LA ORACIÓN DEL "PADRE NUESTRO"
Conferencia de Juan Mateos,
Teólogo y traductor bíblico.
Vamos a explicar el "Padre nuestro", la oración cristiana por
excelencia, la petición cristiana por excelencia. Porque en la anterior
conferencia hablábamos de las dos clases de oración: la oración de
unión, la presencia de Dios en nosotros, que no tiene formulario.
Nosotros podemos decir lo que queramos o no decir nada, el caso
es saber que el Señor está con nosotros.
El evangelio de Juan dice en el capítulo 14: el que me ama cumple
mis mandamientos. Voy a aclarar esto un poco, porque el Señor
nunca dice cuáles son sus mandamientos. Hay "un mandamiento", lo
mismo que hay "el pecado". El pecado y el mandamiento son dos
actitudes contrapuestas. El mandamiento es el amor como Jesús ha
amado, o sea, hasta el final, el amor a todos como él ha amado, y el
pecado es el desprecio de todos para vivir para el propio egoísmo.
Son dos actitudes. Del mandamiento nacen los mandamientos,
que son las exigencias concretas del amor en contextos
determinados, que nunca se precisan porque son infinitas. Y del
pecado nacen los pecados, de la actitud egoísta nacen los pecados:
las injusticias, las ofensas, el daño que se causa a otros. El Señor
da el mandamiento, que es una actitud de amor universal, de amor
hasta el final, y de ahí sale la exigencia concreta que nunca
especifica. "El que cumple mis mandamientos", es decir, el que
responde a las circunstancias con amor, "ese es el que me ama, y,
al que me ama, mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo
demostraré y me manifestaré a él". Y dice luego, poniendo la cosa al
revés: "el que me ama", es decir, el que está identificado conmigo,
"ese cumple mis mandamientos", ese responde al amor en cada
circunstancia, "y el Padre y yo vendremos a él y nos quedaremos a
vivir con él". Esta es la oración de unión.
Existe también la oración de petición, que es ocasional. Y para
ésta el Señor nos enseña el Padre nuestro. En Mateo esta oración
está colocada en una diatriba, por así decir, del Señor contra los
fariseos. Primero ha hablado contra los letrados, los escribas, los
doctos, oponiendo los antiguos mandamientos o antiguas
prescripciones de la Ley, al nuevo Espíritu que él trae. Y luego se
dirige a los fariseos, que eran los observantes. Los fariseos no eran
gente docta, excepto los que eran letrados. Eran gente muy
observante, tenían tres ejercicios de piedad que debían observar.
Uno era la limosna, otro la oración y el tercero el ayuno. Esta era la
espiritualidad farisea.
Entonces, el Señor, lo que hace es denunciar el objetivo oculto de
la ostentación farisea de piedad. En realidad ellos quieren crearse
fama de santos y para eso utilizan estas prácticas de piedad, porque
la fama de santos les permite dominar al pueblo. Por eso dice Jesús:
"cuando deis limosna, no hagáis como los hipócritas, que tocan la
trompeta antes de dar limosna para que todo el mundo se dé
cuenta", para exhibirse ante la gente. Esto pretende la fama de
santidad y esto, naturalmente, crea el dominio. La fama de santidad
es peligrosísima, porque la gente se somete a esa persona santa,
que se llama santa. Y eso no es así. No tenemos tampoco que dar
ejemplo nunca, sino portarnos como somos, porque dar ejemplo
supone que nos sentimos superiores. Hay mil sutilezas en el orgullo
y en el deseo de dominio. "Hago esto para dar ejemplo". Ya estás tú
aquí de superior, de alma escogida. No, no. Tenemos que portarnos
haciendo visible el Espíritu que tenemos, sin más, como somos. Y, si
eso transmite espíritu y vida, tanto mejor. Pero sin ningún aire de
superioridad. Yo sé y tú no sabes, yo hago y tú no haces. Todo eso,
fuera. Por eso el Señor llama hipócritas a los que dan limosna.
Naturalmente él exagera cuando dice que tocan la trompeta para
que todo el mundo se dé cuenta. "Vosotros, cuando deis limosna,
que vuestra mano derecha no sepa lo que hace la izquierda.
Vuestro Padre que ve en lo secreto os recompensará. Cuando
oréis, no hagáis como los hipócritas, que se ponen en las esquinas
de las calles, con las manos levantadas", cuando ellos tenían las
horas de oración y se ponían en medio de la calle, levantando las
manos para que todo el mundo los viera, y así todos dijeran: qué
piadoso, qué hombre tan observante, qué bueno, no tiene respeto
humano. "No hagáis como los hipócritas que oran en medio de la
calle para exhibirse ante la gente. Ya han recibido su recompensa,
os lo aseguro". ¿Qué buscaban? ¿Fama? Ya la tienen. Pero ya no
tienen más. "Cuando vosotros oréis, entrad dentro del último cuarto
de vuestra casa, cerrad la puerta", quiere decir, en el fondo del
corazón. "Y allí pedid, que vuestro Padre, que ve en lo escondido,
os recompensará".
Después habla del ayuno. "No hagáis como los hipócritas, que
cuando ayunan no se afeitan ni se lavan la cara, para que todo el
mundo los vea" y digan: qué hombre más santo, que está ayunando
hoy. No. "Vosotros, cuando ayunéis, echaos colonia y afeitaos, para
que nadie lo note. Y vuestro Padre que está en lo escondido, os
recompensará". Veis qué oposición tan tremenda, qué denuncia tan
tremenda de esa santidad exterior que quiere imponerse.
Y en medio, en el apartado de la oración, el Señor incluye el
Padre nuestro. Dice: "cuando oréis, no seáis palabreros, como
hacen los paganos, que piensan que cuanto más hablen más caso
les van a hacer. Vuestro Padre ya sabe de lo que tenéis necesidad
antes de que se lo pidáis. Cuando oréis", es decir, cuando queráis
pedir al Padre, puesto que el verbo orar significa pedir, "decid así:
Padre nuestro del cielo..." Esta es la invocación. Después vienen las
peticiones, que son tres y tres, es decir, seis.
