Abadía
BC
Un monasterio canónicamente erigido y autónomo, con una comunidad de no menos
que doce religiosos o monjes, bajo el gobierno de un abad; o bien religiosas o
monjas bajo el de una abadesa.
Un priorato autónomo hoy en día es gobernado por un superior que haya llevado
anteriormente el título de prior en vez del de abad; aunque esta distinción era
desconocido en los primeros siglos de la historia monástica. Así fueron los doce
grandes prioratos de la Catedral de Inglaterra, gobernados eficazmente por un
prior, el diocesano que era considerado el abad. Otros prioriatos fueron
fundados como "celdas", o sucesores de las grandes abadías, y se mantuvieron
independientes de la casa paterna, por aquellos abades que señaló el prior, y
fueron removidos a voluntad. Originalmente el vocablo monasterio designaba,
tanto en el Este como en el Oeste, la vivienda de un anacoreta o de una
comunidad; mientras que caenobium, congregatio, fraternitas, asceterion, etc.
fueron referidos solamente a las casas de comunidades. Los monasterios tomaron
sus nombres de su ubicación, de sus fundadores, o de algún monje cuya vida
destacó en ellos; y más adelante, de algún santo cuyas reliquias fueron
preservadas allí, o quien era en ese lugar objeto de una especial veneración.
Los monjes de Egipto y Palestina, como se recoge en "Peregrinatio Etheriae,"
eligieron para sus monasterios sitios célebres por su relación con algún pasaje
o personaje bíblico. Los primeros monjes se asentaban generalmente en lugares
solitarios, lejos de la población, aunque también fueron encontrados a veces en
ciudades como Alejandría, Roma, Cartago, e Hippo. Los monasterios, fundados en
distintos lugares del país, se reunían normalmente alrededor de los
asentamientos que, con el tiempo, se desarrollaron como grandes centros de
población e industria, especialmente en Inglaterra y Alemania,. Muchas ciudades
importantes deben su origen a esta causa; pero esta tendencia sin embargo nunca
se pudo constatar claramente en África y en el Este. Aunque los sitios elegidos
eran a menudo hermosos, muchos asentamientos, sobre todo en Egipto, estaban a
propósito en medio de desiertos áridos. Pero, por lo general, no fue esta la
forma de austeridad que se vivía en ellos. En la Edad Media, la más triste y
salvaje época en que aparecieron estos sitios, la mayor parte aparecían bajo el
temperamento severo de los Cistercienses. No obstante, la preferencia, de parte
al menos de la mayoría de los monjes del Oeste, era hacia las tierras fértiles,
más idóneas para el cultivo y la agricultura.
La formación de las comunidades data de tiempos pre-cristianos, como atestiguan
los Esenios; pero las primeras fundaciones monásticas cristianas de las cuales
tenemos claro conocimiento eran simplemente grupos de chozas sin ninguna
estructura organizada, levantadas sobre el asentamiento de algún famoso
anacoreta por su santidad o ascetismo, alrededor de los cuales se había
arracimado un grupo de discípulos impacientes por aprender su doctrina e imitar
su estilo de vida. Las comunidades que habían dejado atrás su comodidad
monástica, prefirieron fabricar casas sencillas hechas de ramas, y se
multiplicaron como el enjambre en una colmena. Los obispos fundaron muchos
monasterios, mientras que otros debieron su existencia a la piedad de príncipes
y nobles, que también los dotaron generosamente. El Concilio de Calcedonia (451)
prohibió la fundación de cualquier monasterio sin el permiso del obispo
ordinario, lo que evitaría los problemas de enfrentarse a la corrección de una
acción irresponsable. Esta norma se convirtió en ley universal, y también
salvaguardó a estas instituciones contra las conductas licenciosas o la ruina,
puesto que gozaron de cierto carácter sagrado en la consideración popular. Los
Monasterios Dobles (o mixtos) eran aquellos en los que moraban comunidades de
hombres y mujeres al mismo tiempo, bajo gobierno de un superior común, un abad o
abadesa. El emperador Justiniano los suprimió en el Este a causa de los abusos a
los cuales esta forma de vida pudo conducir; pero la costumbre prevaleció largo
tiempo en Inglaterra, Francia, y España, donde había reglas estrictas,
manteniendo ambos sexos separados siempre en toda época, reduciendo al mínimo el
peligro de posibles escándalos. Ejemplos de éstos fueron las casas de la Orden
de San Gilberto de Sempringham; y en Francia, Faremoutiers, Chelles, Remiremont,
etc.
