Constantino el Grande
EnciCato
I. Vida
II. Apreciación Histórica
I. VIDA
En sus monedas se denominaba como "M", o con mayor frecuencia "C", y se llamaba
FlavioValerio Constantino. Nació en Naissus, hoy Nisch en Servia, hijo del
oficial romano Constancio, quien posteriormente se convirtiera en emperador
romano y Santa Helena, una mujer de extracción humilde pero de recio carácter y
habilidades extraordinarias. La fecha de su nacimiento no es conocida con
certeza y se calcula entre 274 y el 288. Luego de ser elevado su padre a la
dignidad de Cesar lo encontramos en la corte de Dioclesiano y posteriormente
(305) combatiendo bajo el mando de Galerio en el Danubio. Cuando luego de la
renuncia de su padre Constancio fue elevado a la dignidad de Augusto, el nuevo
emperador de Occidente le solicitó a Galerio, el Emperador de Oriente, que
permitiera a Constantino, a quien no había visto durante mucho tiempo, que
volviera a la corte de su padre. Galerio accedió con reticencia. Constantino
volvió al lado de su padre bajo cuyo mando tuvo apenas tiempo suficiente para
distinguirse en Bretaña antes que Constancio muriera (el 25 de Julio de 306).
Constantino fue inmediatamente proclamado Cesar por sus tropas, título que fue
reconocido por Galerio con algunas vacilaciones. Este evento se constituyó en la
primera oportunidad para lograr el esquema de Dioclesiano de un imperio de
cuatro cabezas (tetrarquía) y fue prontamente seguido por la proclamación en
Roma como Cesar de Maxencio hijo de Maximiano, un tirano disoluto, en Octubre
del 306.
Durante las guerras entre Maxencio y los emperadores Severo y Galerio,
Constantino permaneció inactivo en sus provincias. Habiendo fallado el intento
hecho por los antiguos emperadores Dioclesiano y Maximiano en Carmentum en el
año 307, para devolver el orden al Imperio, La promoción de Licinio a la
posición de Augusto, la asunción por parte de Maximino Daia del título imperial
y la auto proclamación de Maxencio como único emperador (abril del 308), condujo
a la proclamación de Constantino como Augusto. Como poseía el ejército mas
eficiente, fue reconocido por Galerio, quien se hallaba en guerra contra
Maximino en el Oriente, y por Licinio.
Constantino, quien hasta entonces se había limitado a defender su propia
frontera contra los Germanos, no había tomado aún parte en las disputas de los
otros pretendientes del trono. Sin embargo en el 311, vio la guerra como algo
inevitable cuando Galerio el Augusto de mas edad y el más violento perseguidor
de los cristianos sufrió una miserable muerte luego de cancelar sus edictos
contra los cristianos, y cuando Maxencio, luego de derribar las estatuas de
Constantino, lo proclamó como un tirano. A pesar de que sus ejércitos eran muy
inferiores a los de Maxencio ya que contaba, de acuerdo con varios testimonios,
con 25.000 a 100.000 hombres, mientras que Maxencio contaba con 190.000 hombres
fuertemente armados, no dudó en iniciar rápidamente su marcha hacia Italia
(primavera del 312.) Luego de ocupar Susa y prácticamente aniquilar un poderoso
ejército cerca de Turín, continuó su marcha hacia el Sur. En Verona enfrentó a
un ejercito hostil bajo el mando de Ruricio, prefecto de la guardia de Maxencio,
quien se hizo fuerte en la ciudad. Mientras mantenía la ciudad bajo sitio,
Constantino, con un destacamento de su ejercito, atacó y eliminó fácilmente los
refuerzos frescos que venían en auxilio de las tropas que resguardaban la
ciudad. La rendición de Verona fue la consecuencia inmediata. A pesar de la
mayoría arrolladora de su enemigo (100.000 hombres en las filas de Maxencio
contra 20.000 en las de Constantino) el emperador continuó confiado su marcha
hacia Roma. Una visión le había asegurado que conquistaría en el nombre de
Cristo, por tanto sus guerreros llevaban el monograma de Cristo en sus escudos,
a pesar de que la gran mayoría eran paganos. Las dos fuerzas en conflicto se
encontraron cerca del puente sobre el río Tíber denominado el Puente Milviano.
Fue aquí donde las fuerzas de Maxencio sufrieron la derrota definitiva, habiendo
el tirano perdido su vida en el Tíber (Octubre 28 del 312). El vencedor
inmediatamente ofreció prueba de su gratitud al Dios de los Cristianos el cual
fue a partir de ese momento tolerado en todo el imperio (Edicto de Milán, a
inicios del 313). Trató a sus enemigos con gran magnanimidad; las acostumbradas
ejecuciones sangrientas no fueron la consecuencia de la victoria del puente
Milviano. Constantino permaneció en Roma tan solo durante un corto tiempo.
Siguió a Milán (finales del 312 o principios del 313) para encontrarse con su
colega Augusto Licinio a quien entregó en matrimonio a su hermana y logró que
garantizara la protección de los cristianos de Oriente y a cambio ofreció su
protección contra Maximino Daia, este último un pagano intolerante y cruel
tirano quien persiguió a los Cristianos aún luego de la muerte de Galerio. Fue
éste finalmente derrotado por Licinio, cuyos soldados, siguiendo ordenes suyas,
habían invocado al Dios de los Cristianos en el campo de batalla (Abril 30 del
313.). Maximino a su vez, imploró al Dios de los Cristianos, pero murió de
dolorosa enfermedad en el otoño siguiente.