Padre nuestro del cielo.
En griego, la traducción más sencilla es ésta. No la que decíamos:
"que estás en los cielos". Vemos, en primer lugar, que es una
oración comunitaria. Padre nuestro, no Padre mío. Es comunitaria
siempre. Aunque la digamos sólos (evidentemente podemos
decirla), sin embargo, siempre nos consideramos miembros de una
comunidad. Nosotros no somos cristianos individualmente, somos
cristianos personalmente, pero siempre esta persona que somos
está integrada en un grupo, en una comunidad. Si no, no hay
cristianismo. Por eso, aunque estemos sólos, siempre es Padre
nuestro. Nosotros somos personas libres, pero miembros de una
comunidad, que es la nueva humanidad, la comunidad de Jesús.
Fijaos que la palabra "Dios" no aparece en toda la oración,
porque el nombre cristiano de Dios es: Padre. La relación con Dios
es la de la criatura al Creador, la relación con el Padre es la del hijo
con el Padre. Esta es la relación última, definitiva, la relación
consoladora, la relación que nos llena de alegría, la que nos
estimula a parecernos a nuestro Padre.
Ya hemos explicado la palabra "Padre". Padre es el que por amor
comunica su propia vida. Al decir nosotros a Dios, Padre, significa
que tenemos experiencia de que hemos recibido esa vida. Y como
esa vida es el Espíritu, los que pronuncian el Padre nuestro son los
que ya tienen el Espíritu de Dios, porque es el Espíritu el que nos
hace hijos. Uno que no se sienta hijo, que no sea hijo, no puede
decir Padre. Podrá decir Señor, podrá decir Dios, pero, para decir
Padre, necesita la experiencia del amor que Dios nos tiene, y de que
con ese amor nos ha comunicado su vida, su Espíritu.
Pero fijaos que en un evangelio, dicen los lingüistas, o en una
obra cualquiera, el texto se acuerda. Es decir, cuando nosotros
leemos el Padre nuestro en el capítulo 6 del evangelio, Mateo se
acuerda de todo lo que ha dicho antes, en los cinco capítulos
precedentes. Y entonces sabemos que la palabra "Hijo" se
pronuncia en el bautismo de Jesús, cuando Jesús hace su
compromiso hasta la muerte, cuando se abre el cielo, baja el
Espíritu y suena la voz del Padre: tú eres mi Hijo. De manera que los
que pronunciamos la palabra "Padre", somos los que hemos hecho
ese compromiso por amor a la humanidad, ese compromiso que nos
ha puesto en sintonía con Dios, y entonces Dios ya no es para
nosotros el Creador, sino que nos comunica su Espíritu y nos dice a
cada uno de nosotros: tú eres mi hijo.
Pero además, si nos acordamos de las bienaventuranzas, allí
había una, la séptima, que decía: dichosos los que trabajan por la
paz, por la felicidad de los seres humanos, porque a esos Dios los
llamará hijos suyos, serán llamados hijos de Dios. Cuando en el
Nuevo Testamento se dice "será llamado", quiere decir que lo es y
además que se reconoce. Ser llamados hijos de Dios, no quiere
decir que sea como un apodo, sino que son hijos de Dios y además
esa calidad es reconocida por otros. Aquí es Dios el que los llama
hijos suyos. Por lo tanto el que dice Padre, que pertenece a esos
que Dios llama hijos, es que el trabaja por la paz. Y, como el Padre
nuestro se dice en plural, es decir, incluye a una comunidad, es la
comunidad cristiana la que ha recibido el Espíritu, la que está en
sintonía con Dios por ese compromiso de amor y la que está
trabajando por el bien de los seres humanos. Y cada uno de sus
miembros está en ese mismo compromiso, está en esa misma labor,
cada uno a su manera, según sus cualidades, sus fuerzas, su
preparación. Cada uno encontrará el terreno en el cual tiene que
hacer avanzar ese reino de Dios.
Padre nuestro del cielo, naturalmente, se opone al padre de la
tierra. Jesús no tiene padre terreno. Lo ha dicho Mateo en el
capítulo primero. Y luego en el capítulo 23 dice: vosotros no llaméis
a nadie padre en la tierra. De modo que el discípulo tampoco tiene
padre terreno, no lo reconoce. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir
que la figura del padre es, en la tradición judía, el modelo del hijo. El
hijo tiene que parecerse a su padre. Y además el padre es el
transmisor de la tradición. Tremenda cosa, porque la tradición es la
transmisión de todos los valores de una cultura, de los buenos y de
los malos.
Si el Señor tenía que proponer el mensaje de Dios en toda su
pureza, en toda su transparencia, él no podía tener por modelo a un
hombre, ni podía depender de la tradición que le transmitiera un
hombre. Este es uno de los sentidos teológicos del nacimiento
virginal o de la concepción virginal de Jesús. Jesús no podía tener
modelo humano, ni estar condicionado por una tradición humana
transmitida por un padre humano. Por eso los evangelistas Mateo y
Lucas, ya después de años de reflexión, vienen a decir, con ese
relato, que con Jesús empieza una humanidad nueva. Él, por
primera vez, nos ha hecho conocer lo que es realmente Dios. Por lo
tanto, ¿quién pude ser su modelo? Dios mismo. ¿Quién puede
haberle transmitido esa tradición que, en el fondo, es el Espíritu, ese
ser de Dios? Dios mismo. No puede ser otro. Jesús no es hijo de
José. Esa es la conclusión teológica que expresa esto. Con él
empieza una humanidad nueva, algo que no se había visto nunca,
esta transformación de la persona, que le hace vivir para el amor de
los demás, esta entrega parecida a la suya. Esta es una humanidad
diferente. Por lo tanto, Jesús es el principio de una nueva
humanidad, está en paralelo con Adán, él no desciende de Adán. Es
otro Adán, otro principio de humanidad. Por eso, si a Adán lo creó
Dios, a Jesús tiene que haberlo creado Dios. Jesús, se dice en su
nacimiento, no es hijo de José. Estas son las interpretaciones
teológicas de la novedad de Jesús, que se formulan por lo menos
veinte años después de que se escriben los primeros evangelios.