Al principio, los anacoretas no dieron ninguna importancia al diseño formal de
sus viviendas. Hicieron uso de cualquier cosa que la naturaleza les brindaba, o
lo que les venía sugerido por sus circunstancias. En el Este, concretamente en
Egipto, estaban en tumbas abandonadas y cuevas de sepulturas; en el Oeste, las
cuevas y las chozas bastas construídas con ramas de árboles, con barro, de adobe
o de ladrillos secados al sol, y equipadas con las necesidades más elementales,
resguardaron durante mucho tiempo a los primeros anacoretas. Cuando el número de
esos solitarios en un lugar crecía, y las chozas aumentaron en proporción,
convinieron poco a poco someterse todos a un superior y seguir una regla de vida
común; pero no tenían ningún lugar de reunión para todos, excepto una iglesia a
la cual se dedicaban especialmente durante los servicios dominicales. En Tebas,
en el Nilo, en el Alto Egipto, sin embargo, San Pacomio puso las bases de la
vida cenobítica, disponiéndolo todo de forma bien organizada. Construyó varios
monasterios, conteniendo cada uno cerca de 1.600 celdas separadas unas de otras
y dispuestas en líneas, como en un campamento, donde los monjes dormían y
realizaban algunas de sus tareas manuales; habiendo también naves grandes para
sus necesidades comunes, como la iglesia, el refectorio o comedor, la cocina,
incluso una enfermería y una hospedería o casa de huéspedes. Una empalizada que
protegía a todas estas construcciones daba al asentamiento la apariencia de una
aldea amurallada; pero cada lugar estaba construido con una extrema sencillez,
sin ninguna pretensión de estilo arquitectónico. Esta era la norma común de los
monasterios, inaugurada por San Pacomio, que finalmente se extendió a través de
Palestina, y recibió el nombre de laurae, que quiere decir algo así como
"paseos" o "caminos". Además de estas congregaciones de anacoretas, toda la vida
apartadas en chozas, que era allí cenobio, en monasterios donde vivieron
internos una vida común, a ninguno de ellos le era permitido retirarse a las
celdas del laurae antes de haber experimentado un período muy largo de
entrenamiento. Por aquel tiempo esta forma de vida común reemplazó la de los
laurae más antiguos.
El Monasticismo en el Oeste debe su desarrollo a San Benito (480-543). Su Regla
se expandió muy deprisa, y el número de los monasterios fundados en Inglaterra,
Francia, España, e Italia entre 520 y 700 era muy grande. Más de 15.000 abadías,
siguiendo la Regla Benedictina, habían sido establecidas antes del Concilio de
Constanza de 1415. No se adoptó ni fue seguido ningún plan especial en el
edificio del primer cenobio, o en los monasterios tal como podemos entender el
término hoy. Los monjes simplemente copiaron los edificios que les eran más
familiares, la casa o villa Romana, cuyos planes de edificación, a través de la
herencia del Imperio Romano, eran prácticamente uniformes. Los fundadores de
monasterios lo que tenían que hacer era simplemente instalar a la comunidad en
una casa ya existente. Cuando tuvieron que construir, el instinto natural era
copiar viejos modelos. Se fijaban sobre un asentamiento con los edificios que ya
estaban allí, si hacía falta los reparaban, y los adaptaban sencillamente a sus
necesidades más básicas, como San Benito hizo en Monte Cassino, aplicando de
modo Cristiano los lugares que habían sido dedicados antes a servir a los
ídolos. La difusión de la vida monástica efectuó gradualmente grandes cambios en
el modelo de la villa Romana. Las diversas advocaciones seguidas por los monjes
necesitaron edificaciones que se ajustasen a las mismas, del modo más
conveniente, que sin estar al principio erigidas sobre ningún plan premeditado,
fueron aplicándose conforme hubo necesidad. Estas denominaciones, sin embargo,
siendo prácticamente iguales en cada país, dieron lugar a normas prácticamente
similares en todas partes.
