DIFERENTES MODOS DE VIVIR EL MORIR
TESTIMONIOS
Si siempre la experiencia ha gozado de un valor
especial en el campo de la pastoral, en el tema de vivir el
morir se constituye en alternativa casi única de
conocimiento humano y acercamiento científico.
La experiencia de quien muere no nos es posible
obtener. La de quien va a morir sí; y la de quien
acompaña desde la amistad, desde la vinculación
familiar, desde la dimensión profesional, también. Puede
resultar difícil, pero es posible.
Y en terrenos como el que nos movemos, como ya
hemos indicado, toda teorización que no vaya avalada por
la experiencia
resulta intrínsecamente sospechosa. El impacto, por ejemplo, de
propuestas como las que hace la doctora E. Kübler-Poss --que
acogemos en este mismo número de LABOR HOSPITALARIA--
se debe en buena medida al compromiso que ella ha adquirido
atendiendo a miles de moribundos. Sin esa experiencia, sus
teorías no dejarían de ser hermosas pera a buen seguro, carecían
de la credibilidad de la que en estos momentos gozan.
De ahí que en el presente número hayamos decidido ser
especialmente generosos con el grupo de testimonios a los que
hemos tenido acceso. Testimonios famosos unos, anónimos
otros, pero todos preñados de sinceridad y generosidad que se
supone en quien es capaz de compartirla honda densidad
humana que le ha significado ese momento.
Todos conocemos tristes experiencias de formas de morir, y de
acompañar, o mejor, abandono en el morir. Tal vez demasiadas,
o al menos suelen ser las que más verbalizamos. Pero todos
conocemos, asimismo, situaciones en las que morir ha sido un
momento hermoso de amistad, de compañía, de amor, de fe.
A incrementar estas últimas páginas pueden contribuir las
experiencias que a continuación detallamos. Son trozos de vida
en los que seres humanos como nosotros han vivido
experiencias vitales, aunque, o quizá precisamente, se hayan
fraguado al contacto con la muerte.
* * * * *
LA MUERTE DE Ml MUJER ME MARCÓ PARA SIEMPRE
IÑAKI GABILONDO
(Revista Pronto)
Un drama de 10 años
Aunque afortunado en su profesión, ya que siempre trabajó en lo que quiso y pocas veces sufrió el
paro, no lo ha sido tanto en su vida privada. A sus espaldas queda un drama de diez años, durante los
cuales vivió de cerca el sufrimiento de su mujer, victima de una terrible enfermedad.
--«Ver desaparecer lentamente a un ser querido sin poder hacer nada por evitarlo es
absolutamente demoledor. La pérdida de mi mujer me marcó muchísimo, fue una
experiencia terrible que hizo de mí un hombre nuevo, tal vez más envejecido. Me enseñó a
valorar lo que de verdad importa y a no preocuparme de las tonterías. Cuando Maite murió
me pasé tres meses sin poder moverme. Fue muy fuerte, devastador».
Iñaki Gabilondo y Maite se habían casado en San Sebastián el 31 de mayo de 1967. Fue a los 28 años
cuando Maite cayó enferma; le diagnosticaron el mal en una revisión médica de rutina y desde el primer
momento se le dijo que no tenía cura.
--«Al principio pensamos que iba a ser un proceso más acelerado, pero luego se alargó a
diez años. Diez años de ver sufrir a una persona. Pasamos de la desesperaci¢n al
desorden y finalmente a la serenidad. En su última etapa ella nos decía a mí y a mis hijos:
"¡Pero disfrutad! ¡No os dais cuenta de lo que tenéis!". Y nosotros estábamos en paz
porque sabíamos que habíamos hecho por ella todo lo que pudimos. Maite, que se convirtió
en una especie de ser mágico que infundía serenidad y ganas de vivir, me dio la actitud
vital que tengo ahora, mi actual forma de vida».
--Es como si tú mismo hubieras estado desahuciado y hubieras vuelto a la vida...
--«Sí, algo así... Aunque la enfermedad de Maite me dejó bastante apagado, aprendí a
sacarle el máximo jugo a todo, consciente de que no soy eterno. Yo no pierdo de vista la
idea de la muerte, lo cual me hace ser más melancólico, pero también más pasional. Huyo
del aburrimiento y la vulgaridad, y el dinero, la notoriedad y la fama me parecen ideas
ridículas. Me interesa lo que sucede a mi alrededor y trato de disfrutar de todo, del aroma
de una flor, de la compañía de un buen amigo...».
* * * * *
HE SENTIDO MUY CERCANA LA MANO DE DIOS
FRANCISCO MORENO RUIZ
(Carta)
Queridos amigos de la Comisi¢n PROSAC:
Os agradecemos vuestro telegrama, tarjetas, etc., de condolencia. Sabed que al darle un
abrazo a Joan en la Iglesia Parroquial de Alcañiiz, en ese abrazo estabais TODOS, desde
el primero al último de los incorporados a nuestro movimiento de Pastoral Sanitaria. Os
sentí muy próximos a nosotros, haciendo lo que humanamente era posible, pero que s¢lo la
solidaridad de los hombres buenos y sobre todo la fe, ayuda a superar. He sentido muy
cercana la mano de Dios; he palpado las lágrimas de Jesús de Nazaret. Vivimos en la
esperanza cierta de que Franc está con su PADRE, que está bien y gozoso, esperando el
reencuentro con nosotros. Mª Asun sigue mal, pero sigue; yo no tengo ni tiempo ni ganas
de pensar hacia dentro, de pensar en mí. Tengo que seguir firme para seguir ayudando.
