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CAPITULO VI EL ORDEN SAGRADO
I. NECESIDAD E IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE ESTE SACRAMENTO
Empezaremos por destacar el hecho de que los demás
sacramentos se apoyan de alguna manera en el sacramento del orden, en cuanto que
sin él, o no pueden existir, o no pueden ser administrados, o quedan privados de
algunos de sus ritos sagrados y ceremonias solemnes.
Presenta, por consiguiente, el estudio de este sacramento un interés particular:
a) Primeramente para los mismos sacerdotes, quienes cuanto más profundamente
penetren en su conocimiento, más íntimamente conocerán y avivarán en ellos la
gracia de la ordenación sagrada
b) En segundo lugar para todos cuantos han abrazado el estado clerical, que
recabarán nuevo ardor en sus deseos de santidad y adquirirán nuevas
perspectivas, que les faciliten el acceso a las demás órdenes sagradas.
c) Y, por último, para todos los fieles, que comprenderán mejor el honor de que
deben ser rodeados los ministros del Señor y cuan grande privilegio sea para
ellos, si Dios se digna llamarles - o a alguno de sus hijos - al estado
sacerdotal.
A) Sublime dignidad
Veamos, ante todo, la sublime dignidad del sacerdocio. Los obispos y los
sacerdotes son, en realidad, los intérpretes y embajadores de Dios, a quien
visiblemente representan en la tierra y en cuyo nombre comunican a los hombres
la ley y los misterios de vida. No cabe concebir aquí abajo misión ni dignidad
más subliMc Con razón han sido llamados los sacerdotes, no simplemente ángeles
(2), sino dioses, por ser ellos, entre los hombres, los portadores de la virtud
y poder del Dios inmortal (3).
Y si esto vale para los sacerdotes de todos los tiempos, tiene lugar
evidentemente sobre todo en los de la Nueva Ley, a quienes ha sido conferido el
poder supremo de consagrar y sacrificar el cuerpo y la sangre de Cristo y el de
perdonar los pecados; poder misterioso y sin igual en la tierra, que trasciende
toda capacidad de humana razón. Como Jesucristo fue enviado por el Padre4 y como
los Doce fueron enviados por Cristo al mundo (5), del mismo modo los sacerdotes,
dotados de sus mismos poderes divinos, son enviados cada día entre los hombres
para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio para la
edificación del cuerpo de Cristo (Ep
4,12).
B) Necesidad de la vocación
Es claro, por consiguiente, que tan sublime dignidad no puede ser conferida con
ligereza a cualquiera, sino sólo a aquellos que den pruebas de poder llevarla
dignamente por la santidad de su vida, por su doctrina, por su fe y prudencia:
Ninguno se toma por sí este honor, sino el que es llamado por Dios, como Arón (He
5,4).
Prácticamente es llamado por Dios quien sea llamado por los legítimos pastores
de la Iglesia. Si alguno quisiese entrar en las filas de los ministros sagrados
indebidamente, sin una vocación divina, incurriría en la palabra del Señor: Yo
no he enviado a los profetas, y ellos corrían (Jer. 23,21).
No cabe imaginar individuos más desgraciados, más miserables y más peligrosos
para la Iglesia de Dios que semejantes intrusos.
Y porque lo más importante de nuestras acciones es el fin que las inspira
(establecido un buen fin, todo lo demás resultará perfecto), adviértase a
quienes aspiran a las sagradas órdenes que no deben prefijarse en ellas nada que
sea ajeno o indigno de tan alto ministerio. Éste es un punto tanto más
importante cuanto que no faltan sobre él, especialmente hoy, extrañas
aberraciones:
a) Tropezamos a veces con quienes se acercan al sacerdocio con la sola idea de
procurarse lo necesario para vivir, no viendo en él más que una fuente de
ganancias, un campo de sórdida especulación, como pueda serlo cual quier otro
oficio o profesión humana. Y aunque, según la frase del Apóstol, es justo que el
que sirve al altar viva del altar (1Co
9,13), sería, sin embargo, el más
grave de los sacrilegios subir al altar por avidez de lucro.
b) Otros se deciden a entrar en el orden sacerdotal por la ambición y apetito de
honras y honores.
c) Por último, algunos aspiran al sacerdocio con la sola mira de riquezas, de
tal manera que, si no se les confiere un beneficio pingüe, no piensan más en las
sagradas órdenes.