Por eso nosotros no tenemos padre en la tierra en el sentido de
que nuestro modelo no es un hombre, aunque sea nuestro padre
físico, a quien tenemos que querer mucho, por supuesto y respetar
muchísimo. Pero nuestro modelo es el Padre del cielo, como Jesús.
Y nuestra tradición personal, nuestra herencia de ideas, de criterios
tampoco es la de un hombre, es la del Padre del cielo que nos ha
manifestado Jesús. Ese es nuestro ideario, esos son nuestros
criterios, así vemos nosotros y juzgamos la realidad, a partir de lo
que Jesús nos revela, que es precisamente la mente del Padre del
cielo.
Fijaos hasta qué punto esto está asimilado por los evangelistas.
Os voy a citar un texto de Marcos. Mateo ya lo dice: "no llaméis a
nadie padre sobre la tierra", es decir, no tengáis modelo humano, no
os acomodéis a tradiciones transmitidas. Marcos lo pone de otra
manera, cuando dice: "Todo el que deje casa, padre, madre,
hermanos, hermanas, hijos o tierras por causa mía y por causa del
evangelio, de la buena noticia, recibirá en este mundo, ahora, en
esta vida, cien veces más: casa, madre, hermanos, hermanas, hijos,
tierras". Y no dice nada del padre. En la primera enumeración, entre
lo que deja, está el padre, padre y madre. En la segunda no hay
padre. Porque el padre es la figura de autoridad, es el que dicta lo
que hay que ser y lo que hay que hacer. Y eso, en la vida cristiana,
no se puede aceptar. No se trata de prescindir del padre físico.
Todos debemos quererlo y respetarlo. Pero nuestro criterio,
nuestras ideas, nuestro modo de pensar es el de Dios, el del Padre
del cielo, transmitido por Jesús. Nuestro modelo es el Padre del
cielo. Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Ese es el
modelo. Modelo que hemos visto realizado en Jesús. Jesús es la
única manera que tenemos de conocer al Padre del cielo. Por eso,
Padre nuestro del cielo. Este es nuestro Padre.
El cielo no indica lejanía. El cielo es una metáfora, espacial, pero
una metáfora. No hay un espacio arriba y otro abajo. Los antiguos
ponían lo sublime, lo elevado en la altura. También nosotros,
instintivamente. Aunque en nuestro tiempo lo importante, lo
excelente nosotros lo llamamos profundo. Hemos adoptado otra
simbología, otra metáfora espacial. Pero ahora lo bueno es
profundo. Cosa que también es metafórica. Instintivamente usamos
unas u otras metáforas. Según las épocas, unas predominan sobre
otras. Entonces era alto y bajo. Por tanto el cielo, que es lo más alto,
es símbolo de la excelencia y de, lo que llamamos en un lenguaje
más teológico, la trascendencia divina. Es decir, que a Dios no se le
alcanza, no se le ve, es un ser que está por encima de todas
nuestras categorías. Ese es el cielo del Padre nuestro. Pero Mateo
mismo, unos versículos antes, ha dicho: vuestro Padre que está en
lo escondido te recompensará. El Padre está en el cielo, significa su
excelencia extraordinaria. Está en lo escondido, su cercanía. De
manera que veis que usa dos metáforas distintas. El está cerca de
nosotros, invisible, pero, ahí está, cerca de nosotros. De manera
que no le demos sentido espacial, como hicieron, para ridiculizarlo,
aquellos primeros astronautas, que dijeron: hemos viajado por el
espacio y no hemos encontrado a Dios. Eso es infantilismo. No se
trata de una realidad arriba y una realidad abajo, sino del símbolo
normal de lo elevado o lo bajo.
Padre nuestro del cielo, es decir, nosotros hablamos de que
tenemos la experiencia de tu hogar. Sabemos que nos amas. Y
además estamos comprometidos con ese amor y estamos
trabajando para que la humanidad conozca tu amor, trabajando por
la felicidad de los seres humanos.
Proclámese ese nombre tuyo.
La primera petición, según la traducción ordinaria, es: santificado
sea tu nombre. Esta es una frase rara, desde luego no es española.
Que tu nombre sea santificado, ¿qué quiere decir? ¿Que digamos
que es santo, santo, santo? Sería una santificación de palabra,
porque de obra no puede ser. El nombre de Dios es santo. No hace
falta que lo santifique nadie. Esta es una frase hebrea, que significa,
en el fondo, que sea reconocido. La misma frase está en la 1ª carta
de Pedro, en el N.T., donde se dice, en medio de la persecución:
vosotros, en vuestro corazón, santificad al Mesías como Señor, es
decir, reconoced al Mesías como Señor. Es un reconocimiento.
Entonces, como es una cosa pública lo que se pide, aquí hemos
traducido "proclámese", que es más solemne que reconózcase.
Proclámese tu nombre.
¿Cuál es tu nombre? El nombre está por la persona, es una
manera de designar la persona. Pero, en este contexto, el nombre
se refiere al que acabamos de pronunciar: Padre. Reconózcase o
proclámese ese nombre tuyo. Esto es lo que se pide. ¿Quién lo
tiene que proclamar?
El Padre nuestro tiene una invocación: Padre nuestro del cielo.
Después, tiene tres peticiones para la humanidad entera, en las
cuales no aparece ningún nombre personal referido a nosotros. Se
dice: tu nombre, tu reino, tu voluntad. Y tiene una segunda parte, la
cual se refiere a la comunidad cristiana. Nuestro pan, nuestras
deudas, no nos dejes ceder a la tentación. De modo que, en la
primera parte, los nombres posesivos se refieren a Dios. Tu nombre,
tu reino, tu voluntad. En la segunda parte se refieren a nosotros:
nuestro pan, nuestras deudas, nuestros deudores, no nos dejes
ceder a la tentación y líbranos. De modo que tiene dos partes
clarísimas.
