Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
EnciCato
Trataremos este tema dividiéndolo en dos partes:
Explicaciones doctrinales
(1) El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón.
(2) Fundamentos de la Devoción.
(3) El acto propio de la devoción.
Ideas históricas
(1) Idea 1 sobre el desarrollo de la devoción
(2) Idea 2
(3) Idea 3
(4) Idea 4
(5) Idea 5
(6) Idea 6
(7) Idea 7
(8) Idea 8
EXPLICACIONES DOCTRINALES
La devoción al Sagrado Corazón no es sino una forma especial de devoción a
Jesús. Al esclarecer su objeto, sus fundamentos y sus actos propios conoceremos
qué es exactamente y qué hace distinta a esta devoción.
(1) El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón
La naturaleza de esta cuestión es ya de por si compleja y las dificultades que
nacen a causa de la terminología la hacen aún más compleja. Sin profundizar en
términos que son extremadamente técnicos, estudiaremos las ideas en si mismas y,
con el fin de pronto saber dónde estamos, nos detendremos en el significado y en
el uso que se da a la palabra corazón en el lenguaje normal.
(a) La palabra corazón despierta en nosotros, antes que nada, la idea del órgano
vital que palpita en nuestro pecho y del que sabemos, aunque quizás vagamente,
que está íntimamente conectado no sólo con nuestra vida física, sino también con
nuestra vida moral y emocional Tal relación explica, también, que el corazón de
carne sea universalmente aceptado como emblema de nuestra vida moral y
emocional, y que por asociación, la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en
el lenguaje simbólico y que esa palabra se aplique igualmente a las cosas mismas
que son simbolizadas por el corazón. (Cfr. Jr 31, 33; Dt 6, 5; 29, 3; Is 29, 13;
Ez 36, 26; Mt 6, 21; 15, 19; Lc 8, 15; Rm 5, 5; Catecismo de la Iglesia
Católica, nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como
"abrir nuestro corazón", "entregar el corazón", etc. Llega a pasar que el
símbolo es despojado de su significado material y en vez del signo se percibe
sólo lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente la palabra
alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo nos trae a la
mente las ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras del lenguaje
o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real, mientras que
la metáfora es sólo un signo verbal. El símbolo es algo que significa algo
distinto de si mismo, mientras que la metáfora es una palabra utilizada para dar
a entender algo distinto de su significado propio. Por último, en el lenguaje
normal, nosotros pasamos continuamente de la parte al todo y, gracias a una
forma muy natural de hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a la
persona. Todas estas ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la devoción al
Sagrado Corazón.
(b) El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados
material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si el
objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de Jesucristo
significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón de carne en
cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús, especialmente de su amor
hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al corazón de carne en cuanto
éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío
XII, encíclica "Haurietis Aquas", 18,21,24, N.T.).
De tal forma, aunque la devoción se dirige al corazón material, no se detiene
ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su objeto principal pero que
únicamente se alcanza a través del corazón de carne, símbolo y signo de ese
amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste como una parte noble de
su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al Sagrado Corazón tal y
como la entiende y aprueba la Iglesia. Y lo mismo se puede decir de la devoción
al amor de Jesús, como si se tratara de una parte separada de su corazón de
carne, o sin más relación con este último que la sugerida por una palabra tomada
en su sentido metafórico. (Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.) Pues hay que
considerar que en esta devoción existen dos elementos: uno sensible, el corazón
de carne, y uno espiritual, el que es representado y traído a la mente por el
corazón de carne. Estos dos elementos no son dos objetos distintos, simplemente
coordinados, sino que realmente constituyen un objeto solo, del mismo modo como
lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la cosa significada. De esos dos
elementos el principal es el amor, que es la causa y la razón de la existencia
de la devoción, tal como el alma es el elemento principal en el hombre.
Consecuentemente, la devoción al Sagrado Corazón puede ser definida como una
devoción al Corazón Adorable de Jesucristo en cuanto él representa y recuerda su
amor. O, lo que equivale a lo mismo, se trata de la devoción al amor de
Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado y simbólicamente representado por
su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S. León XIII, Annum Sacrum; Catecismo
de la Iglesia Católica nos. 479, 609. N.T.).
