LA CALIDAD DE LA COSECHA
DEPENDE DE
LA CALIDAD DE LA SEMILLA


El agricultor lo sabe: la calidad del terreno y del clima no es lo 
único que influye en la calidad de la cosecha. Está también en 
relación con la calidad de la semilla. A un viñador no le da lo mismo 
utilizar cualquier tipo de vid. 
Igualmente debe saberlo el catequista. No hay que tentar el 
Espíritu Santo pidiéndole milagros. Dios ha querido tener 
intermediarios humanos cerca de los niños y adolescentes, 
intermediarios que deben asumir sus responsabilidades personales 
y medir la grandeza de su misión. 
Hay en el mundo hombres con fe/infantil o vacilante porque 
durante su juventud trataron de alimentar su fe con un alimento 
insuficiente para sus necesidades, o quizá con un alimento 
enmohecido que había perdido el gusto de la vida. «Si la sal se 
vuelve insípida para nada sirve»... Pero ¿de quién es la culpa? 
Claudel dijo un día: «Ciertamente, no les damos piedras, pero 
tampoco es digerible el pan petrificado.» 
Por esto, los que participan en el ministerio de la Palabra de Dios 
-los catequistas todos- deben velar por: 

1. dar la verdad, 
2. dar la verdad asimilable intelectual y afectivamente, 
3. dar la verdad indispensable para sostener la vida en el 
mundo de hoy. 

I. DAR LA VERDAD D/IMAGENES-FALSAS Cualquiera que esté 
encargado de adolescentes sabe cuán numerosos son los jóvenes 
para quien Dios está fuera de su vida, como un ser que reside en 
una inmensa lejanía, o que pasa su tiempo inquietándolos y 
persiguiéndolos, y cuyo encuentro produce según su 
temperamento la rebelión o el temor. Esta actitud frente a Dios se 
funda generalmente en el modo como el joven aprendió a conocer 
a Dios en su primera infancia. El niño tiene muy pocas ideas a su 
disposición, pero son determinantes en su psicología. Muy bien 
puede suceder que Dios tenga para un niño los rasgos de alguien 
ante el que siempre hay que temblar. Esta representación se 
insinúa en la vida del pequeño en el momento en que le faltan casi 
por completo la experiencia y el espíritu crítico, le persigue en la 
edad escolar, permanece latente tras las impresiones religiosas tan 
fácil y rápidamente recibidas en esta edad, para reaparecer en la 
adolescencia como un espantajo que se rechaza con orgullo, a 
menos que la religión se transforme para él en un verdadero 
suplicio. 
Y a la inversa, presentar a Dios como El que está presente para 
solucionarnos la vida, para realizar nuestros deseos, para 
colmarnos de cosas buenas y hermosas, es preparar una 
mentalidad de adulto reivindicativa que se enfrentará contra un 
Dios que no habrá «aceptado nuestras condiciones» o respondido 
a nuestros deseos. En esta perspectiva, Dios se convierte en un 
medio y no en un fin, y sobre todo, ya no es el Absoluto. 
De ahí que se deduce para el educador una primera 
preocupación en principio no pedagógica, sino doctrinal. La 
primera cuestión no es "cómo dar a los niños el sentido de Dios», 
sino «qué sentido de Dios debe dárseles». 
Por otra parte, ¿podemos proporcionar del Espíritu Santo 
representaciones erróneas para hacer penetrar su verdad en el 
alma de un niño? Porque la fe es un don de Dios. ¿Cómo 
cooperaría Dios a la difusión o al enraizamiento de errores, por 
muy piadosos que sean? Por ejemplo, creemos educar la fe de un 
niño si le decimos que «Jesús llora en el Sagrario» o que «está 
muy triste» porque van a visitarlo muy pocos niños. En ese caso no 
construimos sobre la verdad. 
El primer deber del catequista es ayudarle a pensar rectamente. 
Es preciso que lo que se da a los niños en la catequesis siga 
siendo verdadero para ellos cuando sean hombres. No hay una 
religión para los niños y otra para los adultos. La verdad cristiana, 
aunque profundizada según las edades, es siempre la misma.