Firme en mi fe en Cristo Resucitado; firme en confiar en Dios-Padre-Bueno, firme en que mi
hijo me ha precedido en la Casa del Padre. Firme mientras sea consciente de mis actos,
ideas o sentimientos. Noto la mano de Dios que me ayuda cada mañana a vestirme, que me
ayuda a seguir.
* * * * *
HOMILÍA ESCRITA PARA SER LEÍDA EN SU PROPIO FUNERAL
PACO FERNÁNDEZ BEORLEGUI
(Vitoria)
Amigos:
Bienvenidos todos a celebrar este funeral: Mi Funeral. Agradezco la voluntad que cada
uno de vosotros ha puesto para venir. Unos, para cubrir expediente social; otros, para
simbolizar el último saludo; otros para rezar una oraci¢n por Paquillo; y otros, para
comunicarse con el Señor y encomendarme a Él, y a la vez decirme: ¡Paco, hasta pronto! A
todos Gracias.
Cuando la Ciencia Médica me desahució, porque mi enfermedad así lo requería, y me
dieron la noticia de que me quedaba poca vida, me sentó como un mazazo. Pocas horas
después, agradecía al médico amigo que me tradujo el historial clínico y me hizo ver con
tanta claridad la gravedad del momento. Me di cuenta que prefería dar cara a la realidad
por triste que sería, que entrar en la incertidumbre, desconfianza y desesperación, al ver
que cada día que pasaba me encontraba peor sin saber la razón ni el motivo que lo
originaba, para al final sentirme desorientado, engañado y desconsolado.
Yo mismo me extrañé de la Paz que tenía dentro de mi, ante la situación.
Después de meditar y analizar todo ello, me di cuenta, que tenía dos razones de peso
para sentirme así.
1ª El cuadro clínico que presentaba era irreversible dado lo avanzada que estaba mi
enfermedad, por ello, no cabía hacerme ilusiones vanas pidiéndole a la Medicina lo que no
podía hacer.
2ª Tampoco procedía recurrir al que todo lo puede, a Dios, porque cuando me operaron
del cáncer de garganta ya le pedí una oportunidad para sacar la familia adelante. Le hablé
de diez años, y han pasado trece desde entonces. Eso quiere decir que me ha dado tres de
propina ¿qué más puedo pedir?
Tal vez alguno de los que me habéis tratado últimamente os preguntéis de dónde he
sacado la resignaci¢n y la paz que he tenido. Permitidme unos momentos para que lo
explique: de una profunda convicción.
Yo siempre he tenido una inquietud por saber de dónde procede el don más grande de
este mundo: la vida. He preguntad a unos y a otros, he consultado a libros para que me
dieran Ia respuesta. Siempre he tenido contestaciones teóricas y aunque las que más me
satisfacían eran las que me daba la Iglesia Católica, tal vez por llevar la contraria a esas
que mis padres siempre me enseñaron, también me planteaba otras.
Un buen día encontré el gran libro que aclararía mis dudas: la madre naturaleza.
Todo empezó un día de octubre. Fuimos de caza al paso Palomas en el puerto Vitoria.
Llegamos al sitio antes del amanecer y yo me quedé solo en un puesto. La noche era
tremendamente oscura y hacía más bien frío. Me acurruqué junto a un brezo. No andaba un
pelo de viento, y el silencio era tal, que como se suele decir, era un silencio sepulcral. Me
recordó las Tinieblas del Evangelio.
Pasó el tiempo y de pronto, las estrellas perdieron su brillo, la claridad se hizo presente y
pude observar, cómo por el hecho de llegar la Luz, el silencio era menos silencio. Amanecía
un día nuevo. Con la fuerza de la Luz, llegó la energía de la Vida. Lo pajarillos empezaron a
cantar e ir de rama en rama. Los insectos y animalillos se movían de un sitio para otro
buscando afanosos el maná que todos los días les llega sin saber ni de dónde ni cómo,
pero les llega. Pensé: ¡un d¡a más la Luz ha vencido a las Tinieblas!
La pregunta que siempre quedó sin respuesta, de dónde vengo y adónde voy, queda
ahora para mí totalmente aclarada. Toda la fuerza que da la Luz, toda la energía que da la
Vida es creada, dirigida y controlada por un Ser superior. A ese Ser los católicos le
llamamos Dios. Por supuesto que cada uno puede llamarle como mejor le parezca, pero
toda energía que da Vida por ley y razón natural, procede de ese Ser superior, y a ese Ser
superior ha de volver, una vez vivida y cumplida la misión para la que ha sido destinada en
este Mundo. A mi, desde entonces ya no me vali¢ eludir tal verdad diciendo: --Como no veo
a ese Ser Superior no creo en Él. Porque tampoco veo el Viento y sin embargo, es una
fuerza real que está entre nosotros, incluso en un momento dado me puede tambalear y no
soy capaz de verlo.
