TEOLOGÍA Y MAGISTERIO EN LA IGLESIA, UNAS RELACIONES DIFÍCILES
JOAQUÍN LOSADA
Prof. de Eclesiología. Univ. Comillas. Madrid
«Magisterio y Teología... no son dos tareas opuestas, sino complementarias... Por ello el Magisterio y la Teología
deberán permanecer en diálogo."
Juan Pablo II
Más que una reflexión teórica sobre las reglas de juego que
debieran regir las relaciones del Magisterio con la Teología en el
interior de la Iglesia, nuestro punto de vista, de acuerdo con el
problema planteado en este número de Sal Terrae, quiere ser
concreto, atento a las peripecias de unas relaciones difíciles,
frecuentemente conflictivas, a veces escandalosas, entendiendo la
palabra en su sentido propio de "tropiezo"; tropiezo para la
conciencia de pertenencia a la Iglesia de muchos cristianos y factor
de distanciamientos prácticos. No se puede olvidar que uno de los
componentes más importantes de los procesos que han llevado a
las grandes rupturas de la unidad que ha padecido la Iglesia en su
historia, ha sido de índole doctrinal. Conflicto duro y crispado entre
teólogos y un Magisterio autoritativo que, muchas veces, el paso del
tiempo ha dejado al descubierto como apasionado y sin razón.
Pero no vamos a detenernos en el recuerdo de los viejos
conflictos históricos, aunque sus consecuencias dolorosas sigan
haciéndose sentir en nuestros días. Nos centraremos en la situación
de la Iglesia posconciliar y de nuestra Iglesia española en particular.
Una Iglesia que ha vivido un verdadero "boom" de brillante docencia
magisterial de Papas y Obispos, seguramente más abundante que
en cualquier otro momento de su historia: enseñanzas de
Conferencias episcopales regionales, nacionales y continentales,
Sínodos de Obispos, documentos del Papa y de las
Congregaciones romanas... Al mismo tiempo, esta misma Iglesia ha
padecido los dramas personales de teólogos como H. Küng, G.
Gutiérrez, L. Boff, Ch. Curran, E. Schillebeeckx, para citar los casos
más clamorosos, enfrentados a procesos sobre la ortodoxia de su
pensamiento teológico. Estos nombres son sólo la punta visible de
un "iceberg" que se extiende, prácticamente, a todas las Facultades
de Teología del mundo. Difícilmente podrá encontrarse alguna que
no haya experimentado en estos años, en algún momento y en
alguno de sus miembros, el conflicto con un Magisterio receloso
ante los empeños de algunos de sus mejores teólogos.
"Parece que ahora el teólogo —avisaba hace poco tiempo el
cardenal Ratzinger— quiere ser a toda costa 'creativo', pero su
verdadero cometido es profundizar, ayudar a comprender y a
anunciar el depósito común de la fe, no crear".1 Ahí está una de las
raíces del conflicto. No hay acuerdo sobre el papel que el teólogo
debe asumir en la vida de la Iglesia. En otros términos los Obispos
españoles, a juzgar por recientes declaraciones y escritos de altos
representantes de la Conferencia episcopal, apuntan su inquietud
en la misma dirección. Denuncian el "progresismo" de unos teólogos
que, en su apertura al mundo secular, ponen en peligro la esencia
de la fe cristiana.2 Los teólogos, sin embargo, creen ser fieles a su
identidad, a su misión y a la doctrina del Concilio Vaticano II cuando
se esfuerzan por dialogar con la cultura de su tiempo. Esta es la
situación problemática que queremos estudiar y analizar. Hay que
reencontrar el sano equilibrio de ministerios y funciones, que refleje
el vigor de una Iglesia renovada en la totalidad de su cuerpo. Hay
que preocuparse eficazmente por la credibilidad de nuestro
testimonio ante los hombres de nuestro tiempo.
