Tema 16. VIDA PUBLICA DE JESÚS. BAUTISMO.
PREDICACIÓN. SIGNOS
OBJETIVO CATEQUÉTICO
Que el preadolescente
-descubra la predicación de Jesús como buena noticia para todos aquellos que reconocen su limitación, su insuficiencia y su pecado.
-descubra que la misma persona de Jesús, revelador del Padre, es la buena noticia.
-experimente cómo esta buena nueva se puede cumplir en él mismo.
-descubra cómo el cumplimiento de la buena noticia se realiza ya a través de unos signos, unos milagros. Jesús anuncia una
palabra que se cumple.
Los comienzos:
misión, vocación, bautismo
43. Los evangelios describen los comienzos de la vida pública
de Jesús de modo que en ellos expresan el núcleo esencial de su misión, de su
vocación. Tales comienzos están presididos por un hecho que desde la más
antigua tradición es transmitido con insistencia: su bautismo de manos de Juan
en el Jordán. El hecho es narrado de forma que las imágenes exteriores apuntan
a una realidad que jamás se podrá expresar adecuadamente con palabras. Hijo de Dios y
Siervo de los hombres:
"...a
quien prefiero"
44. Se trata de expresar la relación del Padre con Jesús y de
la fuerza del Espíritu. Esta relación es expresada en términos del Antiguo
Testamento: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto" (Mc 1, 11). Así se evoca la
figura del Siervo de Yahvé, al que están consagrados algunos cánticos del
libro
de Isaías. Allí se lee: "Mirad a mi siervo..., mi elegido, a quien prefiero" (Is
42, 1). Y en otro pasaje: "el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes" (ls
53. 6). Vocación de
servicio. Sin condiciones, hasta la muerte
45. El bautismo de Jesús es expresión de su solidaridad con el
pueblo pecador, que se dispone a recibir el reino de Dios, anunciado como
inmineme por Juan. El bautismo es, además, un signo del servicio de Jesús, de
su sumisión y hasta de su muerte. Más adelante, aludirá Jesús por dos veces al
final de su existencia terrena con la palabra "bautismo" (Mc 10, 38; Le 12,
50). El Hijo amado se consagra como siervo, como humilde y pequeño, como
cordero que lleva los pecados del mundo. Tal es su vocación. Un bautismo para
todos los creyentes futuros
46. En la narración del bautismo se expresa también la relación
del Espiritu Santo con Jesús: "Vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia
él como una paloma" (Mc 1, 10). De modo semejante prosigue también el cántico
del Siervo de Yahvé: "Sobre él he puesto mi Espíritu..." (ls 42, 1). Por este
bautismo del Espíritu, cobra nuevo significado el bautismo de agua de Juan: se
convierte en símbolo del bautismo del Espíritu para todos los creyentes
futuros. Sumergido en el
Jordán, en lugar nuestro
47. Así celebra este acontecimiento la Liturgia de Oriente en la vigilia de la Epifanía: "Hoy inclina el Señor la cabeza ante la mano del precursor; hoy lo bautiza Juan en las ondas del Jordán; hoy oculta el Señor en el agua las culpas de los hombres; hoy es atestiguado desde lo alto como hijo amado de Dios; hoy santifica el Señor
la naturaleza del agua". Se inmerge en la corriente del Jordán no para purificarse a sí mismo, sino para preparar nuestra regeneración.La tentación, oposición al bautismo
48. Los Evangelios nos hablan de tentaciones contra la
vocación de Jesús (Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13; cfr. Tema 6). Además
de estas tentaciones narradas al comienzo de la vida pública de Jesús nos
cuentan la tentación ocurrida en medio de su actividad pública, por ejemplo,
cuando reveló por vez primera la forma de su muerte, el bautismo definitivo,
que sería su muerte: "Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo
permitas. Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro:
Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los
hombres, no como Dios" (Mt 16. 22-23). La petición bienintencionada de Pedro
se oponía a la misión de Jesús; era una tentación de su adversario Satán.