Desde esta convicción, he meditado y analizado los Evangelios y me he convencido de
que la Esencia de los mensajes y enseñanzas de Jesús van estrechamente paralelos a las
enseñanzas de la Madre Naturaleza, y ambas proceden de la Magnitud del gran Creador,
del Ser supremo. Incluso diré, que Jesús para que mejor podamos entenderle, en muchas
de sus parábolas, se apoya en hechos concretos y precisos de la Naturaleza: el sembrador
y las semillas, la vid y los sarmientos, la higuera seca, etc. Y como colofón de su entrega,
quiere quedarse entre nosotros y para nosotros en dos frutos, productos de la Naturaleza:
el pan y el vino.
Para terminar, os diré, que tengo una pena, no poder llevar las manos más llenas,
porque mi soberbia, mi orgullo y mi egoísmo no me han permitido ser mejor con todos
vosotros y daros más cariño y amor, principal razón por la que he sido creado.
Confío que el Señor de la Bondad y Misericordia, junto con María Madre me reciban,
cuando después de atravesar la oscuridad de mi ultima noche, llegue para mi la aurora de
un nuevo amanecer.
* * * * *
A PESAR DE ESTAR MURIENDO, ESTOY VIVO
JOSEP BREU
Sacerdote. Murió en Medellín el 14-5-87
«Los que trabajan en la sanidad tienen que estar preparados de manera especial para
acompañar a los enfermos, en su proceso de dolor y sufrimiento. Si no, no deben trabajar
con enfermos, hacen mucho daño con sus actitudes, gestos y palabras inhumanas».
«La enfermedad es la pobreza más radical que puede experimentar el ser humano... En
la enfermedad he descubierto una manera nueva de ejercer mi ministerio sacerdotal.
«Dejarme querer y cuidar por los demás, dejarme ungir». La enfermedad es una
experiencia limite de la existencia humana, donde nos volvemos niños y todos nuestros
sentimientos profundos como el llanto, brotan a flor de piel, nos volvemos dramáticos,
hipersensibles, la enfermedad nos replantea nuestro estilo de vida, nuestra filosofía,
nuestra acción. Cuando estamos aliviados andamos, somos, hacemos, estamos en
continua actividad y esta situación nos hace sentir autónomos, independientes,
autosuficientes, pero corremos el peligro de perder valores trascedentales profundos.
«Frente a un diagnóstico serio, definitivo, es necesario tener caridad, respetar al
enfermo, tratarlo como a una persona adulta, decirle la verdad, con un lenguaje adecuado,
sencillo, simple que pueda ser entendido por todos.
--Frente a mi situación personal concreta; quiero saber, doctor, lo que me pasa, si tiene
algo que hacer por mí que dé calidad a mi vida, hágalo; si no, déjeme morir con dignidad,
no prolongue mi vida en cantidad. Usted tiene su ética y yo la mía. Mi vida es mía, desde
este momento y quiero vivirla con serenidad, primero, porque médicamente no hay nada
que hacer y, segundo, porque tengo fe, esperanza, creo en el Señor y me siento en camino,
quiero encontrarme con el Padre lo más pronto posible. Por otro lado, no tengo nada que
de verdad me apegue, que no permita estar listo para el viaje, no por mí mismo, sino por el
amor del Señor conmigo y por la ayuda de todos ustedes que me han hecho sentir su
solidaridad, su cariño, su compañía. Así que me siento en camino, aligeremos el equipaje
que tenemos a todo nivel: cosas, personas, trabajo, lugares, vivir en continuo
desprendimiento, despojo, preparando el único equipaje que necesitamos para morir: «Yo
mismo con lo que soy vivo». Sólo podemos llegar a ese momento con paz, serenidad,
alegría si hemos vivido un estilo de vida, de apertura, disponibilidad, entrega, amor,
despojo, desprendimiento, Pobreza».
«Poder mirar con serenidad, con alegría, con paz interior la enfermedad, el sufrimiento, la
muerte, llegar a ese momento existencial definitivo así, es posible por la solidaridad, la
compañía, el amor de ustedes, la amistad, el servicio de cuidarme. Sólo podemos asumir
esta situación y aceptarla cuando no nos sentimos solos, cuando sentimos la presencia de
los otros, que junto al dolor, nos cogemos de la mano, por la ayuda del Señor, porque Él es
mi fuerza, mi roca, mi salvación».