1 Factores determinantes de la situación
Se trata, ante todo, de intentar hacer un diagnóstico convincente
y que, de alguna manera, ponga al descubierto las causas
profundas que provocan el frecuente conflicto entre el Magisterio y
la Teología. Cuando el fenómeno patológico se repite una y otra
vez, en diferentes circunstancias eclesiales y culturales, hasta el
punto de convertirse en un estado de tensión permanente, hay que
suponerle unas causas, entrañadas en la misma estructura
funcional de la Iglesia actual, que lo hacen nacer y renacer,
independientemente de cualquier circustancia cambiante. ¿Cuáles
pueden ser esos factores estructurales del conflicto? El análisis de
la identidad y del funcionamiento concreto de los dos servicios,
Magisterio y Teología, tal como son reconocidos y actúan hoy en la
Iglesia, nos abrirá el camino para su determinación.
Las dos funciones, Magisterio y Teología, tienen hoy una
identidad bien definida y reconocida en la vida de la Iglesia. "Los
Obispos, sucesores de los apóstoles, reciben del Señor, a quien ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar
a todas las gentes y de predicar el evangelio a toda creatura" (LG
24). Ese es su primer deber, el rasgo dominante que debe
caracterizar su presencia en la vida de la comunidad cristianas
El dinamismo de la fe, que acoge la Palabra revelada por Dios y
busca su plena comprensión, es lo que da origen y fundamenta la
tarea del teólogo. "Fides quaerens intellectum, intellectus quaerens
fidem", "la fe, que busca la comprensión, la inteligencia, que busca
la fe". Lo explicaba en Salamanca Juan Pablo II en los siguientes
términos:
"La fe es la raíz vital y permanente de la teología, que brota precisamente del
preguntar y buscar, intrínsecos a la misma fe, es decir de su impulso a
comprenderse a sí misma, tanto en su opción, radicalmente libre, de adhesión
personal a Cristo. cuanto en su asentimiento al contenido de la revelación
cristiana. Hacer teología es, pues, una tarea propia exclusivamente del
creyente en cuanto creyente, una tarea vitalmente suscitada y en todo
momento sostenida por la fe, y por eso es pregunta y búsqueda ilimitada.» 4
La función teológica aparece de este modo estrechamente
enraizada en las exigencias del hecho mismo de la fe cristiana: la
Palabra de Dios revelada, su captación y aceptación por la
comunidad creyente y su proclamación a todos los hombres y a
todas las culturas. Esa radicalidad fundamental del quehacer
teológico es la explicación de la presencia de "profetas y maestros",
hoy diríamos "teólogos", desde los tiempos apostólicos (cf. Act
13,1).
Las dos funciones aparecen estrechamente vinculadas con el
hecho de la revelación de Dios en Jesucristo, al servicio de la
Palabra revelada en él y por él, de su creciente comprensión y
asimilación y de su proclamación a todos los pueblos. Coinciden,
pues, ambas en el mismo campo de actividad. Podríamos decir que,
dentro de la estructura funcional de la Iglesia, se encuentran
colindantes. Esta localización estructural facilita y multiplica,
inevitablemente, los contactos y encuentros de las dos funciones,
pero también, en la misma medida, potencia las posibilidades de
roces y de choques.
Sería encerrarse en una visión parcial de las cosas limitarse a
este primer plano de identificación de estas dos funciones de
servicio a la Palabra de Dios revelada, por muy importantes que se
nos presenten. El Concilio Vaticano II comprende todas las
diversificaciones funcionales que se dan dentro de la Comunidad
cristiana en el marco de una visión global de la Iglesia como Pueblo
de Dios que prolonga en la historia, todo él, la triple función de
Cristo, sacerdotal, profética y real. Es en ese horizonte más amplio
donde hay que localizar todo un diversificado sistema de "servicio a
la Palabra", que afecta a todos los fieles y los compromete en la
continuidad de la función profética de Cristo hasta el fin de los
tiempos. Magisterio y Teología están insertos en ese "sistema
funcional profético"; forman parte de él y deben ser comprendidos
como tales. Una parte importante, sin duda, pero que nunca debiera
pretender imponerse y sustituir a la totalidad. Deben integrarse, en
comunión y en servicio, dentro de todo el sistema profético, en el
que hay que dar un puesto particularmente relevante al "sensus
fidei" de los fieles y a todas las formas vivas y carismas en que este
"sentido de la fe" de los creyentes se manifiesta en cada momento
en la vida de la Iglesia.
