“Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la
hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder
jamás alcanzados hasta ahora. Por eso en este momento en que la humanidad conoce
una mutación tan profunda, las mujeres llenas del Espíritu del Evangelio pueden
ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”1
Llega, como cada año, el día dedicado a la mujer. Es importante por lo tanto,
recordar la trascendencia del “ser mujer”, que implica esa esencia, ese genio,
ese rasgo femenino que impregna y marca la vida de la humanidad de manera
imborrable, impenetrable, insuperable y trascendente.
Ser mujer es ser persona en un modo particular, es decir, el hombre y la mujer,
siendo personas ambos, tienen modos distintos y personalísimos de ser
esencialmente diferentes.
El alma, el ethos, la esencia femenina va a la totalidad, a lo personal – vivo,
custodia, protege, conserva, nutre, alimenta, ayuda a crecer y favorece todo lo
que le rodea, principalmente a sus seres queridos.
Así mismo, conoce no tanto como resultado de un análisis teórico, cuanto de un
modo natural de ir a lo concreto, de contemplarlo y de sentirlo, lo cual
capacita a la mujer para ser protectora y educadora de los seres que la rodean.
Hace un tiempo escuché una anécdota verdaderamente ilustrativa sobre el tema: en
una reunión de hombres y mujeres, un hombre comenzó a hablar sobre las
diferencias entre ambos sexos, y entre otras cosas dijo, que en efecto, la forma
de conocer del hombre era mucho mas racional, más lógica, con más “fundamentos”…
los hombres orgullosos miraban de reojo a las mujeres para ver la reacción que
estas tenían. El orador, disfrutando la escena de pronto le dio la vuelta a la
tortilla: “en efecto, las mujeres son menos racionales en el sentido estricto
del término, sin embargo, tienen un modo de conocimiento mucho más perfecto,
porque “aprehenden” la realidad sin necesidad de razonarla, por ello no hay modo
mas perfecto de conocimiento, que el que tiene la mujer”… ya imaginarán la cara
de éstas y las consecuentes reacciones de los hombres que estaban tan seguros de
si mismos.
En efecto, ese sexto sentido, esa capacidad de ir a la totalidad de la persona,
esa intuición femenina, permite de un modo casi inmediato que una mujer capte un
estado de ánimo, un problema, una situación “que no cuadra”, pero todo referido
al otro, a la persona concreta, a “dar vida” en el sentido mas amplio del
término.
Ya Agustín de Hipona hablaba de la mujer no como un adorno o un instrumento al
servicio del hombre, sino que decía que “la dignidad de la mujer es medida en
razón del Amor que es esencialmente orden de justicia y caridad”2
Porque solo la mujer es capaz de Amar como Ama, solo la mujer da su vida literal
y figurativamente por aquellos a quienes ama, solo la mujer se dona integral y
desinteresadamente con la única recompensa de ver al ser amado feliz, pleno,
lleno de Amor y de paz.
Es tiempo que la mujer se encuentre a si misma, valore lo que es y lo que hace,
la inmensa dignidad que tiene por el hecho de ser persona y además mujer: cuando
en el hogar, el trabajo, la sociedad falta la mujer, la vida se ve en tonos
grises… esa charolita de galletas que le puso un toque a la junta, esa idea
profundamente humanista que le dio un giro a una estrategia, esa sonrisa que
rompió el hielo en una negociación difícil, esa sensibilidad que evitó un mal
negocio, ese apretón de manos que le dio luz al alma atribulada, ese abrazo que
aminoró los fracasos escolares, ese regaño cariñoso que dio impulso al
derrotado… ¿concibes el mundo sin todo esto?
La mujer que se asume como mujer, que no busca competir con el hombre sino sacar
lo mejor de ella para impregnar el mundo con su esencia, la mujer profunda y
enamoradamente femenina, es aquella que puede cambiar al mundo, es aquella que
educa, que ama, que sirve, que participa lo mismo en política, que en economía,
que en su casa, que en sociedad, que le da sentido a la vida de otros y así
adquiere sentido su propia vida, que es manganima, caritativa, que busca tener
retos para superarlos, que es compasiva, alegre, luchona, trabajadora, pacífica
y agresiva, aquella que busca ir al alma, al corazón de quien la rodea, para
sanar heridas y colmar de cariño.
¡Ya basta de mujeres machos! ¡ya basta de “competir” con quien es nuestro
complemento!, ¡ya basta de querer ser lo que no somos, despreciando la riqueza y
la maravilla que si somos!, ¡ya basta de negar nuestra maternidad como si fuera
un lastre! ¡ya basta de renegar de la vida, cuando nuestra misión principal es
DAR VIDA a todo aquel que nos rodea!, ¡ya basta de despreciar el hogar que es la
cuna de cualquier ser humano!, ¡ya basta de denigrar el trabajo del hogar como
si fuera el mayor castigo sin valorar el aporte insustituible que este tiene
para el progreso del País, de la familia en su estabilidad y economía!, ¡ya
basta de ocultar nuestros sentimientos haciendonos las “fuertes” porque está mal
visto!, ¡ya basta de privar a la familia, a la sociedad, al trabajo, a la nación
de la riqueza de la PERSONA –MUJER con todas sus cualidades y aportes
insustituibles!, ¡ya basta de renegar de lo más maravilloso que tiene la mujer:
su esencia trascendentemente femenina.
La mujer, como es reconocido por Juan Pablo II en “Mulieris Dignitatem”, es
“apoyo insustituible y una fuente de fuerza espiritual para los demás, que
perciben la gran energía de su espíritu. A estas “mujeres perfectas” deben mucho
sus familias, y tambíen las Naciones”3
“Te doy gracias mujer por el hecho mismo de ser mujer. Con la “intuición”
propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la
plena verdad de las relaciones humanas” (Karol Wojtyla)
¡Gracias Dios mío, por haberme concedido el privilegio de ser mujer!
[1]Mensaje del Concilio a las mujeres, 8 diciembre 1965, AAS 58
(1966) 13-14
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[2] Agustin de Hipona, De trinitate, L,VIII, VII, 10-X, 14: CCL 50,
284-291
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[3]Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, p117
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