hacer posible que la gracia de Dios resuene
en sus conciencias junto con el llamado; y que la acogida que reciban bajo el
influjo de la gracia de Dios y después de un discernimiento atento, esté llena
de temores y perplejidades, y que, por eso, necesitará apoyo y ayuda solícita en
el respeto y la caridad.
En la segunda fase de la formación de las vocaciones sacerdotales, el realismo
antropológico lleva a la consideración de que, si un largo período de tiempo
formación antes de llegar a la ordenación sacerdotal es indispensable, en las
circunstancias actuales, la formación de una vocación se vuelve mucho más lenta
y laboriosa. Es necesario hacer hincapié vigorosamente en la formación humana,
en particular de la voluntad y la coherencia, en el control de las emociones. Es
menester trabajar con constancia y conceder el tiempo necesario, sin confiar en
los primeros progresos, inmediatos y rápidos.
La concepción antropológica cristiana realista atribuye mucha importancia a la
acción del Espíritu Santo y bien sabe que Él es constante en su obra silenciosa
e interior en las conciencias. A veces es sorprendente en los progresos y los
dones espirituales que les concede a los jóvenes que se preparan al sacerdocio.
Es necesario educar a un discernimiento amoroso y a una fidelidad dócil y
exigente para con sus inspiraciones.
ZSI04050802
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Importancia de los seminarios mayores
para las vocaciones sacerdotales
Por el profesor de teología en Bogotá, Silvio Cajiao
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención del padre Silvio Cajiao, si., profesor de Teología en
Bogotá, pronunciada en la videoconferencia mundial de teología organizada por la
Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de 2004 sobre las vocaciones
sacerdotales.
* * *
Algo
de historia
Si bien la idea del \"Colegio clerical\" no es original del Concilio de Trento
pues ya se halla presente en S. Agustín y en los primeros concilios toledanos y
encontró antecedentes en los Colegios Capránica y Germánico de S. Ignacio, ambos
en Roma, y sobre todo en los Seminarios del Cardenal Pole en sus decretos de la
reforma en Inglaterra, lo cierto es que hay que reconocerle a Trento su difusión
y establecimiento con su célebre decreto XVIII de la sección XXIII (15-07-1563)
en el que declara la obligatoriedad de los mismos para que todos los obispos los
establezcan en sus diócesis y en donde se formaran los sacerdotes dedicados a la
cura de almas («el Santo Sínodo ordena que todas las catedrales, metropolitanas
e iglesia mayores, según sus posibilidades y la extensión de la diócesis, estén
obligadas a mantener, educar religiosamente e instruir en las disciplinas
eclesiásticas a un cierto número de niños de la misma ciudad o diócesis...y
aprenderán gramática, canto, cómputos eclesiásticos y demás materias de letras
humanas. Asimismo se instruirán en la Sagrada Escritura, libros eclesiásticos,
homilías de los santos y en la manera de administrar los sacramentos, sobre todo
respecto de oír confesiones...»).
Fue un hecho que el factor económico, que también era considerado por Trento al
establecer un tributo --el «seminaristicum»--, va a constituir un óbice para
llegar a establecer seminarios en todas las diócesis debido a que afectaba los
ingresos establecidos para algunas canonjías y cabildos. De otra parte es
necesario reconocer que el así llamado \"alto clero\" contaba con excelentes
Universidades y Colegios, desde la edad media, para su formación.
El establecimiento por tanto de los seminarios en las diversas diócesis se
acogió con entusiasmo por unos ya en el mismo siglo XVI, pero tendremos que
esperar hasta el siglo XIX y XX para ver establecida esta iniciativa del
concilio por toda la Iglesia. En el contexto italiano conviene recordar a S.
Carlos Borromeo que al año siguiente de la clausura de Trento (1564) establecerá
hasta cuatro seminarios en sus diócesis dictando sus «Institutiones ad universum
Seminarii regimen pertinente« que en opinión de alguno no han sido superadas en
algunos de sus aspectos. Como contenidos de los cursos indicaba los de
Gramática, Retórica, Filosofía y Teología y entre los cargos del seminario
colocaba los de rector, mayordomo, prefecto de estudios, profesores, prefectos
de disciplina y director espiritual, aspectos que se introdujeron en el Código
de 1917 en el canon 1358 y que en el actual Código de 1983 están recogidos por
el canon 237 § 1 del título III De los ministros sagrados o clérigos de la
primera parte del Libro II referente \"Del Pueblo de Dios\". Siempre dentro de
este contexto italiano sobresaldrá posteriormente la figura de S. Alfonso María
de Ligorio.