(c) La devoción está basada totalmente en el simbolismo del corazón. Es este
simbolismo lo que de da su significado y su unidad, y su fuerza simbólica queda
admirablemente completada al ser representado el corazón como herido. Como el
Corazón de Jesús se nos presenta como el signo sensible de su amor, la herida
visible en el Corazón nos recuerda la invisible herida de su amor ("Sólo el
corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo
revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y
de belleza", Catecismo de la Iglesia Católica, 1439, N.T.). Ese simbolismo
también nos deja en claro que la devoción, si bien concede al corazón un lugar
especial, poco está interesada en los detalles anatómicos. Dado que en las
imágenes del Sagrado Corazón la expresión simbólica debe predominar sobre todo
lo demás, no se busca nunca la congruencia anatómica; ésta afectaría
negativamente la devoción al debilitar la evidencia del simbolismo. Es de
primera importancia que el corazón como emblema se pueda distinguir del corazón
anatómico; lo apropiado de la imagen debe ser favorable a la expresión de la
idea. En una imagen del Sagrado Corazón es necesario un corazón visible, pero
éste debe ser, además de visible, simbólico. Y se puede afirmar algo semejante
en el ámbito de la fisiología, porque el corazón de carne que constituye el
objeto de la devoción, y que debe dejar ver el amor de Jesús, es el Corazón de
Jesús, el Corazón real, viviente, que en verdad amó y sufrió; el que, como lo
experimentamos en nuestros corazones, tuvo relación con las emociones y la vida
moral de Cristo; el que, por el conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos
a partir de las operaciones de nuestra propia vida humana, jugó igual papel en
las operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el
Corazón y el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional, como es
el caso entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que ésta
representa. Ese Corazón ha estado y está inseparablemente vinculado con la vida
de Cristo, vida de bondad y amor. Basta, empero, que en nuestra devoción
simplemente conozcamos y sintamos esta relación tan íntima. No tenemos porqué
preocuparnos por la anatomía del Sagrado Corazón, ni con determinar cuáles son
sus funciones en la vida diaria. Sabemos que el simbolismo del corazón se funda
en la realidad y que constituye el objeto de nuestra devoción al Sagrado
Corazón, la cual no está en peligro de caer en el error.
(d) El corazón es, antes que nada, el emblema del amor y es precisamente esa
característica la que define naturalmente a la devoción al Sagrado Corazón. Es
más, ya que la devoción se dirige al amante Corazón de Jesús, ella debe abarcar
todo aquello que es abrazado por ese amor. Y, en ese contexto, ¿no fue ese amor
la causa de toda acción y sufrimiento de Cristo?. ¿No fue su vida interior, más
que la exterior, dominada por ese amor? Por otro lado, teniendo la devoción al
Sagrado Corazón como objeto al Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza
al devoto con toda la vida interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos
y, finalmente, con Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente,
de la devoción al Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de
Jesús, de sus sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del
Corazón amante se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de
extensión que, teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de
diverso modo, pasando del Corazón a la Persona. Transición que, por otra parte,
es algo que se realiza naturalmente. Cuando hablamos de un "gran corazón"
siempre hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando mencionamos el
Sagrado Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque ambas cosas sean
sinónimas sino porque la palabra corazón se utiliza para indicar una persona, y
esto es posible porque expresamos que tal persona está relacionada con su propia
vida moral y emocional. Del mismo modo, cuando nos referimos a Jesús como el
Sagrado Corazón, lo que en realidad queremos expresar es al Jesús que manifiesta
su Corazón, el Jesús amante y amable. Jesús entero queda recapitulado en su
Corazón Sagrado, al igual que todas las cosas son recapituladas en Jesús.
(e) Tal entrega a Jesús, amante y amable, lleva al devoto a darse cuenta que su
divino amor ha sido y continúa siendo rechazado. Dios continuamente se lamenta
de ello en las Sagradas Escrituras; los santos siempre han escuchado en sus
corazones la queja de ese amor no correspondido. Una de las fases esenciales de
la devoción es la percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y
despreciado. El mismo Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque,
ante la que se quejó de ello amargamente.