En esta primera parte, que estamos comentando, la primera
petición es esa: proclámese ese nombre tuyo. ¿Quién lo tiene que
proclamar? La humanidad. No nosotros. Nosotros ya lo
reconocemos. Precisamente lo hemos llamado así: Padre. De modo
que nosotros reconocemos que Dios es Padre. Pero la humanidad,
no. Por lo tanto lo que se pide es que la humanidad reconozca que
Dios es Padre. ¿Qué significa esto?
Las tres primeras peticiones del Padre nuestro nacen de una
experiencia. Nosotros ya conocemos que tú eres Padre, nosotros
hemos experimentado tu amor, nosotros vivimos de esa vida que
nos has comunicado. Nacen de esa experiencia. Entonces esa
experiencia se traduce en deseo. El deseo de que la humanidad
conozca esto. Y desemboca en el compromiso. Y tenemos que
hacer lo que podamos para que esto se verifique. De manera que
nace de la experiencia, que hace surgir el deseo y desemboca en el
compromiso.
La comunidad tiene experiencia de que Dios es Padre y quiere
que la humanidad entera la tenga. Porque aquí hay la utopía
pequeña, la utopía realizada, que es la comunidad cristiana. Ese es
el reino de Dios realizado, donde existen unas nuevas relaciones
humanas, donde hay la experiencia del amor del Padre, donde hay
la experiencia del amor de los hermanos, el amor fraterno y la
solidaridad, donde los seres humanos son libres, no están
sometidos ya a leyes, ni a imposiciones, donde toda esa comunidad
está volcada para el bien del resto de la humanidad. De modo que
hay una pequeña, minúscula, digamos, utopía realizada, el grupo
cristiano.
Pero queda la gran utopía, que es la realización en la humanidad
entera. Y entonces, los que viven en la utopía realizada, piden que
se realice, que se verifique la gran utopía, que la humanidad llegue
a entrar en esta realidad. Proclámese o reconózcase ese nombre
tuyo. Que la humanidad sepa que tú eres Padre.
Esto es la gran liberación de la humanidad. Porque todos los
regímenes tiránicos, los cuales eran los únicos regímenes que había
en aquel tiempo, no había más que tiranos, todos se han basado o
han pretendido siempre estar consagrados por los dioses. La misma
organización judía, tremendamente opresora, que era
religioso-política, porque el sumo sacerdote era jefe religioso, pero
además jefe político desde que había cesado la monarquía, era jefe
de estado al mismo tiempo. Y esa organización se basaba en la
pretensión de que eso era instituido por Dios. Y no digamos los
regímenes paganos. Todos estaban amparados por sus
correspondientes dioses.
Ya sabemos que en casi todos los países había dos religiones
paralelas. Una era la religión del estado y otra era la religión
popular. La religión popular empieza con lo doméstico: los difuntos,
los dioses de la casa, en fin, todo lo inmediato. Pero el estado crea
sus propias divinidades, que no hacen más que consagrar los
valores del poder. Y así, por ejemplo, en Roma, ¿quién es el valor
supremo? Júpiter. Júpiter es rey, sacerdote. Por eso el jefe del
estado romano es rey y sacerdote, supremo poder civil y religioso.
Se crea una divinidad a imitación de la cual se ejerce el poder civil y
religioso. En Babilonia, era el Marduc. El rey era la encarnación de
Marduc. Y en Egipto ya el rey, el faraón, era hijo del sol, que era su
divinidad. De manera que tenía categoría divina. Todas la tiranías
se amparan en eso. Otras, naturalmente, no llegan a proclamarse
divinas, pero, incluso en el imperio cristiano, el rey, el emperador
era consagrado por la Iglesia y era coronado por ella. De modo que
tenía ese respaldo religioso.
Todo esto es lo que se cae. Porque Dios no es el Señor que
domina, sino el Padre que da vida. Ninguna autoridad humana
puede poner su base en Dios, en el dios que también es un déspota
celeste. Así era incluso el dios Del A.T. en muchos pasajes, no en
otros, claro, porque está muy mezclado. Pero, en muchos pasajes,
aparecía como ese dios absoluto, ese dios con poder ilimitado.
Fijaos que en el A.T. los reyes se llaman dioses y también los
jueces. "Dioses sois e hijos del Altísimo todos", dice un salmo. Eran
los personajes de la autoridad. ¿Por qué? Porque como Dios es la
autoridad suprema, el que participa de la autoridad es como Dios.
Pues esto se cae por su base.
Cuando la humanidad se dé cuenta de que Dios no puede dar pie
a ninguna autoridad absoluta, a ninguna tiranía, porque Dios no
ejerce así, sino que Dios en realidad es el Padre que comunica vida,
la humanidad se liberará de todo miedo. Es la primera petición. Que
la humanidad comprenda que tú eres Padre. Por lo tanto que no
respete ya ninguna tiranía, ninguna opresión, lo cual significa la
liberación de la sumisión, que es lo que la humanidad había vivido
siempre. Es el horizonte de la libertad. Veis qué fuerte es el Padre
nuestro, lo que se pide en él. Los que viven en una comunidad
tienen ya esa experiencia, ellos ya saben que Dios es Padre, no
pueden someterse a ningún tirano. Tendrán que vivir en una
sociedad, donde tendrán que convivir con otros. Pero reconocer
como divinos esos poderes, como se hacía en el culto al emperador
romano, no, eso no. El estado será necesario, pero nosotros no
aceptamos la veneración del poder. Puede ser un mal necesario, a
veces, pero nunca el poder tiránico, nunca. El poder opresor, jamás.
Primera petición. Que la humanidad, sabiendo que tú eres Padre,
sea libre, se libere.
Llegue tu reinado.