En este necesario proceso de integración de los distintos
servicios y ministerios en la comunión eclesial, es de capital
importancia tener en cuenta los principios operativos derivados de
la comunión, y en concreto, el "principio de prioridad comunitaria"
que, en un reciente documento sobre el laicado, recordaban los
Obispos alemanes: "Los dones y los cometidos que han sido
confiados a todos conjuntamente, comunitariamente, son primarios
respecto a toda diversidad, por significativa que pueda ser".5
Prioridad de lo común y comunitario que exige a las funciones
singulares, sean las que sean (en nuestro caso al Magisterio y a la
Teología), una actitud fundamental de atención y subordinación al
todo del cuerpo eclesial, al que deben servir.
Integrados en el sistema general de servicio a la Palabra de Dios,
la acción del Magisterio y de la Teología, como la de todo el Pueblo
de Dios, no debe ser nunca la de un mero instrumento pasivo y
reiterativo, sino un servicio personal y comunitario, responsable y
activo, en el que la libertad del Espíritu, "que habló por los
profetas", se conjuga con la libertad del hombre histórico, que en
las variables situaciones socioculturales acoge la Palabra de Dios
por la fe. En esta conjunción de lo divino y lo humano, considerada
como mediación que varía en función de la diversidad de tiempos y
de culturas, la Palabra de Dios sigue encontrando a los hombres.
Esto quiere decir que, aunque la Palabra haya sido dicha plena y
definitivamente en el Hijo y por el Hijo Jesucristo, su traducción y
comprensión en las distintas circunstancias histórico-culturales
deberá ser el quehacer concreto y personal de las mediaciones
históricas de una Iglesia que es "sacramento universal de salvación"
(LG 48). En el encuentro coloquial de Dios con la humanidad, en
que, según el Concilio, se realiza la Revelación de Dios (cf.DV 2),
tienen su puesto y encuentran el sentido de su función tradicional y
creativo tanto el Magisterio como la Teología.
Desde esta perspectiva de servicio mediador de la Palabra
revelada hay que comprender el objetivo concreto del magisterio de
los Obispos y de la reflexión de los teólogos. El ministerio
magisterial de los Obispos aparece en las Comunidades cristianas
como garantía de seguridad y de fidelidad a lo enseñado por los
Apóstoles en el momento transicional en que el cristianismo
naciente tiene que afrontar el paso de la generación apostólica,
fundamentada en el testimonio directo de los testigos oculares, a la
situación postapostólica, en la que estos testigos ya han
desaparecido. Es entonces cuando los Obispos "suceden" a los
Apóstoles en la garantía de la verdad revelada y transmitida por los
Apóstoles, y en el compromiso en el cumplimiento de la misión
confiada por Cristo a su Iglesia. Se trata, pues, de un ministerio
caracterizado por su dedicación a garantizar la continuidad con los
orígenes y la autenticidad de la doctrina recibida. Ese es el rasgo
dominante de su identidad ministerial y, consiguientemente, su
función principal en la estructura ministerial de la Iglesia. Una
garantía que se presenta y actúa no sólo en la proclamación de la
Buena Nueva y en la explicación a la Comunidad cristiana de la
doctrina recibida, como lo habían hecho los Apóstoles, sino en una
función de "vigilantes", "episcopoi", en la propia Iglesia particular,
"en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como obispos
para pastorear la Iglesia de Dios" (Act 20,28), en el momento en
que esos Apóstoles, testigos y cimiento sobre el que se construye la
Iglesia (cf. Ef 2,20), dejan de estar visiblemente presentes en la
comunidad.