En el contexto español conviene recordar a S. Juan de Ávila que junto con el
Arzobispo Guerrero propendieron por la aplicación de las normas conciliares
sobre los seminarios y en su misiva al sínodo provincial de Toledo recomendaba
que \"el medio para hacer sacerdotes, tales cuales se desea, es poner en debida
ejecución el Seminario, y porque en esto ha de haber dificultad grande, es bien
se haga por los medios que más se puedan facilitar esta formación, y por los
cuales se vea el fruto más de presto y muy a poca costa.\" Recomienda el maestro
de Andalucía que quienes regenten el seminario han de ser tales en santidad que
su presencia será la mejor orientación en la formación: \"...y por esto es
necesario tengan el cargo de regirlos una persona tal cuya prudencia, autoridad
y santidad sea suficiente para con su ejemplo y su doctrina criarlos, de manera
que salgan maestros verdaderos de las almas redimidas con la sangre del Señor. Y
dése a entender a los obispos que si en esto hay alguna falta, todo lo demás
será de poco fruto, y si en esto se pone la debida diligencia, en todo lo demás
saldremos suficientemente.\" Será Inocencio XIII quien dará un impulso
fundamental a los Seminarios en España con su constitución apostólica «Apostolicii
ministerii» del 23 de mayo de 1723 llegando a fundarse hasta 30 en esta nación
en dicho siglo.
En el contexto francés la figura de S. Vicente de Paúl y Olier serán señeras
pues el Parlamento mostró su oposición a la aplicación del tridentino. En
Alemania fue Bartolomé Holtzhauser quien consiguió de Inocencio XI las letras
apostólicas «Sacrosancti Apostolatus» aprobando así las Constituciones de los
Seminarios que rigen los Barbanitas.
Será a partir del siglo XVIII que el asunto de los Seminarios encontrará una
particular resonancia en los pontificados de Benedicto XIII con su «Creditae
nobis» (9-05-1725), que sería una nueva promulgación del decreto XVIII de
Trento, del sabio canonista Benedicto XIV con su «Ubi primun» (3-12-1740) y de
Pío VI con «Inscrutabile» (25-12-1775).
La confiscación de los bienes eclesiásticos y de algunas comunidades religiosas
a partir de la revolución francesa y su repercusión en el proceso de
emancipación de América Latina (siglos XVIII y XIX) fue un factor que influyó
para que el interés económico no fuera un obstáculo para el establecimiento de
los Seminarios sino por el contrario un estímulo para el establecimiento de un
clero autóctono.
Preocupados por la formación del clero para los territorios misionales los Papas
León XIII, S. Pío X, Benedicto XV y sobre todo Pío XI recurrirán a la solución
de los seminarios provinciales bien montados y constituidos con suficientes
profesores y medios que unos de baja calidad multiplicados por los vicariatos
misionales. El código actual estipula que para el establecimiento de estos
seminarios regionales se hace necesaria la aprobación de la Conferencia
Episcopal, si es para toda una nación, o los obispos interesados, si es
regional, han de obtener la aprobación de la Sede Apostólica. (Cfr. Canon 237 §
2)
Se debe a Benedicto XV la fundación de la Sagrada Congregación de Seminarios y
Universidades por el motu propio de 4 de noviembre de 1915. Esta Congregación
estableció en 1924 un decreto, «Quo uberiore», por el cual todos los seminarios
han de enviar una relación trienal de las situación de los mismos dando
respuesta a un detallado cuestionario siempre con la intención de mejorar su
calidad.
Todo este breve recuento histórico nos hace ver la preocupación constante que la
Iglesia ha mantenido en la formación del clero mediante los llamados Seminarios
Mayores.
La formación en los seminarios mayores desde el Vaticano II
Recientemente se ve reflejada la preocupación de la Iglesia en la multitud de
documentos que se han promulgado después de los decretos conciliares del
Vaticano II «Presbyterorum Ordinis» y más particularmente sobre la formación
sacerdotal «Optatam totius». Con la «Ratio fundamentalis institutionis
sacerdotalis» de la Congregación para la Educación Católica, presentada a los
Padres del Sínodo Episcopal en octubre de 1967 por el entonces Prefecto,
Cardenal Gabriel María Garrone, se daba una normatividad orgánica a la formación
en los seminarios. Se vuelve a confirmar la necesidad de los seminarios para la
formación de los futuros presbíteros, pero indicando cómo la realidad del mundo
ha cambiado y los horizontes culturales en donde se han de formar los futuros
ministros es cambiante.