Tras el arresto de Juan, comienza a predicar Jesús. En Galilea, allende el
Jordán
49. Así, pues, habiendo recibido el Espíritu y superando toda
tentación contra su propia misión, Jesús inaugura su predicación justamente en
el momento en que Juan había sido arrestado. Comienza a predicar en Galilea.
"Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país
de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea da los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en
tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Entonces comenzó Jesús a
predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos" (Mt
4, 14-17). 0 como dice San Marcos: "Se ha cumplido el ptazo; está cerca el
Reino de Dios: Convertíos y creed el Evangelio" (Mc 1, 15). El mundo postrado
en tinieblas necesita una intensa luz
50. El fondo del corazón humano alimenta siempre la espera de
El reino de Dios no
viene aparatosamente: ya está entre vosotros
51. Jesús anuncia una radical novedad: el Reino de Dios. Y, sin
embargo, se abstiene de las fantásticas descripciones con que entonces se
engañaba la imaginación popular. No desenvaina ninguna espada, ni derriba
ninguna estrella del cielo. El Reino de Dios no es algo que sobrevenga y caiga
desde fuera, de una manera externa y accidental, como un aerolito o como una
catástrofe. El reino de Dios es una realidad que se está forjando en el seno
de la humanidad. Preguntado por los fariseos cuándo había de llegar el Reino
de Dios, Jesús contestó: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni
anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está
dentro de vosotros" (Lc 17. 20-21). El Reino de Dios
oculto
52. El judaísmo, tornando al pie de la letra los oráculos
escatológicos del Antiguo Testamento, se representaba la venida del Reino como
algo fulgurante e inmediato. Jesús lo entiende de otra manera. El Reino viene
cuando se dirige a los hombres la Palabra de Dios. Debe crecer, como una
semilla sembrada en el campo (Mt 13, 3-9.18-23). Crecerá por su propio poder
como el grano (Mc 4, 26-29). Fermentará y levantará al
mundo, como la levadura echada en la masa (Mt 13, 33). Sus humildes comienzos
contrastan así con el futuro que se le promete. Las parábolas del Reino de Dios
vienen a decir que lo que importa no es el efecto exterior que deslumbra a los
hombres, pero no les nutre, sino la acción de Dios, que está oculta en el
cotidiano quehacer, en la vida ordinaria de los hombres. Ha comenzado ya en
la persona de Jesús
53. Lo más sorprendente del mensaje de Jesús es que anuncia un
Reino que ha comenzado ya en su propia persona. Mientras los videntes
apocalípticos hablaban sobre cosas que caían fuera de ellos mismos, Jesús
lleva el Reino de Dios en sí mismo. "Volviéndose a sus discípulos, les dijo
aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que
muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y
oír lo que oís, y no lo oyeron" (Lc 10, 23-24). El Reino de Dios no es para
Jesús una visión lejana. El mismo Jesús está en medio de él, empeñado en la
lucha contra otro reino: "Si yo echo los demonios con el dedo de Dios,
entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11, 20). Jesús lleva en sí
mismo la cercanía de Dios. Una autoridad que no tiene par
54. Jesús hace sentir sin rodeos, a todo el que se le acerca
.con corazón sincero, la cercanía de Dios. Así lo percibe Nicodemo y le dice a
Jesús: "nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él" (Jn
3, 2). Jesús lleva en sí mismo la cercanía de Dios. Ello da a su persona una
autoridad serena, que no tiene par: "La gente estaba admirada de su enseñanza,
porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas" (Mt 7, 28-29). Jesús
completa todo lo que le precede y enseña con palabras que durarán más que el
cielo y la tierra, destinados a pasar (Me 13, 31). Jesús, el verdadero
templo
55. Jesús es
El Reino de Dios es
inseparable de la conversión del hombre
56. Jesús enfoca su predicación en la línea de los grandes
profetas, que prepararon su venida. Asimismo, salvando la diversidad de los
tiempos, de los lugares y de los auditorios, las predicaciones de Juan
Bautista, de Jesús, de Pedro o de Pablo ofrecen todas un mismo esquema y una
misma orientación: La palabra de Jesús
frente a la experiencia del mundo
57. Ahora bien, la predicación de Jesús incide en un
mundo, donde reina de modo manifiesto la experiencia contraria. Si su
predicación proclama como presente el Reino de Dios y llama a la conversión,
el mundo vive justamente lo contrario: no existe ningún Señor y,
además, el hombre no puede cambiar.