El servicio de los teólogos se manifiesta históricamente en
relación con lo que podríamos llamar "proceso de negociación de
identidad" social y cultural, en el que tiene que entrar la comunidad
de los discípulos de Jesús al verse obligada a identificarse y
situarse primero en el contexto del judaísmo palestino, muy pronto
también en el mundo de la cultura greco-romana. ¿Qué significan
Jesús y su mensaje en el contexto apocalíptico de la espera de la
llegada inminente del Reino de Dios? ¿Qué valor tienen su muerte y
resurrección en el mundo judío de la espera escatológica? ¿Qué
sentido tiene su persona, su mensaje, la comprensión del
cristianismo palestino, en el mundo grecoromano, fuera de la
concepción apocalíptica de la historia cuestionada, por otra parte, a
causa de la dilación de la parusía? La reflexión de "los maestros",
"los teólogos", intenta dar una respuesta a estas preguntas-clave
para encontrar sentido a la fe cristiana ya desde sus mismos
orígenes. "Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os
pida razón ('logon') de vuestra esperanza" (1 Pet 3,15). El "logos"
de la esperanza cristiana, cuestionada en las distintas situaciones
históricas, es e' "logos" que busca el "teólogo" y que ofrece la
"Teología" a los creyentes y a las preguntas formuladas por cada
tiempo y cada cultura."
Naturalmente, los dos servicios, Magisterio y Teología, siguen
manteniendo su identidad y su razón de ser en las circunstancias
históricas que, a partir de la Ilustración, vive la Iglesia en su
encuentro con el mundo moderno. La afirmación de relevancia de la
fe cristiana en un mundo secularizado y la necesidad de una
"negociación de identidad" y de "dar razón de nuestra esperanza"
se ha hecho apremiante para la Teología. La necesidad de un
reforzamiento de la actitud de vigilancia que garantice la fidelidad y
la continuidad con la tradición viva se hace sentir con particular
intensidad ante la sucesión de problemas nuevos y de caminos
inciertos que se abren cada día ante la humanidad y ante la Iglesia.
Esta situación da una particular importancia y actualidad a los
servicios de Teología y Magisterio. Pero es precisamente ahora
cuando, en lugar de una esperada y abierta colaboración de los dos
servicios, nos encontramos con un distanciamiento creciente, una
atmósfera cargada y tensa y el frecuente estallido de conflictos
abiertos entre el Magisterio oficial y teólogos que intentan la
reflexión teológica en la frontera con nuestro mundo. ¿Se trata de
las consecuencias inevitables de una situación de emergencia que
pide actitudes y actuaciones extraordinarias? ¿Hay que aceptar la
situación fatalmente como exigencias normales de la vida eclesial?
¿Nos encontramos ante un planteamiento equivocado que hay que
rectificar, una situación anormal que necesita ser clarificada y
ordenada, para que ambos servicios funcionen de un modo correcto
y satisfactorio? Es esta última hipótesis la que creo que responde a
la realidad.
2. Las oscuridades de una situación conflictiva
El encuentro con la modernidad ha constituido un verdadero reto
para toda la Teología cristiana. La Teología católica no ha sido
ninguna excepción. No se trata de un desafío ideológico de
confrontación de dos concepciones del mundo alternativas. Lo que
está en juego es algo mucho más vital e importante. Se trata de la
proclamación del mensaje cristiano, de su sentido para el hombre
actual y de la posibilidad de su aceptación por la fe. Una vez más, la
Iglesia ha de dar razón de su esperanza a los que le preguntan por
su fe. Sin embargo, el cumplimiento de ese imperativo de todo
creyente, pero que afecta de un modo singular al ministerio del
teólogo, entraña un conjunto de contradicciones y oscuridades que,
en buena medida, son causa de conflictos para la Teología y que
necesitan una urgente clarificación.