(f) Este amor se manifiesta claramente en Jesús y en su vida, y únicamente ese
amor puede explicar a Jesús, así como sus palabras y obras. Empero, su amor
brilla más resplandeciente en ciertos misterios a través de los que nos llegan
grandes bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más generoso en la entrega
de si mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la Encarnación, la Pasión y la
Eucaristía. Estos misterios, además, tienen un lugar especial en la devoción
que, buscando a Jesús y los signos de su amor y su gracia, los encuentra aquí
con una intensidad mayor que en cualquier evento particular.
(g) Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado Corazón, dirigida al Corazón de
Jesús como emblema de su amor, pone especial atención a su amor por la
humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a Dios, pues está incluido en su
amor por los hombres. Se trata, entonces, de la devoción al "Corazón que tanto
ha amado a los hombres", según las palabras citadas por Santa Margarita María.
(h) Por último, surge la pregunta de si el amor al que honramos con esta
devoción es el mismo con el que Jesús nos ama en cuanto hombre o se trata de
aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea, si se trata de un amor creado o
de uno increado; de su amor humano o de su amor divino. Sin lugar a dudas se
trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo Encarnado. Ningún devoto
separa estos dos amores, como tampoco separa las dos naturalezas de Cristo (Cfr.
Catecismo de la Igesia Católica, No. 470, N.T.). Y aunque quisiésemos debatir
este punto y solucionarlo a toda costa, sólo encontraremos que hay diferentes
opiniones entre los autores. Algunos, por considerar que el corazón de carne
sólo puede vincularse con el amor humano, concluyen que no puede simbolizar el
amor divino que, a su vez, no es propio de la persona de Jesús y que, por tanto,
el amor divino no puede ser objeto de la devoción. Otros afirman que el amor
divino no puede ser objeto de la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o
sea que sólo es tal cuando se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no
ven porqué no pueda ser simbolizado por el corazón de carne ni porqué la
devoción debiera circunscribirse solamente al amor creado.
(2) Fundamentos de la devoción
Esta cuestión puede ser estudiada bajo tres aspectos: el histórico, el teológico
y el científico.
(a) Fundamentos históricos
Al aprobar la devoción al Sagrado Corazón, la Iglesia no simplemente confió en
las visiones de Santa Margarita María, sino que, haciendo abstracción de ellas,
examinó el culto en si mismo. Las visiones de Santa Margarita María podían ser
falsas, pero ello no debía repercutir en la devoción, haciéndola menos digna o
firme. Sin embargo, el hecho es que la devoción se propagó principalmente bajo
la influencia del movimiento que se inició en Paray-le-Monial. Antes de su
beatificación, las visiones de Santa Margarita María fueron críticamente
examinadas por la Iglesia, cuyo juicio, en tales casos, aunque no es infalible,
sí implica una certeza humana suficiente para garantizar las palabras y acciones
que se sigan de él.
(b) Fundamentos teológicos
El Corazón de Jesús merece adoración, como lo hace todo lo que pertenece a su
persona. Pero no la merecería si se le considerase como algo aislado o
desvinculado de ésta. Definitivamente, al Corazón de Jesús no se le considera de
ese modo, y Pio VI, en su bula de 1794, "Auctorem fidei", defendió con su
autoridad este aspecto de la devoción contra las calumnias jansenistas. Si bien
el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del corazón de carne, para
dirigirse al amor cuyo símbolo expresivo y vivo es el corazón. No se requiere
justificar la devoción acerca de esto. Es la Persona de Jesús a quien se dirige,
y esta Persona es inseparable de su divinidad. Jesús, la manifestación viviente
de la bondad de Dios y de su amor paternal; Jesús, infinitamente amable y
amante, visto desde la principal manifestación de su amor, es el objeto de la
devoción al Sagrado Corazón, del mismo modo que lo es de toda la religión
cristiana. La dificultad reside en la unión del corazón y el amor, y en la
relación que la devoción supone que existe entre ambos. Pero, ¿no es esto un
error que ya ha sido superado hace mucho?. Sólo queda por ver si la devoción,
bajo este aspecto, está bien fundamentada.