II. DAR LA VERDAD ASIMILABLE 
Tenemos que transmitir verdades de las que no somos dueños, 
sino servidores. No tenemos el derecho de truncarlas ni 
seleccionarlas por nuestra cuenta, cuando se trata de verdades de 
fe, cuyo conocimiento es necesario para la salvación. La 
Revelación forma un todo que no tenemos la libertad de dividir 
constituyéndonos en jueces de lo que más conviene en nuestro 
tiempo. Eso sería desconocer la trascendencia de la Palabra de 
Dios y negar la autoridad soberana de la Iglesia. Las grandes 
verdades de fe deben ser presentadas, al menos globalmente 
desde el principio de la iniciación cristiana. 
Sin embargo, sería un error no ya doctrinal, sino pastoral 
subestimar la importancia del aspecto existencial y personal de la 
Salvación y de la Redención. Uno de los grandes cambios 
acaecidos en la catequesis de nuestro tiempo es precisamente la 
preocupación no sólo por el objeto que hay que enseñar sino 
también por el sujeto al que catequizar. Sin embargo, no tenemos 
derecho a dejarnos guiar en la exposición del mensaje por el temor 
a que ciertos oyentes puedan rechazar la verdad revelada, 
adaptándola en consecuencia: sería ceder a una tendencia 
naturalista. 
Lo que debe guiar nuestra preocupación psicológica es el deber 
que tenemos de presentar a los hombres la verdad revelada "tal y 
como ellos son" y no a hombres "intemporales y desencarnados" 
reducidos a un estado de abstracción. 
Por eso, el catequista, para sembrar buena semilla no 
solamente enseñará a los niños la verdad, sino una verdad 
asimilable vitalmente, es decir, una verdad que no quede 
simplemente encasillada en la memoria, sino que repercuta en la 
inteligencia y el corazón. La fe del niño no será viva si la 
presentación de los misterios de la Revelación no tiene sentido 
para él y no desemboca en actitudes de vida. «El Señor» es 
"Maestro de Verdad", pero al mismo tiempo «Maestro de Vida»: la 
verdad debe ser un alimento de vida. Ahora bien, lo que llamamos 
asimilación vital está normalmente retardada en el niño en relación 
con la asimilación puramente intelectual, y el catequista debe 
tenerlo en cuenta, cuidando para que el deseo de adaptación al 
niño no lo empuje a querer adaptar la doctrina. 

El verdadero sentido de la adaptación 
CATI/ADAPTACION: Para algunos, adaptarse al niño significa, 
erróneamente, ponerse a su nivel, quedarse en él y alentarle a 
permanecer allí. Por el contrario, es preciso esforzarse en elevar 
los seres a un nivel siempre más alto y "adaptarse" es buscar la 
manera de hacerlos subir. La educación es una adaptación para 
obtener el máximo a partir de los recursos efectivos de un ser. Hay, 
pues, que apuntar siempre muy alto, pero teniendo cuidado de 
hacerse comprender, a fin de obtener progresivamente del niño las 
reacciones de que es capaz. Las realidades divinas nunca pueden 
estar por completo en el diapasón del hombre; por el contrario, el 
hombre está invitado por la Revelación a ponerse en el diapasón 
de Dios. 
Por otra parte, no hay que olvidar que nunca se llega a "adaptar" 
los misterios de la fe a las necesidades y deseos de los hombres. 
Los misterios no son una respuesta a nuestras preguntas, sino una 
confidencia en la que Dios toma la iniciativa por amor hacia 
nosotros. ¿Cómo llegar a lo teocéntrico complaciéndose en lo que 
aún queda de antropocéntrico? 
No se puede tratar de adaptar la verdad religiosa al niño, 
sino nuestro lenguaje a la verdad religiosa. 
En fin, la fe no está al final de una técnica pedagógica 
cualquiera. No es a fuerza de adaptación como se provoca la fe. 
Depende del orden de la gracia. 