Quedó Licinio como único superviviente de los Tetrarcas de Dioclesiano. Su
traición obligó a Constantino a alzarse en guerra contra él. Con su acostumbrada
impetuosidad el Emperador le propinó su golpe de gracia en Cibala (Octubre 8 del
314). Licinio, sin embargo, pudo recuperarse y la batalla librada posteriormente
en Castra Jarba (Noviembre del 314) dejó a ambos ejércitos en condición tal que
ambas partes consideraron que la única salida era hacer la paz. La paz duró diez
años. Pero luego cerca del 322, no se contentó con profesar su paganismo
abiertamente comenzó a perseguir de nuevo a los Cristianos mientras desconocía
los derechos y privilegios de Constantino. La guerra era pues inevitable.
Constantino reunió una infantería de 125.000 hombres y una caballería de 10.000.
Adicionalmente armó 200 barcos para lograr el control del Bósforo.
Licinio, por otro lado y dejando la frontera oriental sin defensas obtuvo un
ejército más numeroso aún constituido por 150.000 infantes y 15.000 de
caballería, mientras que su flota naval estaba formada por no menos de 350
barcos. Los dos ejércitos se encontraron en Adrianopolis el 3 de Julio del 324,
donde las bien disciplinadas tropas de Constantino vencieron y pusieron en
retirada a las menos disciplinadas de Licinio. Licinio por otra parte se hizo
fuerte en las barracas de Bizancio de manera tal que un ataque pudiera tener
menor oportunidad de éxito y la única oportunidad de tomar el fuerte era
mediante el bloqueo y la hambruna. Lo anterior requeriría la ayuda de la flota
naval de Constantino, sin embargo la flota de Licinio se interponía en el
camino. Una batalla naval a la entrada de los Dardanelos no ofrecía garantía de
éxito, por lo tanto la Fuerza de Tarea de Constantino se retiró hacia Elains
para reunirse con el resto de su flota. La flota dirigida por el Almirante
Abantus de Licinio, trató de perseguir la flota de Constantino pero se encontró
con una violenta tormenta que dio cuenta de 130 de sus naves y de 5.000 hombres.
Constantino cruzó el Bósforo, dejando atrás tropas suficientes para mantener el
bloqueo de Bizancio y enfrentó al cuerpo principal de su oponente en Chrisopolis,
cerca de Calcedonia. De nuevo le infringió una derrota apabullante, matando
25.000 hombres y desbandando la mayoría de los sobrevivientes. Licinio huyó a
Nicomedia con 30.000 hombres, sin embargo se dio cuenta que cualquier
resistencia sería inútil. Capituló a discreción y el corazón magnánimo de
Constantino le perdonó la vida. Sin embargo, cuando en el año siguiente (325)
Licinio reanudó sus traicioneras costumbres, fue condenado a muerte por el
Senado Romano y ejecutado.
En adelante, Constantino quedó como monarca único del Imperio Romano. Poco
después de la muerte de Licinio, Constantino determinó que la futura capital del
imperio fuera Constantinopla y con su acostumbrado ímpetu tomo todas las medidas
para hacer de esa ciudad una más grande, fuerte y hermosa. Dedicó los siguientes
diez años de su reinado a promover el bienestar político, económico y moral de
sus posesiones y previó la estructura del gobierno futuro de su imperio.
Mientras que colocaba a sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano a cargo de provincias
menores, designó a sus hijos Constancio, Constantino y Constans como los futuros
regidores del imperio. No mucho antes de su final, el movimiento hostil del rey
de Persia, Shâpûr, lo lanzó de nuevo al campo de batalla. Cuando se encontraba a
punto de marchar en contra de su enemigo fue atacado por una enfermedad, de la
cual murió en Mayo del 337, luego de haber recibido el bautismo.
II. APRECIACIÓN HISTÓRICA
Constantino, con todo derecho, había reclamado el titulo de El grande, ya que
había cambiado la historia del mundo y había hecho de la Cristiandad, que hasta
entonces sufría de una sangrienta persecución, la religión del Estado. Es bien
cierto que las razones más profundas de tales cambios deben ser encontradas en
el movimiento religioso de esos tiempos, pero tales razones eran, a duras penas,
imperativas, ya que los cristianos conformaban tan solo una pequeña porción de
la población, constituyendo una quinta parte de la misma en el Occidente y la
mitad en una gran parte del Oriente. La decisión de Constantino dependía pues,
mas de un acto personal que de una condición general, haciendo que su
personalidad sea objeto de una cuidadosa consideración.
Mucho antes de lo mencionado anteriormente, las creencias del antiguo politeísmo
habían sido sacudidas en sus raíces. En personalidades más sólidas como la de
Dioclesiano, se mostraba su fortaleza en la forma de superstición, magia y
adivinación. El mundo estaba pues, totalmente maduro para recibir el monoteísmo
o su forma modificada el henoteísmo. El monoteísmo de entonces se ofrecía en
diversas variedades, bajo las formas de varias religiones Orientales: en la
adoración al Sol, la veneración de Mitras, el en Judaísmo y en la Cristiandad.
Quien quisiera evitar un rompimiento radical con el pasado buscaría una forma
Oriental de adoración que no exigiera sacrificios severos; en tal caso, por
supuesto, la Cristiandad sería la última elección. Probablemente muchas mentes
nobles reconocieron la verdad contenida en el Judaísmo y la Cristiandad, pero
creyeron que podían apropiárselos sin ser obligados por tal hecho, a renunciar a
la belleza de otro tipo de adoraciones. Una de tales mentes fue el Emperador
Alejandro Severo, otro fue Aureliano, cuyas opiniones se vieron confirmadas por
cristianos como Pablo de Samosata. No sólo los Gnósticos y otro tipo de herejes,
sino algunos Cristianos quienes se consideraban fieles, se mantuvieron, de
alguna manera, firmes en la adoración del sol. León el Grande, en su momento,
decía que era la costumbre de muchos Cristianos el pararse en las gradas de la
Iglesia de San Pedro a rendir homenaje al sol mediante reverencias y rezos. (cf.
