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CAPITULO VI Sexto mandamiento del Decálogo
No adulterarás. (Ex
20,14)
I. SIGNIFICADO Y VALOR DEL MANDAMIENTO
Al mandamiento que tutela la
vida personal del hombre, prohibiendo el homicidio, sigue el precepto que
prohibe la fornicación y el adulterio. Y con razón: porque no hay nada más
doloroso para el hombre que verse atentado en su legítimo amor, sellado con el
sagrado vínculo matrimonial, el más estrecho, dulce y santo de todos los
vínculos y fuente recíproca de la íntima vida amorosa de los esposos.
Es ésta una materia que exige ser tratada con la máxima prudencia y cautela.
Siempre será preferible hacerlo con moderación que excedernos en abundancia de
palabras. No es raro el peligro de excitar la sensualidad, cuando se pretende
reprimirla, por insistir con exceso en vivas descripciones del pecado
deshonesto.
Mas, por otro lado, no puede descuidarse sin culpa la explicación de doctrina
tan necesaria en la vida práctica de los fieles.
II. DOBLE ASPECTO DEL PRECEPTO
Como dejamos notado en los
anteriores, también este mandamiento incluye dos aspectos distintos:
1) Negativamente, prohibe el adulterio.
2) Positivamente, impone la castidad del alma y del cuerpo.
A) Adulterio
Adulterio es la violación del legítimo lecho, propio o ajeno.
El marido que peca con una mujer
soltera, viola su propio lecho conyugal; el soltero que mantiene relaciones
pecaminosas con una mujer casada, mancilla el lecho ajeno con el mismo pecado de
adulterio.
B) Todo pecado deshonesto
Con la prohibición del adulterio prohibe Dios todo pecado deshonesto e impuro.
Explícitamente lo afirman San Ambrosio (1) y San Agustín (2). E igualmente lo
confirman con absoluta evidencia las Sagradas Escrituras; consta en muchos de
sus pasajes que Dios castiga, además del adulterio, otras especies de pecados
deshonestos. En el Génesis, por ejemplo, se nos narra la sentencia de Tuda
contra su nuera (3); en el Deuteronomio se prohibe a las israelitas convertirse
en prostitutas (4); Tobías exhorta a su hijo para que se guarde de toda
fornicación (5); y el Eclesiástico dice: Avergonzaos de la fornicación..., de
fijar la mirada sobre mujer ajena (Dt
41,21-25).
En el Evangelio nos dice Jesús que del corazón provienen los malos pensamientos,
los homicidios, los adulterios, las fornicaciones..., que hacen impuro al hombre
(Mt
15,19-20). Y el apóstol San Pablo tiene numerosas y durísimas
expresiones contra este vicio: La voluntad de Dios es vuestra santificación; que
os abstengáis de la fornicación (1Th
4,3); Huid la fornicación (1Co
6,18); No os mezcléis cor. los fornicarios (1Co
5,9); Cuanto a la fornicación y cualquier género de impureza o
avaricia, que ni siquiera pueda decirse que lo hay entre vosotros (Ep
5,3); No os engañéis: ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni
los afeminados, ni los sodomitas... poseerán el reino de Dios (1Co
6,9-10).
Si el mandamiento nombra explícitamente, entre otros pecados, al adulterio, es
porque, aparte de su común fealdad con las demás especies de impureza, implica
un pecado de injusticia, no sólo contra el prójimo, sino también contra la
sociedad. Por lo demás, quien no sepa defender los demás flancos de su pureza,
terminará por no avergonzarse ni aun siquiera de este delito.
En la prohibición del adulterio implícitamente se condenan, por consiguiente,
todos los pecados de impureza; y aun todo mal deseo, como el mismo Señor lo notó
en su Evangelio: Habéis oído que fue dicho: No adulterarás.
Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con
ella en su corazón (Mt
5,27-28).
El Concilio de Trento repitió las condenaciones eclesiásticas contra los
adúlteros y concubinarios. Convendrá repasar sus decretos para poder aplicarlos
oportunamente, examinada la condición y circunstancias de cada persona (6).
A) Castidad
El mandamiento impone, en segundo lugar, la castidad. Son conocidas las
vigorosas exhortaciones de San Pablo sobre esta materia: Pues qus tenemos estas
promesas, carísimos, purifiquémonos de toda mancha de nuestra carne y nuestro
espíritu, acabando la obra de la santificación en el temor de Dios (2Co
7,1).
Es cierto que la castidad es una virtud que debe brillar con perfecto esplendor
en quienes consagraron sus vidas al divino ideal de la virginidad; pero no lo es
menos que este deber no exime a ningún cristiano. Todos, tanto los célibes como
los casados, tienen obligación sagrada de conservarse inmunes de toda especie de
impureza.