Prácticamente no ha habido elemento de la formación seminarística que no haya
sido profundizado por un documento posterior abarcando tanto los aspectos
espirituales (Carta Circular del 6-01-1980), destacando la presencia mariana en
dicha formación así como la formación de la afectividad y el celibato sacerdotal
(11-04-1974 y Cfr. Doc. Orientaciones educativas sobre el amor humano
1-11-1983), como los estudios filosóficos y teológicos (La Enseñanza de la
filosofía en los seminarios: 20-01-1972; La formación teológica de los futuros
sacerdotes: 22-02-1976; Const. Apos. «Sapientia Christiana» del 29-04-1979), el
ecumenismo (16-04-1970); el elemento jurídico-canónico (2-04-1975), la liturgia
(3-06-1979), el estudio de los Padres de la Iglesia (30-12-1989), la Doctrina
Social de la Iglesia (30-11-1988); la utilización de los medios de comunicación
social (19-03-1986); la pastoral de la movilidad humana (25-01-1986); la
formación en los seminarios en territorio de misión y para la misión
(25-04-1987). Podemos llegar afirmar así que no hay estado de vida en la Iglesia
que haya sido provisto de un cuerpo doctrinal más abundante que el del futuro
ministro, además recordemos que las diversas Conferencias Episcopales han
realizado las correspondientes adaptaciones de dicha normatividad a sus propios
territorios.
Por tanto lo que presentaré a continuación puede correr el riesgo de parecer
superficial ante tal abundancia de doctrina pero mi intención es destacar y
presentar a manera de síntesis un recordatorio sobre la direccionalidad de tal
formación en los Seminarios que se cae de su peso es radicalmente importante.
Sin duda que a la base de toda esta formación está el concepto de ministro que
se quiera formar, su identidad debería marcar el derrotero hacia dónde ha de
apuntar toda formación del futuro presbítero.
El referente fundamental, afortunadamente, está puesto por la misma revelación
en Jesucristo único mediador entre Dios y los hombres, único sacerdote, pero el
misterio de la sacramentalidad hace que el mismo Señor por el poder de su
Espíritu prolongue en la historia su ministerialidad, de aquí también que la «Optatam
totius» en su No. 4 nos recuerde la necesidad de los Seminarios pues \"En ellos,
toda la educación de los alumno deben tender a la formación de verdaderos
pastores de almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro ,Sacerdote y
Pastor\".
Para lograr un proceso de formación integral será necesario tener en cuenta los
aspectos humano-afectivos, espirituales, intelectuales, comunitarios y
pastorales del candidato. Es necesario observar con Juan Pablo II que \"Sin una
adecuada formación humana toda la formación sacerdotal estaría privada de su
fundamento necesario\" (PDV 43) pues el sacerdote representa a Jesucristo quien
se encarnó y ofrece a sus hermanos los hombres \"la más genuina y perfecta
expresión de humanidad\" (PDV 72). Por tanto se ha de promover el desarrollo de
la personalidad y la conciencia de su propia identidad junto con la madurez
afectiva y un sentido de pertenencia a una diócesis como real compromiso.
Es necesario por tanto establecer criterios de maduración que incluyen la
capacidad de interactuar con los otros seres humanos, dialogando, asumiendo
posiciones críticas y decisiones propias, por tanto responsables, que indican un
buen criterio y que van configurándole precisamente en la personalidad que el
mismo forjará con la colaboración de sus formadores. Atendiendo él mismo a su
formación intelectual, volitiva, y de conocimiento de sus tendencias,
sentimientos, debilidades de todo orden: físicas, psicológicas y morales pues ha
de asumir también esta importante formación, su responsabilidad moral ya que ha
de acompañar el crecimiento humano y espiritual de sus hermanos y hermanas.
El sacerdote es ante todo el hombre de Dios que como cristiano ha escuchado el
llamado para seguir a Jesús como el Hijo que tiene como alimento la voluntad del
Padre y se deja conducir por el Espíritu y ha recibido las virtudes teologales
las que ha de desarrollar permanentemente. Consciente que su vivir es Cristo ha
de buscar estar con El para que configurándose con El pueda prolongarle en medio
de los hombres. Por tanto ha de encontrar espacios reales para vivir su
encuentro personal con el Señor en la liturgia eclesial, la piedad mariana, el
discernimiento acompañado, la «Lectio Divina», la vida de ascesis principalmente
en lo que respecta a la caridad con el prójimo. Ha de aceptar que los consejos
evangélicos también son para él y esto supone una permanente conversión al
Evangelio.