2.1. "¿Invitación de compromiso?". El Concilio Vaticano II,
Magisterio en su forma más autorizada, supuso para la Teología
una confirmación indiscutible de su empeño por responder a las
cuestiones de nuestro tiempo. La constitución "Gaudium et Spes" se
situó ante el mundo de un modo nuevo. Expresó su cercanía al
mundo y a sus problemas, su solidaridad con todas sus
aspiraciones y preocupaciones, su disponibilidad total para un
diálogo franco y abierto, en el que la misma Iglesia se manifestaba
deseosa de aprender del mundo y ofrecía su colaboración en orden
a encontrar una solución a los problemas que angustian a la
humanidad. A esta actitud de acercamiento y diálogo el Concilio
invita también a la Teología:
«Los teólogos, guardando los métodos y las exigencias propias de la
ciencia sagrada, están invitados a buscar un modo más apropiado de
comunicar la doctrina a los hombres de su época, porque una cosa es el
depósito mismo de la fe, o sea, sus verdades, y otra cosa es el modo de
formularlas, conservando el mismo sentido y el mismo significado... La
investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada sin perder
contacto con su tiempo, a fin de facilitarle a los hombres cultos en los diversos
ramos del saber un mas pleno conocimiento de la fe... Pero, para que puedan
llevar a buen término su tarea, debe reconocerse a los fieles, clérigos o laicos,
la justa libertad de investigación, de pensamiento y de hacer conocer, humilde
y valientemente, su manera de ver en los campos que son de su
competencia.»6
Respondiendo a esta invitación del Magisterio solemne del
Concilio ecuménico, la Teología posconciliar se comprometió en ese
camino de búsqueda de nuevas formas de comunicación de la
doctrina de fe cristiana, de mantenimiento de contacto y de diálogo
con los hombres de nuestro tiempo, de uso de una justa libertad de
investigación, de pensamiento y de expresión de los propios puntos
de vista. Pero lo que ha sucedido frecuentemente en estos años es
que la Teología ha resultado un "invitado Incómodo", al presentarse
en el ámbito público de la Iglesia con las condiciones que el mismo
Magisterio conciliar le había fijado en el protocolo de su "tarjeta de
invitación": "buscar un modo más apropiado de comunicar su
doctrina a los hombres de su época", "sin perder contacto con su
tiempo", usando de la justa libertad de investigación, de
pensamiento y de hacer conocer, humilde y valerosamente su
manera de ver". La Teología invitada presenta su tarjeta de
invitación y de identificación perfectamente en regla. ¿Se le puede
cerrar la puerta, sin más? ¿Qué razones válidas o disculpas se
pueden dar por los que tienen la responsabilidad de la puerta de
entrada? ¿Es que ha habido un error en la invitación a la Teología,
hecha con tanta solemnidad por el Magisterio del Concilio? Esta es
la oscuridad primera que necesita ser clarificada. Ratificar o anular
una invitación que ha lanzado y animado la acción de la Teología de
nuestro tiempo.
2.2. "Apertura a distancia". La nueva actitud de la Iglesia ante el
mundo, su apertura al mundo moderno, es una de las grandes
enseñanzas del Concilio Vaticano II. Su expresión más rica y
autorizada la encontramos en la constitución "Gandium et Spes"
."La Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del genero
humano y de su historia". "Nada hay verdaderamente humano que
no encuentre eco en su corazón" (GSp 1). "Es deber permanente
de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e
interpretarlos a la luz del Evangelio" (GSp 4). "Avanza juntamente
con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y
su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la
sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia
de Dios" (GSp 40). "Los cristianos, recordando la palabra del Señor:
'en esto conocerán todos que sois mis discípulos, en el amor mutuo
que os tengáis' (Jn 3,35), no pueden tener otro anhelo mayor que el
de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los
hombres de hoy" (GSp 93).