Euseb. Alexand. en Mai, "Nov. Patr. Bibl.", 11, 523; Augustin, "Enarratio in Ps.
x"; Leon I, Serm. xxvi). Cuando tales condiciones prevalecían es fácil entender
cómo muchos de los Emperadores cedieron ante la falacia de que podían unir a
todos sus súbditos en la adoración al dios sol quien combinaba en sí el Padre –
Dios de los Cristianos y el muy venerado Mitras. El imperio, por tanto, pudo ser
fundado de nuevo bajo una sola religión. Aún el mismo Constantino, como más
adelante se demostrará, abrazó por algún tiempo estas erradas creencias.
Parecería ser que las últimas persecuciones de los Cristianos estaban dirigidas
mucho mas hacia aquellos irreconciliables y extremistas que contra el gran
cuerpo de la Cristiandad. La política de los emperadores no fue consistente.
Dioclesiano fue, inicialmente, amigo de los Cristianos. Aún su enemigo más
oscuro, Juliano, vaciló. Cesar Constancio, el padre de Constantino, protegió a
los cristianos durante una cruel persecución.
Constantino creció bajo la influencia de las ideas de su padre. Hijo de
Constancio Cloro en su primer matrimonio informal, denominado concubinatus, con
Helena, una mujer de cuna inferior. Durante corto tiempo Constantino fue
obligado a permanecer en la corte de Galerio, de cuyo ambiente, evidentemente,
no quedó bien impresionado. Al retiro de Dioclesiano, Constancio avanzó de la
posición de Cesar a la de Augusto, y el ejército, contra el deseo de los otros
emperadores, elevó al joven Constantino a la posición que había quedado vacante.
En ése mismo momento quedó en evidencia lo poco exitoso del sistema artificial
de división de Imperio y de la sucesión al trono mediante la cual Dioclesiano
buscó frustrar el arrogante poder de la guardia pretoriana. La personalidad de
Dioclesiano está llena de contradicciones; se mostraba tan ramplón en sus
sentimientos religiosos como era astuto y visionario en los asuntos de estado.
Hombre de naturaleza autocrática, pero quien bajo determinadas circunstancias,
se imponía limitaciones. Fue quien comenzó la reconstrucción del imperio la cual
sería terminada por Constantino. Muchas amenazas serias pusieron en peligro la
existencia del imperio como fueron la carencia de una unidad nacional y
religiosa y su debilidad financiera y militar. Como consecuencia, el sistema
impositivo tuvo que ser acomodado al sistema de trueque que por tales razones
revivió. Los impuestos cayeron con mayor fuerza sobre los campesinos, las
comunidades campesinas, y los propietarios de tierras; a lo anterior se sumaba
el servicio obligatorio, cada vez mas pesado, que se imponía a aquellos
dedicados a las empresas industriales las cuales fueron unidas en gremios
estatales. El ejército fue fortalecido, las tropas de la frontera fueron
incrementadas a 360.000 hombres. Adicionalmente las tribus fronterizas fueron
puestas bajo la nómina estatal, como aliados. Muchas ciudades fueron
fortificadas, y nuevas fortalezas y cuarteles fueron construidos. Poniendo en
mayor contacto a los civiles y a los militares en contraposición al antiguo
axioma romano. Cada vez que una frontera se veía amenazada las tropas domésticas
se tomaban el campo de batalla. Este cuerpo de soldados, denominados los
palatini, comitatenses, y que habían tomado el lugar de la Guardia Pretoriana,
no eran mas de 200.000 (en algunos casos se calculaban en 194.500). Un buen
servicios de Correos mantenía una constante comunicación entre las diferentes
partes del imperio. La administración civil y militar se vio posiblemente mas
agudamente dividida que antes, sin embargo se le concedía una igual y cada vez
mayor importancia a la capacidad militar de los servidores estatales. Sobre
todo, el emperador fue entronizado como un dios, y a la dignidad imperial se la
rodeó con un halo, un ámbito sagrado, con un ceremonial que fue tomado en
préstamo de las teocracias orientales. El oriente, desde los primeros tiempos
había sido terreno propicio para un gobierno teocrático, los súbditos de cada
regente creían que el mismo estaba en comunicación directa con la deidad mayor,
y por tanto, la ley del Estado era vista como la ley revelada. En la misma forma
los emperadores permitían que se les venerara como si fueran oráculos sagrados y
como deidades y todo aquello que se relacionara con ellos era denominado
sagrado. La palabra Sagrado llegó a reemplazar la denominación de Imperial. Un
numeroso séquito de la corte, complicados ceremoniales, y ostentosas vestimentas
hacían que el acceso al emperador fuera aún más difícil. Quien deseara acercarse
a la cabeza del Estado debía transitar primero por muchas antesalas y postrarse
ante el emperador como si fuera una divinidad. Puesto que los antiguos
pobladores de Roma no gustaban de tales ceremoniales, los emperadores mostraron
una preferencia cada vez mayor al Oriente, donde el monoteísmo se mantenía
virtualmente incólume y donde, por añadidura, eran mejores las condiciones
económicas. Roma, pues, no pudo por mas tiempo controlar la totalidad del gran
imperio y sus peculiares civilizaciones.