Los legisladores monásticos del Este no dejaron ninguna documentación escrita
acerca de las dependencias principales de sus monasterios. San Benito, no
obstante, señala las partes componentes de los mismos en su Regla, con gran
precisión, como el oratorio, dormitorio, refectorio, cocina, talleres, sótanos
para los almacenes, enfermería, noviciado, hospedería, y por inferencia, el Aula
Capitular. Éstos, por lo tanto, se hallan en todas las abadías benedictinas, ya
que todas siguieron un plan conjunto, modificado solamente por la adecuación a
las circunstancias locales. Los principales edificios fueron diseñados alrededor
de un cuadrilátero. Tomando la estructura inglesa habitual, la iglesia estaría
situada por norma en el lado norte, sus altas y anchas paredes con las que se
procuraba a los monjes un buen resguardo de los fuertes vientos del norte. Las
edificaciones del Coro, Presbiterio, de las Capillas traseras que se ampliaban
más al Este, dieron una cierta protección contra el penetrante viento del este.
Cantorbery y Chester, sin embargo, fueron las excepciones, porque sus iglesias
estaban en el lado sur o meridional, donde también fueron encontradas con
frecuencia en climas calientes y soleados, con el propósito obvio de obtener
cierta protección del calor del sol. Una puerta en la entrada de los claustros
del Norte y del Este, otra puerta abierta al Coro normalmente, prevista ya en
los monasterios ingleses, dado que el extremo occidental u oeste del claustro
norte estaba reservado para las procesiones más solemnes. Aunque durante
bastante tiempo y oficialmente tuvo lugar el trabajo en dependencias cerradas (chequer
o saccarium), en celdas individuales se realizaba en fechas más recientes, pero
los claustros eran, principalmente, el espacio de reunión de la comunidad
entera, y donde la vida común tenía lugar. El claustro norte, parecido al sur,
era el más cálido de los cuatro recintos. Allí estaba el asiento del prior, al
lado de la puerta de la iglesia; luego el resto, más o de menos en orden. El
lugar del abad estaba en la esquina noreste. El maestro de los novicios con los
novicios ocupaba la porción meridional o sur del claustro este, mientras que los
monjes menores estaban situados frente a la parte oeste. El paseo sur, frío,
sombrío, no fue utilizado; pero desde él se llegaba al refectorio, con el lavabo
cerca. En las casas cistercienses estaba situado perpendicularmente al Claustro.
Cerca del refectorio estaba la cocina conventual con sus distintas dependencias.
El aula capitular se abría al claustro este, tan cerca de la iglesia como fuera
posible. La colocación del dormitorio no estaba tan precisada. Normalmente, éste
se comunicaba con el crucero sur, por lo tanto situado sobre el claustro este;
estaba colocado a veces perpendicularmente a él, como en Winchester, o en el
lado oeste, como en Worcester. La enfermería parece haber estado normalmente al
este del dormitorio, pero tampoco tuvo asignada ninguna posición fija. La
hospedería estaba situada donde fuera el lugar menos molesto o menos probable de
interferir la clausura monacal. Posteriormente, cuando los diversos escritos
abundaban lo suficiente, se agregaba una edificación especial destinada como
Biblioteca, perpendicularmente a uno de los pasillos del claustro. A éstos se
pueden agregar el calefactorio, la sala, o el locutorium, la limosnería, y las
dependencias de las obediencias; aunque estas construcciones adicionales sólo se
ajustaron en el plan general donde mejor se pudieran introducir, y su
disposición se diferenció algo en los distintos monasterios. Las casas
cistercienses inglesas, de las cuales hay tantos y hermosos restos, fueron
restauradas principalmente después del plan de Citeaux, en Borgoña, la casa
madre, con pocas variaciones locales.
