¿Qué hacer para que esas palabras
de los salmos
no se «gasten» con el uso diario?
RUTINA/QUE-ES:
La rutina y sus posibles remedios
Concretamente, ¿qué hacer para que el rezo de los salmos sea un
surtidor inagotable de vida? ¿Qué hacer para que esas palabras (de
los salmos) no se «gasten» con el uso diario? ¿Qué hacer, en fin, para
que la Liturgia de las Horas sea la mesa en la que se nutra y
robustezca la amistad de los consagrados con el Señor?
El primer enemigo que nos sale al encuentro es la rutina. ¿Cómo
nos las arreglamos para dejarla fuera de combate? Y, en primer lugar,
¿en qué consiste la rutina, cómo nace y cuál es su naturaleza?
Las cosas que se repiten se «gastan»; y las cosas gastadas,
cansan. Una preciosa melodía que hoy nos estremece de emoción,
luego de escucharla quince veces, ya no nos gusta tanto. Si la
escuchamos cincuenta veces, puede llegar a causarnos fastidio y
molestia. ¿Qué sucedió? Las situaciones repetidas pierden novedad.
Toda cosa o situación percibida por primera vez, luce nueva: lo
nuevo tiene novedad. En la medida en que se repiten, pierden
capacidad de impacto, porque, al final, la novedad no es otra cosa que
el efecto de un impacto.
Las cosas repetidas ya no impactan porque perdieron la novedad. Al
perder la novedad se gastan, y al gastarse, pierden vida.
ASOMBRO/QUE-ES: Y, en este momento, desaparece la capacidad
de asombro, que es la capacidad de percibir cada cosa nueva, e
incluso, de captar cada vez como nueva una misma situación. Al morir
la capacidad de asombro, entra en juego la monotonía, que es madre
e hija de la rutina, la que, a su vez, engendra la apatía y la muerte. He
aquí la espiral de muerte en que podemos ser atrapados en el rezo
diario de los salmos.
¿Cómo salir de esta espiral? ¿Cómo vencer a un enemigo tan
imperceptible como temible?
La solución que, al instante, nos sale al paso es la variación; es el
instinto de neutralizar la monotonía con la variedad. No deja de ser.
como veremos, una solución falaz.
En la línea de la variación, yo he visto, a lo largo de mis años,
esfuerzos extraordinarios y realizaciones magníficas en la vida de las
Comunidades. Dijeron: vivifiquemos el Oficio Divino, porque es asunto
de vida.
Y, con una generosidad admirable, decidieron que cada semana
hubiera un equipo de liturgia distinto, de tal manera que se viviera un
programa semanal diferente, con variedad de motivaciones,
intercalando reflexiones aquí, lecturas allá, cambio de posiciones
corporales, diversos cantos, momentos de silencio, reflexiones
espontáneas, etc. No deja de ser admirable este entusiasmo.
Pero, ¿qué sucede? Sucede que la variedad lleva en su seno el
germen de la muerte. Dicho de otra manera: la variedad, en cuanto se
repite, deja de ser variedad.
Y aquella Liturgia de las Horas, a fuerza de tanto variar, acabó por
convertirse en monotonía en la variedad. Y. al cabo de cuatro o cinco
meses, también allí penetró la rutina.
VARIAR/VIVIFICAR: Una cosa es variar, y otra vivificar. La variedad
viene de afuera, la vivificación de adentro. Entre paréntesis, no estoy
en contra de la variación. Todo lo contrario: cualquier esfuerzo que se
haga para presentar programas nuevos es, en cualquier caso, una
estimable ayuda para romper la monotonía. Lo único que quiero decir
es que la solución profunda y verdadera para la rutina viene por otro
camino.
* * *
Contra todas las apariencias, podría yo afirmar que la causa radical
de la rutina no es la repetición. Entre dos personas que se aman
locamente, la frase «te quiero», repetida cinco mil veces,
probablemente tenga más contenido y vida la última que la primera
vez. Cinco mil días vividos junto a la persona a la que se ama mucho,
el último día esa persona despertará más emoción que el primero.
Dicen los biógrafos que San Francisco de Asís repetía una y otra vez
durante toda la noche: «Mi Dios y mi Todo». Es probable que, a la
alborada, al decirla por última vez, esa expresión tuviera para él más
sustancia que la primera.
La solución profunda y el secreto verdadero está siempre dentro del
hombre, y la solución a la rutina, esto es, la novedad, debe surgir
desde adentro. Un paisaje incomparable, contemplado por un
espectador triste, siempre será un triste paisaje. Para un melancólico,
una espléndida primavera es como un lánguido otoño.
Al final, lo que importa es la capacidad de asombro; es esa
capacidad la que viste de vida las situaciones reiteradas, y la que pone
un nombre nuevo a cada cosa; y, a una misma cosa, percibida mil
veces, le pone mil nombres distintos. Es la re-creación inagotable. El
problema está, pues, dentro.
