Santa
Clotilde
EnciCato
(En francés, CLOTILDE; en alemán, CHLOTHILDE)
Reina de los francos, nacida probablemente en Lyon, ca. 474; muerta en Tours el
3 de Junio de 545. Su fiesta se celebra el 3 de Junio. Clotilde fue la mujer de
Clodoveo I, e hija de Chilperico, rey de los borgoñones de Lyon y Caretena. Tras
la muerte del rey Gundioco (Gundioch), el reino de Borgoña se había dividido
entre sus cuatro hijos, reinando Chilperico en Lyon, Gundebaldo en Vienne, y
Godegisilo en Ginebra; la capital de Gundemaro no se menciona. Chilperico y
probablemente Godegisilo eran católicos, mientras que Gundebaldo profesaba el
arrianismo. Clotilde fue educada religiosamente por su madre Caretena, que,
según Sidonio Apolinar y Fortunato de Poitiers, era una mujer notable. Tras la
muerte de Chilperico, Caretena parece haberse ido a vivir con Godegisilio en
Ginebra, donde su otra hija, Sedeleuba, o Chrona, fundó la iglesia de San
Víctor, y tomó el hábito religioso. Fue poco después de la muerte de Chilperico
cuando Clodoveo pidió y obtuvo la mano de Clotilde.
A partir del Siglo VI, el matrimonio de Clodoveo y Clotilde fue el asunto de
narraciones épicas, en las que los hechos originales se alteraron materialmente
y diversas versiones se abrieron camino en las obras de diferentes cronistas
francos, vg., Gregorio de Tours, Fredegario, y el “Liber Historiae”. Estas
narraciones tienen el carácter común a todos los poemas nupciales de la ruda
poesía épica que se encuentra en muchos de los pueblos germánicos. Aquí bastará
con resumir la leyenda y añadir una breve exposición de los hechos históricos.
Se encontrará información adicional en obras específicas sobre la materia. Los
poemas populares sustituían al rey Godegisilo, tío y protector de Clotilde, por
su hermano Gundebaldo, que era presentado como el perseguidor de la joven
princesa. Se suponía que Gundebaldo había asesinado a Chilperico, arrojado a su
mujer a un pozo, con una piedra atada al cuello, y desterrado a sus dos hijas.
Clodoveo al oír hablar de la belleza de Clotilde, envió a su amigo Aureliano
disfrazado de mendigo, para visitarla en secreto, y darle un anillo de oro de su
amo; entonces pidió a Gundebaldo la mano de la joven princesa. Gundebaldo, que
temía al poderoso rey de los francos, no se atrevió a rehusar, y Clotilde
acompañó a Aureliano y su escolta en su viaje de vuelta. Se apresuraron a
alcanzar el territorio franco, pues Clotilde temía que Aredius, el fiel
consejero de Gundebaldo, a su vuelta de Constantinopla adónde había sido enviado
en una misión, influyera en su amo para que se retractara de su promesa. Sus
temores estaban justificados. Poco después de la partida de la princesa, Aredius
volvió y provocó que Gundebaldo se arrepintiera del matrimonio. Se despacharon
tropas para traer de vuelta a Clotilde, pero era demasiado tarde, pues estaba a
salvo en suelo franco. Los detalles de este relato son puramente legendarios.
Está establecido históricamente que la muerte de Chilperico fue lamentada por
Gundebaldo, y que Caretena vivió hasta 506: murió “llena de años”, dice su
epitafio, habiendo tenido la alegría de ver a sus hijos criados en la religión
católica. Aureliano y Aredius son personajes históricos, aunque se sabe poco de
ellos, lo que dice la leyenda es muy improbable.
Clotilde, como esposa de Clodoveo, pronto adquirió un gran ascendiente sobre él,
del que se valió para exhortarle a abrazar la Fe católica. Durante mucho tiempo
sus esfuerzos fueron infructuosos, aunque el rey permitió el bautismo de
Ingomiro, su primer hijo. El niño murió en su infancia, lo que pareció dar a
Clodoveo un argumento contra el Dios de Clotilde, pero no obstante esto, la
joven reina obtuvo de nuevo el consentimiento de su marido para el bautismo de
su segundo hijo, Clodomiro. Así el futuro del Catolicismo estaba ya asegurado en
el reino franco. El propio Clodoveo fue poco después convertido en dramáticas
circunstancias, y fue bautizado en Reims por San Remigio, en 496 (ver CLODOVEO).