El monasterio de la Cartuja se diferenció considerablemente en sus
especificaciones de las de otras órdenes. Los monjes eran prácticamente
eremitas, y cada uno ocupaba una pequeña cabaña separada del resto, con tres
dependencias, que eran solamente para atender a los servicios de la iglesia y
para algunos días en que la comunidad se reunía junta en el refectorio. Estas
cabañas tenían abiertos tres lados de un claustro cuadrangular, y en el cuarto
lado estaban la iglesia, el refectorio, la sala capitular, y otras dependencias
públicas. Los laurae y el caenobium estaban rodeados por las paredes que
protegían a los de dentro contra la intrusión de seculares o de la violencia de
merodeadores. Ningún monje podía ir más allá de este recinto sin el debido
permiso. Los primeros monjes consideraban esta separación del mundo externo como
una cuestión de primer orden. Nunca permitieron a las mujeres entrar en los
recintos de los monasterios masculinos; incluso el acceso a la misma iglesia a
menudo les fue negado, o, en el caso de estar admitida la entrada, como en
Durham, eran relegadas a un espacio totalmente limitado, situado lo más lejos
posible del coro de los monjes. Incluso respecto de la clausura de las
religiosas se siguió una mayor observancia. El peligro del ataque de las hordas
de los Sarracenos hizo necesario, en el caso de los monasterios del Este, el
levantamiento de paredes altas, que tuvieran solamente un lugar de entrada a
muchos pies de altura, al que se accedía mediante una escalera o puente levadizo
que se pudiera elevar o bajar a voluntad, para la defensa del recinto. Los
monjes del Oeste, no estando tan acosados por el miedo de tales incursiones, no
necesitaron tales salvaguardias, y por lo tanto tuvieron suficiente con paredes
comunes de clausura. Para desempeñar el oficio de portero normalmente se elegía
a un religioso de edad y carácter maduros, el cual actuaba como canal de
comunicación entre los internos y el mundo exterior. Su celda estaba siempre
cerca de la puerta, de modo que él podía encargarse de recibir a los mendigos y
de anunciar la llegada de huéspedes. En los monasterios egipcios la hospedería,
situada cerca de la puerta de entrada, era un lugar que estaba a cargo del
portero, que era ayudado por los novicios. San Benito dispuso que debía de ser
un lugar distinto del monasterio en sí, aunque dentro del mismo recinto. Tenía
su propia cocina, que era atendida por dos de la fraternidad designados
anualmente para ese propósito; un refectorio donde el abad compartiría el
momento de la comida con los huéspedes distinguidos, y, cuando él lo creyera
oportuno, invitaría a algunos de los monjes mayores para que lo compañaran allí;
un apartamento para la recepción solemne de los invitados, hacia quienes el rito
del lavatorio de los pies, según lo prescrito por la regla, era ofrecida por el
abad y su comunidad; y también un dormitorio amueblado convenientemente. Así los
huéspedes recibían la atención debida según las leyes de la caridad y de la
hospitalidad, y la comunidad, mientras que ganaba el mérito de dispensarles una
gran cordialidad, a través de los operarios designados, no sufría ninguna
alteración de su propia paz y tranquilidad. Era normal que los edificios
dedicados a las tareas hospitalarias, fueran dispuestos divididos en cuatro
áreas: uno para la recepción de huéspedes distinguidos, otro para los viajeros
pobres y peregrinos, uno tercero para los comerciantes que llegasen para hacer
negocios con el celador, y el último para los monjes que vinieran de visita.
Antes, como ahora, las comunidades monasticas siempre y por todos sitios han
transmitido una amable hospitalidad hacia todos como manera importante de
manifestar su servicio a la sociedad; por lo tanto los monasterios que estaban
cerca de las carreteras principales gozaron siempre de una consideración y
estima particular. Donde los invitados fueron frecuentes y numerosos, la
comodidad proporcionada a ellos era realmente a su gusto. Y como esto era
necesario para los grandes personajes que viajaban acompañados por una auténtica
muchedumbre de porteadores, hubieron de agregarse amplios establos extensos y
otras dependencias externas en los hostales monásticos. Más tarde, las
xenodochia, o enfermerías, fueron anexadas a esta hospedería, en donde los
viajeros enfermos podían recibir el tratamiento médico apropiado. San Benito
ordenó que el oratorio monástico fuera realmente lo que su nombre indicaba, un
lugar reservado exclusivamente para el rezo público y privado. Al principio fue
una sola capilla, lo suficientemente grande para albergar a los religiosos,
donde los externos no eran admitidos. El tamaño de estos oratorios fue agrandado
gradualmente para resolver las necesidades litúrgicas. Generalmente había
también otro oratorio, fuera del recinto monástico, en el cual eran admitidas
mujeres.