ORA/RUTINA: Un salmo, rezado por un corazón vacío, es un salmo vacío, por muchas añadiduras y condimentos que se le agreguen. Un salmo, resonando en un corazón henchido de Dios, queda cuajado de presencia divina, y cuanto más colmado esté el corazón de amistad divina, más se poblarán de Dios cada una de sus palabras.
Hemos tocado el fondo del misterio: un corazón vacío, he ahí la explicación final de la rutina. Para un muerto, todo está muerto. Para un corazón vacío, todas las palabras de los salmos están vacías.
Ahora bien, ¿cómo vivificar el corazón, precisamente con la ayuda de los salmos? Aquí propongo dos medios.
a) Estudio y selección personal
Cuando digo estudio no me refiero necesariamente a un abordaje
intelectual y técnico de los salmos. Sería excelente, sin duda, que se
hiciera un aprendizaje ordenado y exegético, pero no siempre es
posible. Nos referimos, pues, a otra cosa.
Siendo el individuo un misterio único e irrepetible, su manera de
experimentarse y experimentar las cosas es también única e
irrepetible. Cincuenta personas oyen una misma sinfonía, y cada una
ha vivido distintas impresiones; unas quedan extasiadas; a otras,
simplemente les gustó; a otras, las dejó frías. Cinco especialistas en el
arte pictórico van a una pinacoteca; y después de recorrer las
galerías, es increíble la divergencia de gustos y criterios entre ellos, a
la hora de evaluar. Se podrían multiplicar los ejemplos. Esta
consideración de la singularidad es aplicable a la universalidad de la
experiencia humana.
Hay salmos que no nos dicen nada. Otros nos escandalizan. En un
mismo salmo encontramos fragmentos inspiradísimos, y otros en que
se lanzan anatemas y se reclaman venganzas. Un mismo salmo a uno
«le dice» mucho, y a otro no le «dice» nada. Tomamos otro salmo, y
aquél le evoca un mundo de resonancias, mientras que a éste le deja
frío.
En un día de retiro, supongamos, o en cualquier momento fuerte, en
tanto sea bastante prolongado, se toma un salmo determinado; se
trata de vivirlo, vale decir, de hacer reposadamente una verdadera
oración, utilizando las palabras del salmo como vehículo y apoyo.
Puede suceder que unos versículos, o el salmo entero, despierten
profundas resonancias en el alma. En este caso, se subrayan esas
palabras, o se anotan en 'un cuaderno personal, colocando al margen
una palabra que sintetice lo que el salmo evoca: adoración, confianza,
liberación, alabanza' .. Puede suceder, y sucede con frecuencia, que
un mismo salmo o una estrofa, un día no nos «diga» nada, y otro día
nos evoque resonancias inesperadas. Una misma persona puede
experimentar una misma cosa de diferente manera en diferentes
momentos.
De semejante manera, en otra oportunidad se hace otro «estudio»
con otro salmo. Y así, al cabo de unos años, se puede llegar a tener
un conocimiento personal de los salmos, de tal manera que cada cual
sepa dónde encontrar el alimento adecuado, según sus estados de
ánimo y las necesidades espirituales diarias.
b) Vivificar
En un momento fuerte se toma un salmo, previamente conocido
mediante el «estudio» personal, según las necesidades espirituales del
momento.
Se comienza leyéndolo despacio. Hay que comenzar, en primer
lugar, por tratar de entender el significado, alcance y aplicación de las
palabras leídas. Después, hay que dar paso al corazón: se trata de
«decir» con toda el alma las expresiones más evocadoras, asumiendo
vitalmente lo que pronuncian los labios, identificando la atención con el
contenido de las frases.
Mientras se repiten lentamente las palabras más expresivas, el alma
se deja contagiar por aquella vivencia profunda que sentían los
salmistas y los profetas; tratar de experimentar lo que ellos
experimentarían con esas mismas palabras; dejarse arrebatar por la
presencia viva de Dios, dejarse envolver por los sentimientos de
asombro, contrición, interioridad, adoración y otros de que están
impregnados esos versículos.
Si, en un momento dado, y con un determinado versículo, se llega a
percibir una especial visitación divina, hay que detenerse ahí mismo,
repetir incansablemente el versículo, sin preocuparse de seguir
adelante.
Con este método se consiguen los siguientes resultados:
- Se avanza en la oración y se crece en la amistad divina.
- Se vivifica la Palabra de Dios.
- Se vivifica la Liturgia de las Horas.
No cabe duda de que esos salmos se han saboreado, que han
servido de vehículo para llegar y estar con Dios, y cuyas riquezas
escondidas han sido «descubiertas», esos salmos, digo, sonarán de
otra manera en el Oficio Divino, se convertirán en alimento y vida, y, en
general, la oración litúrgica se hará viva y fecundante.
Los anatemas
SALMOS/VIOLENCIA: Hay cristianos que sienten alergia general por
los salmos. ¿Por qué? Porque una y otra vez'se encontraron en el
camino con obstáculos difíciles de sortear: esas expresiones
discordantes, imprecaciones y anatemas.