(c) Fundamentos filosóficos y científicos
En este aspecto ha habido cierta falta de certeza entre los teólogos. No
obviamente en lo tocante a la base del asunto, sino en lo que respecta a las
explicaciones. En ocasiones ellos han hablado como si el corazón fuera el órgano
del amor, aunque este punto no tiene relación con la devoción, para la cual
basta que el corazón sea el símbolo del amor y sobre ello no cabe duda: sí hay
una vinculación real entre el corazón y las emociones. Nadie niega el hecho de
que el corazón es símbolo del amor y todos experimentamos que el corazón se
convierte en una especie de eco de nuestros sentimientos. Un estudio de esta
especie de resonancia sería muy interesante, pero no le hace falta a la
devoción, ya que es un hecho atestiguado por la experiencia diaria; un hecho del
cual la medicina puede dar razones y explicar las condiciones, pero que no es
parte del presente estudio, ni su objeto requiere ser conocido por nosotros.
(3) El acto propio de la devoción
El objeto mismo de la devoción exige un acto apropiado, si se considera que la
devoción al amor de Jesús por nosotros debe ser, antes que nada, una devoción al
amor a Jesús. Su característica debe ser la reciprocidad del amor; su objeto es
amar a Jesús que nos ama tanto; pagar amor con amor. Más aún, habida cuenta que
el amor de Jesús se manifiesta al alma devota como despreciado y airado, sobre
todo en la Eucaristía, el amor propio de la devoción deberá manifestarse como un
amor de reparación. De ahí la importancia de los actos de desagravio, como la
comunión de reparación, y la compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto,
ninguna práctica, puede agotar las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón.
El amor que constituye su núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más
firmemente se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que
Jesús viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con
Jesús, con todo su corazón, su alma y sus fuerzas.
IDEAS HISTÓRICAS SOBRE EL DESARROLLO DE LA DEVOCIÓN
(1) Desde el tiempo de San Juan y San Pablo siempre ha existido en la Iglesia
algo semejante a una devoción al amor de Dios, quien tanto amó al mundo que le
dio a su Hijo unigénito, y al amor de Jesús, quien tanto nos ama que se entregó
a si mismo por nosotros. Claro que, hablando adecuadamente, eso no era
equivalente a la devoción al Sagrado Corazón, ni le rendía culto al Corazón de
Jesús como símbolo de su amor. Desde los primeros siglos, también, siguiendo el
ejemplo del evangelista, ha sido costumbre meditar sobre el costado abierto de
Cristo y el misterio de la sangre y agua, y se ha visto a la Iglesia como
naciendo de esa herida, del mismo modo como Eva nació del costado de Adán (Cfr.
San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 2, 85-89; Concilio Vaticano
II, Lumen Gentium, 3; Sacrosanctum Concilium, 5, N.T.) Sin embargo, no existe
constancia alguna de que durante los primeros diez siglos se haya rendido culto
al Corazón herido.
(2) No es sino hasta los siglos XI y XII que encontramos señales inconfundibles
de alguna devoción al Sagrado Corazón. Se trataba de acercarse al Corazón Herido
a través de la herida del costado, y la herida del Corazón simbolizaba la herida
del Amor. Fue en el ambiente de fervor de los monasterios benedictinos o
cistercienses, gracias al pensamiento de Anselmo o Bernardo, donde la devoción
nació, aunque es imposible determinar con certidumbre cuáles hayan sido sus
primeros textos o quiénes sus primeros devotos. Según Santa Gertrudis y Santa
Matilde, y para el autor de la "Vitis mystica", la devoción ya era muy conocida
en sus tiempos. No sabemos, sin embargo, exactamente a quién se debe la "Vitis
mystica". Hasta principios del siglo XX se le había venido atribuyendo su
autoría a San Bernardo, pero algunas publicaciones de la hermosa y
académicamente completa edición Quaracchi la atribuyen, y no sin razones de
peso, a San Buenaventura ("S. Bonaventurae opera omnia", 1898,VIII, LIII). Sea
como sea, ese documento contiene uno de los más hermosos pasajes que se hayan
inspirado en la devoción al Sagrado Corazón y que la Iglesia utiliza para las
lecciones de la Liturgia de las Horas en su fiesta. Para Santa Matilde (+1298) y
Santa Gertrudis (+1302), se trata de una devoción muy conocida que había sido
base de muchas bellas oraciones y prácticas devocionales. Y merece especial
atención la visión de Santa Gertrudis en la fiesta de San Juan Evangelista, ya
que constituye un hito en la historia de la devoción. Habiéndosele permitido
recostar su cabeza cerca del costado herido del Salvador, pudo escuchar los
latidos del Divino Corazón. Le preguntó a Juan si en la noche de la Última Cena
él también había podido escuchar tan deliciosas pulsaciones y, si así había
sido, porqué no había hablado de ello. Juan le respondió que esa revelación
había sido reservada para tiempos posteriores, cuando el mundo, habiéndose
enfriado, necesitara que su amor se le recalentara ("Legatus divinae pietatis",
IV, 305; "Revelationes Gertrudianae", ed. Poitiers y Paris, 1877).