«Después de esta noche de angustia, de ansiedad, de tristeza quiero rezar y el texto de
la oración es la oración del huerto. Es el signo de esta experiencia fuerte y el salmo "El
Señor es mi fuerza, mi roca y salvación" son el material de esta oración, el abandono (y
sólo me sale esta oración) "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Ayúdame, si es
posible, aparta de mí este cáliz, pero no se cumpla mi voluntad sino la tuya. La rebeldía, la
protesta, el rechazo fuerte a lo que vivimos, son sentimientos que cuando nos sentimos mal,
afloran a flor de piel y tenemos que expresarlos sin miedo. Sólo la fe, la presencia del
Señor, su fuerza, su amor y la solidaridad de los otros nos ayudan a seguir adelante. Mi
actividad es "abandonarme en las manos del Padre bueno que no me deja y ayuda en todo
momento».
«La enfermedad nos pone en tónica de camino hacia el Padre, porque nos despoja, nos
hace sentir pobres. La muerte no puede con la vida, no vence a la vida. A pesar de estar
muriendo estoy vivo, siento la vida y hoy más que nunca experimento cómo la muerte, la
enfermedad, no vence; este cáncer no me mata, mina mi salud física pero no la vida. Cristo
ha vencido a la muerte, yo estoy llamado también a vencer a la muerte con mi vida».
«La enfermedad es una experiencia de desierto profundo. Uno vive a fondo los
problemas que en la vida ha vivido materialmente, acá los vive intensamente y dentro de un
mar profundo de impotencia, mezclado con grandes conclusiones y oscuridades. Queda el
abandono en Dios dentro de una fe impotente y oscura».
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LA MUERTE ES EMPEZAR A VIVIR DE VERDAD
NARCISO YEPES MU/NARCISO-YEPES
(Revista Época)
«Yo supongo que Dios no se repite. Cada hombre es un proyecto divino distinto y único;
y para cada hombre Dios tiene un camino propio, unos momentos y unos puntos de
encuentro, unas gracias y unas exigencias. Y toda llamada es única en la historia».
«Así como hasta entonces Dios no contaba nada en mi vida, desde aquel instante no hay
nada en mi vida, ni lo más trivial, ni lo más serio, en lo que yo no cuente con Dios. Y eso en
lo que es alegre y en lo que es doloroso, en el éxito, en el trabajo, en la vida familiar, en
una pena honda como la de que te llame la Guardia Civil a media noche para decirte que tu
hijo ha muerto».
--Esa noticia, ese desgarro, ¿no le hizo encararse con Dios y... pedirle explicaciones?,
¿lo aceptó a pie firme?
¿Pedirle explicaciones? ¿Por qué iba a hacerlo? Sentí y sigo sintiendo todo el dolor que
usted pueda imaginarse... y más. Pero sé que la vida de mi hijo Juan de la Cruz estaba
amorosamente en las manos de Dios... Y ahora lo está aún con más plenitud y felicidad.
Por otra parte, cuando se vive con la fe y de la fe, se entiende mejor el misterio del dolor
humano. El dolor acerca a la intimidad de Dios. Es... una predilección, una confianza de
Dios hacia el hombre».
Dios trata duro a los que quiere santos...
«Pues... sí. Así es. Pero no es el trato duro, áspero e insufrible de un todopoderoso
tirano, sino... ¿sabré hacerme entender?, la caricia de un padre que se apoya en su hijo. Y
esa caricia... Iimpia, sosiega y enriquece el alma. Y se obtiene la certeza moral y hasta
física de que la muerte ha de ser un paso maravilloso: llegar, por fin, a la felicidad que
nunca se acaba y que nada ni nadie puede desbaratar... ¡Empezar a vivir de verdad!
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LA MUERTE NO EXISTE. ES UN CAMBIO DE VIDA, NADA MAS
MARINA LODEIRO
(Alandar)
Los primeros meses me derrumbaron. Yo me preocupaba, ¿y ahora qué hago? Mis
programas de vida y mis proyectos ya no valen. Pedí al señor que me diera una fe fuerte y
me la dio. No pienso que voy a morir, sino que voy a vivir intensamente el tiempo de vida
que me queda, disfrutando y haciendo disfrutar a los demás. ¿La muerte? No existe, es un
cambio de vida nada más. Dejas ésta y te encuentras con otra en donde ves a Dios
directamente. Cada noche me encomiendo al Padre y digo hasta mañana y sea lo que Él
quiera. Cuando me veo muy mal no llamo a mis hermanas para no hacerles pasar una mala
noche. Eso sí, si supiera que es la última noche las llamaría para despedirme de ellas» .
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ORACIÓN SINCERA
PABLO MAGALLON
(Delegado de Pasloral Sanitaria Tarazona).
Capellán del Hospital de Calatayud
¡Señor! Hace años, en un arranque de fervor, pero con plena conciencia de lo que decía
y hacía, te ofrecí mi vida por la fe de El Frasno, pueblo que Tu voluntad me había
encomendado.
Este ofrecimiento lo repetí, también conscientemente, en Ateca y por Ateca en momentos
difíciles para mi trabajo pastoral. En ambos pueblos fueron mi auxilio la Virgen de Pietas y
la Virgen de la Peana, mis verdaderas protectoras.
Agradezco a ambos pueblos la ayuda inmensa que me habéis dado para ser aunque no
lo haya conseguido, cada día más Sacerdote, más disponible para todos, y a descubrir a
Cristo en mi vida y en todos vosotros, principalmente en los enfermos.
