LA CONTEMPLACIÓN EN «LA CIUDAD»
JOSÉ A. GARCIA
1. Definir la
contemplación.
En el pasaje de los Ejercicios conocido como "Contemplación para alcanzar
amor", San
Ignacio comienza con dos notas introductorias. En la primera de ellas señala
que "el amor se
debe poner más en obras que en palabras" (EE. 230), es decir, que ha de
superar el ámbito de
la pura interioridad, el reino de las meras intenciones, donde tan fácilmente
se produce el
fenómeno de la justificación, y llevarnos al mundo real de las "acciones
y operaciones". Un
primer aviso de que ese amor que se espera alcanzar a través de la
contemplación ha de ser
real, histórico, y de que su campo de verificación son principalmente las
obras. La segunda nota
introductoria es más sorprendente aún. Dice que "el amor consiste en
comunicación de las dos
partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o puede,
y así, por el
contrario, el amado al amante; de manera que si uno tiene sciencia, dar al que
no la tiene, sé
hombres, sé riquezas..." (EE.231). Lo sorprendente de esta nota está en
que riquezas y honores
constituían en la segunda semana una auténtica trampa en el seguimiento de
Jesús. Eran
conflictivos, porque dinamizaban en el hombre un proceso de identificación
posesiva con ellos.
Eran tentación, porque la codicia de los mismos les hacía aparecer como el
horizonte dador de
sentido para el ejercitante. Ahora, sin embargo, San Ignacio los presenta como
una posibilidad
de salir de uno mismo... ¿Qué ha pasado?
Ha pasado que el problema de situarnos cristianamente en la realidad no está en
la realidad
misma, sino en el modo de estar frente a ella. Según sea de un tipo o de otro
-contemplativamente o posesivamente-, potenciaremos o anularemos la realidad, la
descubriremos trasparentemente o la esclavizaremos al servicio de lo peor de
nosotros mismos.
Las cosas no son malas; es mi actitud ante ellas la que puede volverlas
peligrosas.
La petición de esta contemplación dice así: "Será aquí pedir
cognoscimiento interno de tanto
bien recibido, para que yo enteramente reconosciendo, pueda en todo amar y
servir a su divina
magestad" (EE. 233). Lo que en una dinámica posesiva funciona como
horizonte de cosas que
yo voy a atrapar, a engullir, situado yo como centro de todo, se convierte aquí
en posibilidad de
experimentarlo todo como don y, por tanto, como inmerecido regalo de Alguien. Ya
no soy yo
quien posee las cosas, quien las acapara, ni las cosas quienes me
poseen a mí. Al experimentarlo todo como don, se convierte todo en una
posibilidad de
salir de mí a través de la experiencia sentida de gratuidad. Las cosas están
ahí; los
acontecimientos también. Mi fe no las crea, sino que las descubre como don;
descubre que
están ahí por mí. Esto significa "contemplarlas".
Quisiera aclarar un poco más esto último, porque lo considero central. Lo
intentaré a
través de tres usos del por mí y de las tres experiencias que les subyacen
GRATUIDAD/GRATITUD: Si yo tuviera la desgracia
de atropellar a alguien y dejarlo
lisiado, podría decir que eso ha ocurrido por mí. La experiencia subyacente a
esa expresión
sería una experiencia de dolor, de obligación...; no seria, en absoluto, ni
gratificante ni
liberadora. Si yo me desviviera después por ese lisiado, él podría decir:
"lo hace por mí".
Tampoco en este caso sería una experiencia de gratuidad, sino de debida
respuesta a un
mal causado. En ambos casos la experiencia es ensimismada; no abre a cosa nueva,
se
cierra sobre sí misma: sobre la culpa o sobre la exigencia. Podría suceder,
sin embargo,
que un día alguien se acercara a mí y me dijera: ¿sabes que aquello que hizo
fulano de tal
fue por ti? Este último por mí tendría una calidad que no está en los
anteriores, y
desencadenaría dentro de mí una dinámica distinta de la de aquellos. La
calidad distinta se
la da el hecho de la gratuidad, y la dinámica que desarrolla se llama
agradecimiento, salida
de mí, generosidad nueva... ¿Quién no ha tenido alguna vez esta triple
experiencia?
Lo normal es que nos movamos en un mundo de culpabilidad o de exigencia, un
mundo
de derecho y de pura justicia conmutativa que nos da seguridad, pero que nos
deja
cerrados sobre nosotros mismos. El mundo del don, por el contrario, nos pone en
éxodo,
nos hace salir de nosotros mismos. La gratuidad genera gratitud, y ésta
movimiento de
generosidad. La contemplación, que me hace percibirlo todo como don,
desencadena
dentro de mí un imparable movimiento de salida de mí.
Cuando Moisés pide a Dios, en Ex 33,28: "Déjame ver, por favor, tu
gloria", Yahvéh le
responde: "Yo haré pasar ante ti toda mi bondad... Mi rostro no lo
verás". Descubriendo los
pequeños brotes de bondad que hay en toda realidad -aunque toda realidad esté
manchada-, descubriremos a Dios. Esa bondad que trasparente a Dios la
experimentaré si
soy capaz de mirar las cosas como don y no como exigencia debida o como objeto
de mi
codicia.