De entonces acá han pasado casi veinticinco años ricos y
tensos. Parece que el mundo, al que la Iglesia había abierto sus
puertas de par en par, no ha resultado tan inocente y honorable
como, al parecer de algunos, habían imaginado los Padres
conciliares, "algunos de los cuales pudo parecer, tal vez, que se
dejaron ganar por aquel optimismo un poco ingenuo de aquellos
tiempos, un optimismo que, en la perspectiva actual, nos parece
poco crítico y realista".7
La mayor parte de la Teología posconciliar asumió
decididamente esa actitud fundamental del Concilio y de la
constitución "Gaudium et Spes", que la doctrina conciliar había
establecido sobre una sólida teología del Dios Creador, del Verbo
Encarnado y de la Historia de la salvación. Consecuentemente,
estos teólogos se han esforzado por mantenerse siempre cercanos
y solidarios con el mundo, como lo habla pedido el Concilio, aunque
este mundo no fuese ya la humanidad esperanzada de los años
conciliares, sino un mundo endurecido y escéptico, como
consecuencia de la serie encadenada de crisis económicas,
sociales, políticas y culturales. Por otra parte, hay que precisar que
esta nueva realidad mundana no está ausente del mundo y de la
previsión de futuro de la "Gaudium et Spes". Por eso no es lícito
pensar que el cambio producido pueda invalidar los principios
enseñados por la constitución, ni mucho menos anular su mensaje
de misericordia y de esperanza. Al contrario, ante la nueva
situación del mundo, la lógica del pensamiento conciliar, que es la
lógica del evangelio, debe llevarnos a una mayor proximidad y a una
mirada de mayor comprensión y misericordia. Pensemos en la
lectura que tiene en estos momentos la parábola del Buen
Samaritano (Lc 10,25-37). Y en este mismo sentido encuentra una
nueva actualidad la carta "Dives in misericordia" de Juan Pablo II.8
Por eso resultan desconcertantes puntos de vista en los que se
presenta a un llamado "sector progresista" de la Teología española
como pretendiendo fundamentar su postura teológica en el Concilio
Vaticano II, en la constitución "Gaudium et Spes" y en la invitación al
diálogo con el mundo, hecha por Pablo VI, mientras se justifica una
actitud de distanciamiento y confrontación, refiriéndose a "un vuelco
cultural", "cultura dominante... de la contestación", descrita con un
impresionante conjunto de rasgos negativos. El diálogo y
acercamiento a este mundo pone en peligro la misma esencia de la
fe cristiana 9 Hay que decir, sin embargo, que una lectura atenta del
capítulo primero de la constitución "Gaudium et Spes" pone en
evidencia que el mundo que el Concilio tiene presente, con el que
afirma su voluntad de diálogo y con el que se siente solidario, no se
diferencia del nuestro. Es y sigue siendo el mismo mundo
necesitado de salvación, al que Dios amó de tal modo que le
entregó su HiJo único (cf. Jn 3,16).
Ante esta situación, la necesidad de una clarificación vuelve a
hacerse urgente. Un amplio sector de teólogos, que no se sienten
identificados como "progresistas", en el sentido peyorativo que va
adquiriendo el término dentro del lenguaje eclesiástico, parecen no
coincidir con la forma de ver, valorar y, consiguientemente, actuar
ante el mundo actual que tiene un importante sector de
representantes del Magisterio. Estos teólogos se identifican con el
pensamiento conciliar y con su llamada a un sincero diálogo con el
mundo. Piensan que en su actitud están sirviendo fielmente al
Magisterio en su forma más elevada, el Concilio ecuménico. No
cabe duda que esta divergencia de opiniones tiene una fuerte
incidencia en las relaciones Magisterio y Teología. De ahí la
conveniencia de dar una respuesta a preguntas como éstas: ¿sigue
teniendo validez en la Iglesia actual la actitud ante el mundo
moderno asumida por el Concilio Vaticano II en la constitución
"Gaudium et Spes"?; los cambios que se han producido en la
sociedad moderna en el período posconciliar ¿justifican un cambio
de postura en la Iglesia? Creo que, en último término, lo que está en
juego es la permanencia del Concilio con todo su significado de
honda conversión y renovación de la vida de la Iglesia. En este nivel
de la cuestión hay que afirmar que las instancias más altas del
Magisterio de la Iglesia (Papa, Sínodos de Obispos) enseñan
tajantemente la continuidad y validez de un Concilio al que se le
sigue reconociendo como la gran gracia que Dios ha hecho a
nuestro tiempo.
2.3. "Crear repitiendo". La paradoja de este epígrafe expresa el
sentido que tiene el quehacer del teólogo en la Iglesia, de acuerdo
con la ambigüedad de la situación en que se le quiere colocar hoy.