(3) A partir del siglo XIII y hasta el XVI, la devoción se propagó, pero sin
desarrollarse internamente. Era practicada en todas partes por almas escogidas,
de lo que dan abundante testimonio las vidas de los santos y los anales de las
diferentes congregaciones religiosas como franciscanos, dominicos, jesuitas,
cartujos, etc. Empero, siempre fue una devoción individual de carácter místico.
No había comenzado aún ningún movimiento generalizado, a menos que uno
concibiera como tal la devoción a las Cinco Llagas entre las que la herida del
Corazón figuraba prominentemente y a cuya propagación los franciscanos habían
dedicado gran esfuerzo.
(4) Parece ser que fue en el siglo XVI que la devoción avanzó y pasó del dominio
místico al de la ascesis cristiana. Se convirtió en una devoción objetiva, con
oraciones previamente formuladas y ejercicios especiales cuya práctica era muy
recomendada a la par que su valor era apreciado. Esto lo sabemos gracias a los
escritos de esos dos maestros de la vida espiritual, el piadoso Lanspergius
(+1539), de los Cartujos de Colonia, y el devoto Lois de Blois (Blosius, 1566),
un monje benedictino y abad de Liessies, en Hainaut. A ellos se pueden añadir
San Juan de Ávila (+ 1569) y San Francisco de Sales, éste último del siglo XVII.
(5) Desde entonces todo pareció ayudar al temprano nacimiento de la devoción.
Los autores ascéticos hablan de ella, especialmente los de la Compañía de Jesús,
Alvarez de Paz, Luis de la Puente, Saint-Jure y Nouet. Y no faltan tratados
especializados, como la pequeña obra del Padre Druzbicki, "Meta Cordium, Cor
Jesu". Entre los místicos y almas piadosas que practicaron la devoción podemos
contar a San Francisco de Borja, San Pedro Canisio, San Luis Gonzaga y San
Alfonso Rodríguez, de la Compañía de Jesús. Igualmente, a la Beata Marina de
Escobar (+1633) en España; a las Venerables Magdalena de San José y Margarita
del Santísimo Sacramento, ambas carmelitas, en Francia; Jeanne de San Mateo
Deleloe (+1660), una benedictina, en Bélgica; la incomparable Armelle de Vannes
(+1671). E incluso en ambientes jansenistas o mundanos, Marie de Valernod
(+1654) y Angélique Arnauld; M. Boudon, archidiácono de Evreux, el Padre Huby,
el apóstol de los retiros, en Bretaña y, sobre todos ellos, la Beata Marie de la
Encarnación, quien falleció en Quebec en 1672. La Visitación parecía estar
esperando a Santa Margarita María. Su espiritualidad, algunas intuiciones de San
Francisco de Sales, las meditaciones de Mère l'Huillier (+1692), todo ello
preparó el camino. La imagen del Corazón de Jesús estaba evidente en todas
partes gracias, en gran manera, a la devoción franciscana a las Cinco Llagas y a
la costumbre jesuita de colocar la imagen en la página de títulos de sus libros
y en los muros de sus templos.
(6) A pesar de eso la devoción seguía siendo algo individual o, a lo mucho,
privado. El hacerla pública, honrarla en el Oficio Divino y establecerle una
fiesta estaba reservado a San Juan Eudes (1602-1680). El Padre Eudes fue, más
que nada, el apóstol del Corazón de María, pero en su devoción por el Corazón
Inmaculado había siempre una parte para el Corazón de Jesús. Poco a poco se fue
separando la devoción por el Sagrado Corazón y el 31 de agosto de 1670 se
celebró con gran solemnidad la primera fiesta del Sagrado Corazón en el Gran
Seminario de Rennes. El 20 de octubre le siguió Coutances y desde entonces quedó
unida a esa fecha la fiesta de los eudistas. De ahí pronto cundió la fiesta a
otras diócesis e igualmente la devoción fue adoptada por varias comunidades
religiosas. Y así llegó a estar en contacto con la devoción que ya existía en
Paray, en donde las dos se fundieron naturalmente.