En 1 Tes 5,19 dice San Pablo: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno"
Y en Flp 4,8
añade: "Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble,
de justo, de
puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio,
todo eso
tenedlo en cuenta". En ambos textos insiste Pablo también en que ese
ejercicio vaya
rodeado de acción de gracias. Apoyándome en estos textos, quisiera poner de
relieve lo
siguiente: la actitud crítica como actitud primera y englobante es tramposa; el
acercamiento
a la realidad que empieza con un juicio condenatorio no logra más que producir
una cadena
de autoengaños. Todo juicio primero deforma la realidad. Freud entendió muy
bien esto
cuando, en la regla de oro del Psicoanálisis, el único pacto que establece
entre el analista y
el paciente es que este último le dé a conocer sus asociaciones libres,
especialmente
aquellas que le surgen con un juicio crítico incorporado. Por ahí va a
averiguar el analista
los mecanismos de deformación de la realidad que utiliza el paciente. En todo
juicio
tendemos a justificarnos y a buscar una falsa seguridad. De paso, logramos que
la realidad
no se nos re-vele tal como verdaderamente es. Jesús no constituyó ninguna
revelación
para los escribas y fariseos, porque su primer acercamiento a él fue crítico,
descalificador.
JUICIO/CRITICA /Mt/07/01:
No se trata, por supuesto, de alejar de nosotros
definitivamente todo acercamiento crítico a la realidad. La lección que se
saca de los textos
y reflexión anteriores no es ésa, sino que en ese acercamiento lo primero no
ha de ser el
juicio, la crítica, sino el descubrimiento de la bondad oculta. Esa es la
actitud previa. "No
juzguéis", dijo Jesús; y en este caso, lo mismo que cuando niega la
antigua dialéctica del
"ojo por ojo", lo que intenta es hacernos salir de ese mecanismo
repetitivo, típicamente
infantil y regresivo, que nos encierra en nosotros mismos y no nos abre a
horizonte alguno
nuevo. Eso mismo intenta Ignacio en su famoso presupuesto: "se ha de
presuponer, que
todo buen christiano ha de ser más prompto a salvar la proposición del
próximo, que a
condenarla" (EE. 22); o cuando, en las "reglas para sentir con la
Iglesia", insiste tanto en la
actitud primera de alabar.
Una actitud así, de empatía con la bondad de las cosas que se trasforma en
acción de
gracias, cambia todo el panorama, incluido nuestro modo de enfrentarnos con la
negatividad de la existencia, con las situaciones de tercera semana. También
ellas pueden
ser vividas contemplativamente cuando no les damos la espalda y salimos
corriendo ante
su mera presencia. Hombres que han sufrido mucho y no han dado la espalda al
dolor
-empezando por el propio Jesús- impresionan. Quizá son los únicos que
impresionan. Y en
nosotros mismos es verdad que, si no hubiésemos pasado por ellas, no
tendríamos una
determinadas dimensiones de gracia.
Contemplación cristiana es, pues, la capacidad de situarnos frente a la
realidad como
don gratuito de Dios, llegar agradecidamente a él y sentir que dentro de
nosotros se
desencadena, como gracia, la posibilidad de vivir saliendo de nosotros mismos,
des-centrándonos de todo horizonte posesivo o autojustificador.
2. Los
impedimentos de la «ciudad».
La sociedad actual nos lleva a girar sobre nosotros mismos, no a
"perdernos", como
invita el Evangelio de Jesús. La sociedad de consumo lo que hace es ofrecer a
ese
quintacolumnista que llevamos dentro un horizonte a su dinámica posesiva. Las
fantasías
infantiles que genera en nosotros el deseo se van a materializar en ese
horizonte de tener,
poseer, consumir, que en dicha fantasía aparecerán, además, como dadores de
sentido.
Ahí está la maldad de esta sociedad: en ofrecer material a nuestro deseo para
que éste
fabrique regresivamente su fantasía. Entrar en ese proceso es fatal, lleva a un
proceso
indefinido de alienación humana.
Es interesante, a este respecto, pararnos un momento y hacer una referencia a
·Freud.
Dice así en un pasaje de sus obras: SEXO/REPRESIÓN
«Es muy interesante observar que precisamente las tendencias sexuales coartadas
en
su fin son las que crean entre los hombres lazos más duraderos; pero esto se
explica
fácilmente por el hecho de que no son susceptibles de una satisfacción
completa, mientras
que las tendencias sexuales libres experimentan una debilitación extraordinaria
por la
descarga que tiene efecto cada vez que el fin sexual es alcanzado. El amor
sensual está
destinado a extinguirse en la satisfacción. Para poder durar tiene que hallarse
asociado
desde un principio a componentes puramente tiernos, esto es, coartados en sus
fines, o
experimentar en un momento dado una transposición de este género» («Psicología
de las
masas y análisis del yo», en Obras Completas T. 111, p. 2591, Madrid 19733).
