Castidad
EnciCato
En este artículo la castidad se considera como virtud; su consideración como
consejo evangélico se encuentra en los artículos sobre CELIBATO DEL CLERO,
CONTINENCIA y VIRGINIDAD. Como voto, la castidad se trata en el artículo VOTO.
COMO VIRTUD
La castidad es la virtud que excluye o modera la indulgencia del apetito sexual.
Es una forma de la virtud de la templanca, que controla de acuerdo con la recta
razón el deseo y el uso de aquellas cosas que aportan los mayores placeres
sensuales. Las fuentes de tales deleites son la comidad y la bebida, por medio
de los cuales se conserva la vida del invidividuo, y la unión de los sexos, por
medio de la cual se asegura la permanencia de la especie. La castidad, empero,
se alía con la abstinencia y la sobriedad; pues, así como por esta última los
placeres de la función nutritiva se ven rectamente regulados, por la castidad el
apetito procreativo es restringido adecuadamente. Al entenderse como la
prohibición de cualquier placer carnal, la castidad se considera generalmente
igual a la continencia, aunque Aristóteles, como se señala en el artículo
CONTINENCIA, marcó una clara distinción. Con la castidad se confunde a menudo la
modestia, aunque ésta no es propiamente sino una circunstancia especial de la
castidad o, mejor, su complemento. Pues la modestia es la cualidad de privarse
delicadamente de todos los actos que ofenden al pudor, y así se erige en defensa
de la castidad. Es necesario hacer notar que la virtud en discusión puede ser
puramente natural. Su motivación podría ser la decencia natural en el control
del apetito sexual, según la norma de la razón. Este motivo brota de la dignidad
de la naturaleza humana, la cual, sin su guía racional, se degrada al nivel de
las bestias. Sin embargo, consideraremos la castidad como una virtud
sobrenatural. Vista así, su motivación se descubre a la luz de la fe:
particularmente las palabras y el ejemplo de Jesucristo y la reverencia debida
al cuerpo humano como templo del Espíritu santo, como incorporado al cuerpo
místico del que Cristo es cabeza, como receptor de la sagrada Eucaristía, y
finalmente, como destinado a compartir con el alma la gloria eterna.
Considerando si la castidad excluye todo placer carnal voluntario, o permite
esta gratificación dentro de los límites prescritos, puede ser absoluta o
relavita. La primera atañe a los solteros, la segunda a los que pertenecen al
estado marital. Al estar prohibido saciar el apetito sexual a todos los que
están fuera del vínculo marital, el impulso consentido entre los solteros, asi
como el impulso consentido hacia algo fuera de la ley, está prohibido. Tal es la
intensidad de la pasión sexual que su impulso es peligrosamente capaz de
arrastrar la voluntad consigo. Aún así, cuando hay pleno consentimiento, es una
ofensa grave por su propia naturaleza. Se debe observar también que este impulso
se constituye, no meramente por un deseo efectivo, sino por uno voluntario e
impuro. Aparte de la clasificación ya citada, hay otra, que distingue entre
castidad perfecta e imperfecta. La primera es la virtud de aquellos que, para
entregarse sin reservas a Dios y sus intereses espirituales, deciden abstenerse
perpetuamente incluso de los placeres lícitos del estado marital. Cuanto esta
resolución la toma uno que nunca ha conocido el placer permitido en el
matrimonio, la caridad perfecta se convierte en virginidad. A causa de estos dos
elementos -la intención elevada y la inexperiencia absoluta-, la castidad
virginal se distingue como virtud espcial de aquella que conlleva únicamente la
abstinencia de los placeres ilícitos. No es necesario que la resolución que
implica la virginidad se apoye en un voto, aunque en su forma más perfecta, la
castidad virginal, como afirma santo Tomás siguiendo a san Agustín, implica o
supone un voto. (Summa Theol., II-II, Q, clii, a. 3, ad 4.). La virtud especial
que consideramos aquí comprende integridad física. Mientras que la Iglesia
solicita la integridad a aquellas que van a vestir el velo de las vírgenes
consagradas, no es más que una cualidad accidental, y puede perderse sin
detrimento de la integridad espiritual superior en la cual reside propiamente la
virtud de la virginidad. La integridad es necesaria y suficiente para ganar la
aureola que se dice espera a las vírgines como especial recompensa celestial (S.