(7) Cristo escogió a Margarita María Alacoque (1647-1690), una humilde monja
visitandina del monasterio de Paray-le-Monial, para revelarle los deseos de su
Corazón y para confiarle la tarea de impartir nueva vida a la devoción. Nada
indica que esta piadosa religiosa haya conocido la devoción antes de las
revelaciones, o que, al menos, haya prestado alguna atención a ella. Estas
revelaciones fueron muy numerosas y son notables las siguientes apariciones: la
que ocurrió en la fiesta de San Juan, en la que Jesús permitió a Margarita
María, como antes lo había hecho con Santa Gertrudis, recargar su cabeza sobre
su Corazón, y luego le descubrió las maravillas de su Amor, diciéndole que
deseaba que fueran conocidas por toda la humanidad y que los tesoros de su
bondad fueran difundidos. Añadió que Él la había escogido a ella para esta obra
(27 de diciembre, probablemente del 1673). En otra, probablemente distinta de la
anterior, Él pidió ser honrado bajo la figura de su corazón de carne. En otra
ocasión, apareció radiante de amor y pidió que se practicara una devoción de
amor expiatorio: la comunión frecuente, la comunión cada primer viernes de mes,
y la observancia de la Hora Santa (probablemente en junio o julio de 1674). En
otra, conocida como la "gran aparición", que tuvo lugar en la octava de Corpus
Christi, 1675, probablemente el 16 de junio, fue cuando Jesús dijo: "Mira el
Corazón que tanto ha amado a los hombres... en vez de gratitud, de gran parte de
ellos yo no recibo sino ingratitud". Y le pidió que se celebrase una fiesta de
desagravio el viernes después de la octava de Corpus Christi, advirtiéndole que
debía consultar con el Padre de la Colombière, por entonces superior de la
pequeña casa jesuita en Paray. Finalmente, aquellas en las que el Rey solicitó
solemne homenaje y determinó que fuera la Visitación y los jesuitas quienes se
encargasen de propagar la nueva devoción. Pocos días después de la "gran
aparición", en junio de 1675, Margarita María informó de todo al Padre de la
Colombière y este último, reconociendo la acción del Espíritu de Dios, se
consagró él mismo al Sagrado Corazón, dio instrucciones a la visitandina para
que pusiera por escrito los detalles de la aparición y utilizó cuanta
oportunidad tuvo para discretamente circular ese relato en Francia e Inglaterra.
A su muerte, el 15 de febrero de 1682, se encontró en su diario de retiros
espirituales una copia manuscrita suya del relato que él había solicitado de
Margarita María, con unas breves reflexiones acerca de la utilidad de la
devoción. Ese diario, junto con el relato y un precioso "ofrecimiento" al
Sagrado Corazón en el que se explica claramente la devoción, fue publicado en
Lyón en 1684. El librito fue muy leído, aún en Paray, aunque no dejó de causar
una "horrible confusión" a Margarita María, quien, a pesar de todo, decidió
aprovecharlo para extender su preciada devoción. Se unieron al movimiento
Moulins, con la Madre de Soudeilles, Dijon, con la Madre de Saumaise y la
hermana Joly, Semur, con la Madre Greyfié y hasta Paray, que al principio se
había resistido. Fuera de las Visitandinas, sacerdotes, religiosos y laicos
abrazaron la causa. En especial un capuchino, los dos hermanos de Margarita
María y algunos jesuitas, entre los que estaban los padres Croiset y Gallifet,
quienes estaban destinados a desempeñar un papel importante en pro de la
devoción.