La segunda petición tiene, en la traducción española, un defecto
tremendo, que no sé por qué ha entrado, no me lo explico. Se dice:
venga a nosotros tu reino. Ese "a nosotros" no está ni en el griego
ni en el latín ni en el francés ni en el italiano ni en el inglés ni en el
alemán ni en ningún otro, solamente en el español. ¿Por qué se
dice "a nosotros", si no está? Es meter ahí un pronombre que
pertenece a la comunidad, y eso corresponde a la segunda parte.
Falsea completamente el Padre nuestro. Porque hemos dicho que
los que rezan el Padre nuestro tienen ya experiencia de ese reino,
Dios reina sobre ellos porque tienen el Espíritu. Ellos no piden para
sí, piden para el mundo. Por eso, si os acordáis del latín, se decía:
"adveniat regnum tuum". No a nosotros, sino que llegue tu reino. De
manera que eso tenemos que corregirlo en nuestra oración. Porque
si no, no entendemos el Padre nuestro.
¿Qué significa esta petición? La palabra reino puede traducirse
de tres maneras: realeza, reinado y reino. La ordinaria, en lenguaje
arameo o hebreo, es reinado. El reino somos nosotros, y no se
puede decir que lleguemos nosotros. Lo que se pide es que llegue
su reinado, es decir, que la actividad de Dios sobre la humanidad se
ejerza. Ya se ejerce sobre la comunidad y ahora, esta comunidad,
quiere que sea para el mundo entero, para toda la humanidad. El
reinado de Dios es la comunicación de vida. La vida de Dios
comunicada es el Espíritu. Por tanto lo que se pide es que esta
experiencia de vida que tenemos nosotros, del Espíritu que nos ha
dado vida, que sea también experiencia de la humanidad. La
pequeña utopía realizada y la gran utopía.
Acordémonos de la primera bienaventuranza. "Dichosos los que
eligen ser pobres, porque sobre ellos reina Dios, Dios ejerce su
reinado, tienen a Dios por rey". De manera que para que Dios ejerza
su reinado sobre los seres humanos, esa comunicación de vida,
hace falta esa opción, la opción por la pobreza, que es la opción
contra las ambiciones de dinero, de honor y de poder. La
comunidad ha hecho la opción y ha recibido el Espíritu, ya Dios
reina sobre ella. Entonces se pide que Dios reine sobre la
humanidad, y eso implica que la humanidad cambie su estado de
valores, que en vez de los valores de la sociedad injusta (la
ambición, las insolidaridades, la violencia interna y externa), que
cambien y que elijan precisamente lo contrario: la sencillez y el
compartir, la igualdad y el servicio mutuo, en vez del poder, el honor
y el dinero. De manera que esta humanidad que, primero, se libera
al comprender que Dios es Padre y no es tirano y, por lo tanto, no
acepta un tirano, esa humanidad, así liberada, haga las opciones
propias de ese Padre que se propone, las opciones para que el
Padre pueda reinar. Las opciones implican renunciar a las
ambiciones, y entonces "tu reinado" será una realidad. Que la
humanidad se llene de vida, de Espíritu, de amor, de solidaridad, de
fraternidad, porque ha hecho las opciones que eliminan esas
rivalidades, hostilidades y violencias de la sociedad en que vivimos.
De manera que éste es el reinado de Dios. Dios reina sobre cada
uno de nosotros y también sobre todos, porque la opción la hace
cada individuo, esa no es comunitaria. Dentro de la comunidad, uno
hace su opción personal. Eso es inevitable. No se pueden hacer
opciones comunitarias, cada uno tiene que hacer su opción.
Entonces así se crea la persona nueva. La persona que hace esa
opción, que destierra de sí las ambiciones, que renuncia a todo eso
y recibe el Espíritu, es la persona nueva, la nueva criatura.
Entonces lo que se pide es que los seres humanos sean personas
nuevas y que por esa opción vaya surgiendo la humanidad nueva.
Realícese en la tierra tu designio del cielo.
Tercera petición. La traducción ordinaria "hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo", se entiende poco. ¿Quién hace la
voluntad en el cielo, para que se haga en la tierra? No está claro.
¿Qué voluntad es esa? La palabra voluntad, que está en la
traducción latina "voluntas", es una traducción deficiente. Porque la
palabra griega, significa algo concreto, y eso concreto, si se refiere
a un proyecto histórico, como es aquí, a un plan de Dios, entonces
la traducción "voluntad" nos es correcta. Ponemos "tu plan" o una
palabra más noble y más bonita que es "tu designio".
De manera que Dios tiene un designio. ¿Cual es? Ya lo sabemos.
Que esa humanidad nueva construya una sociedad nueva, que es
el reino de Dios. Esa humanidad nueva, que viene por su reinado,
por el don del Espíritu, construya una sociedad nueva. Fijaos, si
nosotros decimos "designio" o "plan", entonces eso incluye dos
fases: una fase de concepción y otra de ejecución. Un designio, un
plan se concibe y después se ejecuta. Y a eso corresponden los dos
términos. En el cielo se concibe y en la tierra se ejecuta. Por eso la
traducción es: Realícese en la tierra tu designio del cielo. Dios tiene
un proyecto, Dios tiene un designio sobre la humanidad, que es esa
sociedad nueva, esa sociedad de los hijos de Dios, esa sociedad de
felicidad humana, de libertad, de crecimiento, de fraternidad. Él lo ha
concebido en el cielo. Y lo que pedimos es que se realice en la
tierra.
La comunidad tiene ya experiencia, pequeña, frágil, de esa
realidad. Ella es parte de ese designio a realizar, es ya una pequeña
parcela del reino de Dios. Pero no basta. El compromiso inicial del
cristiano se hace por amor a la humanidad, como el de Jesús. ¿Veis
cómo se trasluce el amor a la humanidad en estas tres peticiones?
Los que ya viven la nueva realidad no pueden conformarse con
vivirla ellos, están deseando que eso se extienda a la humanidad.
De manera que tenemos ya la primera parte del Padre nuestro.
