La Carcoma de la Envidia
Fuente: www.interrogantes.net
Autor: Alfonso Aguiló
Cervantes llamó a la envidia carcoma de todas
las virtudes y raíz de infinitos males. "Todos los vicios –añadía– tienen un
no sé qué deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos,
rencores y rabia".
La envidia no es la admiración que sentimos hacia algunas personas, ni la
codicia por los bienes ajenos, ni el desear tener las dotes o cualidades de
otro. Es otra cosa.
La envidia es entristecerse por el bien ajeno. Es quizá uno de los vicios más
estériles y que más cuesta comprender y, al tiempo, también probablemente de
los más extendidos, aunque nadie presuma de ello (de otros vicios sí que
presumen muchos).
La envidia va destruyendo –como una carcoma– al envidioso. No le deja ser
feliz, no le deja disfrutar de casi nada, pensando en ese otro que quizá
disfrute más. Y el pobre envidioso sufre mientras se ahoga en el
entristecimiento más inútil y el más amargo: el provocado por la felicidad
ajena.
El envidioso procura aquietar su dolor disminuyendo en su interior los éxitos
de los demás. Cuando ve que otros son más alabados, piensa que la gloria que
se tributa a los demás se la están robando a él, e intenta compensarlo
despreciando sus cualidades, desprestigiando a quienes sabe que triunfan y
sobresalen. A veces por eso los pesimistas son propensos a la envidia.
Wilde decía que cualquiera es capaz de compadecer los sufrimientos de un
amigo, pero que hace falta un alma verdaderamente noble para alegrarse con los
éxitos de un amigo. La envidia nace de un corazón torcido, y para enderezarlo
se precisa de una profunda cirugía, y hecha a tiempo.
Para superar la envidia, es preciso esforzarse por captar lo que de positivo
hay en quienes nos rodean: proponerse seriamente despertar la capacidad de
admiración por la gente a la que conocemos.
Hay muchas cosas que admirar en las personas que nos rodean. Lo que no tiene
sentido es entristecerse porque son mejores, entre otras cosas porque entonces
estaríamos abocados a una tristeza permanente, pues es evidente que no podemos
ser nosotros los mejores en todos los aspectos.
La envidia lleva también a pensar mal de los demás sin fundamento suficiente,
y a interpretar las cosas aparentemente positivas de otras personas siempre en
clave de crítica. Así, el envidioso llamará ladrón y sinvergüenza a cualquiera
que triunfe en los negocios; o interesado y adulador a aquél que le está
tratando con corrección; o, como muestra de envidia más refinada, al hablar de
ése que es un deportista brillante, reconocido por todos, dirá: "ese imbécil,
¡qué bien juega!".
Admirarse de las dotes o cualidades de los demás es un sentimiento natural que
los envidiosos ahogan en la estrechez de su corazón.