Te doy gracias Señor por la Iglesia, por la Diócesis querida de Tarazona, por todos mis
hermanos Sacerdotes que tanto me han ayudado con su vida ejemplar; por todas las
personas que me he encontrado en este camino de la vida y que, con su ejemplo han
fortalecido mi vocación.
Gracias, especialmente por los enfermos, mis hermanos y por todo el personal sanitario y
servicios del Hospital, desde Dirección hasta el último. Para vosotros no encuentro
palabras: vuestro cariño, comprensión, delicadezas y atenciones no se pueden agradecer
con palabras. No obstante lo único que sé deciros es: Gracias, gracias, gracias. Pero siento
lo mucho que os hago sufrir con mis impertinencias: Perdonadme.
Gracias Señor por esta enfermedad que me aqueja y que acepto con gran paz interior
como medio para llegar a Ti y entregarte lo que te ofrecí: mi vida.
Finalmente siento una gran alegría al no tener que perdonar a nadie porque nadie me ha
ofendido. Todos han sido muy buenos y han perdonado mis muchos fallos. Y si
personalmente he ofendido a alguna persona, jamás ha sido intencionadamente; pero os
pido sinceramente perdón con toda la humildad de que soy capaz. Que Dios pague vuestra
generosidad.
¡Señor! Esto es lo poco que puedo poner en tus manos cuando presiento que se acerca
el fin de mi vida; pero Tú que sabes todo, sabes que has sido y eres siempre mi esperanza,
por ello a Ti me acojo, estoy en tus manos.
¿Qué quieres de mí?
* * * * *
REFLEXIONES DE UN CAPELLÁN Y ENFERMO SOBRE EL MORIR
JOSÉ MARÍA SUQUÍA
Capellán del Oncológico. San Sebastián
En mi ya larga experiencia sobre la muerte, revive el gozoso ejemplo que de pequeño
recogimos en nuestros caseríos. El hogar vasco vivía la enfermedad y la muerte. Se rezaba
familiarmente junto a la cama de los enfermos, a la vez que se recibían sus consejos de
vivir fraternalmente en mutua ayuda. Era el gozo de la fe el que iluminaba ese paso tan
temido para nuestra materializada sociedad actual, en la que los sentimientos no hallan
dónde fundamentar la esperanza en el más allá...
Al igual que aceptamos el nacer, arropados en el regazo de la madre,
independientemente de nuestra intervención, ¿por qué no aceptar también la muerte,
acogidos a los brazos de la Madre del Salvador? Es como pasar --valga la comparación--,
sano y salvo, a la otra orilla del río de esta existencia, a nado...
El dolor desarma al hombre... La fe, sin embargo, da luz suficiente para acercarnos a
Jesús en el camino del Calvario, ayudado por el cirineo.. ¡Cuánto me consuela ese
pensamiento en mi ya larga enfermedad...! Dios que me ha hecho también a mí un poco
cirineo junto a mis enfermos, confío ciertamente que también cuida del que ha de ser el
mío, hasta mi encuentro con Él...
Siendo la vida el bien supremo, es un honor trabajar por su conservación, tanto en
nosotros como en los demás. Avalar la vida con amor, con amistad y hasta con compasión,
es maravilloso, porque esa actividad es esencialmente humana, aún a niveles distintos de
servicio, de edades y de posibilidades.
Vivir y morir tienen pleno sentido, si se ofrecen por los demás, como nos enseñó Jesús:
«Si el grano de trigo no muere, después de caer en tierra, queda sólo, pero, si muere, da
mucho fruto». ¿No es esa la revelación de la relación existente entre esta vida y la
muerte?
La vida es amor... Supone servicio y entrega... Hacer lo que hizo Jesús de Nazaret... Por
consiguiente, no servir y no amar es carencia de vida; resulta muerte, porque se le deja sin
sentido...!
En la vida de servicio y entrega no ha lugar a la muerte, ya que el acto mayor de la
entrega vital es el amor...!
El sacerdote y el cristiano han de buscar despertar la fe en los enfermos. Ello requiere
acogida entrañable, amor fraternal y comprensión humana, para que se sientan caminantes
con Jesús al calvario de sus vidas, y conscientes de que Jesús mismo es su cirineo,
encarnado en todos los que le asisten. Su desconocimiento provoca en el enfermo más
miedo a Dios que amor, porque le impide ver los brazos abiertos del Padre!
Lo que mejor capta el enfermo es el papel consolador del cirineo... Lo que para Jesús
fue, lo es también para el enfermo... Dios es Padre que nunca nos abandona a nuestras
solas fuerzas...
A los enfermos les cuesta dar sentido a su vida, que juzgan deficiente... Hay que ir
descubriéndoseles el valor de su vida enferma, procurando conectar su necesidad humana
con la oración a Dios, que no dejará de aparecerle con la ayuda de los demás...