La propaganda
de la sociedad de consumo dice: "Te haré feliz si satisfaces los deseos
que yo artificialmente te induzco". Freud dice: "Las tendencias
naturales que no son
coartadas están destinadas a morir en su satisfacción". También Ignacio
parece situarse en
esta misma perspectiva en sus "reglas para ordenarse en el comer" (EE.
210-217). Hay
alimentos que no disparan el deseo, y de éstos "conviene menos
abstenerse"; pero otros sí,
y hay que coartarlos. El problema no es subjetivo, sino que procede de un
análisis de lo
que sucede en la realidad. "Soy tan débil que, si entro en un proceso,
sucumbo en él...". Si
no prescindes de las cosas, si no las coartas, las cosas desencadenan en ti
expectativas,
horizontes de identificación posesiva. La única manera de evitar ser su
víctima es no entrar
en su proceso alienador. Cuando Jesús habla a sus discípulos sobre la
Eucaristía, parte de
una necesidad natural de comer y de beber, pero provoca el enganche con otra
dimensión,
cambia a esa necesidad de meta. En otra ocasión "hambre y sed" va a
finalizarlas en sed y
hambre de justicia. Siempre que el sentido me quiere dar algo que se me ofrece
para que lo
"atrape", me está engañando, y esto es precisamente lo que hace la
sociedad de consumo
con todos nosotros. La contemplación, al situarse ante todo en clave de don, en
clave de
un por mí gratuito, y al desencadenar dentro de mí un proceso de
descentramiento y
generosidad y abrirme -más allá de la búsqueda compulsiva de seguridad- al
riesgo y a la
libertad, posibilita el que me vaya liberando de todas esas trampas. La
"ciudad" moderna es
anticontemplativa (una ciudadanía contemplativa la destruiría como tal) Pero
en esa ciudad
es posible contemplar.
3. El proceso
de la contemplación.
El resultado de la "contemplación para alcanzar amor" es que, al
final, mi sensibilidad se
ha transformado. Se ha transformado mi "estética", mi manera de estar
frente al mundo y a
la realidad. Las cosas ya no están ahí como pasto de ese quintacolumnista
interior que
llevo dentro, sino que las veo, las palpo, las experimento, como transparencia
de Dios hacia
mí y como invitación a "amar y servir". La estética secularista se
ha convertido en estética
evangélica. Esa es, pues, la meta de la contemplación en la ciudad. ¿Cuál es
su proceso
pedagógico?
En la contemplación del nacimiento, San Ignacio escalona las siguientes
expresiones: 1)
"ver las personas"; 2) "mirar, advertir y contemplar lo que
hablan"; 3) "mirar y considerar lo
que hacen"; y siempre, "reflectir sobre mí mismo para sacar algún
provecho" (EE.
110-117).
En el "ver las personas", San Ignacio nos invita a que lo hagamos
"con todo acatamiento
y reverencia posible". Es un primer nivel de respeto ante la realidad, una
prohibición de
acapararla. Un primer espacio de libertad. Un primer paso para contemplarla.
En el "mirar, advertir, y contemplar lo que hablan" está indicada la
escucha no
manipuladora de lo que oigo, tan necesaria para evitar que al estar frente a las
personas o
las cosas oiga sólo aquello que quiero oír.
En el "mirar y considerar lo que hacen" se nos invita a descubrir en
cada acción humana,
por pequeña que sea, el dinamismo interior de toda la persona, el "hacia
dónde" de su
vida.
El "reflectir" ignaciano no equivale a reflexionar. Es estar delante
de algo que respeto,
escucho, miro por dentro, y que se reflecta sobre mí transformándome.
He ahí el triple paso de un proceso pedagógico para la contemplación.
Quisiera añadir
que, cuando lo que tenemos delante de nosotros no son ya cosas o acontecimientos
del
pasado, sino historia viva, acontecimiento, el problema de la contemplación
sigue siendo
igual. Puedo situarme ante ellos desde mis inseguridades y miedos sin respetar
su
objetividad, sin escucharlos- y entonces, o bien iré a ellos con juicios
previos que protejan
mi seguridad, o bien huiré de ellos empujado por el miedo. Es el mecanismo
espontáneo del
estímulo-respuesta en el que no hay lugar para la contemplación como espacio
de libertad
interpuesto. El contemplativo ni huye de esos acontecimientos ni está en ellos
agobiado por
sus pre-juicios. Mira la realidad, la escucha, la escruta por dentro para
encontrarse en ella
con Dios y, a partir de ahí, elabora las posibilidades de respuesta.
He aquí, expresado breve y sintéticamente, y ayudado por las intuiciones de
los
Ejercicios, lo que entiendo por contemplación cristiana en la ciudad moderna,
los
impedimentos que esa ciudad proyecta sobre el contemplativo y las posibilidades
que
tenemos -en esta ciudad- de situarnos ante toda realidad percibiéndola como don
y
transparencia de Dios por mi. En esta experiencia será el factor-agradecimiento
el que
provoque la consiguiente movilización. "Para que, enteramente
recognosciendo, pueda en
todo amar y servir a su divina magestad".
JOSÉ
A. GARCIA
SAL-TERRAE 1986/12. Págs. 871-877