¿Explicar y repetir lo que ya está dado, o crear y buscar una mayor
comprensión de la fe? ¿Explicación de la verdad revelada y
enseñada por el Magisterio auténtico, o esfuerzo creativo, que
reflexiona sobre la fe tradicional para hacerla más comprensible y
cercana a los hombres de hoy? Lo grave de la pregunta es que el
sentido de la tarea, que se espera que haga el teólogo, define su
"rol" en la Iglesia y, consiguientemente, su identidad ministerial. Y al
contrario, la falta de definición del sentido de su quehacer en la
Iglesia oscurece su "rol" y desdibuja su identidad. De ahí las serias
consecuencias que tiene esta definición y la urgencia de una
clarificación.
Hemos recordado anteriormente el punto de vista del cardenal
Ratzinger sobre el sentido que debe tener el trabajo del teólogo en
la Iglesia. Según él, hoy el teólogo quiere ser, a toda costa, creativo,
pero su verdadero cometido no es el de crear, sino el de
profundizar, ayudar a comprender y a anunciar el depósito común
de la fe. Se teme que su afán creativo desintegre la fe común "en
una serie de escuelas y corrientes a menudo contrapuestas".
Además hay que tener en cuenta "el desconcierto" del pueblo de
Dios ante la pluralidad de pensamiento y de opiniones resultantes
del esfuerzo creativo de la Teología. Pero también habría que
preguntarse si ese posible desconcierto del pueblo de Dios ante
una pluralidad de opiniones, dentro de la unidad esencial, no puede
ser mayor desconcierto y desamparo ante un pensamiento
monolítico que ignora los nuevos problemas, las nuevas situaciones
y los nuevos caminos que cada día se abren ante el creyente y que
necesita andar. Por otra parte, volviendo la mirada al pasado de la
Iglesia, ¿es que no aparece desde los primeros momentos una rica
pluralidad en la comprensión de un Misterio revelado, que no puede
agotar ningún entendimiento humano? ¿No es la pluralidad un
reflejo necesario de la pluriforme Sabiduría de Dios?
Ratzinger destaca acertadamente el carácter de "servicio
eclesial", que es propio de la Teología. Esta eclesialidad del servicio
teológico implica su inserción e integración en la estructura
ministerial de la Iglesia y su incuestionable subordinación a la
Palabra de Dios revelada, a la Tradición viva de la Iglesia, al pueblo
de Dios, al que debe servir, y a la autoridad de un Magisterio
auténtico, al que ha sido encomendado "el oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios" (DV 10). Pero la cuestión se
plantea en el modo en que la Teología ha de cumplir tal "servicio
eclesial". Juan Pablo II, hablando a los teólogos españoles reunidos
en Salamanca con motivo de su viaje a España, después de haber
recordado a los grandes maestros que en el pasado enseñaron en
aquella universidad, decía:
"Por eso, en los tiempos nuevos y difíciles que estamos viviendo, los
teólogos de aquella época siguen siendo maestros para vosotros, en orden a
lograr una renovación tan creativa como fiel, que responda a las directrices del
Vaticano II, a las exigencias de la cultura moderna y a los problemas más
profundos de la humanidad actual.
La función esencial y específica de! quehacer teológico no ha cambiado ni
puede cambiar."10
El Papa hace, pues, una explícita invitación a la creatividad de
los teólogos actuales, conforme al modelo de los grandes maestros
del pasado. Una creatividad que debe ejercerse siguiendo las
directrices del Concilio Vaticano II. Sin duda, se refiere a las
orientaciones ofrecidas por la constitución "Gaudium et Spes"
cuando pide a los teólogos "buscar siempre un modo más
apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de su época",
utilizar las ciencias del hombre, mantener una estrecha unión con
los hombres de su tiempo, esforzarse por comprender la cultura
actual y el uso de una justa libertad de investigación, de
pensamiento y de expresión (cf. GSp 62). Creatividad en el método
teológico y en la problemática planteada, señalaba el Papa en los
teólogos del siglo XVI. Esa es la creatividad que hoy debe vivir la
Teología. Junto con ella, la fidelidad a la Iglesia de Cristo. Fidelidad
creativa que responda a "las exigencias de la cultura moderna y a
los problemas más profundos de la humanidad actual". Teología
situada en la frontera de un mundo nuevo y una nueva cultura que
está ya aquí mismo. Esta tarea, que, si se asume de modo
responsable, es absolutamente seria e importante, diríamos
esencial, para el cumplimiento de la misión de la Iglesia, le pide al
teólogo un decidido talante creativo y una fidelidad a toda prueba.