Thomas, Suppl. Q. xcvi, a. 5). La castidad imperfecta es aqella propia del
aquellos que no han contraído matrimonio sin haber renunciado por ello a
hacerlo, o de aquellos que están unidos por los lazos del legítimo matrimonio, y
finalmente que de aquellos que han sobrevivido a su cónyuge. En el caso de estos
últimos se puede tomar la resolución que llevaría a la práctica de la castidad
que hemos definido como perfecta.
LA PRÁCTICA DE LA CASTIDAD
Para señalar la insostenibilidad de los argumentos prsentados por McLennon,
Lubbock, Morgan, Spencer y otros, acerca de un estado original de promiscuidad
sexual en la humanidad, conviene referirse a la historia natural del matrimonio.
Westermarck, en su "Historia del matrimonio humano" (Londres, 1891), ha
demostrado claramente que muchas de las representaciones de personas viviendo
promiscuamente son falsas y que esta baja condición no debe ser considerada como
característica de los salvajes, y mucho menos como evidencia de una promiscuidad
original (Historia del matrimonio humano, 61 sqq.). Según este autor, "el número
de pueblos sin civilizar entre los cuales la castidad, al menos entre las
mujeres, se exhibe con honor y se protege como norma, es muy considerable" (op.
cit., 66). Un hecho que no puede ser despreciado, del cual los viajeros dan
infalible testimonio, es el efecto pernicioso que, por norma, tiene en los
salvajes el contacto con aquellos que provienen de una civilización más
avanzada. Según el doctor Nansen, "las mujeres esquimales de las mayores
colonias son más ligeras que las de los pequeños asentamientos donde no hay
europeos" (Nansen, The First Crossing of England, II, 329). Acerca de las tribus
de las llanuras de adelaida al sur de Australia, Edward Stephens afirma:
"Aquellos que se refieren a los nativos como una raza naturalmente degradada, o
bien no hablan desde la experiencia, o les juzgan a partir de lo que se han
convertido cuando el abuso de tóxicos y el contacto con lo más abyecto de la
raza blanca ha comenzado su obra mortífera. Vi a los nativos y conviví con ellos
antes de que se conocieran estas inmoralidades y puedo decir sin temor que
practicamente toda su maldad la deben a la inmoralidad del hombre blanco y la
bebida del hombre blanco" (Stephens, The Aborigines of Australia, en Jour. Roy.
Soc. N. S. Wales, XXIII, 480). El profesor Vambrey observa acerca de los
primitivo tártaros turcos: "La diferencia en materia de inmolaridad que existe
entre los turcos afectados por una civilización extranjera y por las tribus que
habitan las estepas es evidente a cualquiera que viva entre los turcomanos y
kara kapals, pues tanto en África como en Asia, ciertos vicios los introducen
únicamente aquellos que se llaman portadores de cultura". (Vambrey, Die
primitive Cultur des Turks tartarischen Volkes, 72). Testimonios semejantes
podrían multiplicarse abundantemte.
LA PRÁCTICA DE LA CASTIDAD ENTRE LOS JUDÍOS
Muchos de los preceptos mosaicos deben haber operado entre los antiguos judíos,
para prevenir los pecados contra la castidad. La legislación de Deut., xxii,
20-21, según la cual una esposa que ha engañado a su esposo, que la creía
virgen, debe ser lapidada hasta la muerte en la puerta de su padre, debe de
haber apartado a las jóvenes de cualquier práctica impura. Asimismo, el efect de
Deut., xxii, 28-29, debió de ser importante. Según este precepto, si un hombre
pecaba con una virgen "debía entregar al padre de la doncella cincuenta siclos
de plata y tomarla como esposa, pues la había humillado. No podía separarla de
sí en los días de su vida". La ley mosaica contra la prostitución de las mujeres
judías era severa, aunque este vicio sllegó Israel mediante mujeres foráneas.