No todo es adoración en los salmos. La violencia mental (por no
utilizar la palabra odio) enrojece, con color de sangre, los caminos
humanos. Por eso, muchos cristianos mantienen una actitud de
reserva y desconfianza, y una cierta desestima hacia los salmos. Y
otros se ven obligados a realizar gimnasias mentales y dar saltos
acrobáticos para sortear sentimientos tan desabridos y poco
cristianos.
Frecuentemente, por no decir continuamente, el salmista se halla
inmerso en un entorno hostil, y reacciona casi siempre guiado por un
instinto de venganza. Quiere recuperar la salud para tener la
oportunidad de tomarse la revancha. Con expresiones apasionadas,
pide a Dios que aniquile a los enemigos, que sean entregados a la
espada, echados como pasto a las fieras, y sus hijos estrellados contra
las piedras; y se jacta de odiar a sus adversarios «con odio perfecto»,
etc. Es otro mundo, otra mentalidad.
Como en todo fenómeno humano, también aquí hay una explicación.
Los salmos se escribieron en la infancia de la religión, época muy
imperfecta, demasiado humana. El sentimiento general que regía las
relaciones humanas era el instinto de venganza, instinto universal
grabado a fuego en las entrañas del hombre, y que se sintetiza así: ojo
por ojo y diente por diente. Es la justicia primitiva, por la que la
persona que recibió un daño queda satisfecha al inferir igual daño a
quien se lo hizo. Esta ley estaba vigente en los días de los salmos, y
así se explican tantas imprecaciones.
Pero un buen día, y en la cumbre de un monte, esas fuerzas
salvajes fueron encadenadas a la argolla de la mansedumbre y
colocadas a buen recaudo bajo el control de la paz. En adelante, no
sólo hay que perdonar al enemigo, sino también amarlo, y devolverle
bien por mal. Fue la revolución más alta de la historia, cuya brújula dio
un giro de 180 grados.
En cuanto a la práctica, pueden seguirse las siguientes vías. En
primer lugar, no hay problema en cuanto a la Liturgia de las Horas,
porque así se eliminaron, aunque no totalmente, los anatemas. En
cuanto a la piedad personal, se pueden dejar de lado, en el rezo de los
salmos, las expresiones estridentes. Puede hacerse también una
transposición simbólica, transfiriendo esos sentimientos a ciertos
conceptos como el egoísmo, el orgullo, el pecado... que, de todas
formas, no dejan de ser criaturas vivas, presentes en la vida.
Solidaridad
Nadie está obligado a echar mano de todos los salmos, a la hora de
nutrir su piedad personal. Pero otra es la situación de sacerdotes y
religiosos cuando rezan la Liturgia de las Horas, sobre todo cuando lo
hacen coralmente.
En ese momento, es otro su horizonte. En ese momento, es la Iglesia
entera, la Humanidad entera, el Cristo Total el que reza, el que sufre,
clama, llora, implora. Se ensanchan, pues, los horizontes hacia una
solidaridad universal en que se asumen los gemidos de los
agonizantes, las rebeldías de los oprimidos, las esperanzas de los
emigrantes, los sueños de las madres, la incertidumbre de los
enfermos, en suma, la pasión del mundo.
De otra manera, cualquiera de nosotros podría protestar, diciendo:
si yo no estoy en el mismo estado de ánimo que el salmista, ¿cómo voy
a orar con sus palabras? Este salmo es el de un enfermo que suplica a
Dios, ¡pero yo no estoy enfermo! Ese otro es el salmo de un corazón
angustiado, ¡pero yo no estoy angustiado! Aquí el salmista estalla en
un canto de júbilo, ¡pero yo estoy deprimido! Y así sucesivamente.
En nuestro caso, sin embargo, sucede otra cosa. Cuando yo asumo
y pronuncio las palabras del salmista, en nombre de la Iglesia, en la
Liturgia de las Horas, no lo hago necesariamente para hacerlas mías.
Incluso puedo hacerlo, paradójicamente, para salir de mí mismo: dejo
de ser yo en mi estado de ánimo, para convertirme en la voz de mis
hermanos.
Al asumir las palabras de todos los salmos, mi corazón entra en una
comunión universal. Ya no es sólo mi voz; es la voz del hombre, de
todos los hombres, de todos los tiempos, de todos los espacios, voz
que sube, incesante y polifónicamente, a Dios.
Los salmos nacieron de situaciones concretas; por eso encierran la
pasión del mundo: historias de sangre e historias de amor, momentos
de pánico, expatriación, persecución, experiencias místicas, horror a la
muerte, situaciones de miedo. Por eso, el lenguaje de los salmos es un
lenguaje apasionado, lenguaje del corazón, casi alaridos, llanto,
lamento, aleluyas que parecen hurras.
Toda esta carga humana la asumo yo, cualquiera sea mi estado de
ánimo, y por mi boca, la Iglesia entera. Durante la Liturgia de las
Horas, por mi corazón pasa, peregrinando, la gran marcha de la
humanidad doliente.
LARRAÑAGA
SALMOS PARA LA VIDA
Publicaciones Claretianas
Madrid-1986. Págs. 17-25