Patriarca
EnciCato
La palabra patriarca tal como se aplica a personajes bíblicos, viene de la
Septuaginta, en donde se usa en un sentido amplio, incluyendo a oficiales
religiosos y civiles. ( p.e. 1 Cró 24, 31; 27, 22). En un sentido más estricto y
común se les aplica a los padres antediluvianos de la raza humana y más
particularmente a los tres progenitores de Israel: Abraham, Isaac y Jacob. En el
Nuevo Testamento el término se les aplica también a los hijos de Jacob (Hechos
7, 8-9) y al Rey David ( ibid. 2, 29). Para un relato de estos patriarcas vea
los artículos ABRAHAM, ISAAC, JACOB, etc. Son los primeros patriarcas los del
grupo antediluviano y los que se hallan entre el diluvio y el nacimiento de
Abraham. Del primer grupo tenemos dos listas en el Génesis. La primera (Gén 4,
17-18, pasaje que los críticos asignan al así llamado documento "J") comienza
con Caín y presenta como sus descendientes a Henoc, Irad, Mejuyael, Metušael y
Lámek. La otra lista (Gén 5, 3-31, atribuido al escritor sacerdotal, "P") es más
completa y se acompaña de indicaciones cronológicas minuciosas. Empieza con Set
y, extrañamente por decir lo menos, también termina con Lámek. Los nombre
intermedios son Enóš, Quenán, Mahalael, Yéred, Henoc y Matusalén.
El hecho de que ambas listas terminen con Lámek, quien es indudablemente la
misma persona, y que algunos de los nombres sean muy similares, hacen muy
probable que la segunda lista sea una ampliación de la primera, incorporando
material de una segunda tradición divergente. Tampoco nos debe parecer
sorprendente si consideramos las muchas discrepancias que se encuentran en las
dos genealogías del Salvador en el Primer y Tercer Evangelio. Las personas que
aparecen en estas listas ocupan lugar detentado por los míticos semidioses en
las historias de los inicios de otras naciones tempranas y puede muy bien ser
que el principal valor del relato inspirado dado en ellas sea didáctico,
destinado en la mente el escritor sacro a inculcar la gran verdad del
monoteísmo, lo que es una característica tan particular de los escritos del
Antiguo Testamento. Sea como sea, la aceptación de esta visión general
simplifica grandemente otro problema relacionado con el relato Bíblico de los
patriarcas tempranos, específicamente su enorme longevidad. El primer relato (Gén
4, 17-18) sólo nos da los nombre de los patriarcas ahí mencionados, con la
indicación incidental que la ciudad construida por Caín se nombró en honor de su
hijo Henoc. El segundo relato (Gén 5, 3-31) nos da una cronología final para
todo el periodo. Éste nos dice la edad de cada patriarca el engendrar a su
primogénito, el número de años que vivió luego de este evento, junto al total de
años de su vida. Casi todos los padres antediluvianos se nos presentan viviendo
hasta los 900 años más o menos, con Matusalén, el mayor, llegando hasta los 969
años.
Estos números siempre han constituido un problema para los comentaristas y
lectores de la Biblia; y mientras que aquéllos que defiende el carácter
estrictamente histórico de los pasajes en cuestión han presentado muchas
explicaciones, ninguna de las cuales es considerada satisfactoria por los
estudiosos bíblicos modernos. Existe por lo tanto la conjetura que los años
mencionados no son de duración ordinaria, sino uno o más meses. No hay, sin
embargo, ningún sustento para esto en las Escrituras mismas, en donde la palabra
año tiene un significado constante y se diferencia claramente de periodos
menores. Se ha sugerido que las edades presentadas no son las de individuos,
sino que significan las épocas de la historia antediluviana y que cada una se
denomina según su más ilustre representante. La hipótesis puede ser ingeniosa,
pero incluso una lectura superficial del texto basta para demostrar que ése no
era el significado del escritor sagrado. Ni siquiera ayuda mucho el hecho de
señalar que existen algunos casos excepcionales de personas de quienes se dice
han vivido hasta la edad de 150 e incluso 180 años. Pues incluso si admitiésemos
estos datos y que en tiempos primitivos las personas vivían más que ahora (para
lo que no tenemos ninguna evidencia en tiempos históricos), hay aún una gran
distancia entre 180 y 900.