1. LA VERDAD ASIMILABLE INTELECTUALMENTE 
Distinción entre doctrina y mensaje 
El catequista tiene la misión de transmitir un mensaje más que de 
enseñar una teología. 
DOCTRINA/MENSAJE:MENSAJE/DOCTRINA:
La enseñanza de una doctrina tiene por fin un simple 
conocimiento. La transmisión de un mensaje exige su aceptación o 
rechazo. La presentación de una doctrina se hace, por tanto, de 
una manera más impersonal, no definida. Se apoya en cierto 
número de puntos de inserción del mensaje en la psicología de 
aquel a quien va destinado. 
Exponer una doctrina es analizar una verdad con relación a ella 
misma, es descomponerla en sus elementos. Esto es disecarla. 
¿No será privarla de su fermento de vida? ·Claudel-PAUL decía: 
"Para conocer a un ser viviente no es preciso disecarlo, sino 
abrazarlo." Si disecamos demasiado los gérmenes de vida 
sobrenatural que depositamos en el espíritu o en el corazón de 
nuestros niños, corremos el peligro de quitarles la vida. Al 
racionalizar demasiado la enseñanza religiosa, la privamos de una 
parte de su fuerza. 
La fuerza de la verdad religiosa no está en proporción con las 
explicaciones que damos. Su objeto desciende de lo alto; la actitud 
que corresponde es la acogida y no la disertación espiritual. El 
Misterio no es cualquier cosa que se encuentra de cuando en 
cuando al exponer la verdad religiosa; penetramos en el Misterio 
desde que empezamos la catequesis y no cesamos de caminar por 
él. 
Al abrir ciertos manuales cristianos tradicionales, comprobamos 
que casi siempre representan las verdades de salvación, según lo 
que son con relación a sí mismas y no según son con relación a 
nosotros. Lo cual conduce nuevamente al análisis de una doctrina 
y no a la transmisión de un mensaje. 
Bástenos ver las diferencias que hay entre estas dos 
perspectivas: 
-por una parte, hacer a los niños una exposición de las 
perfecciones de Dios, explicándoles lo que es su omnipotencia, su 
omnipresencia, su misericordia, miradas de un modo abstracto, etc. 

-o, por el contrario, transmitir a los niños una confidencia de 
parte de Nuestro Señor, para enseñarles que nuestro Padre del 
cielo nos ve, nos llama, nos busca, nos fortifica, nos purifica y nos 
sigue para salvarnos y hacernos felices.
Son dos planos diferentes que tienen repercusiones distintas en 
el alma del niño: No quisiéramos minimizar la importancia de una 
cultura religiosa más amplia en la que -solamente más tarde- el 
adolescente encuentre con qué alimentar y fortificar su fe. Pero se 
trata primordialmente de transmitir un mensaje y no un «sistema»: 
y ese mensaje es el de Cristo. 