La doctrina de la Iglesia y de los Santos Padres sobre la lucha contra el
instinto sexual y demás tendencias de la carne presenta un doble aspecto de la
virtud:
1) el del pensamiento;
2) y el de la acción.
1) CRITERIOS EXACTOS.-Ante todo, el cristiano debe formarse en la mente un
concepto adecuado de la fealdad y malicia de este vicio y de los peligros que
entraña para la vida del alma. De esta inteligente apreciación brotará una
vigorosa aversión al pecado.
a) Que se trata de un pecado grave y pernicioso, es evidente por la pena que le
acompaña: la condenación eterna (7). Pena común a todas las faltas graves, pero
determinada en estos pecados por un particular aspecto: el impuro viola
personalmente y arruina su propio cuerpo. Huid la fornicación-dice San Pablo-,
pues cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el
que fornica, peca contra su propio cuerpo (1Co
6,18).
Y en otro lugar: La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os abstengáis
de la fornicación; que cada uno sepa tener a su mujer en santidad y honor, no
con afecto libidinoso, como los gentiles, que no conocen a Dios (1Th
4,3-5).
b) Y resulta más repugnante el pecado cuando el cristiano peca con una mujer
prostituta, obligando a unos miembros de Cristo a ser miembros de un cuerpo vil
de lujuria: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a
tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz? ¡No lo
quiera Dios! ¿No sabéis que quien se allega a una meretriz se hace un cuerpo con
ella? (1Co
6,15-16).
Añádase a esto que todo cristiano es templo vivo del Espíritu Santo; manchar su
cuerpo con impurezas, equivaldría a arrojar fuera de sí al Espiritu divino, que
lo habita.
c) Particular malicia encierra el delito de adulterio.
Siendo cierto, como enseña el Apóstol, que los esposos están tan íntimamente
vinculados el uno al otro que ninguno de ellos posee ya el dominio de su cuerpo,
sino que el marido debe uniformarse a la voluntad de la mujer, y la mujer a la
voluntad de su esposo (8), fácilmente se comprenderá que el cónyuge que sustrae
su cuerpo al derecho del otro peca gravísimamente, no sólo contra la castidad,
sino también contra la justicia.
El adulterio imprime en quien lo comete la más torpe nota de infamia. La Sagrada
Escritura dice: El adúltero es un mentecato; sólo quien quiere arruinarse a sí
mismo hace tal cosa. Se hallará con palos e ignominia; y su afrenta no se
borrará nunca (Pr
6,32-33).
d) La misma severidad de la ley nos revela la gravedad de estas culpas. En el
Antiguo Testamento ordenó Dios que los adúlteros fueran apedreados (9); y en
alguna ocasión Dios ordenó la destrucción de toda una ciudad por el pecado de
uno de sus habitantes (10). Son numerosos, por lo demás, los casos de ira divina
contra la lujuria: la destrucción de Sodoma (11), el castigo de los israelitas
que fornicaron con las hijas de Moab (12), la destrucción de los benjaminitas
(13), etc.
Y aunque a veces los impuros escapan a la muerte, jamás se ven libres de
angustiosos tormentos y terribles castigos. La lujuria obceca tan obstinadamente
al alma, que sus víctimas llegan a hacer caso omiso de Dios, de su propia
dignidad, de sus hijos y aun de su propia vida. De tal manera pervierte y
atrofia las energías espirituales y las físicas, que llega a convertir a sus
pobres esclavos en seres inútiles para sí y para la misma vida social. En la
Sagrada Escritura abundan ejemplos significativos y aleccionadores: David,
cegado por el adulterio, se transformó de suave en cruel y no se detuvo ni ante
el asesinato, sacrificando a su leal servidor Urías (14); Salomón, esclavo de
los placeres sexuales, apostató de Dios y llegó hasta el extremo de la idolatría
(15). Justamente pudo escribir el profeta Oseas: Fornicación, vino y mosto
quitan el juicio ().
2) AVERSIÓN REAL.-Y ya en el orden práctico de los actos tiene el cristiano a su
disposición remedios eficacísimos para conservar la castidad:
a) Ante todo, se impone la huida del ocio. El profeta Ezequiel escribe que los
habitantes de Sodoma cayeron en aquella vergonzosa maldad de la concupiscencia
por no haber huido las delicias del apoltronamiento (16).
b) Hay que evitar, además, los excesos en la comida y bebida. Yo las harté-dice
Dios por el profeta-, y ellos se dieron a adulterar (Jr
5,7).
La experiencia confirma que los excitantes placeres de la mesa son causas
frecuentes de lascivia. El mismo Cristo nos amonesta en su Evangelio: Estad
atentos, no sea que se emboten vuestros corazones por la crápula y la embriaguez
Lc 21,34); y San Pablo: No os embriaguéis de vino, en el cual está la liviandad
(@Ep 5,18@).
c) Los ojos, sobre todo, son focos que encienden en el corazón la sensualidad.