Por todos los lados comenzaron a aparecer nuevas y vigorosas fuerzas nacionales
de tal manera que tan solo dos políticas eran posibles. O bien se daba espacio a
los nuevos movimientos nacionales, o se mantenían con firmeza los cimientos
nacionales antiguos para revivir los antiguos principios Romanos, la pretérita
severidad militar y el patriotismo de la vieja Roma. . Varios emperadores habían
tratado de seguir éste último sendero en vano. Era tan imposible el retornar a
la vida simplista de antaño como lo era el retornar a las antigua creencias
paganas con su sistema nacional de veneración. Consecuentemente el imperio tuvo
que identificarse con el movimiento progresista, emplear al máximo los recursos
existentes dentro de la vida nacional, ejercer tolerancia, hacer concesiones a
las nuevas tendencias religiosas y acoger a las tribus germánicas dentro del
imperio. Tales convicciones continuaron expandiéndose principalmente por que el
padre de Constantino había obtenido buenos resultados de tales políticas. En la
Galia, Bretaña y España, donde regía Constancio Cloro prevalecieron la paz y la
satisfacción. La prosperidad de las provincias aumentó visiblemente mientras que
en el oriente la prosperidad se vio menoscabada por la inestabilidad y la
confusión existentes. Fue, sin embargo, y particularmente en la parte occidental
del imperio donde la veneración de Mitras predominó. Hubiera sido posible el
congregar todas estas diferentes nacionalidades alrededor de sus altares?
Hubiera sido factible que el Sol Deus Invictus, venerado por Dioclesiano y
Galerio, se hubiera convertido en el dios supremo del imperio? Es posible que
Constantino haya reflexionado al respecto y es posible que no haya rechazado
totalmente dicha posición aún luego de los milagrosos acontecimientos que
marcaron su preferencia hacia el Dios de los Cristianos.
Su decisión a favor de los Cristianos fue, indudablemente influenciada por
razones de conciencia; razones resultantes de las impresiones dejadas en cada
persona libre de prejuicios tanto por los Cristianos como la fuerza moral de la
Cristiandad y el conocimiento práctico que los emperadores poseían de los
oficiales militares y oficiales estatales Cristianos. Tales razones, sin embargo
no son mencionadas en la historia la cual le da primaria importancia al evento
milagroso. Antes de que Constantino avanzara en contra de su rival Maxencio y de
acuerdo con las antiguas costumbres, convocó a los arúspices, los cuales
profetizaron el desastre de acuerdo con un panegirista pagano. Sin embargo,
cuando los dioses le negaban su ayuda, continúa dicho panegirista, hubo un dios
en particular que lo animó ya que Constantino tenia cercana relación con dicha
divinidad. Lactancio. (De mort. persec., ch. xliv) y Eusebio (Vita Const., I,
xxvi-xxxi). Nos narran la manera cómo la conexión con dicha deidad se manifestó.
El primero dice que fue en un sueño, el segundo a través de una visión como una
manifestación celestial, una luz brillante en la cual vislumbró a la cruz o al
monograma de Cristo. Fortalecido con dicha aparición, avanzó corajudamente a la
batalla, venció a su rival y conquistó el poder supremo. Fue el resultado lo que
dio importancia a la visión, ya que, posteriormente cuando el emperador
reflexionaba respecto del evento le fue claro que la cruz llevaba la inscripción
HOC VINCES (en éste signo conquistarás). Un monograma que combinaba las primeras
letras del nombre de Cristo (CHRISTOS) X y P, una forma que no puede asegurarse
que fuera utilizada antes por los Cristianos, fue convertida en uno de los
símbolos de actualidad y puesta en el Labarum (q. v.). Esta insignia fue también
puesta en la mano de una estatua del emperador en Roma, en cuyo pedestal se leía
la siguiente inscripción "Con la ayuda de este beneficioso símbolo de fortaleza
he liberado a mi ciudad del yugo de la tiranía y devuelto al Senado Romano y al
Pueblo su antiguo esplendor y gloria." Enseguida después de su victoria,
Constantino otorgó tolerancia a los Cristianos y al año siguiente (313) dio un
paso mas en su favor. En el 313 Licinio y él emitieron en Milán el famoso edicto
de tolerancia. En él se declaraba que los dos emperadores habían reflexionado
respecto de lo que sería más ventajoso para la seguridad y bienestar del imperio
y, sobre todo, habían tomado en consideración el servicio que el hombre debía a
la "deidad". Por consiguiente resolvieron dar a los Cristianos y a otros
libertad en el ejercicio de la religión.
Cualquiera podía seguir la religión que considerara mas apropiada. Ellos
hicieron votos por que la "deidad entronizada en los cielos" les otorgaría a los
emperadores y sus súbditos sus favores y protección. Lo anterior fue suficiente
para causar enorme confusión entre los paganos. Si las palabras del edicto se
examinan cuidadosamente se encuentra evidencia clara del esfuerzo hecho para
expresan los nuevos pensamientos de una manera absolutamente carente de
ambigüedad que eliminara la más mínima duda al respecto. El edicto contiene
mucho mas que la creencia a la cual Galerio, al final, había escogido, como es
la de que las persecuciones eran totalmente inútiles, y otorgaba a los
Cristianos libertad de culto y simultáneamente procuraba no crear afrentas
contra los paganos. Sin duda alguna el término deidad fue cuidadosamente
escogido puesto que no excluye su implicación pagana. Las cautelosas expresiones
probablemente se originaron en los archivos imperiales, donde las concepciones y
formas paganas de expresión permanecieron aún por mucho tiempo. El cambio, sin
embargo, de persecución sangrienta a tolerancia de la Cristiandad, un cambio que
implicaba su reconocimiento, puede haber sorprendido a muchos paganos y
suscitado el mismo estupor que un alemán sentiría si un emperador, siendo Social
Demócrata, se hiciera a las riendas del estado por la fuerza. A tal persona le
parecería que los fundamentos del Estado se estuvieran debilitando. Los
Cristianos mismos pudieron haber sido tomados por sorpresa. Antes de esto, por
cierto, ya se le había ocurrido a Melito de Sardes (Eusebius, Hist. Eccl., IV,
xxxiii) que el emperador en algún momento podría llegar a convertirse al
cristianismo; sin embargo Tertuliano pensaba de manera diferente y había escrito
(Apol., xxi) la frase memorable: "Sed et Caesares credidissent super Christo, si
aut Caesares non essent saeculo necessarii, aut si et Christiani potuissent esse
Caesares" (Pudieran los Césares haber creído en Cristo si los Césares no
hubiesen sido necesarios para el mundo o si los cristianos hubiesen podido ser
Césares). La misma opinión fue emitida por San Justino (I, xii, II, xv). A él y
a muchos otros se les antojaba un imposible total el que el Imperio fuera
Cristiano. En todo caso días felices se presentaban ahora ante los Cristianos.