Con Juan Pablo II indicamos que \"La formación intelectual de los candidatos al
sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del
ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la Nueva
Evangelización a la que el Señor llama a su Iglesia a las puertas del nuevo
milenio\" (PDV 51 Cfr. OT 14) Por tanto la formación intelectual ha de ser
profunda, integral, interdisciplinaria y para crear hábitos de investigación. Ha
de evitar la superficialidad la conducción al activismo, la poca reflexión y una
instrucción que margine de la realidad en la cual se inserta el seminarista.
Estará orientada para capacitar a los futuros ministros en un pensamiento
crítico, analítico y sistemático en forma tal que pueda dar razón de su fe,
comprender los grandes interrogantes del hombre de hoy, con sentido histórico y
en proyección evangelizadora. Esta experiencia intelectual ha de ser tal que en
vez de enfriar su espíritu le lleve por el contrario a enriquecerle pues la luz
de la fe y del intelecto no se oponen sino que le llevan a hacerle sabio.
La formación pastoral será el lugar donde confluirán todos los empeños
formativos pues el objetivo de tal formación es precisamente la de constituir un
pastor que ha de moverse en un mundo pluralista, global y que como líder
espiritual de comunidades eclesiales orgánicas, vivas y misioneras él mismo ha
de presentarse como un hombre de comunión eclesial en donde se muestre que su
interés será siempre el de congregar a la porción del Pueblo de Dios que le fue
confiada alrededor del único Pastor, Cristo Jesús, representado en su diócesis
por su Obispo y a los demás hombres invitarles en una convocación atrayente que
con respeto ofrece respuesta a opciones religiosas o ideológicas de este mundo
plural y global.
Ha de subrayarse su peculiar predilección por los marginados y su empeño por
apoyar todo lo que defienda la dignidad de los hombres colocándose del lado de
los que el mundo contemporáneo margina, obrando así hará creíble la Buena
Noticia que proclama.
ZSI04050803
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La acción de Juan Pablo II por las
vocaciones al sacerdocio
Por Antonio Miralles, profesor de Teología en la Universidad de la Santa Cruz
(Roma)
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Antonio Miralles, profesor de Teología en la
Universidad de la Santa Cruz (Roma), pronunciada en la videoconferencia mundial
de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril
de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.
* * *
La
vocación al sacerdocio, don y misterio
El testimonio de Juan Pablo II sobre su propia vocación, al cumplir 50 años de
sacerdocio, publicado en el libro Dono e Mistero [Don y Misterio], nos brinda
indicaciones inestimables, cargadas de matices personales, sobre su celo para
con las vocaciones sacerdotales. \"¡Cuántas veces -dice- un obispo vuelve con el
pensamiento y el corazón al seminario! Es el primer objeto de sus
preocupaciones. Suele decirse que el seminario es para un obispo la \"niña del
ojo\" (...) De alguna manera, el obispo ve a su Iglesia a través del seminario,
puesto que de las vocaciones sacerdotales depende una parte muy grande de la
vida eclesial\" (págs. 109-110). Una parte muy grande y también esencial, porque
la presencia del sacerdocio ministerial asegura la Eucaristía y los demás
sacramentos que los fieles necesitan, asimismo, garantiza la predicación del
evangelio y la guía de la comunidad cristiana. De ello nos ha dado un testimonio
personal el Santo Padre: \"Fui consagrado obispo doce años después de mi
Ordenación sacerdotal: gran parte de estos cincuenta años estuvo signada
precisamente por la preocupación por las vocaciones\" (pág. 110).
Ante esta preocupación el obispo no está solo: es un compromiso de todos los
fieles, pero de manera especial, como afirma el Papa en la Exhortación
apostólica Pastores dabo vobis: \"Todos los sacerdotes son solidarios y
comparten con él [el obispo] la responsabilidad de la búsqueda y la promoción de
las vocaciones presbiterales\" (PDV 41/4). No se trata de un compromiso que
podamos enfrentrar despreocupadamente, con la seguridad de que vayamos a
encontrar un campo en el que la cosecha sea abundante. De hecho, en las últimas
décadas ha habido una verdadera crisis. Sin embargo, Juan Pablo II, dirigiendo
una mirada de fe sobre toda la Iglesia, halla motivos para optimismo: \"Gracias
a Dios, comienza a ser superada la crisis de las vocaciones sacerdotales en la
Iglesia. Cada nuevo sacerdote trae consigo una bendición especial\" (pág. 111).
Con todo, a nadie se le escapa que la situación no es uniforme en la Iglesia y
que en no pocos lugares la falta de un número suficiente de sacerdotes resulta
verdaderamente dramática. Y es un motivo más para oír con mayor atención el
testimonio del Papa.