Quedan, pues, alienadas, frente por
frente, la Palabra de Jesús y la experiencia del mundo. El mundo prescinde de
Dios, desconoce su acción en la historia y no experimenta necesidad de
conversión. La conversión como
buena noticia: El Reino de Dios en
acción
58. Sumamente importante esto: la predicación de Jesús
exige conversión no únicamente exhortando a los hombres a vivir como deben,
sino anunciándoles que el Reino de Dios está ya presente y en acción. En
virtud de este acontecimiento de la llegada del Reino de Dios, la conversión
le es ofrecida al hombre gratuitamente, de balde. Es una posibilidad de vida
nueva que se abre por gracia con la venida del Reino. El cumplimiento del
Sermón de la Montaña (programa de Jesús) es anunciado a hombres que no pueden
cumplir la Ley. Si tal anuncio no fuera hecho en un régimen de gracia, no
sería recibido como buena nueva, sino como mala noticia. Sería
como cargar un peso sobre los hombros de quienes
ya se doblan.
La fuerza de Dios
se despliega en la debilidad del hombre 59. En efecto, el
hombre está sometido Anunciar a los
pobres la buena nueva 60. Por ello la buena nueva es anunciada a los pobres,
es decir, a todos aquellos que tienen conciencia de su limitación e
insuficiencia. Así cumple Jesús la profecía de Isaías: "El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio
a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la
vista" (Lc 4, 18). Esta Escritura se cumplió un día en la sinagoga de Nazaret (Lc
4, 21) y en toda la vida pública de Cristo. Inspiración semejante refleja la
respuesta que Jesús da a los enviados de Juan: "Id a anunciar a Juan lo que
habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio" (Lc 7, 22).
Exigencias para entrar, desde ahora, en el Reino de Dios
61. El Reino es el don de Dios por excelencia, el valor esencial que hay que adquirir a costa de todo lo que se posee (Mt 13, 44ss). De ahí se sigue que es necesaria una decisión; hay que convertirse, buscar continuamente el rostro de Dios (Cfr. Sal 104, 4), abrazar las exigencias del Reino. El Reino no es algo que se pueda considerar como un salario debido en justicia: Dios contrata libremente a los hombres en su viña y da a sus obreros lo que le parece bien (Mt 20, 1-16).
Sin embargo, si bien todo es gracia, los hombres deben responder a esta gracia: se requiere un alma de pobre (Mt 5, 3), una actitud de niño (Mt 18, 1-4; 19, 14), una búsqueda activa del Reino y de su justicia (Mt 6, 33), la perseverancia en medio de las persecuciones (Mt 5, 10; Hch 14, 22; 2 Ts 1, 4-5), el sacrificio de todo lo que se posee (Mt 13, 44ss), una justicia mayor que la de los fariseos (Mt 5, 20); en una palabra, el cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 7, 21), especialmente en lo que toca al amor fraterno (Mt 25, 34-40). Todo esto se exige a quien quiera entrar ya desde ahora en el Reino de Dios.