(8) La muerte de Margarita María, el 17 de octubre de 1690, no asfixió el
entusiasmo de quienes estaban interesados en la devoción. Todo lo contrario. La
pequeña narración que hizo el Padre Croiset en 1691 de la vida de la santa, como
un apéndice de su libro "De la devotion au Sacre Coeur", sólo sirvió para
aumentarlo. A pesar de todo tipo de obstáculos y de la lentitud de la Santa
Sede, que en 1693 concedió indulgencias a las cofradías del Sagrado Corazón y
que en 1697 otorgó a la Visitandinas licencia para celebrar la fiesta junto con
la de las Cinco Llagas, pero que se negó a otorgar una fiesta común para toda la
Iglesia, con misa especial y oficio, la devoción se extendió, en particular
entre las comunidades religiosas. Quizás la primera ocasión para realizar una
consagración solemne al Sagrado Corazón y un acto público de culto fuera de las
comunidades religiosas la proporcionó la plaga de Marsella, en 1720. Otras
ciudades del sur siguieron el ejemplo de Marsella y a partir de ahí la devoción
se popularizó. En 1726 se consideró oportuno acudir de nuevo a Roma para
solicitar una fiesta propia, pero en 1729, de nuevo, Roma se negó. Mas por fin,
en 1765, finalmente cedió y ese mismo año, a petición de la Reina, la fiesta fue
aceptada semioficialmente por el episcopado francés. De todos los rincones del
planeta llovieron las solicitudes a Roma, y a todas se dio respuesta afirmativa.
Finalmente, gracias a las presiones de los obispos de Francia, el Papa Pio IX
extendió la fiesta a la Iglesia Universal bajo la modalidad de rito doble mayor.
En 1889 la Iglesia la elevó a rito doble de primera clase. En todos lados se
realizaban actos de consagración y reparación junto con la devoción. En
ocasiones, en especial después de 1850, grupos, congregaciones y hasta naciones
enteras se han consagrado al Sagrado Corazón. En 1875 todo el mundo católico se
consagró de esa manera. Aún así, el Papa aún no había decidido tomar la
iniciativa o intervenir directamente. Eventualmente, el 11 de junio de 1899, por
orden de León XIII, y con una fórmula prescrita por él, toda la humanidad fue
solemnemente consagrada al Sagrado Corazón. La idea de llevar a cabo esa acción,
que León XIII calificó como "el gran acontecimiento" de su pontificado, le había
sido sugerida por una religiosa del Buen Pastor, de Oporto (Portugal), quien
afirmó que ella lo había recibido directamente de Cristo. Ella, quien era
miembro de la familia Drost-zu-Vischering, y cuyo nombre de religión era María
del Divino Corazón, murió en la fiesta del Sagrado Corazón, dos días antes de la
consagración, que había sido pospuesta hasta el siguiente domingo.
(Nota del traductor: S.S. León XIII promulgó, el 25 de mayo de 1899, la
encíclica "Annum Sacrum", en la que recomienda la práctica de la devoción al
Sagrado Corazón, y algunos de sus sucesores hicieron lo propio, en especial Pío
XI, en su encíclica "Miserentissimus Redemptor", del 8 mayo de 1928, y Pio XII,
en sus encíclicas "Summi Pontificatus", del 20 de octubre de 1939, "Mystici
Corporis", del 29 de junio de 1943 y "Haurietis Aquas", del 15 de mayo de 1956.
Esta última contiene una exposición integral del culto y la devoción al Sagrado
Corazón y debe convertirse en lectura indispensable para quien desee conocer a
fondo la posición pontificia al respecto. El Concilio Vaticano II, 1962-1965,
hace referencia al Corazón de Cristo en varios documentos. Finalmente, el Papa
Juan Pablo II incluyó el tema como parte del Catecismo de la Iglesia Católica,
en 1992).
Al hacer mención de esas grandes manifestaciones públicas no debemos olvidar
hacer también alusión a la vida íntima de la devoción en las almas, a las
prácticas que la acompañan, a las obras y asociaciones de las que es el alma.
Tampoco debemos pasar por alto el carácter social que ha asumido en años
recientes. Los católicos franceses, en forma especial, se aferran a esa devoción
como a una de sus mayores esperanzas de ennoblecimiento y salvación.
JEAN BAINVEL
Transcrito por Christine J. Murria
Dedicado a Mary Christie y John A. Hardon, S.J.
Traducido por Javier Algara Cossío.