Deben ellos haber tenido los mismos sentimientos de los perseguidos durante la
Revolución Francesa cuando Roberspierre fue finalmente derrocado y su Reino del
Terror terminó. Los sentimientos de liberación del peligro son delicadamente
expresados en el tratado atribuido a Lactancio (De mortibus persecut., en P. L.,
VII, 52), respecto de las maneras como la muerte se apoderó de los
perseguidores. Dice: " Debemos ahora agradecer al Señor Quien ha unido su rebaño
el cual había sido devastado por los lobos rapaces y Quien ha exterminado las
bestias salvajes que los alejaron de sus pasturas. Dónde están ahora las
multitudes de nuestros enemigos?, donde los verdugos de Dioclesiano y Maximiano?
Dios los ha barrido de la faz de la tierra; celebremos entonces Su triunfo con
alegría; observemos la victoria del Señor con cantos de alabanza, y honrémoslo a
El noche y día con oración, para que la paz que hemos recibido de nuevo luego de
diez años de miseria, sea preservada." Los Cristianos fueron liberados de las
minas y de las prisiones y fueron recibidos por sus hermanos en la fe con
aclamaciones de júbilo; las iglesias se llenaron de nuevo y aquellos que se
habían alejado de la Cristiandad pidieron perdón.
Durante algún tiempo parecía que tan sólo la tolerancia y la igualdad
prevaldrían. Constantino se mostraba igualmente condescendiente con ambas
religiones. En su calidad de pontifex maximus vigiló la adoración pagana y
protegió sus derechos. Lo único que hizo fue el suprimir la adivinación y la
magia a las cuales los emperadores paganos habían recurrido ocasionalmente. Por
consiguiente el emperador romano en el año 320 prohibió el acceso a las casas
privadas a los adivinadores y arúspices bajo la pena de muerte. Quien a su
solicitud o promesa de pago ofreciera a un arúspice violar ésta ley sus
propiedades serían confiscadas y él mismo llevado a la hoguera. A quienes
informaran de tales hechos se les recompensarían. Quien quisiera practicar los
usos paganos debían hacerlo abiertamente. Debía acudir a los altares públicos o
a los sitios sagrados, y en ésos sitios observar las formas tradicionales de
adoración. "No prohibimos", decía el emperador, "la observancia de las antiguas
tradiciones a la luz del día." En una ordenanza del mismo año dirigida a los
prefectos de la ciudad de Roma, Constantino ordenaba que si un rayo hubiera de
caer sobre el palacio imperial o sobre un edificio público, los arúspices
deberían, de acuerdo con las antiguas costumbres, interpretar el significado de
tal acontecimiento y su interpretación debería ser reportada por escrito al
emperador. Igualmente se le permitía a los individuos privados hacer uso de ésta
antigua costumbre, pero al hacerlo debían abstenerse de los prohibidos
sacrificia domestica. De esto no puede deducirse que existía una prohibición
general para la celebración de sacrificios familiares, a pesar de que en el año
341 Constancio, el hijo de Constantino menciona tal prohibición (Cod. Teod., XVI,
x, 2). Una prohibición de tal naturaleza hubiera tenido mayores consecuencias,
ya que la mayoría de los sacrificios eran de carácter privado. Mas aún cómo
hubiera podido implementarse tal prohibición si los sacrificios públicos aún
eran permitidos? En la consagración de Constantinopla se utilizó una ceremonia
mitad Cristiana y mitad pagana. La carroza del dios sol fue puesta en el mercado
público y sobre su cabeza se colocó la Cruz de Cristo, mientras que el Kyrie –
Eleyson se cantaba. Poco antes de su muerte Constantino confirmó los privilegios
de los sacerdotes de los antiguos dioses. Muchas otras medidas tomadas por él
tenían la apariencia de medidas a medias como si él mismo hubiera abrazado
alguna forma sincretística de religión. Acorde con lo anterior ordenó a las
tropas paganas el utilizar una oración en la cual cualquier monoteísta pudiera
tomar parte y que a la sazón decía: "Te reconocemos a ti solamente como dios y
rey, te invocamos para que nos ayudes. Hemos recibido la victoria de ti y por ti
hemos superado a nuestros enemigos. A ti debemos todo lo bueno que hemos
recibido hasta ahora y en ti confiamos en el futuro. A ti elevamos nuestras
súplicas e imploramos que preserves a nuestro emperador Constantino y a sus
hijos temerosos de dios, libres de mal y victoriosos por muchos años". El
emperador tomó un paso adicional cuando ordenó retirar sus estatuas de los
templos paganos, prohibió que los templos que caían en ruina fueran reparados y
suprimió toda forma ofensiva de adoración. Todas éstas medidas, sin embargo, no
fueron mas allá de la tendencia sincretística que Constantino había demostrado
durante mucho tiempo. Sin embargo él debió percibir con claridad mayor cada vez
que el sincretismo era imposible.