Cristo en el Evangelio llama a todos éstos mercenarios B, y de ellos decía
Ezequiel que se apacientan a sí mismos y no a sus rebaños T. La vergonzosa
bajeza de tales individuos no sólo arroja una siniestra sombra sobre la sublime,
dignidad sacerdotal, por la que el pueblo fiel termina despreciando como innoble
al mismo sacerdote piadoso, sino que hace que ellos mismos no recaben de su
sacerdocio más que lo que recabó Judas: su propia condenación.
No hay más que una puerta real en la Iglesia para entrar dignamente, como
llamados por Dios, en el sacerdocio: consagrarse a los oficios sacerdotales
exclusivamente para servir a la gloria del mismo Dios.
En realidad, el honor y servicio de Dios es un deber común a todos los hombres,
inherente a nuestra condición de criaturas; deber al que hemos de consagrarnos -
especialmente quienes hemos recibido la gracia bautismal- con todo corazón, con
toda el alma y con todas las fuerzas 8. Pero quienes se encaminan al sacerdocio
deben proponerse no sólo buscar la gloria de Dios en todas las cosas (deber
común a todos los hombres), sino celar con particular cuidado la gloria y el
honor del Señor, consagrándose a vivir y a ejercitar santamente las cargas del
ministerio sagrado a que pretenden dedicarse.
Porque así como en un ejército todos los soldados obedecen las órdenes del jefe
superior, mas debajo de éste hay oficiales y suboficiales, así también en la
Iglesia, los consagrados por el sacramento del orden cumplen distintos oficios y
ministerios entre el pueblo para que las almas rindan a Dios debidamente el
obsequio que le es debido.
C) Fundones sacerdotales
Son funciones propias de los sacerdotes:
a) Ofrecer el santo sacrificio por sí y por todo el pueblo cristiano (9).
b) Predicar la palabra y la ley divina, exhortando y enseñando a los fieles a
observarla con exactitud y alegría (10).
c) Administrar los sacramentos, por los cuales se nos comunica y aumenta la
gracia (11).
En una palabra, los sacerdotes, separados y segregados del resto del pueblo,
ejercen por las almas los más santos y sublimes ministerios.
D) Poderes sacerdotales
Esto supuesto, analicemos cuanto a este sacramento se refiere, para que los
aspirantes al sacerdocio comprendan el oficio y potestad sublime a que han sido
llamados por Dios y todos caigamos en la cuenta del misterioso y sin igual poder
comunicado por Dios a los ministros de su Iglesia.
Divídese el poder sacerdotal en potestad de orden y potestad de jurisdicción.
La potestad de orden es la relativa al cuerpo de Cristo en la Eucaristía; la de
jurisdicción se ejerce en su Cuerpo místico; es la capacidad de gobernar y guiar
a los fieles hacia la eterna bienaventuranza.
La potestad de orden no se agota con la facultad de consagrar la Eucaristía.
Implica también el ministerio santo de disponer y preparar a las almas para
recibir el sacramento eucarístico, como todo lo demás que de alguna manera diga
relación con la misma Eucaristía.
La Escritura documenta ampliamente esta potestad. En San Juan dice el Señor:
Como me envió mi Padre, así os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a quien
perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les
serán retenidos (Jn
20,21-23). Y en San Mateo: En verdad
os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo y cuanto desatareis
en la tierra será desatado en el cielo (Mr. 18,18). Testimonios que, debidamente
explicados conforme a la autorizada doctrina de los Padres, iluminarán
grandemente la realidad de este sagrado poder sacerdotal.
Es potestad, además, que supera infinitamente a todos los poderes sagrados que
por ley natural competían a los ministros de las cosas santas. Porque también la
época que precedió en la historia de la humanidad a la ley escrita debió tener
un sacerdocio con poderes espirituales, como consta de hecho que tuvo una ley.