Hay que hacer notar que los judíos eran propensos a caer en los pecados sexuales
de sus vecinos, y se observa el resultado inevitable de la poligamia, en
ausencia de una obligación reconocida de continencia para el varón paralela a la
impuesta a la mujer.
La falta de castidad de los griegos post-homéricos era notorio. En este pueblo,
el matrimonio no era más que una institución para aportar al Estado soldados
fuertes. A consecuencia de esto, la posición de la mujer se veía más degradada.
Escuchamos de Polibio que a veces cuatro espartanos compartían una esposa. (Frag.
In Scr. Vet. Nov. Coll., ed. Mai, II, 384). Los atenienses no estaban tan
degradados, aunque entre ellos la esposa estaba excluida de la sociedad de su
marido, que buscaba placer en compañía de hetairas y concubinas. Las hetairai no
eran parias sociales entre los atenienses. Ciertamente muchas de ellas
alcanzaban la influencia de reinas. Aunque entre los romanos se estilaba un
exceso de afectación "a lo griego", nunca se vieron mayores abismos de
depravación que en los días siguientes a la república. Los griegos rodeaban sus
pecados sexuales de un encanto de romance y sentimiento. Pero con los romanos,
la inmoralidad, incluso las anormalidades, se mostraba descarnadamente. Esto se
puede ver en las páginas de Juvenal, Marcial y Suetonio. Cicerón declara
públicamente que el trato con prostitutas nunca ha sido condenado en Roma (Pro
Cælio, xv) y sabemos que por normal el matrimonio se consideraba una mera
relación temporal. Nunca se degradó tanto la mujer como en Roma. En Grecia, la
reclusión forzosa de la esposa actuaba como protección moral. Las matronas
romanas no tenían esta restricción, y muchas de éstas, pertenecientes a la clase
superior, no dudaron en tiempos de Tibero a inscribirse en las listas edilicias
como prostitutas comunes, para así eludir las penas con que la ley Julia
castigaba el adulterio.
EL CRISTIANISMO Y LA PRÁCTICA DE LA CASTIDAD
Bajo el cristianismo, la castidad ha sido practicada de forma inédita respecto
de otras influencias. La moral cristiana prescribe el orden recto ed las
relaciones. Éste debe dirigir y controlar el modo de las relaciones referido al
otro en cuerop y alma. Entre ambos hay una oposición imposible de erradicar, la
carne con su concupiscencia enfrentada sin freno al espíritu, cegándole y
apartándole de la búsqueda de la vida verdadera. La armonía y el orden debidos
entre cuerpo y alma deben prevalecer. Pero esto supone la preeminencia y dominio
del espíritu, que a su vez sólo puede significar el castigo del cuerpo. El
parentesco, tanto real como etimológica, enter castidad y castigo, es obvio. La
castidad es necesariamente algo austero. El efecto tanto del ejemplo como de las
palabras de Nuestro Salvador (Matt., xix, 11-12) se ve en la vida de tantos
célibes y vírgenes que han iluminado la historia de la Iglesia cristiana,
mientras que la idea del matrimonio como signo y señal de la inefable unión de
Cristo con su esposa inmaculada la Iglesia -una unión en la cual la fidelidad y
el amor son mutuos- ha dado su fruto, embelleciendo este mundo con caminos de
castidad conyugal.
St. THOMAS, Summa, II-II, Q. cli-clii; Cont. Gent., L. III, c. cxxxvi; LESSIUS,
De Just. et jure ceterisque virt. card., L, IV, c. ii, n. 92 sq.; ESCHBACH,
Disputationes Physiologico-TheologicÏ, Disp. v; D…LLINGER, The Gentile and the
Jew etc., II, Book IX; CRAISSON, De Rebus Venereis; BONAL, De Virtute Castitatis;
WESTERMARCK, The History of Human Marriage, ch. iv, v, vi; GAY, The Christian
Life and Virtues; II, Chastity.
JOHN W. MELODY.
Transcrito por Douglas J. Potter
Traducido por Javier Olabe
Dedicado al Inmaculado Corazón de María