El Evangelio dice: Si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti (Mt
5,29).
Y el santo Job: Había hecho pacto con mis ojos de no mirar a virgen (@Jb 31,1@).
La experiencia confirma también
que muchas caídas tuvieron su origen en miradas lascivas. Por haber mirado,
pecaron David (17), Siquén (18) y los dos viejos calumniadores de Susana (19).
d) Otro incentivo sensual es la moda deshonesta.
Aparta tus ojos de mujer muy compuesta-aconseja el Eclesiástico-y no fijes la
vista en la hermosura ajena (Si
9,8).
Las mujeres sobre todo-naturalmente inclinadas al excesivo adorno de su
cuerpo-piensen seriamente en sus gravísimas responsabilidades y recuerden las
palabras de San Pedro: Vuestro ornato no ha de ser el exterior del rizado de los
cabellos, del ataviarse con joyas de oro o el de la compostura de los vestidos,
sino el oculto en el corazón, que consiste en la incorrupción de un espíritu
manso y tranquilo (1P 3,3-4). Y aquellas otras de San Pablo: Quiero también las
mujeres con hábito honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni
oro, ni perlas, ni vestidas costosos, sino con obras buenas, cual conviene a
mujeres que hacen profesión de piedad (1Tm 2,9). Resulta inadmisible pensar que
algunas no duden en sacrificar los eternos valores del alma y el íntimo
ornamento de la virtud a las bagatelas externas y caducas,
e) Compañera de la deshonestidad en el vestir suele ser la obscenidad en las
conversaciones. Los jóvenes sobre todo suelen ser víctimas de este serio
peligro. Las malas conversaciones-amonesta San Pablo-estragan las buenas
costumbres (1Co
15,33).
f) Con las conversaciones deshonestas suelen ir juntas las canciones
licenciosas, los bailes, las lecturas pornográficas, las pinturas obscenas, etc.
Medios todos que suele aprovechar el enemigo para encender el fuego de la pasión
en los corazones juveniles.
El Concilio de Trento tiene oportunas y sapientísimas disposiciones a este
respecto, que no deben ser ignoradas (20).
Evitadas cuidadosamente todas estas ocasiones, desaparecerían casi todos los
incentivos de la sensualidad.
B) Medios positivos para vivir la castidad
1) Ante todo se impone, en esta lucha contra las naturales tendencias al mal, la
frecuencia de la confesión y de la comunión, la asiduidad de la oración, la
limosna y el ayuno.
No olvidemos que la castidad es un don de Dios, y que Dios no la niega jamás a
quien sabe pedirla convenientemente, como no permitirá que seamos tentados sobre
nuestras fuerzas (1Co
10,13).
2) Tiene también grandísima importancia en esta batalla contra los instintos de
la carne la práctica de la mortificación del cuerpo con ayunos y vigilias,
peregrinaciones y otros ejercicios de penitencia propios de la virtud de la
templanza.
San Pablo escribía a los Corintios: Quien se prepara para la lucha, de todo se
abstiene, y eso para alcanzar una corona corruptible; mas nosotros, para
alcanzar una incorruptible (1Co
9,24). Y poco después añade: Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no
sea que, habiendo sido heraldo para los otros, resulte yo descalificado (1Co
9,27). Y en la Carta a los Romanos: No os deis a la carne para
satisfacer sus concupiscencias (Rm
13,14).
___________________
NOTAS:
(1) SAN AMBROSIO, De officiis, 1.1 c.50: ML 16,108.
(2) SAN AGUSTÍN, Quaest 31 in Ex: ML 34,620ss.
(3)
Gn 38,24.
(4) Dt 23,17.
(5) Tb 4,12,
(6) Cf. C. Trid., ses.XIV: D 969; cn.2: D 977.
(7) Ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
sodomitas, poseerán el reino de los cielos (1Co
6,10).
(8) La mujer no es dueña de su propio cuerpo, es el marido; e igualmente el
marido no es dueño de su propio cuerpo, es la mujer (1Co
7,4).
(9) Si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros
serán castigados con la muerte (Lv
20,10).
(10) Cf. el episodio de los siquemitas (Gn
34).
(11) Cf. Gn 19,24.
(12) Cf. Num. 51,4.
(13) Cf. c.20 de Jue.
(14) Cf. c.ll del 2 Re.
(15) Cf. c.ll del 3 Re.
(16) Mira cuál fue la iniquidad de Sodoma, tu hermana: tuvo gran soberbia,
hartura de pan y mucha ociosidad (Ez
16,49).
(17) 2 Re. 11,2,
(18) Gn 34,2.
(19) Da 13,8.
(20) C. Trid., ses.XXV, decreto sobre las imágenes: D 988.