Preocupaciones pedagógicas 
Enseñar una lengua no es enseñar ortografía. Es más fácil 
enseñar ortografía que enseñar a pensar. "¡Hombres de Dios! -nos 
conjura un escritor contemporáneo-, no nos estrelléis el alfabeto 
contra la cabeza. Dadnos la palabra que resucita a los muertos. 
Cuando acabáis de enseñar, no habéis hecho nada si las palabras 
no revelan lo que encierran y ocultan.» 
En una época en la que damos demasiada importancia a la 
espontaneidad hay que defender la necesidad de un lenguaje 
firme que sitúe en la realidad las ideas y los sentimientos. «Un 
árbol no puede ser únicamente savia.» Pero tampoco podemos 
llegar a que el cuidado legítimo y necesario de proteger la verdad 
no mueva a ahogarla. 
Por eso, el catequista al preparar su lección de religión debe 
preguntarse: «Dados los niños de tal edad, de tal medio, con los 
que voy a encontrarme ahora, dado su grado de madurez, la 
calidad de sus deseos y de su curiosidad, sus necesidades y 
posibilidades -considerado todo eso-, ¿cómo injertar, sobre lo que 
ya vive en ellos, tal punto del mensaje cristiano destinado a 
transformarse en vida?» Un niño que recita una lección de 
catecismo y, sobre todo, fórmulas de oraciones, como otra lección 
cualquiera, sin tener conciencia de que su vida personal está 
enraizada en lo que recita, no tiene verdadera formación religiosa, 
y por ello no ha despertado a la vida de fe: "La palabrería lleva 
directamente al formalismo; y el formalismo es la etapa que 
precede inmediatamente a la incredulidad» (Marie Fargues). 

2. LA VERDAD ASIMILABLE AFECTIVAMENTE 
La inteligencia del corazón 
El mensaje cristiano es un mensaje de amor. Hay pues que 
proponerlo, no al espíritu, sino también al corazón que tiene un 
poder de comprensión que se une al de la razón y lo completa. 
Con ese fin, el catequista debe incluso hablar con su corazón. 
Toda verdad religiosa impersonal, no transmitida en un contacto de 
almas, es una verdad de piedra, de la que un organismo sano se 
deshará rápidamente como un cuerpo extraño. 
El acto de fe es un acto libre, y Dios ha escogido entrar en el 
corazón del hombre por medio de la libertad. Por ello es preciso 
que el catequista no se contente con manipular fórmulas y hacerlas 
aprender: sería "detener la Encarnación de Cristo". 

Preocupaciones pedagógicas 
Dirigirse igualmente al corazón del niño supone que se evite, en 
el despertar religioso del pequeño, lo que todavía no puede ser 
asimilado por él afectivamente. 
Por ejemplo, la sensibilidad del pequeño no sabe integrar en su 
universo religioso -en donde todo respira amor, bondad, paz- 
ciertas escenas crueles de la Pasión, ciertos recuerdos espantosos 
como la matanza de los Santos Inocentes. En lugar de abrir el niño 
de cinco o seis años al amor de Dios, se despertarían en él 
terribles angustias. 
Hay que evitar, además, sacar de un relato religioso aplicaciones 
totalmente artificiales como intentar que el niño experimente todos 
los sentimientos que han tenido los personajes presentados, 
cuando frecuentemente es incapaz de eso. Así, al presentar 
Abraham a los niños, con su mano levantada, dispuesto a clavar el 
cuchillo a su hijo, sería falso hacerles decir en forma de oración: 
"Quiero tener la fe de Abraham". ¿Qué enriquecimiento religioso 
podrían sacar los niños de la orden hecha por Dios a Abraham de 
sacrificar a su hijo? 
Finalmente, el educador no debe alimentar la piedad del niño 
haciéndole recitar palabras en contradicción con sus sentimientos 
reales. Sería un mal comienzo para la educación de su sinceridad 
religiosa. 

lll. DAR LA VERDAD INDISPENSABLE 
1. No OBSTACULIZAR 
La ignorancia religiosa en los jóvenes ha aumentado mucho y es 
motivo de inquietud. Pero sobre todo hay que deplorar su 
ignorancia sobre las verdades fundamentales de la fe. Hay niños 
de ambiente cristiano que conocen muchos detalles y no saben 
casi nada de lo esencial. 