Hay que trabajar con cariño y paciencia para hacerles ver que Dios necesita nuestra libre
colaboración con los medios de la ciencia y con sus colaboradores, para la recuperación de
la salud perdida. Es el modo y camino que Dios emplea para atender a sus hijos y
acogerles en su Reino.
Todo este camino conviene andarlo con el enfermo/a y sus familiares a la vez. Estos
aceptan con mayor dificultad la realidad del enfermo... Y más de una vez impiden conectarle
con la confianza en Dios Padre!
Es mi personal y gozosa experiencia de enfermo y de Capellán de enfermos --en mis 20
años (cumplidos ya 81)--, en un Centro exclusivamente oncológico y, --desde 1983--, uno
más entre ellos.
* * * * *
QUIERO ENSEÑARLES A MORIR
«Si les he enseñado a vivir quiero enseñarles a morir como cristianos»
Hna. ARACELI GIL.
He tenido la suerte de conocer y convivir con una Hermana enferma, afectada de una
enfermedad incurable, durante varios años.
Siempre fue una mujer de profunda vida de oración. Durante varios años vivió y soportó
la enfermedad en el más absoluto silencio. ¿Sabía que era un mal sin remedio? ¿Entendió
que aquel era su destino y debía aceptarlo así? Nadie nos dimos cuenta de que ella
soportase una tal enfermedad. Siempre serena, tranquila, jovial, totalmente entregada a
largas horas de trabajo y oración. Su vida era para Dios y para los demás. Pasaba horas
enteras ante el Santísimo.
Aun cuando una metástasis generalizada destruía su cuerpo, todo su ser respiraba paz,
equilibrio, serenidad.
Cuando los médicos descubrieron la realidad de su diagnóstico y proceso quedaron
sorprendidos y confirmaron que el proceso anterior debió ser largo y penoso. El silencio,
tan custodiado por la Hermana, se llevo a la tumba el torrente de vida interior, que circulaba
en la vida de la Hermana.
Ella siguió fiel a su trabajo hasta los últimos momentos siempre serena, vivió con
elegancia y señorío su enfermedad.
Su estancia en el hospital fue muy corta, estaba desahuciada, no había nada que hacer
sino esperar el desenlace final.
Sufrió mucho a pesar de los analgésicos, pero tan a penas se le oía quejarse. En medio
de este sufrimiento repetía «Señor, se me acaban los días, pero tú sabes que nunca te he
negado nada». «Soy feliz, te doy gracias por esta alegría que siento».
«Si yo no te hubiese sido fiel, obra también tuya, el tránsito de la muerte hubiera sido
para mi más duro, sin embargo, «qué ganas tengo de despertar en tus brazos».
Las alumnas subían a verla, las atendía de tal manera que las niñas quedaban
impactadas de la ejemplaridad de la Hermana.
Le indicaron que no era conveniente recibir visitas de las alumnas porque la cansaban y
ella contestó: «por favor, no retiréis a las niñas, si les he enseñado a vivir, también quiero
enseñarles a morir como cristianas».
Al final, a medida que su cuerpo se deterioraba, su apariencia externa era de paz, de
serenidad, de algo que atraía.
¿Qué pasaría entre Dios y su alma profundamente contemplativa, quien pasó gran parte
de su vida orando y enseñando o acompañando a orar? En esta actitud orante entregó su
alma a Dios.
* * * * *
SU OBSESIÓN
VICTORIA CAMPS,
Catedrático de Ética. Barcelona
(Revisla Tiempo)
«Llevo bastante tiempo obsesionada por la idea del envejecimiento y de la muerte. Creo
que la Filosofía debería servirnos para aprender a morir. Muchos filósofos han dicho que el
hombre es un ser para la muerte y prepararse para ella es una forma de aprender a vivir.
Durante los primeros años no somos conscientes del significado de la muerte; incluso
tenemos cierta sensación de inmortalidad.
Cuando van desapareciendo los que están delante de ti y vas quedando en primera
línea, te das cuenta de que la muerte va en serio y no sabes cómo afrontarla. Eso, unido al
envejecimiento, al deterioro físico y mental, te enfrenta a preguntas terribles: ¿Todo esto
merecía la pena? ¿He hecho algo en serio? ¿Para qué ha servido mi vida?»
* * * * *
Ml MUERTE
AGUSTi ALTISENT, monje de Poblet
(De La Vanguardia)
Hay que quitarle hierro a la muerte: es un acto importante de la vida, sí, pero no es
ningún drama. Se ha hecho demasiada literatura sobre ese trance. De niño y adolescente
moría poquísima gente (que yo conociera; lo demás ocurría muy lejos): la muerte afectaba a
dos o tres personas de los mayores. Total: la muerte era un pequeño asunto de los demás
y afectaba a gente diferente como contratada ex profeso.
En mi muerte personal, no pensé hasta muchos años después, muy pasada la edad en
la que entré --es un decir-- en el uso de la razón. Entonces pensé en la muerte
instintivamente, en forma de tic y a propósito de trivialidades. Un día, por ejemplo, me
sorprendí pensando: «Qué lata. Ahora que he descubierto esta manera rápida de atarme
los zapatos voy a tener que morirme». Luego murieron familiares muy queridos. Era muy
triste; me saltaban grandes lagrimones.