"Sabed ser creativos cada día...", pedía el Papa a los teólogos
españoles en Salamanca 11. Pero el cumplimiento de esta petición
exige una libertad que es condición indispensable para todo
empeño creativo, y requiere también una confianza y un respaldo a
la tarea teológica por parte de la Iglesia que ahuyente los miedos
paralizadores. Y muchos de los teólogos actuales tienen la penosa
impresión de que ambas exigencias, libertad y confianza, se están
debilitando notablemente en los últimos tiempos. Si esto es así, hay
que decir que una de las tareas más urgentes que en estos
momentos tiene ante sí la Iglesia es la de devolver confianza y
libertad a la Teología.
3. Conclusión
En el Nuevo Testamento y en los escritos postapostólicos
aparecen frecuentemente unidos los ministerios de "apóstoles y
doctores" como dos servicios prioritarios en la vida de las primeras
comunidades cristianas. En la larga historia de la Iglesia los obispos,
sucesores de los apóstoles, y los teólogos, continuadores del
servicio de los doctores, han mantenido una colaboración
indudablemente fructuosa para la vida de la Iglesia. En
determinados momentos esa colaboración se ha hecho
particularmente intensa. El resultado han sido acontecimientos
decisivos para la renovación del Pueblo de Dios. Pensemos en lo
que ha sido, desde ese punto de vista, el Concilio de Trento o el
propio Concilio Vaticano II. Por el contrario, el distanciamiento y
debilitamiento en esta colaboración lo podemos descubrir en
momentos de decadencia de la vida cristiana o en situaciones de
tensión que han llevado hasta la ruptura de la Comunidad. Sería
bueno prestar atención a las lecciones que nos da la historia.
Empezamos este artículo recordado en epígrafe unas palabras
de Juan Pablo II a los teólogos españoles reunidos en Salamanca.
Ahora, al final, se puede comprender mejor todo su alcance:
"Magisterio y Teología tienen una función diversa. Por eso no
pueden ser reducidos el uno al otro. Pero no son dos tareas
opuestas, sino complementarias... Por ello, el Magisterio y la
Teología deberán permanecer en un diálogo, que resultará fecundo
para los dos y para el servicio de la comunidad cristiana".12
Complementariedad de funciones, actitud permanente de diálogo,
que requiere cercanía y aprecio mutuo, al servicio de la Iglesia, a la
que hay que amar, lo recordaba entonces el Papa, "con corazón
apasionado".
JOAQUÍN
LOSADA
SAL TERRAE 1988/05. Págs. 357-370
...................
1. J. RATZINGER V. - MESSORI, lnforme sobre la fe, Madrid 1985, p. 79.
2. Cf. F. SEBASTIAN. "Las ambigüedades del progresismo": Ecclesia (9-16
abril 1988), pp. 6-9.
3. El concilio de Trento afirma, sin más, la primacía de la función de
predicar. El Vaticano II la presenta como "una de las principales funciones" del
Obispo.
4. JUAN PABLO II, "Discurso a los teólogos", en Juan Pablo II en España,
Madrid 1982, p. 36.
5. OBISPOS ALEMANES, "El laico en la Iglesia y en el mundo": Ecclesia
2300 (1987), p. 39.
6. VATICANO II. Constitución "Gaudium et Spes", 62.
7. J RATZINGER-V. MESSORI, op. cit., p. 42.
8. JUAN PABLO II. Carta Encíclica Dives in Misericordia (espec. n. 15).
9. F SEBASTIAN, art. cit.. n. 6.
10. JUAN PABLO II, "Discurso a los teólogos". Ioc. cit.. p. 36.
11. Idem, p. 39
12. Idem, ibid.