El refectorio era el salón común donde los monjes podían comer. Allí se
observaba un silencio estricto, pero durante las comidas uno de la fraternidad
leía en voz alta hacia la comunidad. El refectorio fue construido originalmente
sobre el planta de un triclinium romano antiguo, terminando en un ábside. Las
mesas estaban enfiladas a lo largo de tres de las paredes de la sala, cerca de
las mismas, dejando el espacio interior para los movimientos de los que hacían
de camareros. Cerca de la puerta del refectorio estaba siempre el lavabo, donde
los monjes lavaban sus manos antes y después de cada comidas. La cocina estaba,
para su conveniencia, situada siempre cerca del refectorio. En los monasterios
más grandes había cocinas separadas para la comunidad (donde los bermanos
realizaban los deberes en turnos semanales), el abad, los enfermos, y los
huéspedes. El dormitorio era el cuarto con las camas de la comunidad. Una
lámpara se consumía en él a lo largo de toda la noche. Los monjes dormían
arropados, y así podían estar preparados, como dice San Benito, para levantarse
sin demora para el Oficio nocturno. Lo normal, cuando el número de hermanos lo
permitía, era que cada uno durmiera en su dormitorio, por lo que el espacio era
a menudo muy grande; más de lo que cada uno necesitaba. La práctica, sin
embargo, vino gradualmente en dividir el dormitorio grande en numerosos
departamentos pequeños, asignándose uno para cada monje. Los retretes estaban
separados de los edificios principales por un pasadizo, y dispuestos siempre
considerando el más grande respeto a la salud y a la limpieza, con una fuente
abundante de agua corriente que era utilizada donde fuera posible.
Aunque San Benito no hace ninguna mención específica de una sala capitular, sin
embargo pide a los monjes "vayan todos justo después de la cena a leer las
'Colaciones.'" Ninguna sala capitular aparece en la planta del gran monasterio
suizo de San Gall, que data del siglo noveno; en los primeros tiempos, por
tanto, los claustros debían haber servido para las reuniones de la comunidad,
para la instrucción o para discutir los asuntos del monasterio. Pero la
oportunidad pronto sugirió un lugar especial para estas funciones, y se
mencionan habitaciones capitulares en el Concilio de Aix-la-Chapelle (817). La
habitación capitular estaba siempre a nivel del claustro, al que se abría. Los
claustros, aunque cubiertos, estaban generalmente abiertos a la intemperie, y
eran una adaptación del viejo atrium romano. Además de resultar ser un medio de
comunicación entre las diferentes partes del monasterio, eran la vivienda y el
taller de los monjes, así que la voz claustro se convirtió en sinónimo de vida
monástica. Es un misterio cómo los monjes de climas pudieron vivir en climas
fríos en esas galerías abiertas durante los meses de invierno; en los
monsaterios ingleses había una dependencia, llamada "calefactorio," calentada
mediante tubos, o en los que se mantenía fuego adentro, donde los monjes se
podían retirar de vez en cuando para calentarse. En el continente la práctica de
cómo considerar a los novicios se diferenció algo de la que prevalecía en
Inglaterra. No habían sido aún incorporados a la comunidad, por lo que no se les
permitía vivir en el interior del monasterio. Ellos tenían un lugar en el coro
durante el Oficio Divino, pero pasaban el resto de su tiempo en el noviciado. Un
monje mayor, llamado maestro de novicios, les formaba en los principios de la
vida religiosa, y "probaba sus espíritus para ver si eran conformes a Dios," tal
como instituyó San Benito. Este período de prueba duraba un año entero. Hacia
fuera, el edificio quedaba aparte para los novicios y tenía su propio
dormitorio, cocina, refectorio, taller, e incluso a veces sus propios claustros;
era, de hecho, un pequeño monasterio dentro de otro más grande.
La enfermería era un edificio especial que quedaba aparte para la comodidad de
los hermanos enfermos y encamados, que allí recibían el cuidado y la atención
especiales que necesitaban, en manos de aquellos a los que se les había
encomendado ese deber. Un herbolario proporcionó muchos de los remedios
utilizados. Cuando la muerte hacía acto de presencia entre ellos, los monjes
eran enterrados en un ataúd dentro del recinto monástico. Era un privilegio muy
estimado el honor de un entierro entre religiosos, y a veces también lo
acordaban obispos, personajes reales y distinguidos benefactores.
No había monasterio completo sin los sótanos para almacenar sus provisiones.