Jesús perfecciona e
interioriza la ley
62. Las exigencias del Reino de Dios las encontramos resumidas en el Sermón de la Montaña. No se trata de leyes minuciosamente formuladas, ni de un reglamento impersonal. Jesús nos pone delante del Dios vivo. El perfecciona e interioriza la Ley, que hasta entonces se había quedado en
lo exterior.Todas las modificaciones que Jesús introduce aparecen formuladas del siguiente modo: "No sólo... sino también". No sólo el homicidio, sino también la simple palabra de odio. No sólo el adulterio, sino también la simple mirada y deseo, y el pensamiento que se consiente. Lo mismo sucede cuando exige que se diga la verdad, sin necesidad de juramento, en el mandato de no vengarse, y, finalmente, en la invitación a un amor que no excluya a nadie, ni aún a los enemigos, imitando la perfección del Padre, que hace salir el sol y envía su lluvia sobre justos y pecadores (Mt 5, 43-48).
El don del Espíritu
63. Ante el Sermón de la Montaña, el hombre tiene delante la
voluntad de Dios sin velos ni tapujos. La primera reacción del corazón
generoso es de asombro y gozo: "Sí, así es; así debe ser, esto es vida...".
Pero inmediatamente surge la pregunta: "¿Es esto posible?". Y pensamos: "esto
no se puede cumplir al pie de la letra". Precisamente por eso no se puede
convertir en simple ley. Sin embargo, es voluntad de Dios, es la alegría del
Reino. Y, de hecho, muchos lo van experimentando: son aquellos que acogen con
fe el Don del Espíritu.
El hombre, en el
punto de una opción: acogida o rechazo del reino de Dios
64. La predicación del Reino de Dios sólo ejerce su fuerza
salvadora si el hombre responde con la fe. El Evangelio es "una fuerza de
salvación de Dios para todo el que cree" (Rm 1, 16). Conduce al punto de una
opción. No caben términos medios. Es preciso decidir. Como dice Jesús: "El que
no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11,
23).
El rechazo humano del Evangelio tiene su prototipo en la
actitud cerrada de Jerusalén ante la predicación de Jesús: "¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!
¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina a sus pollitos
bajo las alas! ¡Pero no habéis querido!" (Lc 13, 34). San Pablo experimentará,
como Jesús, el rechazo dado a su predicación y dirá: "Pero no todos han
prestado oído al Evangelio..." (Rm 10, 16).
Jesús anuncia y
ofrece el perdón de Dios
65. Jesús fue enviado por su Padre, no como juez, sino
como Salvador (Jn 3, 17ss; 12, 47). Invita y suscita la conversión en todos
los que la necesitan (Lc 5, 32; 19, 1-10), revelando que Dios es un Padre que
tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt
18, 12ss). Jesús no sólo anuncia este perdón a quien se reconoce pecador, sino
que, además, lo ejerce; da testimonio con sus obras que dispone de este poder
reservado a Dios (Mt 9, 5ss; cfr. Jn 5, 27). A los
Encontrar a Dios
Padre en el centro de la vida
66. Jesús es el revelador de Dios como Padre. En su vocabulario hay una palabra que lo resume todo: Abba. Es una palabra infantil y confiada, una de las primeras que afloran en la boca humana: papá, abba. Esta palabra aramaica es un diminutivo. Así llamaba Jesús a Dios. Y además nos enseña a nosotros a hacer lo mismo. Para ello nos envía su Espíritu: "Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16). Jesús revela que el hombre puede acudir siempre a Dios en el cotidiano quehacer, tal como es, con sus miserias y necesidades. Confiar en el Padre, encontrar a Dios en el centro de la vida, es para Jesús el verdadero corazón del Evangelio.
El núcleo de la ley
67. El amor a Dios y el amor al prójimo son constantes fundamentales en la predicación de Jesús, que no pueden separarse. Ambos mandamientos constituyen el núcleo de la Ley. Un fariseo, con ánimo de ponerle a prueba, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? El le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Mt 22, 36-40).
Alcance universal
68. La predicación de Jesús, radica en Palestina, desborda netamente el particularismo judío. Tiene alcance universal. La salvación comienza, sin duda, por los judíos (Cfr. Jn 4, 22), pero el pueblo que se congregará para formar el Reino de Dios procede de todas partes. El caso del centurión romano es elocuente. Jesús queda admirado y dice no haber encontrado en Israel una fe tan grande (Cfr. Mt 8, 10). Y añade: "Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos; en cambio, a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 8, 11-12).