No dar todo al mismo tiempo 
·Pio-XII dio a los catequistas consejos inequívocos: "Estad 
atentos para exigir gradualmente lo que queréis obtener de 
vuestros pequeños. Salvo en un caso verdaderamente 
excepcional, Jesús quiere -y vosotros debéis quererlo también- que 
las plantas confiadas a vuestros cuidados no crezcan rápidamente 
de una sola vez, sino poco a poco. Así, pues, si deseáis 
conducirlos a una cierta altura, si queréis verlos florecer y 
fructificar al máximo, debéis saber esperar. Porque, hacerlos correr 
demasiado podría significar que se les expone a tropezar y a caer, 
y ese poner sobre sus espaldas cargas que no pueden todavía 
llevar, quizá no sólo haría aminorar su marcha; la detendría por 
completo» (discurso a la Asociación Italiana de Maestros católicos, 
4-IX-1955). La edad influye especialmente sobre las diversas 
expresiones que reviste el compromiso del creyente en las grandes 
etapas de la vida: infancia, adolescencia, madurez, ancianidad. En 
cuanto al interés por la enseñanza religiosa o al celo a ponerla en 
práctica, no depende menos de la edad que del desarrollo de las 
virtudes teologales y de la calidad cristiana de la educación. 
La Comisión Episcopal de Enseñanza Religiosa ha dado, el 14 
de septiembre de 1957, las siguientes directrices con relación a 
este tema: "A los pequeños se les enseñará ya, al menos 
globalmente, las verdades fundamentales. A partir del uso de razón 
se les presentará estas verdades de modo cada vez más explícito y 
más ampliamente explicadas. De este modo, habrá una enseñanza 
completa desde el principio, y el progreso recaerá únicamente 
sobre la explicación de las verdades religiosas y el modo de 
presentarlas.» 

No presentarlo todo en un mismo plano 
Si preguntamos a alguno de nuestros catequizandos en el 
momento de su Primera Comunión qué le parece más importante 
en la vida cristiana, ¿qué respuesta nos daría? Ahora bien, hay un 
orden de valores tanto entre las verdades reveladas como entre 
las exigencias de Dios. El precepto de la abstinencia del viernes o 
la doctrina sobre las indulgencias no tienen la misma importancia 
que el misterio de Navidad. Hay puntos que deben ponerse en 
relieve constantemente: por ejemplo, la paternidad de Dios, la 
misión de Cristo y del Espíritu Santo en la vida personal y en la 
comunitaria, la llamada al hombre a entrar en el Reino de Dios y 
trabajar firmemente por lograr su extensión en la tierra; la 
Salvación, su naturaleza y condiciones, el gran Mandamiento, etc. 
Los dogmas constituyen un organismo sobrenatural que tiene un 
centro vital: El misterio de la Cruz y de la Resurrección. No son 
como cuentas de rosario, una tras otra. 
El hombre debería tener en cada etapa de su crecimiento 
-proporcionada a su madurez intelectual y espiritual- una visión 
sintética del plan de Dios sobre el mundo y del sentido cristiano de 
la vida humana: la grandeza exaltante de la finalidad de la vida 
para el individuo y para la comunidad, y el atractivo que reviste así 
el caminar -personal o colectivo- que nos fue propuesto por Cristo, 
Maestro de la Historia y Clave de la bóveda del mundo.
Esas son las síntesis con mayor fuerza de convicción. Pero hay 
que presentarlas estructuradas sencillamente. Esto es realizable 
en las diversas etapas de la enseñanza religiosa. 

2. LLENAR CIERTAS LAGUNAS 
Si hay tantos cristianos adultos tan individualistas en su vida de 
oración y de relación, con tan poco sentido del compromiso 
apostólico, si sus reacciones frente al dinero o al sufrimiento son 
tan poco cristianas, si se contentan con soportar y sufrir a Cristo 
en vez de admirarlo y amarlo, todo ello es testimonio de una 
ausencia de convicción y de juicio cristiano, que, a su vez, 
testimonia una educación religiosa no concebida suficientemente 
en función de su fin. Las lagunas comprobadas en la vida cristiana 
de tantos fieles provienen, en parte, de que cierto número de 
bases doctrinales no se colocaron a su debido tiempo, ni echaron 
raíces suficientes en las etapas precedentes de la formación 
cristiana. Cuando fallan las raíces, ¿cómo puede desarrollarse y 
fortificarse la vida? No hay que confundir la adición de 
superestructuras, añadidas desde afuera y necesariamente 
pasajeras, con el desarrollo orgánico de la vida a partir de un 
núcleo central y que da otras garantías de expansión y 
perseverancia. 