Proclámese ese nombre tuyo, que la humanidad sepa que tú eres el
dador de vida, no un dios tirano, un dios arbitrario, sino el Dios que
comunica vida a los seres humanos. Con lo cual se libera de toda
superstición del poder, de toda adoración del poder, de todo
respeto a la tiranía. La humanidad liberada. Llegue tu reinado. Que
la humanidad haga la opción aquella de la primera bienaventuranza,
que cambie su estado de valores y tú le infundas vida y se cree el
ser nuevo. Realícese en la tierra tu designio del cielo, es decir, que
esos seres nuevos construyan la nueva sociedad, la que asegura la
felicidad de todos los seres humanos.
Esta es la primera parte del Padre nuestro. Es completamente
misionera, volcada hacia afuera. Esto es notable, porque el Señor
nos enseña aquí cuál es el orden de prioridades en nuestras
peticiones. No empieza diciendo: Señor, yo pido por mí. No. Primero
por todos, por la humanidad. Fijaos en aquella frase de Juan que
dice: Así demostró Dios su amor al mundo (que es la humanidad),
llegando a dar a su Hijo único. De manera que el amor a la
humanidad, supera, por así decir, al amor al Hijo. En nosotros, el
amor a la humanidad, supera al amor hacia nosotros.
Yo he enseñado liturgia muchos años, liturgia oriental, y colaboré,
después del Concilio, con las comisiones aquellas que se
organizaron para arreglar la misa y el oficio divino. Y me extrañó
que, cuando se hicieron las oraciones de los fieles, se empezase
siempre, en primer lugar, pidiendo por la santa iglesia católica. Este
no es el orden del evangelio. Primero hay que pedir por el mundo,
por la humanidad, por los que lo necesitan, porque la gente cambie
de mentalidad. Y después pedimos por la iglesia, que somos
nosotros. Pero empezar pidiendo por la iglesia no es según el
evangelio, según el Padre nuestro. Porque el Señor nos ha
enseñado muy claramente cuál es el orden. Primero el amor a
todos, después la preocupación por nosotros. Veis que, ser perfecto
como vuestro Padre del cielo es perfecto, implica el amar a todos, el
amor universal. Por eso en primer lugar ponemos el amor universal.
Esto es lo que tenemos que desarrollar. Desde nuestra realidad
cristiana, que eso se haga realidad en todas partes, en los tres
grados: liberación, creación de la persona nueva, creación de la
sociedad nueva.
Porque sin seres humanos nuevos no hay sociedad nueva. Ese
era el engaño de los judíos del tiempo de Jesús y de los discípulos,
que tenían la misma mentalidad. Y es que, según ellos, lo que hacía
falta era una revolución, una subversión reformista que quitase
aquellos colaboracionistas, aquellos corrompidos, que eran los
directores del pueblo en aquel tiempo, los sacerdotes y las familias
ricas, y diera una nueva estructura. No sirve para nada. Lo hemos
visto, lo estamos viendo. El ensayo de crear una sociedad nueva,
como se ha hecho en los regímenes comunistas, Rusia y China,
sobre todo, sin cambiar a la gente, lleva a la ruina. Porque si la
gente sigue siendo ambiciosa, como lo sigue siendo, no ha
renunciado a las ambiciones, vuelve a salir todo y se creará, con
otras formas políticas, la misma injusticia. Y lo mismo podemos decir
también de nuestra sociedad capitalista. ¿Cuál es su defecto? Esa
ambición tremenda que crea violencia y crea injusticia
necesariamente. De manera que el orden, la prioridad es el amor a
la humanidad.
Y luego, como ya hemos dicho que estas peticiones suponen una
experiencia, expresan un deseo e implican un compromiso de
trabajo, naturalmente la comunidad se mira así misma y entonces
pide estar a la altura y empieza la segunda parte del Padre nuestro,
donde se utiliza el pronombre plural de primera persona: nosotros,
nuestro, nos.
Nuestro pan del mañana dánoslo hoy.
En la siguiente petición se decía antiguamente: El pan nuestro de
cada día dánoslo hoy. Ahora creo que han modificado un poco.
¿Quiere decir realmente esto? Es raro, porque un poco después, en
el evangelio, el Señor nos dirá que no nos preocupemos por el
mañana, que no nos preocupemos por lo que tenemos que comer,
por lo que tenemos que vestir. Y es muy raro que en la oración
central, él ponga la petición por el pan. Por eso nos preguntamos:
¿está bien traducido esto? La cosa es ardua, porque Jerónimo, que
tradujo al latín los evangelios, encuentra la misma palabra griega
"epiousion", nuestro pan, en el Padre nuestro de Mateo y de Lucas.
Encuentra esa palabra y se hace un lío, porque en Mateo él traduce
"nuestro pan supersustancial" y en Lucas, la misma palabra, la
traduce por "nuestro pan cotidiano". Y uno se pregunta: ¿por qué
dudaba tanto Jerónimo? ¿Tan difícil era esta palabra? Ciertamente.
Porque, fijaos, el Padre nuestro que rezamos nosotros está
tomado del evangelio de Mateo, excepto esta palabra, porque por
no decir "danos hoy nuestro pan supersustancial", cogieron de
Lucas "nuestro pan cotidiano". El mismo Jerónimo, que conocía un
evangelio que el llama el evangelio de los Hebreos, escrito
seguramente en arameo, que se ha perdido por completo, dice: yo
he leído en ese evangelio que la palabra correspondiente al griego
"epiousion" era la palabra "maha", que en arameo significa mañana,
al día siguiente.
Este es un dato importante, que se confirma con las traducciones
que se hicieron en el norte de África. En la iglesia copta, egipcia, se
tradujo el evangelio en varios dialectos. Un día, en el Instituto
Oriental de Roma donde yo enseño, estaba estudiando el Padre
nuestro, y comenté ante algunos compañeros: dice Jerónimo que
esa frase significaría el pan de mañana. Y me dice un jesuita
egipcio: pues eso es lo que decimos nosotros, en copto y en árabe.