Gracia de Dios que transforma al hombre
69. En resumen, según las enseñanzas de Jesús, la realidad del Reino de Dios no consiste sólo en una elevación moral del hombre, sino, sobre todo, en el don de la gracia divina que transforma radicalmente al hombre; consiste, primordialmente, en la presencia vivificante del Espíritu. Dios se da al hombre.
Les anunciaba la
palabra con muchas parábolas
70. Para su predicación, Jesús utiliza frecuentemente
la parábola, nanación destinada a ilustrar una verdad por medio de analogías y comparaciones: "Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender" (Mc 4, 33). Así, de modo sencillo, explica Jesús la génesis, desarrollo y crecimiento del Reino de Dios. "El Reino de Dios es semejante"... a un poco de levadura que termina fermentando toda la masa; a un grano de mástaza, la más pequeña de todas las semillas, que —cuando crece— viene a ser la mayor de las hortalizas; a una semilla destinada a crecer; a un tesoro escondido en el campo; a una red... Jesús les hablaba en parábolas a las gentes para que se cumpliese el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo" (Mt 13, 34-35)."¿Por qué les hablas en parábolas...?"
71. Jesús se hace entender por medio de parábolas. Sin embargo, hay un pasaje evangélico en que parece que la parábola no pretende la comunicación con los que la escuchan. Es éste: "Se acercan a Jesús los discípulos y le preguntan: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos, y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender" (Mt 13 10-13; cfr. Mc 4, 10-12; Lc 8, 9-10).
Muchos se quedan en el umbral de la parábola: Tienen embotado el corazón. Están fuera
72. En quienes se quedan en el umbral de la parábola, Jesús ve cumplida la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos: para no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni entender con el corazón ni convertirse para que yo los cure" (Mt 13, 14-15). Jesús no se alegra por ello ni lo desea, sino que, al contrario, lo deplora. Sencillamente, llama la atención sobre un hecho. Efectivamente, muchos no penetran en el sentido de la parábola: tienen embotado el corazón, duros los oídos, cerrados los ojos. Están fuera del reino de Dios (Mc 4, 11).
El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas
73. En la predicación de Jesús, los hechos acompañan a
las palabras. Jesús anuncia una palabra
que se cumple. Esto es, los signos
acompañan a la predicación. Es ésta, por lo demás, una
característica de la historia de la salvación que alcanza su plenitud en
Cristo. Tal característica es señalada por el Concilio Vaticano Il: "El plan
de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las
obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman
la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las
palabras proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En definitiva, el
estilo de Cristo es ese que utiliza en la sinagoga de Nazaret: `"Hoy se cumple
esta Escritura que acabáis de oír" (Le 4, 21). Es decir,
Cristo cumple con su misión salvadora el Reino de
Dios que anuncia.