Es bueno reflexionar sobre el don de la vocación sacerdotal. Se trata de \"un
misterio. Es el misterio de un \"intercambio maravilloso\" («admirabile
commercium») entre Dios y el hombre. Éste entrega a Cristo su humanidad para que
Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de ese
hombre otro sí mismo\" (pág. 84). Es decir, el hombre percibe un llamado divino
a brindarse a sí mismo, un llamado que se le presenta como un don inestimable
que antecede a su respuesta. Por ello el Papa advierte: \"Si no se percibe el
misterio de este \"intercambio\", no se puede comprender cómo, al oír la palabra
\"¡Sígueme!\", un joven pueda llegar a renunciar a todo por Cristo, con la
certeza de que en ese camino su personalidad humana se realice plenamente\" (p.
84).
La vocación sacerdotal, al igual que la vocación de todo cristiano, arraiga en
el designio eterno de Dios Padre, que se realiza en la vocación bautismal, y
adquiere así una mayor determinación hasta llegar a ser concreta en relación a
cada bautizado. Es el plan proclamado por el himno inicial de la carta a los
Efesios: \"Nos ha elegido en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para
ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano
para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su
voluntad\" (Ef 1,4-6). Es éste el fundamento de la radicalidad de la vocación
cristiana: el designio de Dios no se conforma con una meta menor que la de ser
santos e inmaculados en su presencia. Es un designio eterno, escondido en la
intimidad de la vida trinitaria, que luego repercute en la vida personal del
hombre y en lo íntimo de su corazón, cuando percibe que para él es un camino
concreto que recorrer, en la identificación con Cristo y con la fuerza del
Espíritu Santo, hasta la meta a que su Padre, Dios, lo llama.
El Santo Padre cuenta cómo ocurrió su percepción del llamado divino al
sacerdocio: \"Se mostraba a mi conciencia (...) cada vez más, una luz: el Señor
quiere que yo sea sacerdote. Un día lo percibí con mucha claridad: era una
suerte de iluminación interior, que llevaba consigo la alegría y la seguridad de
otra vocación [se refiere a sus proyectos anteriores]. Y esta conciencia me
llenó de una gran paz interior\" (pág. 44).
La respuesta libre al llamado de Cristo y la fiel confirmación sucesiva, a lo
largo del camino formativo de preparación al sacerdocio, van dando mayor
firmeza, sea a la persuasión de haber sido llamados al sacerdocio, sea a la
decisión de responder con el don decidido de sí mismos. Se llega así al momento
de la Ordenación, en el cual la persuasión iluminada por la fe se vuelve
certeza. A ese momento se refiere el Santo Padre, con evidente referencia a sí
mismo: \"Quien se dispone a recibir la Ordenación sagrada se postra con todo su
cuerpo y apoya su frente en el suelo del templo, expresando así su
disponibilidad completa a emprender el ministerio que se le confía. Ese rito ha
marcado profundamente mi existencia sacerdotal\" (pág. 53). No alcanza sólo la
disponibilidad para desempeñar una serie de funciones que se podrían enumerar en
un cuadro normativo, porque el sacerdote está llamado a servir a Cristo,
Sacerdote eterno, con toda su existencia. Dice el Papa: \"El sacerdocio de todos
los presbíteros se inscribe en el misterio de la Redención. Esta verdad sobre la
Redención y el Redentor se ha enraizado en el centro mismo de mi conciencia, me
ha acompañado en todos estos años, ha impregnado mis experiencias pastorales, me
ha revelado contenidos siempre nuevos\" (pág. 92).
A pesar de haberles ofrecido sólo breves fragmentos, dada la brevedad del tiempo
de que dispongo, este testimonio del Papa constituye un marco muy adecuado de
experiencias y doctrina para comprender mejor su enseñanza, que aparece más
sistemática y completa en «Pastores dabo vobis», como vengo a exponer en la
segunda parte de mi intervención.
La vocación sacerdotal en la pastoral de la Iglesia
El Sínodo de los Obispos de 1990 y la exhortación apostólica posterior,
«Pastores dabo vobis», sobre la formación de los sacerdotes en las
circunstancias actuales, constituyen un claro signo de la acción de Juan Pablo
II por las vocaciones al sacerdocio, como puede verse en el capítulo 4° de la
exhortación, que trata de la vocación sacerdotal en la pastoral de la Iglesia y
el capítulo 5°, sobre la formación de los candidatos al sacerdocio. Concentraré
mis observaciones en el capítulo 4°, para respetar el tiempo que me ha sido
asignado.