De la misma manera la tolerancia y la libertad religiosa no podían continuar
existiendo como una forma de igualdad. Los tiempos no estaban listos para una
concepción de tal naturaleza. Si bien es cierto que los escritores Cristianos
defendieron la libertad religiosa y que, por lo tanto Tertuliano dijo que la
religión prohibe la compulsión religiosa (Non est religionis cogere religionem
quae sponte suscipi debet non vi.--"Ad Scapulam", cerca al final;) y, mas aún,
Lactancio declaró que "El hombre debe estar dispuesto a morir por defender la
religión, pero no a matar." Orígenes enarboló igualmente la causa de la
libertad. Muy probablemente la constante persecución y opresión generaron el
entendimiento de que el imponer una manera de pensar y de concebir el mundo y la
vida era una compulsión malvada. Contrastando con la asfixiante violencia del
Estado Antiguo y con el poder y la costumbre de la opinión pública, estaban los
Cristianos como los defensores de la libertad, pero no solamente de una libertad
individual o subjetiva, ni de una libertad de conciencia como se entiende hoy en
día. Aún si la Iglesia hubiera reconocido esta forma de libertad, el Estado no
habría podido permanecer tolerante. Sin percatarse de la importancia de sus
actos Constantino otorgó a la Iglesia un privilegio tras otro. Desde el 313 la
Iglesia obtuvo inmunidad para sus eclesiásticos, incluyendo libertad de
impuestos o servicios obligatorios u oficios obligatorios del estado como era,
por ejemplo, la dignidad curial, que imponía pesadas cargas. La Iglesia obtuvo
adicionalmente la facultad de heredar propiedades y Constantino puso al Domingo
bajo la protección del Estado. Es verdad, sin embargo, que los veneradores de
Mitras también reverenciaban el Domingo y la Navidad, por consiguiente
Constantino se refiere al Domingo no como el día del Señor sino como el eterno
día del sol. De acuerdo con Eusebio a los paganos también se les obligó en éste
día a salir a campo abierto y en conjunto, elevar sus manos y recitar la oración
que ya se mencionó, una oración sin marcadas características Cristianas (Vita
Const., IV, xx). El emperador otorgó muchos privilegios a la Iglesia por que
ella cuidaba de los pobres y por su marcada y activa benevolencia. Pero tal vez
demostró sus tendencias Cristianas de manera mas pronunciada al remover los
impedimentos legales que, desde los tiempos de Augusto, se habían impuesto al
celibato, dejando tan sólo los leges decimarioe, y al reconocer una amplia
jurisdicción eclesiástica. Sin embargo no debe olvidarse que las comunidades
judías tenían también sus propias jurisdicciones, exenciones e inmunidades, así
fuera en grado mas reducido. En una ley del año 318 se rechazó la competencia de
las cortes civiles si en un pleito se apelaba a la corte de un obispo Cristiano.
Aún antes de que el pleito fuera iniciado en una corte civil, era permitido que
una de las partes lo transfiriera a la corte del obispo. Si a ambas partes se
les concedía audiencia legal, la decisión del obispo tenía plena validez y
obligatoriedad. Una ley del 333 ordenaba a los oficiales del estado a imponer
las decisiones de los obispos. El testimonio de un obispo debería ser
considerado suficiente por cualquier juez y ningún testigo podía ser citado con
posterioridad al testimonio del obispo. Dichas concesiones tenían tanto alcance
que la Iglesia misma sentía que el inmenso crecimiento de su jurisdicción era
una restricción en sí mismo. Posteriores emperadores limitaron esta jurisdicción
a casos de sumisión voluntaria de las partes a la corte episcopal.
Constantino logró mucho a favor de los niños, esclavos y las mujeres, todos
aquellos miembros más débiles de la sociedad los cuales eran tratados
ásperamente por la antigua ley romana. Sin embargo él tan solo continuó la labor
que, bajo la influencia del Estoicismo, los emperadores que lo precedieron
habían iniciado y habían dejado a sus sucesores para continuar el empeño de la
emancipación. Es así como algunos emperadores anteriores a Constantino habían
prohibido, sin éxito, el abandono de niños, como niños expósitos o abandonados,
éstos eran rápidamente adoptados para ser utilizados en varios propósitos. Los
Cristianos, particularmente, se esforzaron para apoderarse de éstos niños,
consecuentemente, Constantino no emitió prohibición directa respecto al
abandono, a pesar de que los cristianos equiparaban en gravedad a éste con el
asesinato. Ordenó, en lugar de una prohibición directa que los expósitos
deberían pertenecer a aquel que los encontrara, y le prohibió a los padres
reclamar a los niños que habían abandonado. Aquellos que acogían a estos niños
adquirían derecho de propiedad sobre ellos lo que les permitía un uso extenso de
dicho derecho; podían, por ejemplo, venderlos y esclavizarlos, hasta que
Justiniano prohibió su esclavitud bajo cualquier forma. Aún en los tiempos de
San Crisóstomo los padres mutilaban a sus hijos por lucro. Cuando había hambruna
o estando endeudados, muchos padres tan sólo obtenían alivio mediante la venta
de sus hijos, si es que no deseaban venderse a sí mismos. Leyes emitidas
posteriormente en contra de dichas prácticas tuvieron tan poco efecto como
aquellas que prohibieron la castración y la prostitución. San Ambrosio, de
manera vívida, describe el triste espectáculo de la venta de los niños por parte
de sus padres, bajo la presión de los acreedores, o por parte de los acreedores
mismos. Poco sirvieron las muchas formas de atención e instituciones que
trataban de proteger a dichos niños y a los pobres. El mismo Constantino
estableció asilos para los expósitos, pero sin embargo reconoció el derecho de
los padres de vender a sus hijos y tan sólo creó excepciones para los niños de
mas edad. Reglamentó que los niños que habían sido vendidos podían ser vueltos a
comprar por sus padres, en diferenciación clara a aquellos que habían sido
expuestos. Sin embargo su disposición no tenía aplicabilidad alguna si los niños
eran llevados al extranjero. Valentiniano, por tanto, prohibió el tráfico de
seres humanos con tierras extranjeras. Las leyes prohibiendo tales prácticas se
multiplicaron constantemente, sin embargo la mayor parte de la carga de tratar
de salvar a los niños recayó sobre la Iglesia.