Así Clotilde llevó a cabo la misión asignada a ella por la Providencia; fue el
instrumento de la conversión de un gran pueblo, que durante siglos sería el
dirigente de la civilización católica. Clotilde dio a Clodoveo cinco hijos,
cuatro varones, Ingomiro, que murió en la infancia, y los reyes Clodomiro,
Childeberto, y Clotario, y una hija, llamada Clotilde como su madre. Poco más se
sabe de Clotilde durante la vida de su marido, pero puede conjeturarse que
intercedió ante él, en la época de la disputa entre los reyes de Borgoña, para
ganarlo a la causa de Godegisilo contra Gundebaldo. La moderación desplegada por
Clodoveo en esta lucha, en la que, aunque victorioso, no buscó sacar partido de
su victoria, además de la alianza que después concluyó con Gundebaldo, fueron
indudablemente debidas a la influencia de Clotilde, que debe haber visto con
horror la lucha fratricida.
Clodoveo murió en París en 511, y Clotilde le enterró en lo que era entonces el
Mons Lucotetius, en la iglesia de los Apóstoles (después, de Santa Genoveva),
que habían construido juntos para servirles como mausoleo, y que Clotilde se
encargó de completar. La viudedad de esta noble mujer fue entristecida por
crueles pruebas. Su hijo Clodomiro, yerno de Gundebaldo, guerreó contra su primo
Segismundo, que había sucedido a Gundebaldo en el trono de Borgoña, le capturó,
y le hizo dar muerte con su mujer e hijos en Coulmiers, cerca de Orléans. Según
la épica popular de los francos fue incitado a esta guerra por Clotilde, que
pensaba vengar en Segismundo el asesinato de sus padres; pero, como ya se ha
visto, Clotilde no tenía nada que vengar, y, por el contrario, fue probablemente
ella la que arregló la alianza entre Clodoveo y Gundebaldo. Aquí la leyenda está
en desacuerdo con la verdad, difamando cruelmente la memoria de Clotilde, que
tuvo el dolor de ver perecer a Clodomiro en su atroz guerra con los borgoñones;
fue vencido y muerto en la batalla de Veseruntia (Vezeronce), en 524, por
Godomaro, hermano de Segismundo. Clotilde tomó a su cuidado sus tres hijos de
corta edad, Teodoaldo, Gunterio, y Clodoaldo. Childeberto y Clotario, sin
embargo, que habían dividido entre ellos la herencia de su hermano mayor, no
deseaban que vivieran los niños, a los que habrían de rendir cuentas más tarde.
Mediante una astucia retiraron a los niños del cuidado vigilante de su madre y
mataron a los dos mayores; el tercero escapó y entró en un monasterio, al que
dio su nombre (Saint-Cloud, cerca de París).
El dolor de Clotilde fue tan grande que París se le hizo insoportable, y se
retiró a Tours, junto a la tumba de San Martín, al que tenía gran devoción,
donde pasó el resto de su vida en oración y dedicada a las buenas obras. Pero
aún le esperaban pruebas allí. Su hija Clotilde, esposa de Amalarico, el rey
visigodo, que era cruelmente maltratada por su marido, pidió ayuda a su hermano
Childeberto. Éste fue a su rescate y derrotó a Amalarico en una batalla, en la
que este último murió; Clotilde, sin embargo, murió en el viaje a su casa,
exhausta por las privaciones que había soportado. Finalmente, como para coronar
el largo martirio de Clotilde, sus dos únicos hijos supervivientes, Childeberto
y Clotario, comenzaron una disputa, y emprendieron una seria guerra. Clotario,
perseguido de cerca por Childeberto, al que se había unido Teodeberto, hijo de
Teodorico I, se refugió en el bosque de Brottonne, en Normandía, donde temía ser
exterminado él y su ejército por las fuerzas superiores de sus adversarios.
Entonces, dice Gregorio de Tours, Clotilde se postró de rodillas ante la tumba
de San Martín, y le suplicó con lágrimas durante toda la noche que no permitiera
que otro fratricidio afligiera a la familia de Clodoveo. Repentinamente se
suscitó una terrible tempestad y dispersó a los dos ejércitos que estaban a
punto de empezar una lucha cuerpo a cuerpo; así, dice el cronista, respondió el
santo a las oraciones de la afligida madre. Esta fue la última de las pruebas de
Clotilde. Rica en virtudes y buenas obras, tras una viudedad de treinta y cuatro
años, durante los cuales vivió más como una religiosa que como una reina, murió
y fue enterrada en París, en la iglesia de los Apóstoles, junto a su marido e
hijos.
La vida de Santa Clotilde, cuyos principales episodios, tanto legendarios como
históricos, se encuentran dispersos a lo largo de la crónica de San Gregorio de
Tours, fue escrita en el Siglo X, por un autor anónimo, que recogió sus hechos
principalmente de esta fuente. En una época temprana fue venerada por la Iglesia
como santa, y aunque la poesía popular contemporánea desfigura su noble
personalidad haciéndola un modelo de furia salvaje, Clotilde ha entrado ahora en
posesión de una fama pura y sin tacha, que ninguna leyenda podrá oscurecer.
GODEFROID KURTH
Trascrito por Joseph P. Thomas
Traducido por Francisco Vázquez