Otro argumento para corroborar la exactitud del relato Bíblico se ha deducido
del hecho de que las leyendas de muchos pueblos otorgan gran longevidad a sus
primeros ancestros, una circunstancia que se dice da a entender que existe una
tradición original en tal sentido. Así es que se dice que los primeros siete
reyes egipcios reinaron por un periodo de 12,300 años, lo que da un promedio de
aproximadamente 1757 para cada uno, y Josefo, quien tiene un deseo de justificar
la narrativa Bíblica, cita a Ephorus y Nicolaus diciendo "que los antiguos
vivían mil años". Añade, sin embargo "pero sobre esto, que cada uno saque sus
conclusiones" (Antigüedades I, iii, in fine). De otro lado, se dice que no
existe evidencia histórica o científica creíble que demuestre que la expectativa
de vida era mayor en épocas primitivas que en las modernas. Sobre este tema se
cita corrientemente Gén 6, 3, en donde se muestra a Dios decretando un castigo
por la corrupción que ocasionó el diluvio, que de ahí en adelante "sus días sean
ciento veinte años". Esto se ha tomado como una indicación en que en un momento
en el que deterioro físico de la raza dio como consecuencia un marcado descenso
en la longevidad. Pero más allá de consideraciones críticas sobre este pasaje,
es extraño observar que más adelante (Gén 11) las edades de los patriarcas
subsiguientes no se limitaron a 120 años. Sem vivió hasta los 600 años, Arpakšad
338 (texto masorético 408), Šelaj 433, Héber 464, etc.
El terreno en el que se puede defender la exactitud de estas cifras es la razón
a priori que, al estar contenidos en la Biblia, deben ser históricamente
correctos por necesidad, posición preferida por los comentaristas mayores. La
mayoría de los estudiosos modernos, de otro lado, están de acuerdo al considerar
que las listas genealógicas y cronológicas de Gén 5 y 11, son mayormente
artificiales y esto se confirma, dicen ellos, al comparar la cifras tal como
aparecen en el Hebreo original y en las versiones antiguas. La Vulgata concuerda
con el Hebreo (con la excepción de Arpakšad), mostrando que no han habido
mayores alteraciones en las cifras en el Hebreo desde al menos el siglo IV d.
Pero si comparamos el texto Masorético con el Samaritano y el de la Septuaginta,
nos enfrentamos a muchas discrepancias extrañas que difícilmente puedan deberse
a un mero accidente. Por ejemplo, con respecto de los patriarcas antediluvianos,
mientras que la versión Samaritana concuerda con el texto Masorético, la edad a
la que Yéred tuvo a su primogénito se pone en 62 años en lugar de los 162 del
Hebreo. Matusalén, también, quien de acuerdo al texto Hebreo tuvo a su
primogénito al los 187 años, tenía sólo 67 de acuerdo al Samaritano; y mientras
que el Hebreo pone al mismo evento en el caso de Lámek cuando tenía 182 años, el
Samaritano le da sólo 53. Existen similares discrepancias entre ambos textos con
respecto de el total años que estos patriarcas vivieron, a saber, Yéred, Heb.
962, Sam. 847; Matusalén, Heb. 969, Sam. 720; Lámek, Heb. 777, Sam. 653.
Comparando el texto Masorético con el de la Septuaginta, encontramos en este
último que para el nacimiento de los primogénitos de Adán, Set, Enóš, Quenán,
Mahalael y Henoc las edades respectivas son 230, 205, 190, 170, 165 y 165 años,
contrapuesto a 130, 105, 90, 70, 65 y 65 años que aparecen en el Hebreo, siendo
la diferencia de 100 años en el periodo antes del nacimiento del primogénito
igual para las vidas de los patriarcas postdiluvianos Arpakšad, Šelaj, Héber,
Péleg, Reú y Serug. En esta lista, sin embargo, el Samaritano concuerda con el
de la Septuaginta y no con el Masorético.
Cono respecto de la lista de antediluvianos, el Hebreo y la Septuaginta
concuerdan en la suma total de años de cada patriarca, ya que la versión Griega
reduce normalmente por 100 años el periodo entre en nacimiento del primogénito y
la muerte del patriarca. Estas diferencias acumuladas dan como resultado grandes
diferencias cuando se considera el total del periodo patriarcal. Por lo tanto el
total de años que transcurrieron entre el comienzo hasta la muerte de Lámek es,
de acuerdo al Hebreo, 1651, mientras que el Samaritano da 1307 y la Septuginta,
2227. Éstas son sólo unas pocas de las peculiaridades que aparecen al comparar
las desconcertantes listas genealógicas. Las diferencias parecen mayormente
intencionales y dan a entender que la manipulación de las cifras por los
primeros traductores era un esfuerzo para hacer creíble el carácter más o menos
artificial de el total de estas cronologías primitivas.
JAMES F. DRISCOLL
Transcrito por Sean Hyland
Traducido por Rodrigo de Piérola C.
Dedicado a San José, custodio de la Sagrada Familia