Y yo le dije: pues no sabes qué alegría me das. Y además
descubrimos que también en otra lengua copta, en otro dialecto,
estaba traducido también "pan del mañana". De manera que eso
coincide con el dato de Jerónimo.
¿Dónde está la dificultad? Orígenes tiene su tratado de la oración
donde trata del Padre nuestro. Y él dice que esta palabra fue
inventada por los evangelistas. Lo cual es muy probable, porque era
griego y sabía griego. Pero "inventada" no quiere decir que fuera
ininteligible. Porque yo puedo coger una palabra española y de ella
derivar una palabra que no existe, pero que todo el mundo entiende.
Supongamos que de mañana yo pudiera derivar mañanero, que ya
existe, pero, aunque no existiera, todo el mundo entendería que
pertenece a la mañana. La palabra fue inventada por los
evangelistas, pero estaba clarísimo para cualquier griego. Se trata
del pan del mañana. Además muchos Padres griegos interpretan
también como "el pan del mañana".
De modo que la frase sería: "nuestro pan del mañana dánoslo
hoy". Primera petición por la comunidad cristiana. El pan es el
símbolo de la comida, del banquete. Comer pan con alguien es
comer con alguien. De manera que "nuestro pan del mañana" alude
al banquete de la vida futura, que se describe como el banquete,
como la fiesta de bodas. De manera que lo que se pide aquí es que
ese pan, es decir, ese banquete de la vida futura, que es la
expresión simbólica de la amistad, de la comunión, del amor mutuo,
de la alegría, que eso sea realidad aquí y ahora. Que la comunidad
cristiana viva esa alegría y esa comunión, esa unión y esa amistad
que se esperaba para el banquete del otro mundo, de la vida
futura.
Notemos que estamos en aquello que decíamos en el nº 8 de las
bienaventuranzas. El 8 es el número de la vida futura, sin embargo
se aplica a la vida presente, porque el reino de Dios aquí, el reinado
de Dios, que es el don del Espíritu, es una realidad de la vida divina
que entra en la historia humana. Y el Reino de Dios es el fruto de la
realidad divina comunicada, que está presente en la historia
humana. Por eso lo que pedimos aquí, esa realidad divina, que es la
futura, de alegría, de unión, de amor, eso sea realidad hoy en
nuestra comunidad. Con lo cual se caracteriza la comunidad
cristiana. La comunidad cristiana es una comunidad de unión, de
amor, de amistad, de alegría.
Y, evidentemente, hay una alusión a la Eucaristía. Nuestro pan del
mañana, la realidad divina que se inserta en la historia humana, ese
pan es también la Eucaristía, que es el banquete aquí, que
representa y que realiza esa realidad futura.
Y perdónanos nuestras deudas,
que también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Conservo la palabra "deuda", que es la que está en Mateo.
Porque deuda significa que yo estoy obligado, pero no indica nada
sobre la actitud del acreedor. En cambio si ponemos ofensa, como
se ha puesto ahora, entonces significa que el otro está ofendido,
que Dios está ceñudo e iracundo. Y esto no lo dice el evangelista.
La palabra deuda implica que yo debo algo, pero Dios no está
ofendido. Si ponemos ofensa es que Dios me mira con malos ojos.
Ese cambio no ha sido feliz. Da una falsa idea de Dios, como si
estuviese airado con nosotros. El Señor nos espera siempre y nos
ofrece su amor siempre. Cuando hemos metido la pata, también nos
ofrece su mano para levantarnos. Y nunca se cansa y nunca se
venga y nunca castiga. De manera que la palabra "deuda" es mucho
más adecuada, como también "nuestros deudores". Que uno esté
en deuda conmigo, no quiere decir que yo esté ofendido ni molesto
ni irritado contra él.
Se trata de la única petición del Padre nuestro que lleva una
condición. Se pide que Dios nos perdone, pero porque cumplimos
nosotros una condición. El "que" es causal. De manera que nosotros
aseguramos que hemos cumplido la condición, y así le pedimos que
nos perdone. ¿Dios no nos perdonaría, si nosotros no
perdonáramos a los demás? No. Lo dice clarísimamente el Señor
inmediatamente después del Padre nuestro: "si vosotros perdonáis,
vuestro Padre os perdonará, pero si no perdonáis, no os perdona".
¿Por qué? Porque si yo me cierro al amor, no puedo recibir amor. El
perdón es la manifestación del amor, una de las manifestaciones del
amor. Uno pasa por alto la deuda, condona la deuda, pero, claro,
esa manifestación de amor necesita que el que la recibe esté
abierto al amor. Si el otro se ha cerrado no puede recibir el amor de
Dios. No es que Dios no quiera, es que no puede perdonar. El amor
es una corriente incesante, nace del Padre, se comunica a Jesús,
Jesús se comunica a nosotros y nosotros a los demás. Si se detiene
en nosotros, ya no se puede recibir, porque se ha tapado, se ha
interrumpido el cauce. Imposible recibirlo. De manera que por eso
nosotros aseguramos que estamos abiertos al amor, que nosotros
perdonamos, que dejamos correr el amor. Y entonces le pedimos al
Padre que su amor corra sobre nosotros, que su amor nos vaya
limpiando continuamente, que todo lo que sea obstáculo en la
comunidad sea inmediatamente lavado por ese perdón, porque
nosotros también lavamos todo lo que estorba.
De manera que lo primero que pedimos en esta segunda parte es
que la comunidad sea una comunidad de amor, una comunidad de
unión y una comunidad de alegría. La segunda es que sea una
comunidad de amor no sólo dentro de la comunidad, sino hacia
todos. Que las debilidades, los obstáculos, las faltas sean
continuamente borradas por ese amor de Dios que se derrama
sobre ella, porque ella misma está derramando amor sobre los
demás. Es una comunidad de un amor mutuo, fácil. Mutuo entre
ellos y con los demás. Porque el perdón tiene que ser continuo y
fácil siempre. Y así se asegura ese perdón de Dios, que es una
manifestación de su amor.