Había, además, graneros, cuadras, etc., todos bajo cuidado del mayordomo, así
como cualquier dependencia interior o exterior cuando fueran utilizadas con
propósitos agrícolas. Los jardines y las huertas proporcionaron verduras y fruta
tal como fueron cultivados en la Edad Media. El trabajo en los campos, sin
embargo, no ocupaba todo el tiempo de los monjes. Además de cultivar las artes,
y de transcribir manuscritos, gestionaron muchos negocios, tales como sastrería,
zapatería, carpintería, etc., mientras que otros cocían al horno el pan para su
consumo diario. La mayoría de los monasterios tenían un molino para moler su
propio maíz. Era normal ver que una abadía, especialmente si mantenía una gran
comunidad, era como una pequeña ciudad, autónoma y autosuficiente, tal como San
Benito quiso que fuera, para evitar lo más posible que los monjes tuvieran que
dejar la clausura para cualquier necesidad. El enorme desarrollo de la vida
monástica llevaba en sí mismo un desarrollo parejo en la comodidad que le
convenía. Los edificios monásticos, tan primitivos al principio, crecieron con
el tiempo hasta que presentaron un aspecto muy imponente; y las artes fueron
requisadas y los modelos aquitectónicos antiguos fueron copiados, adaptados, y
modificados. La planta de Basílica, original de Italia, fue, naturalmente, el
que primero se adoptó. Sus iglesias consistieron en una nave y los pasillos,
iluminados por las ventanas del triforio, y terminando en un santuario
semicircular o ábside. Con el paso del tiempo, el arco redondo, típico de la
arquitectura de Basílica y del Románico, dio poco a poco lugar al arco apuntado,
peculiar del nuevo estilo gótico, que se definió como "Románico perfeccionado."
En Inglaterra se convirtió en tendencia hacer el santuario rectangular en vez de
absidal. Los normandos adoptaron esta forma; y en los planes de sus iglesias es
del tipo oblongo inglés de presbiterio que tomó gradualmente el lugar del ábside
románico y continental, y la planta de Basílica fue abandonada por la del
Gótico, de una travesía o un crucero, separando la nave del presbiterio, siendo
el último extendido para hacer el sitio para el coro. La evolución final del
estilo peculiar inglés se debe a los Cistercienses, la característica de
aquellas abadías era la simplicidad extrema y la ausencia de ornamento
innecesario; su renuncia del mundo fue evidenciada por todos los que tuvieron
contacto con ellos. Los pináculos, las torrecillas, las vidrieras, y el cristal
manchado eran, en sus primeros días, como mínimo, proscritos. Y durante el siglo
doce, la influencia cisterciense predominó por toda Europa Occidental. Las
iglesias cistercienses de esta época, Fountains, Kirkstall, Jervaulx, Netly, y
Tintern, tienen presbiterios rectangulares. Éstas y otras iglesias del mismo
siglo pertenecen a lo que se conoce como el estilo Normando Transitorio o
Apuntado. Luego siguió la mayor elaboración de estilo inglés Temprano y
Adornado, según puede verse en Norwich y Worcester, o la reconstruida
Westminster, culminando en los esplendores del estilo Perpendicular, o de Tudor,
del que la capilla de Enrique VII, en Westminster, es un ejemplo tan magnífico.
Pocas abadías inglesas de renombre, sin embargo, tenían una arquitectura
homogénea; de hecho, eran una mezcla de estilos, incluso a veces casi
desconcertante, aunque solía complacer al arqueólogo y al artista encontrar
junto a columnas estáticas la mayores obras pictóricas.