Constantino fue el primero en prohibir el rapto de niñas. El abductor y aquellos
que lo habían asistido, influenciando a la niña, eran amenazados con penas
severas. Armonizando con los puntos de vista de la Iglesia, Constantino hizo más
difícil el proceso de divorcio, no hizo cambios en el divorcio por mutuo
consentimiento, pero impuso severas condiciones cuando la demanda de separación
provenía de una de las partes solamente. Un hombre podía abandonar a su esposa
por razón de adulterio, envenenamiento y prostitución, y en el proceso retener
su dote, sin embargo, si la abandonaba por cualquier otro motivo, debía devolver
su dote y se le prohibía volverse a casar. Si a pesar de lo anterior se casaba,
la anterior esposa podía entrar a su casa y llevarse para sí, todo aquello que
la nueva esposa le había entregado. Constantino hizo más severas las leyes
antiguas prohibiendo el concubinato de una mujer libre con un esclavo, lo cual
fue visto con buenos ojos por la iglesia. Por otra parte el haber guardado las
distinciones de clases dentro de la ley de matrimonio estaba claramente en
contradicción con las disposiciones de la Iglesia la cual rechazaba cualquier
discriminación por clase dentro del matrimonio, y consideraba como legítimos los
matrimonios informales (los denominados concubinatus), puesto que poseían un
carácter permanente y eran monógamos. Constantino, sin embargo, hizo la figura
del Concubinatus más difícil y prohibió a los senadores y a los altos
funcionarios del Estado y del sacerdocio pagano el contraer este tipo de uniones
con mujeres de clase inferior (feminoe humiles), haciendo, de hecho, imposible
que pudieran casarse con mujeres pertenecientes a clases inferiores, a pesar del
hecho de que su propia madre pertenecía a una clase inferior. El emperador, sin
embargo, en los demás aspectos siempre demostró el mayor respeto hacia su madre.
Los demás concubinatus, diferentes a los ya mencionados, fueron colocados en
desventaja con respecto del manejo de las propiedades y los derechos
hereditarios de los concubinos y sus hijos eran restringidos. Por otra parte
Constantino alentó la emancipación de los esclavos y decretó que la manumisión
en la iglesia tendría el mismo efecto que la manumisión pública realizada ante
funcionarios estatales o la realizada por testamento. (321). Ni los emperadores
Cristianos ni los paganos permitieron que los esclavos buscaran su libertad sin
la autorización de la ley, los legisladores Cristianos buscaron aliviar la
esclavitud limitando la intensidad del castigo corporal; El amo tan sólo podría
utilizar la vara o enviar al esclavo a la prisión y si el esclavo moría dentro
de dichas circunstancia su amo no era responsable. Sin embargo, si la muerte era
producida por el uso de garrotes o piedras o armas o instrumentos de tortura, la
persona que causaba la muerte era tratada como un asesino. Como más adelante se
podrá ver, el mismo Constantino se vio obligado a observar ésta ley cuando trató
de deshacerse de Liciano. Un criminal no podía ser golpeado en la cara, tan sólo
en los pies ya que la cara estaba hecha a semejanza de Dios.
Cuando se comparan éstas leyes con las emitidas por emperadores anteriores cuya
disposición era considerada como humana, no se ve que las emitidas por
Constantino tengan un alcance mayor. En todo aquello deferente a la religión
Constantino siguió las huellas de Dioclesiano y a pesar de las experiencias
negativas permaneció adherido a la división artificial del imperio; trató
durante largo tiempo de evitar un rompimiento con Licinio y repartió al imperio
entre sus hijos. Por otra parte, el poder imperial fue incrementado al recibir
la consagración religiosa. La Iglesia toleró el culto al emperador bajo muchas
formas. Se permitía hablar de la divinidad del emperador, o del palacio sagrado,
la cámara sagrada y del altar del emperador, sin que esto fuera considerado
idolatría. Desde éste punto de vista los cambios religiosos de Constantino
pueden ser considerados como meras frivolidades, eran tan solo poco mas que
renuncias a simples formalidades. Puesto que lo que sus predecesores habían
buscado mediante el uso de toda su autoridad y al costo de un incesante
derramamiento de sangre era tan sólo el reconocimiento de su propia divinidad;
Constantino logró esto a pesar de que renunció a que se realizaran sacrificios a
su honor. Algunos obispos, cegados por el esplendor de la corte fueron a
extremos tales de llamar al emperador el ángel de Dios, un ser sagrado, y
profetizar que, tal como lo había hecho el Hijo de Dios, reinaría en el cielo.
Consiguientemente se ha asegurado que Constantino favoreció a la Cristiandad por
simples motivos políticos, y ha sido visto como un déspota glorificado que hizo
uso de la religión como un medio para lograr la implementación de sus políticas.
Cada vez que la política del estado lo requería podía ser cruel. Aún luego de su
conversión decretó la ejecución de su cuñado Licinio y el hijo de éste, lo mismo
que de Crispus, su propio hijo del primer matrimonio, y de su esposa Fausta.