Los milagros, como
acontecimientos del reino de Dios
74. Los milagros de Jesús se inscriben dentro de la perspectiva
de la inauguración del Reino de Dios, anunciado por su predicación. Los
milagros son la palabra de Dios hecha acontecimiento. Frecuentemente, el
hombre moderno se pregunta sobre la relación entre milagro y orden físico, es
decir, si los milagros suceden "fuera de las leyes de la naturaleza". En
realidad, la Biblia no nos explica nunca la relación entre milagro y
naturaleza, sino la que hay entre milagro y Dios. Para los hombres que
escriben la Biblia, el milagro es una experiencia de la intervención de Dios
en los sucesos. El milagro no es
una intervención arbitraria y extraña de Dios
75. Nadie nos obliga a considerar los milagros como una
intervención arbitraria y extraña de Dios, como si Dios impidiera el curso de
su propia creación. Por el contrario, el milagro no va contra las fuerzas de
la creación, sino que hace brillar de manera maravillosa el señorío de
Dios sobre la naturaleza y la historia, en la dirección de una plenitud por la
que la creación entera gime y sufre dolores de parto (Rm 8, 22). Como dice
Jesús: "Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo" (Jn 5, 17). Ignoramos lo que
Dios puede hacer con el mundo y con nosotros
76. Por ello, en el milagro, lo menos importante es lo que
pueda haber de suspensión de leyes de la naturaleza. El milagro es ante todo
una manifestación de Dios, un signo a través del cual el creyente rastrea la
presencia de la nueva creación, cuya plenitud es Jesucristo resucitado. De
este modo el creyente descubre insospechadas posibilidades que Dios reserva
para el hombre y para el mundo. Los milagros sirven
a la predicación, en cuanto la muestran eficaz
77. Los milagros de Jesús son parte de su predicación. Son el
cumplimiento de su palabra. Donde su predicación o al menos su persona no es
acogida con algún grado de fe, Jesús no obra milagros, por ejemplo, ante un
grupo de hombres cerrados ya de antemano, como sus paisanos de Nazaret, los
fariseos o Herodes. Si es cierto que una vez se lee: "Creedme... Si no, creed
a las obras" (Jn 14, 11), también leemos que Jesús no tenía mucha confianza en
quienes sólo creían por razón de los milagros (Jn 2, 23-24). Y el mismo dice
de los hermanos del rico glotón: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no
harán caso ni aunque resucite un muerto" (Le 16, 31). Donde no hay fe no
es percibido el milagro. Sin violentar la condición humana
78. Por parte del hombre, la fe es El milagro como
signo mesiánico acerca de Jesús
79. Con sus milagros, manifiesta Jesús que el Reino
mesiánico anunciado por los profetas está presente en él (Mt 11, 2ss). Pero no
es el acontecimiento milagroso aislado lo que da testimonio de Cristo, sino el
acontecimiento, en cuanto que referido a su Palabra, implica el cumplimiento
de la misma. La Iglesia naciente consideró los milagros como consideró las
parábolas y otros gestos del Señor (por ejemplo, el lavatorio de pies en la
última cena; cfr. Jn 13, 1-16). es decir, como revelaciones o señales para
aquellos a quienes se había dado a conocer los misterios del Reino de Dios (Mc
4, l l ss). El milagro,
anticipación del Reino
80. Para el forastero los milagros eran meros portentos, los
hechos de un taumaturgo entre muchos. Para el creyente eran ante todo acciones
admirables de Dios, anticipaciones del Reino de Dios. Como mera maravilla, el
milagro no tiene valor religioso y, además, tal sensacionalismo es rechazado
por Jesús. El milagro está en relación inmediata con
81. Es interesante destacar que Jesús comienza a
realizar milagros después de recibir el Espíritu en el bautismo. Ungido de
Espíritu y poder, inaugura la Nueva Creación (Mt 3, 16), arroja su
semilla anticipando lo que está llamada a ser la humanidad entera. El es el
nuevo Adán, el Hombre Nuevo en medio de un mundo que declina hacia
la muerte. Los apóstoles
repiten las acciones salvadoras de Jesús
82. Cuando los apóstoles reciben el Espíritu, repiten
asimismo las acciones salvadoras de Jesús: "Ellos se fueron a pregonar por
todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que
los acompañaban" (Mc 16, 20). Los apóstoles toman conciencia de que Jesús
está con ellos, según su promesa. Dios actúa y Jesús
sigue actuando
83. En la Iglesia de hoy, como en la Iglesia naciente (Hch 2, 43; 3, 12ss), Jesús continúa actuando y haciendo milagros. Hoy como ayer este lenguaje es incomprendido por el espíritu soberbio o arreligioso, pero lo percibe el que sabiendo que nada es imposible para Dios se abre a los requerimientos de la fe y del amor, cuando el contexto religioso del hecho indica que Dios ha hecho señas.