La vida continuó. Más adelante observé otro grave fallo en la organización: fueron
falleciendo parientes y amigos entrañables ¡casi de mi edad! ¡Eso tampoco nos lo habían
dicho! Preparar la eternidad y vivir de este modo lo que me quedaba de vida, tratando de
ayudar a los demás con alegría, eran unas vacaciones.
Naturalmente: no por eso dejé de gozar de este mundo como está mandado y que Dios
ha hecho también para nuestra felicidad.
Hoy sigo aproximadamente igual. Sólo que no veo tan rápido eso de mejorar: Dios lleva
la batuta y es lento (seguramente por listo), no me necesita para hacerme bueno (aunque
me haga el honor de necesitarme un poco para ello) y Él decide los modos y los tiempos.
Pero sigo queriendo ser poroso a su acción en mí.
Total: en lo que no llego a mejorar, trato de aceptarme como soy (que ya es pena; y
vergüenza expiatoria). Eso sí: vivir me entusiasma. ¡Todo me gusta! Y pienso en mi muerte
con naturalidad: igual que por la mañana me levanto al sonar el despertador, cuando
toquen a morirme me moriré.
¿He de preocuparme por la muerte venidera? Por ahora no me lo parece. ¡Si Dios lo
organiza todo...! (Lamento ya mis pecados futuros y acepto todo lo de doloroso que me
traiga la vida, incluido, al final, el estrecho desfiladero: desgarrarme por dentro en soledad
durante unos días, los tubos metidos por todas partes que no le dejan a uno morir en paz,
la UVI...). Mirado en conjunto, morir será incómodo, no lo niego, ¡pero la maqueta habrá
tenido el V.° B.° de Dios! Por lo demás, trato de vivir con alegría de un niño que juega,
atento a las peripecias del juego, pero olvidado de todo lo demás porque en casa tiene el
plato en la mesa.
Alguna vez me había preocupado no saber cuándo y cómo, pero ahora pienso que eso
es una tontería: Dios me mandará la muerte cuando y como sea mejor para mí; una muerte
adecuada y puntuaL. Él está de mi parte, mi muerte será la de una criatura suya y a El le va
un poco de su honor en que yo salga bien. Será, por lo tanto, una muerte escogida,
cuidada, una muerte a domicilio (aunque fuera en carretera) portes pagados. Por
descontado, Dios no tratará de pescarme en un mal momento. ¡Ni sabría hacerlo! ¿Iba a
despilfarrar de este modo la crucifixión de su Hijo? Esta convicción hace que, si me ocurre
pensar en los traqueteos de carrocerías previas al tránsito, me quede tranquilo: podrán sí,
entonces, chirriar mis nervios, pero será como si me lavaran con agua hirviendo, jabón
reseco, estropajo áspero y frotando fuerte para quedar como nuevo y entrar pimpante en la
sala de fiestas.
Donde, por cierto, tengo ya tantos familiares queridísimos que me ovacionarán
alegremente, que pronto tendré más ganas de ir allí que de quedarme. Lo cual facilita
muchísimo.
En cualquier caso, mi muerte no será un prêt-à-porter de talla general: estará hecho
exprofeso, pensada para mi. Y no me digan: «Claro, usted dice misa cada día y está en
gracia de Dios», porque oír misa está al alcance de todas las fortunas y el estado de gracia
se recobra en un instante. Y sobre todo tienen que entender que yo --como todos, santos
incluidos-- no hallo la paz más que mirando, más allá de mi conciencia, la misericordia de
Dios, que es Él quien tiene la última palabra.
LABOR HOSPITALARIA 225. Págs. 243-257
NO HAY NINGÚN NIÑO QUE NO SE DÉ CUENTA DE SU MUERTE INMINENTE
MU/NIÑOS
Elisabeth KüblerRoss
Elisabeth Kübler-Ross es internacionalmente conocida por su
labor pionera en el campo de la muerte y de los que van a morir.
Para los lectores de LABOR HOSPITALARIA no es necesaria la
presentación ya que serán pocos los que no hayan tenido acceso
a su obra más importante "Sobre la muerte y los moribundos".
Recordarán que con motivo de la presentación de una más de
sus múltiples ediciones de este libro en 1989, LABOR
HOSPITALARIA tuvo la ocasión de charlar con ella y ahora no ha
querido dejar escapar la oportunidad de volverlo a hacer. El día
10 de noviembre, la doctora Kübler-Ross vino a Barcelona para
presentar la versión castellana de su nuevo libro La muerte y los
niños, motivo que aprovechó el Hospital de San Juan de Dios
para invitarla a visitar su Unidad de Cuidados Paliativos
Pediátricos, única en España.
LABOR HOSPITALARIA quiere aclarar que tenía pactada una
entrevista con la doctora Kübler-Ross pero debido a un retraso en
el horario previsto, sólo pudimos acceder al coloquio que
mantuvo con el equipo de la Unidad de Cuidados Paliativos. En
un lenguaje sencillo y cálido, la doctora Kübler-Ross nos habló
de los miedos, dudas, confusión y angustia de todas las
personas que se enfrentan a una enfermedad terminal o a la
muerte de un niño.