Y no nos dejes ceder a tentación, sino líbranos del malo.
Esta última petición tiene dos aspectos. Acordaos de lo que
dijimos de que el texto "se acuerda". Cuando Mateo habla aquí de
tentación, ya había hablado de tentación cuando Jesús estaba en el
desierto. Allí aparece el tentador que tienta a Jesús. Cuando Mateo,
en el Padre nuestro, pone "no nos dejes ceder a la tentación", está
aludiendo a las tentaciones de Jesús, que son las únicas de que ha
hablado antes. Son tres las tentaciones de Jesús, que pueden ser
tentaciones de la comunidad cristiana.
La primera es la siguiente. Jesús tiene hambre. "Si eres Hijo de
Dios di a estas piedras se conviertan en panes. Y Jesús le contesta:
No sólo de pan vive el hombre, sino de todo aquello que vaya
saliendo de la boca de Dios". Es decir, el demonio lo tienta a buscar
su beneficio personal, su comodidad personal sin tener en cuenta el
plan de Dios. Y esta era una tentación de la comunidad cristiana.
Hacer cosas no pensando antes si eso corresponde al plan de Dios
o no, sino porque eso le conviene para su provecho personal.
Utilizar el carisma, utilizar la realidad fuera de lo común que tiene el
cristiano para procurar su provecho. La comunidad cristiana quiere
satisfacer sus necesidades o medrar de alguna manera. ¿Pero eso
corresponde al plan de Dios? Eso no importa. Es el ateísmo
práctico. Actuar como si fuéramos una sociedad humana que le
conviene esto o lo otro, se construye, se vende...
"El tentador sube a Jesús al alero del templo y le dice: tírate
abajo, que ya está escrito: sus ángeles impedirán que tu pie
tropiece con una piedra, te tomarán en volandas y tu pie no
tropezará contra las piedras. Y el Señor le dice: No tentarás al Señor
tu Dios". Esta es la tentación del providencialismo infantil. Nos
metemos en un lío tremendo y decimos: ya Dios lo arreglará. No.
Hay que pensar y calcular qué es lo que conviene hacer. Y además
aquí entra también el deseo de vanidad. El pueblo está en el templo,
en el patio y el tentador lo pone en la torre y le dice: tírate abajo,
que verás cuando la gente vea que tú caes del cielo tan glorioso,
sostenido por los ángeles cómo te van a reconocer. No. Eso es
buscar el prestigio. Y además, con una irresponsabilidad espantosa.
¿Dios tiene que suplir nuestros errores? No.
La tercera, que es la más clara, es la del poder. Ahí el tentador ya
no le dice, si eres Hijo de Dios, no puede decírselo, porque lo que
está diciendo es que cambie de Dios. "Le muestra todos los reinos
del mundo con toda su gloria". Es decir, el poder del dinero, del
ejército, el poder militar, el poder del lujo, todo eso. "Y le dice: todo
esto te daré, si tú me rindes homenaje". Rendir homenaje se hace a
un rey, a Dios como rey. Entonces le dice: cambia de Dios. Que yo
sea tu Dios. Satanás, en el evangelio, es el símbolo del poder, el
poder que tienta al hombre. Porque la ambición de poder es la más
poderosa. Satanás no es un ser espiritual que ande por ahí dando
vueltas para fastidiar. No. Es el símbolo del poder. Por eso ofrece el
poder y tienta a Jesús con el poder. Esta es la gran tentación. Te
haré emperador del mundo, es lo que le está diciendo, si tú, en vez
de rendir homenaje a ese Dios que dice que vas a morir, me rindes
homenaje a mí, que te prometo la gloria de todo el reino. Y verás tú
entonces como todo el mundo te sigue. A un Mesías que va a morir,
no le sigue nadie. A un Mesías que es el rey esplendoroso, el rey
riquísimo, el rey dominante, el rey de la fuerza militar, a ese lo
seguirán todos. Es lo que le está proponiendo. Anda, sígueme,
ríndeme homenaje.
La tentación del poder. Esta es la tercera tentación de Jesús y la
tentación de la Iglesia. Constituir un poder, un dominio, utilizar el
dinero, el prestigio y el dominio para imponerse en la sociedad. Esta
es la tremenda tentación. Por eso decimos, además, líbranos del
malo. El malo es Satanás, el tentador, el poder, la ambición de todo.
Porque eso, en lugar de propagar el reino de Dios, de construir el
reino de Dios, construye el reino del demonio, el reino del poder y
del dinero.
Para terminar vamos a rezar este Padre nuestro.
Padre nuestro del cielo.
Proclámese ese nombre tuyo.
Llegue tu reinado.
Realícese en la tierra tu designio del cielo.
Nuestro pan del mañana dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas,
ue también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Y no nos dejes ceder a la tentación,
sino líbranos del malo. Amén.
PREGUNTA: ¿ La versión del Padre nuestro, que actualmente
utilizamos, ha mejorado algo?
Ha mejorado algo. El lenguaje es más sencillo. Padre nuestro del
cielo, o que estás en el cielo, en vez "de los cielos", que parece más
bien del lenguaje meteorológico. Y quizá alguna otra cosilla. Llegue
a nosotros tu reino, en vez de venga "a nos" el tu reino. Pero,
primero, no se ha corregido la traducción de acuerdo con lo que
ahora ya se sabe. Y, segundo, el cambio de deudas por ofensas,
me parece que da una idea de Dios mala, que no es la que se
debería de dar. Lo demás queda igual. Cuando se tradujo la misa al
español, yo colaboré con Alonso Shökel y otros y tradujimos el
Gloria, el Credo. Eso que se recita en la misa es traducción nuestra.
Propusimos a los obispos traducir el Padre nuestro, pero no
quisieron, por eso de que ya todo el mundo lo sabe de memoria, es
tradicional. Así estamos.
Juan Mateos
(Transcripción de la grabación preparada por
Pedro Sánchez, O.P.
Parroquia de Santo Tomás de Villanueva. Vallecas. Madrid)