La rutina de un monasterio se podía mantener y supervisar solamente por la
delegación de alguna de las funciones del abad a los diversos colaboradores
suyos, que así compartían con él el peso de la norma y de la administración, y
de la transmisión de los asuntos -- importantes y que aumentaban siempre de
tamaño, donde un monasterio grande e importante fuera requerido. La regla era
ejercida en subordinación al abad por el prior del claustro y el subprior; la
administración, por los colaboradores llamados por obediencia que poseían
poderes extensos en sus áreas respectivas. Su número varió en las diversas
casas; pero los que siguen eran los auxiliares ordinarios, junto con sus
deberes, nombrados lo más comúnmente posible según las viejas Costumbres: El
cantor, o el precentor, que dirigía el canto en el servicio religioso, y era
asistido por el succentor o sub-cantor. Él instruía a los novicios para que
interpretaran correctamente el canto tradicional. En algunos lugares él actuaba
como maestro de los muchachos de la escuela claustral. Él era bibliotecario y
archivero, y en su oficio, se hizo cargo de los preciosos tomos y manuscritos
preservados en un mostrador o librería especial, y tenía que entregar los libros
del coro para leerlos en el refectorio. Él se encargaba de enviar al lado de sus
cartas, o mediante esquelas enrrolladas, la comunicación a otros monasterios de
la muerte de alguno de los hermanos. Él era también uno de los tres guardianes
oficiales del sello conventual, llevando colgada al pecho una de las llaves
donde fuera guardado. Al sacristán y a sus ayudantes les fue encomendado el
cuidado de la iglesia, junto con su plata y vestiduras sagradas. Él tuvo que
cuidar de la limpieza y la iluminación de la iglesia, de su cobertura para los
grandes festivales, y del uso de los armarios o vitrinas para las vestiduras
sagradas. El cementerio estaba también a su cargo. A su oficio perteneció la
iluminación del monasterio entero: y la supervisión de la fabricación de velas,
y compraba las cantidades necesarias de cera, de sebo, y de algodón para los
fieltros. Él dormía en la iglesia, y comía a un paso, de modo que día y noche la
iglesia no quedara sin guardián. Sus principales ayudantes eran un revestiarius,
que cuidaba las vestiduras, el lino, y las colgaduras de la iglesia, y era
responsables de lo que guardar lo que se estaba reparando, o sustituido cuando
estaba fuera de su sitio; y el tesorero, que estaba al especial cuidado de los
relicarios, las vasijas sagradas, y el resto de la plata.
El cillerero o mayordomo era el proveedor de toda la comida y bebida para uso de
la comunidad. Esto le exigía ausencias frecuentes, y por tanto la exención de
muchos de los deberes ordinarios del coro. Él estaba al cuidado de los criados
empleados del monasterio, a los que sólo él podía contratar, despedir, o
amonestar. Él supervisaba el servicio de las comidas. A su trabajo correspondía
proveer de combustible, el transporte de mercancías, las reparaciones de la
casa, etc. Era asistido por un sub-mayordomo, y en la panadería, por un
granador, o encargado del grano, que se ocupaba de moler y de la calidad de la
harina. El camarero se hacía cargo del comedor, o "fraterno," manteniéndolo
limpio, provisto con paños, servilletas, jarras, y platos, y supervisaba la
colocación de las mesas. También le fue asignado el cuidado del lavabo,
proporcionando él las toallas y, en caso de necesidad, el agua caliente. El
trabajo del cocinero era de una gran responsabilidad, porque le correspondía
repartir la comida, y sólo su gran experiencia podía preservarla entre la basura
y la avaricia. Tuvo a su cargo un gastador, o comprador, experimentado en la
comercialización. Había de mantener un control estricto de los gastos y de los
almacenes, presentando cada semana los libros al abad para su correspondiente
examen. Dirigía toda la cocina, cuidando especialmente que todos la vajilla
fuera mantenida limpia de un modo escrupuloso. La excusa de su deber exigió su
exención frecuente del coro. Los servidores de cada semana ayudaban en la
cocina, bajo las órdenes de los cocineros, y esperaban en la mesa durante las
comidas. Su trabajo semanal concluía la tarde del sábado después de lavar los
pies de los hermanos. El enfermero tenía que atender al enfermo con cariñosa
compasión, y, si era necesario, podía ser excusado de sus obligaciones normales.
Si era sacerdote, decía Misa por los enfermos; si no, él consiguería que un
sacerdote lo hiciera. Él dormía siempre en la enfermería, incluso cuando no
había enfermos allí, para ser encontrado siempre dispuesto en caso de
emergencia. La práctica curiosa de las sangrías, vista como saludable en otras
épocas, era realizada por el enfermero. El deber principal del limosnero era
distribuir las limosnas del monasterio, en alimento y ropa, a los pobres, con
amabilidad y discreción; y; mientras atendía a sus necesidades materiales, no
debía nunca olvidarse de las espirituales. Él supervisaba el lavatorio diario de
los pies de los pobres escogidos para ese propósito. Otros de sus deberes era
llevar la dirección de cualquier escuela, con excepción de la claustral, en
conexión con el monasterio. También tenía bajo su cargo la tarea de vigilar la
transmisión del obituario o relación de difuntos.