Elisabeth Kübler-Ross nació en Zurich, Suiza. Se licenció en
Medicina y Psiquiatría por la Universidad de Zurich.
Participó como voluntaria junto con los equipos
norteamericanos, en la recuperación del campo de concentración
de Meidaneck, Polonia. En 1957, se marchó a Nueva York donde
trabajó en el Manhattan State Hospital como investigadora.
Durante 25 años ha trabajado en distintos hospitales, en las
secciones de enfermos terminales.
Es Doctora Honoris Causa por veinte Universidades de varios
países.
* * * * *
--Doctora Kubler-Ross, ¿cómo podemos concebir la muerte de los niños terminales y
aportarles la ayuda más eficaz?
Lo que hace falta es enseñar a todo el mundo que trata con enfermos un lenguaje
simbólico y eso no es castellano, ni inglés, ni francés, es un lenguaje universal. No hay
ningún niño que no se dé cuenta de su muerte inminente. Vuestro trabajo, ya seáis médicos
o enfermeras, es saber leer entre líneas lo que los niños dicen. La manera más sencilla de
hacerlo es dejarlos que pinten con lápices o ceras de colores sobre un papel en blanco.
Nunca debemos decirles lo que tienen que pintar, sencillamente les diremos que dibujen
algo. En diez minutos nos daremos cuenta que los niños saben lo que les ocurre; por
ejemplo, si hay uno que tiene un tumor cerebral saber perfectamente donde lo tiene y
además, siempre está en lo cierto.
Lo único que queda por hacer es comentar el dibujo con ellos y, de repente, nos estarán
hablando de la misma manera que hablan consigo mismos.
--Entonces el niño tiene conocimiento de su muerte, ¿cómo lo percibe y vive, según su
edad?
Un niño sabe, no conscientemente sino por intuición, cuál será el término de su
enfermedad, pero depende también de la actitud de sus padres. Si los padres están
aterrorizados ante la idea de la muerte, les transmitirán ese miedo a los niños. En cambio, si
los padres no tienen miedo, ellos tampoco tendrán miedo ante la muerte. Sólo tienen miedo
si se les ha explicado consciente o inconscientemente el hecho de la muerte.
Un niño sano de padres sanos sólo tiene miedo del enterramiento porque al verlo en
televisión o al vivirlo de cerca, por ejemplo con la muerte de su abuelito, han visto cómo lo
metían dentro de una caja que tapaban con clavos y martillos, luego lo introducían dentro
de un gran agujero y, por si eso fuera poco, encima le echaban tierra.
Esta imagen les hace sufrir mucho y les asusta, sobre todo a los niños de 5, 6 ó 7 años.
Así que para no transmitirles ese miedo debemos explicarles que el abuelo no está ahí sino
que se ha ido y está por encima de todo eso.
Os voy a mostrar lo que les enseño a mis niños: como ellos siempre se toman las cosas
al pie de la letra, deberéis hacer vuestro propio gusanito de seda. (En este instante muestra
un pequeño muñeco de tela a modo de gusano de seda con una cremallera en la parte
inferior que, al abrirla, se da la vuelta y aparece una mariposa). Así, les podréis explicar que
cuando el abuelo fue atropellado por el coche, la única cosa que ocurrió es que se rompió
el capullo y entonces, apareció la mariposa. Ese es el abuelo de verdad. Lo que enterramos
sólo es el capullo, de esta manera, los niños son capaces incluso de echar tierra sobre el
ataúd. Este gusanito, que hace un tiempo que viene conmigo, es para niños de dos o tres
años pero hay para más mayores. Los hacemos con retales y trozos de tela.
--¿Y qué respuesta obtiene del niño con este ejemplo?
EI ni¤o lo entiende totalmente. Sólo los adultos se hacen un lío, los niños son mucho más
sencillos. De esta manera pueden hablar con el abuelo que anda por ahí.
Por tanto, nunca debemos mentir a los niños, siempre hay que decirles la verdad.
Cuando muere un familiar hay que decírselo de la manera más cariñosa posible. Según la
edad utilizaremos un lenguaje distinto. A los niños más pequeños que trato cuando les digo
que mamá o el abuelo han muerto, utilizo mi muñeco. De esta manera se convierte en algo
más aceptable. Cuando han muerto de cáncer les digo que ya no sufren más. En el caso de
la guerra del Vietnam, cuando llegaban los padres muertos pero además mutilados, les
contaba que estaban de nuevo completos en un lugar donde hay belleza, humor, paz y
amor. Pero el único inconveniente que hay al contarlo es que nosotros debemos creer todo
lo que les explicamos. Si, sencillamente, les decimos que está en el cielo y es muy bonito
pero no creemos en ello, ningún niño nos creerá. Incluso en esta sencilla cuesti¢n debemos
ser totalmente honestos.
LABOR HOSPITALARIA 225. Págs. 258 ss.