Presentar una doctrina de vida 
Las fórmulas doctrinales -indispensables como el armazón de 
una construcción- no deben ser formas vacías, cascarones sin 
vida. 
¿Qué representa, por ejemplo, muchas veces, para nuestros 
niños de doce a trece años el dogma de la Santísima Trinidad? 
Una fórmula misteriosa de ecuaciones, cuando es en realidad un 
inagotable manantial de vida, el fundamento de nuestra vocación a 
la vida comunitaria y de amor. 
¿Por qué se da tan poca importancia entre los atributos de Dios 
a su santidad, que tan fuertemente manifiesta en la Biblia la 
naturaleza de la Alianza que nos une a El? 
El dogma de la Resurrección, en la mayor parte de los casos, no 
ocupa el lugar que debería tener en la enseñanza religiosa. Y, no 
obstante, la fe centra mi vida en la Palabra de Dios, que me ha 
prometido vivir -en cuerpo y alma- una vida eterna. La Iglesia no es 
presentada como la comunidad de los que viven en la esperanza y 
en la caridad. 
Y no son más que algunas muestras de lagunas. 
Es necesario reconocer que la doctrina enseñada en la 
catequesis a veces se parece demasiado a un sistema en 
apariencia casi racionalista. Y esto por desvincularla demasiado de 
sus fuentes bíblicas y litúrgicas. 

Presentar una moral de perfección 
Hay que evitar, por otra parte, una presentación "minimista" de la 
moral, preocupada ante todo de precisar los limites más allá de los 
cuales han pecado mortalmente, en lugar de mostrar los caminos y 
direcciones adonde llama el Espíritu Santo. ¿Estamos 
suficientemente preocupados de inspirar a nuestros jóvenes horror 
a la mediocridad? (cf. Ap 3, 16). 
No hay que reducir la acción del Espíritu Santo a Pentecostés y 
a la Confirmación. La ley cristiana es una espiritualidad algo muy 
diferente a un código de prohibiciones. Sin embargo, la 
presentamos así. 
¿Qué representa, por ejemplo, el ideal de las Bienaventuranzas 
en el espíritu de nuestros jóvenes?... Un objetivo reservado a 
religiosos que viven separados del mundo, e inaccesible a los 
laicos. Por ejemplo, la pobreza, para la mayoría de las personas, 
¿es algo diferente a una calamidad que es preciso evitar a 
cualquier precio? 
Así las cosas, no hay que asombrarse si el mensaje de Cristo no 
tiene garra suficiente para algunos que, sin embargo, se sienten 
atraídos por la grandeza moral y están movidos por nobles 
aspiraciones. 
Es necesario que nuestros niños y adolescentes comprendan lo 
más pronto posible que la religión cristiana no es en primer lugar 
un conjunto de preceptos para llevar una vida correcta, ni una caja 
de ahorros, ni, menos aún, una caja de seguridad. Es comunión 
vital con nuestro Padre del Cielo que continuamente engendra, 
educa, salva, "vitaliza"... Por Jesucristo en el Espíritu Santo; que 
reúne a todos los voluntarios de la caridad. 
Nuestros catequizandos deben saber que un cristiano tiene 
miedo de los pecados de omisión y que su caminar "está atado" a 
una estrella. 
La religión no debe ser una carga para el cristiano, como no lo 
es la sal para el alimento, la levadura para la harina, la luz para los 
ojos, las alas para el pájaro.

L. A. ELCHINGER
CATEQUESIS:EDUCACION DE LA FE
CELAM-CLAF.MAROVA.MADRID-1968.Págs. 165-175