De gran importancia es la afirmación central del primer número del capítulo:
\"La pastoral vocacional (...) no es un elemento secundario ni accesorio,
tampoco un momento aislado o sectorial, como si fuera una parte, aunque muy
importante, de la pastoral global de la Iglesia: es más bien (...) una actividad
íntimamente insertada en la pastoral general de cada Iglesia, una atención que
debe integrarse e identificarse plenamente con la \"cura de almas\" llamada
ordinaria\" (PDV 34/4). Esto es que, en ninguna Iglesia particular, los pastores
y los demás fieles pueden considerarse dispensados del compromiso constante para
que un número adecuado de jóvenes pueda acoger la gracia de la vocación al
sacerdocio.
Para preparar mejor la acción pastoral en este campo, es necesario tener en
cuenta plenamente los aspectos esenciales de la vocación sacerdotal mencionados
en la primera parte; es necesario considerar que, entre estos aspectos, se
encuentra también la dimensión eclesial: \"[la vocación] no deriva sólo \"de\"
la Iglesia y su mediación, y tampoco se da a conocer y se cumple sólo \"en\" la
Iglesia, sino que se configura, en el servicio fundamental a Dios,
necesariamente también como servicio \"para\" la Iglesia\" (PDV 35/5). Por ello,
\"la Iglesia está realmente presente y activa también en la vocación de cada
sacerdote\" (PDV 38/1); y es así, de manera especial, en el llamado del obispo.
En el diálogo vocacional entre Dios y el hombre, la libertad de éste es
insuprimible, pero es menester reconocer la prioridad de la intervención libre y
gratuita de Dios que llama. \"La vocación es un don de la gracia divina y nunca
un derecho del hombre y, por eso no es posible considerar la vida sacerdotal
como una promoción simplemente humana, ni tampoco la misión del ministro como un
simple proyecto personal\" (PDV 36/4). El Papa deduce de ello una consecuencia
importante: \"Aquellos que han llamados saben que se basan no en sus propias
fuerzas, sino en la fidelidad incondicional de Dios que llama\" (PDV 36/4). La
misma gracia de Dios anima y alienta la libertad humana para que responda a la
vocación, \"una libertad que en la respuesta positiva se expresa como adhesión
personal profunda, como donación de amor o, mejor dicho, como nueva donación al
Donante que es Dios que llama, como oblación\" (PDV 36/7).
Reconocer el gran valor positivo de la respuesta libre al llamado divino no
impide tener conciencia de los obstáculos que se le oponen. El Papa hace
referencia explícita a los obstáculos identificados por los Padres sinodales al
reconocer \"que la crisis de las vocaciones al presbiterado tiene raíces
profundas en el ambiente cultural, la mentalidad y la praxis de los cristianos\"
(PDV 37/5). Para contrastar esa crisis, subraya \"la urgencia de que la pastoral
vocacional de la Iglesia apunte prioritariamente y con decisión a la
reconstrucción de la \"mentalidad cristiana\", tal como es engendrada y
sostenida por la fe. Se hace más que nunca necesaria una evangelización que no
cese de presentar el verdadero rostro de Dios, el Padre que en Jesucristo nos
llama, uno a uno, y el sentido genuino de la libertad humana como principio y
fuerza del don responsable de sí mismos\" (PDV 37/6).
Come he dicho antes, la vocación sacerdotal tiene una dimensión eclesial
esencial, que lleva a la siguiente consecuencia importante: \"La Iglesia, como
pueblo sacerdotal, profético y real, está comprometida en la promoción y el
servicio del nacimiento y la maduración de las vocaciones sacerdotales por medio
de la oración y la vida sacramental, a través del anuncio de la Palabra y la
educación a la fe, con la guía y el testimonio de la caridad\" (PDV 38/3). En
esta breve síntesis, no es difícil divisar los puntos sobresalientes de un
verdadero programa de pastoral vocacional: la oración, los sacramentos de la
vida ordinaria (Eucaristía y Penitencia), la catequesis orgánica, la dirección
espiritual y el testimonio de una vida cristiana auténtica. Ordenado todo ello
para obtener de Dios gracias abundantes de hombres llamados al sacerdocio y de
respuestas generosas por parte de los llamados. El espíritu con el que se ha de
promover este programa está claramente descrito por las palabras del Papa: \"Los
educadores y, en particular, los sacerdotes, no deben vacilar en proponer, de
manera explícita y vigorosa, la vocación al presbiterado como una posibilidad
real para aquellos jóvenes que den muestra de poseer los dones y las dotes que
le corresponden. No debe temerse que se los condicione o se limite su libertad;
al contrario, una propuesta precisa, hecha en el momento justo, puede ser
decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica\" (PDV
39/2).