Querelló con su colega Licinio respecto de su política religiosa y en el 323 lo
derrotó en una sangrienta batalla. Licinio se rindió bajo la promesa de que se
protegería su seguridad personal, pero a pesar de esto fue estrangulado un año
mas tarde por ordenes de Constantino. Durante el régimen conjunto, Liciano el
hijo de Licinio y Crispus el hijo de Constantino habían sido ambos césares. A
los dos se les hizo gradualmente a un lado. Crispus fue ejecutado bajo cargos de
inmoralidad elevados contra él por Fausta la segunda esposa de Constantino. Los
cargos fueron falsos, lo cual fue conocido por Constantino, luego de los hechos,
a través de su madre Helena. En castigo Fausta fue sofocada hasta su muerte en
un baño caliente. Liciano fue flagelado hasta morir. Puesto que Liciano no era
hijo de la hermana de Constantino sino de una esclava, aquél lo trató siempre
como un esclavo. De ésta manera Constantino evadió su propia ley respecto de la
mutilación de esclavos. Luego de conocer tales crueldades es difícil creer que
el mismo emperador pudiera tener en ocasiones impulsos de suavidad y ternura. La
naturaleza humana, empero, está llena de contradicciones.
Constantino fue generoso, y pródigo en sus donaciones y adornó las iglesias
Cristianas con magnificencia. Puso mas atención a la literatura y el arte de lo
que pudiera esperarse de un emperador de su época, a pesar de que mucho de lo
anterior fue hecho por vanidad, como se comprueba por su agradecimiento a las
dedicatorias hechas a él de trabajos literarios. Es muy posible que él mismo
haya practicado alguna forma de finas artes. Sin duda alguna estaba dotado de un
fuerte sentido religioso, era sincero y piadoso y le fascinaba ser representado
en actitud oratoria con sus ojos levantados hacia el cielo. En su palacio tenía
una capilla a la cual le gustaba retirarse a leer la Biblia y a orar. Dice
Eusebio "Todos los días, a una hora determinada se encerraba en el sitio mas
recluido de su palacio, como si fuera asistir a los Sagrados Misterios, y allí
se comunicaba con Dios rogando a Él ardientemente de rodillas por sus
necesidades". En su carácter de catecúmeno no le era permitido asistir a los
misterios de la sagrada Eucaristía. Permaneció como catecúmeno hasta el fin de
sus días no por falta de convicción ni porque llevado por su disposición
apasionada deseara llevar una vida pagana; obedeció lo mas estrictamente posible
los preceptos de la Cristiandad, observando particularmente la virtud de la
castidad la cual le había sido especialmente inculcada por sus padres. Respetaba
el celibato tanto que lo liberó de sus desventajas legales. Buscó elevar la
moralidad, y castigó con particular severidad las ofensas contra la moral que
habían sido promovidas por el culto pagano. Crió a sus hijos como Cristianos y
así se separó gradualmente del sincretismo el cual parecía a veces favorecer. El
Dios de los Cristianos era ciertamente un dios celoso que no toleraba otros
dioses fuera de Él. La Iglesia nunca pudo quejarse de que estuvo en el mismo
nivel de otros cuerpos religiosos. Conquistó para sí un dominio después del
otro.
Constantino prefería la compañía de los obispos Cristianos a la de los
sacerdotes paganos. El emperador invitaba con frecuencia los obispos a su corte
y les permitía el uso del sistema de correos imperial, los sentó a su mesa, los
llamó sus hermanos y cuando habían sufrido por la Fe, besó sus cicatrices.
Mientras que prefirió a los obispos como sus consejeros, ellos por otra parte,
frecuentemente solicitaban su intervención. Vg. Poco después del 313 en la
disputa Donatista. Durante muchos años se preocupó del problema árabe y allí,
debe ser reconocido, transpuso los límites de lo permisible como cuando, por
ejemplo, dictaminó a Atanasio a quiénes podía recibir en la Iglesia y a quiénes
debía excluir. Aún así evitó cualquier interferencia directa con el dogma y
buscó que se cumpliera tan sólo lo que las autoridades legítimas, los sínodos,
decidieran. Cuando apareció en un Concilio Ecuménico, no lo hizo para influir en
las decisiones, sino para demostrar su interés e impresionar a los paganos.
Desterró obispos tan sólo para evitar disputas y discordias, es decir, por
razones de estado. Se opuso a Atanasio porque se le hizo creer que aquel quería
retener las naves cargueras con maíz destinado a Constantinopla. La prevención
de Constantino puede ser mejor entendida si se tiene en mente lo poderosos que
los patriarcas llegaron a ser. Cuando finalmente sintió la cercanía de la
muerte, recibió el bautismo declarando ante los obispos reunidos a su alrededor,
que deseaba, como Cristo recibir el sacramento de salvación en el Jordán, pero
que puesto que Dios le había ordenado lo contrario, no deseaba demorar mas el
bautismo. Dejando a un lado la púrpura, el emperador, en ropajes de neófito
esperó su final dentro de gran paz y alegría.
El mayor de los hijos de Constantino, Constantino II, mostró claras tendencias
hacia el paganismo y sus monedas llevan abundancia de emblemas paganos, su
segundo hijo en favoritismo, Constancio, demostró mayores tendencias Cristianas
convirtiéndose finalmente al Cristianismo Ario. Constancio fue un firme opositor
del paganismo. Cerró todos los templos y prohibió los sacrificios bajo pena de
muerte. Su máxima era: "Cesset superstitio; sacrificiorum aboleatur insania"
(Que cese la superstición, y que la locura de los sacrificios sea abolida). Sus
sucesores recurrieron a la persecución religiosa contra los herejes y paganos.
Sus leyes (Cod. Theod., XVI, v) tuvieron la más desfavorable influencia en la
Edad Media y fueron los fundamentos de la abusada Inquisición. (Ver
PERSECUSIONES; CONSTANTINOPLA; IMPERIO ROMANO)
CHARLES G. HERBERMANN
& GEORG GRUPP
Transcrito por Rick McCarty
Traducido por Rodrigo Bueno Delgado