En la época medieval la hospitalidad manifestada a los viajeros por los
monasterios era de tales detalles constantes que el jefe de la hospedería
requería de mucho tacto, prudencia, discreción, así como afabilidad, puesto que
la reputación de la casa consistía en su acogida. Su primer deber era considerar
que la hospedería estuviera siempre lista para la recepción de los visitantes,
que según lo impuesto por la Regla, era como recibir a Cristo mismo, y durante
su estancia proveerles de lo que necesitasen, entretenerles, conducirles a los
servicios religiosos, y generalmente mantenerse a su disposición. Los
principales deberes del chambelán de un monasterio se referían al guardarropa de
los hermanos, reparando o renovando su ropa gastada, y el preservar las que
estaban fuera de uso para su distribución a los pobres por el limosnero. Él
tenía también la lavandería en su supervisión. Como le correspondía proveer de
paño y tela para la ropa, tuvo que asistir a los mercados vecinos para hacerse
con sus existencias. A él también le incumbió la tarea de preparar los baños,
lavado de pies, y de afeitar a lso hermanos.
El maestro de novicios era por supuesto uno de los oficiales más importantes de
cada monasterio. En la iglesia, en el refectorio, en el claustro, en el
dormitorio, mantenía un control vigilante sobre los novicios, y pasaba el día
instruyéndoles y ejercitándoles en las reglas y prácticas tradicionales de la
vida religiosa, animando y ayudando a todos, pero especialmente a los que
demostraban buenas cualidades para la vocación monástica. Los oficiales
semanales eran, además de los servidores referidos ya, el lector en el
refectorio, que le fue impuesta una preparación cuidadosa para evitar errores.
También, el antifonista debía leer el invitatorio en Maitines, entonando la
primera antífona de los salmos, versículos y responsorios, después de las
lecciones, y del capítulo, o del pequeño capítulo, etc. El liturgista, o
sacerdote que presidía la recitación del breviario de una semana, tenía que
comenzar todas las diversas Horas canónicas, dando las bendiciones que hicieran
falta, y cantando la Misa Conventual cada día.
Las mayores abadías en Inglaterra fueron representadas a través de sus
superiores en el Parlamento, en Convocatorias, y en Sínodo. Incluyeron a sus
superiores regularmente en las Comisiones de Paz, y en todo actuaban como, y
eran considerados los iguales de, sus grandes vecinos feudales. Los donativos
dados a los pobres por los monasterios, junto con algunos gestionados por
derecho, por los sacerdotes de la parroquia, servían de ayuda a los pobres más
recientes que carecían de suficientes recursos para hacer reclamar lo que les
correspondía. Los pobres fueron iluminados, pues ellos sabían que podían volver
a las casas religiosas en busca de ayuda y compasión. La pobreza según se
atestiguaba en esa época era imposible en toda la Edad Media, porque los monjes,
extendidos por todo el país, actuaban como meros administradores de la propiedad
de Divina, y la dispensaban, si bien pródigamente, además con toda discreción.
Las relaciones entre los monjes y sus arrendatarios estaban amablemente
acordadas; los terratenientes más pequeños fueron tratados con mucha
consideración, y si se llegaba a la necesidad de tener que infringir multas, la
justicia fue tomada con misericordia. Los señoríos monasticos fueron trabajados
al principio un poco como en una granja cooperativa. Podemos formarnos un juicio
en el conjunto de Inglaterra a partir del "Durham Halmote Rolls," las
condiciones de la vida aldeana dejaron al poco de ser deseadas. Las medidas para
cuidar de la salud pública fueron hechas cumplir, se protegieron los
abastecimientos de agua excesivos, fueron tomadas medidas rigurosas en vista de
los manantiales y pozos, y la limpieza de charcas y de los embalses de los
molinos. Un molino de campo común molía el maíz de los arrendatarios, y su pan
era cocido en un horno común. La relación de los monjes con los campesinos era
más de arrendatarios que de dueños absolutos.
HENRY NORBERT BIRT
Transcrito por Rev. Louis Hacker, O.S.B.
Traducido por Luis Javier Moxó Soto