La pastoral vocacional es un deber de toda la Iglesia. Juan Pablo II es muy
explícito: \"Es por demás urgente, hoy en especial, que se difunda y eche raíces
la convicción de que todos los miembros de la Iglesia, sin exclusión alguna,
tienen la gracia y la responsabilidad de ocuparse de las vocaciones\" (PDV
41/2). La primera responsabilidad corresponde al obispo, coadyuvado por los
sacerdotes; pero también \"ha sido confiada una responsabilidad muy especial a
la familia cristiana\" (PDV 41/5). La pastoral vocacional y la pastoral familiar
se desarrollan al unísono.
ZSI04050804
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La responsabilidad del obispo en las
vocaciones sacerdotales
Por el profesor Alfonso Carrasco Rouco, decano de la Facultad de Teología de San
Dámaso (Madrid)
MADRID, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención del profesor Alfonso Carrasco Rouco, decano de la
Facultad de Teología de San Dámaso (Madrid), pronunciada en la videoconferencia
mundial de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28
de abril de 2004 sobre las vocaciones sacerdotales.
* * *
\"La
primera responsabilidad de la pastoral orientada a las vocaciones sacerdotales
es la del Obispo\" (PDV 41c), que ha de suscitar y coordinar la colaboración de
toda la Iglesia que tiene encomendada, presbíteros y laicos, familias,
comunidades religiosas y movimientos o asociaciones de fieles.
Su preocupación primera, a este respecto, es que la dimensión vocacional esté
plenamente integrada en la vida de la Iglesia, pues en ella surgen y maduran las
vocaciones sacerdotales.
Ciertamente, la historia de toda vocación, también la sacerdotal, es la de \"un
inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la
libertad del hombre que responde\" (PDV 36). Debido a esta prioridad absoluta de
la iniciativa divina, la responsabilidad primera del Obispo se encuentra en la
oración al Padre –para que envíe operarios a su mies–, suya y de toda su Iglesia
(PG 48c). Oración que, según su naturaleza cristiana, irá acompañada de la
ofrenda, de la oblación de sí; ésta, realizada en el secreto del corazón
–particularmente en los momentos de sufrimiento–, se manifiesta, en medio de la
Iglesia, como testimonio de vida en el amor al Señor y alcanza una expresión de
valor único en la celebración de la Eucaristía.
La celebración personal del Obispo –y de sus sacerdotes– y la vida en plenitud
de la Eucaristía por la comunidad cristiana han de ser consideradas elementos
fundantes del cuidado y la educación de las vocaciones sacerdotales. \"No hay
Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía\".
De esta manera se pondrá de manifiesto del mejor modo cómo la vida de la Iglesia
es hecha posible por el amor del Redentor, que sigue sanando, iluminando y
colmando de esperanza y de caridad la vida de los que lo siguen y creen en Él.
La vocación sacerdotal necesita percibir en la existencia y en el testimonio de
los creyentes esta presencia de Cristo como la fuente –escondida en la
Eucaristía– de verdad y de salvación, que congrega y alimenta permanentemente a
la comunidad eclesial, y hace de ella sal de la tierra y luz del mundo.
La interpelación, la llamada del amor del Señor, que, en medio de su Iglesia,
invita a algunos a un seguimiento particular en el sacerdocio, pide una
respuesta también de amor y entrega, ciertamente personal y libre, pero que
necesita el humus de la vida eclesial para su germinación y crecimiento.
Esto conlleva una responsabilidad particular del Obispo, que no puede dar por
descontada la dimensión educativa propia de la comunidad cristiana y ha de
promover y coordinar su varias manifestaciones. Entre ellas, en primer lugar,
que la persona encuentre en ella un acompañamiento real, en el que sea ayudada a
discernir y a madurar la propia vocación en la relación con personas que tengan
la madurez espiritual necesaria. Será igualmente de gran ayuda todo cuanto
eduque a la persona a un ejercicio efectivo de la caridad en su vida y a un
testimonio confiado de su fe como cristiano en medio de la Iglesia y del mundo.
Es propio también del Obispo, en fin, cuidar la vida de sus sacerdotes, para que
aparezca en medio de la Iglesia como \"un valor inestimable y una forma
espléndida y privilegiada de vida cristiana\" (PDV 39), y disipar dudas,
prejuicios e ideas equivocadas que la cultura ambiente puede inocular en la
mente de los fieles a este respecto.
Por todas estas vías, el Obispo intentará, implorando la gracia del Espíritu del
Señor, llevar a cabo la tarea imprescindible e irremplazable de dar testimonio
de su propia vocación y de la misión a la que ha entregado su existencia: hacer
presente el amor del Redentor, sirviendo a la memoria viva de su Evangelio y de
la entrega de su Cuerpo y de su Sangre, para el verdadero bien de los hombres,
para que conformen una comunión de vida, de caridad y de unidad, que sea germen
firmísimo de paz y de salvación en medio del mundo (cf. LG 9b).
ZSI04050805
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El ejemplo personal del párroco que
atrae vocaciones sacerdotales
Por el padre Stuart C. Bate, profesor de teología en Johannesburgo
JOHANNESBURGO, sábado, 8 mayo 2004 (ZENIT.org).-Publicamos
la intervención del padre Stuart C. Bate omi, profesor de teología en
Johannesburgo (Sudáfrica), pronunciada en la videoconferencia mundial de
teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero el 28 de abril de
2004 sobre las vocaciones sacerdotales.
* * *
Dios
llama permanentemente a personas para que participen en la realización de su
gran plan de salvación para el mundo (Cf. Ef. 1; 1 Cor 15). Una llamada especial
es la vocación a la vida sacerdotal y de servicio. Solemos oír la llamada de
dios en el ejemplo de aquellos que nos rodean, que nos retan e inspiran para que
seamos testigos de sus propias vidas. Esto es verdad sobre todo en relación con
la vocación sacerdotal, en la que el ejemplo de un sacerdote santo es la forma
en la que muchos jóvenes están llamados a examinar la elección que acometerán el
futuro.
Muchos encuentran estos ejemplos en sus propias parroquias, donde el testimonio
del párroco es un lugar esencial para la llamad de Dios para que otros acepten
la vida sacerdotal y el ministerio. (DMP 32). Este testimonio puede inspirarse
en diferentes tipos de dones y talentos sacerdotales. Algunos párrocos
descuellan en la preparación y guía de la oración y la celebración digna de los
sacramentos. Algunos manifiestan la presencia de Dios en su ministerio especial
con los enfermos y moribundos. Otros tienen el talento de la predicación y de
llegar al corazón de las personas con la palabra de Dios. Algunos muestran un
compromiso especial con los pobres y los que sufren en las parroquias. No hay
una receta pero lo que es común a todos es el ejemplo de hombres que han
encontrado al Señor, le conocen y que viven su relación con Jesús en el servicio
al pueblo que están llamados a dirigir.
Inspirados por este ejemplo, hay jóvenes (y a veces personas mayores) que
comienzan a contemplar los valores y la inconmensurable necesidad de la vida
sacerdotal. En este marco están más abiertos y preparados para la moción del
Espíritu Santo que los puede llamar para ir y ver más sobre esta vida por sus
propios medios (Cf. Jn 1:39).
Entender el significado de estas mociones exige discernimiento. Aquí también la
parroquia puede desempeñar un papel importante en la ayuda para que se exploren
otras posibilidades y estilos de vida. También los puede llevar a un mayor
compromiso con la parroquia. El párroco es a menudo el primero que reconoce las
semillas de una vocación sacerdotal en un joven. Esto se debe a que él mismo ha
tenido que dar forma también a su propio llamado antes de entrar en el
seminario. Los sacerdotes, sin embargo, deben ser cuidadosos para no proyectar
sus opiniones y deseos. Su papel no es controlar sino confiar en Dios ayudando a
esos jóvenes a explorar sus vocaciones, sean cuáles sean. Esto implica que no
debe haber ni imposición de la voluntad propia ni una mera pasividad de dar solo
un espacio espiritual. Sino más bien, exige un papel activo mediante el
acompañamiento y el ánimo a aquellos que sienten que el Señor los está llamando
al ministerio sacerdotal.
Esta tarea de guía vocacional no es la tarea de unos pocos especialistas, o de
los que se ‘llevan bien con los jóvenes’. Es responsabilidad de cada párroco.
Cada uno lo hará a su forma y estilo. Ha de ser verdad que casi todos los
sacerdotes han inspirado al menos a una persona a seguir sus pasos. Algunas
veces no hayamos conseguido nutrir esa inspiración. Como Pedro podemos decir que
hemos pescado poco. Es Jesús quien nos muestra como echar las redes para obtener
una gran pesca (Lc 5).
[DMP, Directorio sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes. Vaticano;
Congregación para el Clero, enero de 1994]
ZSI04050806