Y, según el pensamiento paulino, estas dos realidades - sacerdocio y leyestán
tan necesariamente unidas, que no puede existir la una sin el otro (12).
Conociendo los hombres por instinto natural que Dios debe ser adorado, era
lógico que cada colectividad tuviese sus ministros dedicados al culto divino con
potestad y poderes de índole espiritual.
Existía también, y con mayor razón, el sacerdocio en el pueblo de Israel. Mas
los poderes espirituales de los sacerdotes, si bien ya muy superiores a los del
sacerdocio de la ley natural; fueron infinitamente inferiores a los de los
sagrados ministros de la Ley evangélica (13). Éstos están dotados de una
potestad esencialmente divina, superior por su eficacia a la de los mismos
ángeles, que tiene su origen no en Moisés, sino en el mismo Jesucristo,
Sacerdote Sumo según el orden de Melquisedec. Poseyendo Él el sumo poder de
conferir la gracia y de perdonar los pecados, quiso dejarlo a su Iglesia, que lo
ejercita por medio de los sacerdotes en la administración de los sacramentos.
Los ministros designados para ejercer estos divinos poderes son consagrados en la Iglesia con especiales y solemnes ritos. Esta consagración se llama sacramento del orden o sagrada ordenación; expresiones usadas constantemente por los Padres para significar la sublime dignidad de los ministros de Dios. La palabra "orden", en su riguroso y preciso significado, expresa la distribución de los seres superiores e inferiores coordinados y jerarquizados entre sí en una recíproca relación. Y ha sido oportunamente aplicada al ministerio sagrado, que consta en efecto de muchos grados y distintas funciones, jerárquicamente distribuidas según una estrecha relación de subordinación.
IV. VERDADERO Y PROPIO SACRAMENTO
El Concilio de Trento afirma que la sagrada
ordenación debe contarse entre los verdaderos Sacramentos de la Iglesia (14),
aplicando a ella el mismo concepto y argumento esencial para todos los
sacramentos.
Sacramento, hemos repetido ya varias veces, es un signo de cosa sagrada; en él
los actos externos y sensibles significan y expresan la interior eficacia que
obra la gracia en el alma de quien los recibe. Ahora bien, el sagrado orden
realiza en sí mismo todos estos elementos. Luego es un verdadero y propio
sacramento.
Cuando el obispo entrega al ordenado de sacerdote el cáliz con vino y agua y la
patena con la hostia, le dice: "Recibe la potestad de ofrecer el sacrificio...
", etc. La Iglesia ha enseñado siempre que por estas palabras, mientras se hace
la entrega de la materia sensible, se confiere la efectiva potestad de consagrar
la Eucaristía y se imprime en el alma el carácter, con la adjunta gracia
necesaria para el válido y legítimo ejercicio de este ministerio (15). Asi lo
expresa claramente San Pablo en aquellas palabras a Timoteo: Te amonesto que
hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos.
Que no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de
templanza (2Tm
1,6-7).
"Siendo cosa divina - en frase del Concilio - el
ministerio de tan santo sacerdocio, fue conveniente para su más digno y santo
desarrollo que la legislación eclesiástica pensase en establecer una jerarquía
que desde la tonsura clerical ascendiese por grados a las órdenes menores y
mayores (16). Según la constante tradición de la Iglesia estos órdenes son
siete: ostiariado, lectorado, exorcistado, acolitado, subdiaconado, diaconado y
sacerdocio.
La jerarquía de estos órdenes está determinada por la relación de cada uno de
ellos con el sacrificio de la misa y con la administración de la Eucaristía,
para lo cual fueron instituíais.
Se dividefi en "mayores" o sagrados, y "menores". A los primeros pertenecen el
sacerdocio, el diaconado y el subdiaconado; a los segundos, los restantes.
Diremos unas palabras de cada uno de ellos.
La sagrada tonsura no es propiamente un orden, sino
"una preparación para recibir las órdenes". Del mismo modo que nos preparamos
para el bautismo con los exorcismos, y para el matrimonio con los esponsales,
también la tonsura, consagrando al candidato a Dios con el corte del cabello -
símbolo de lo que deberá ser en su vida - abre la puerta para el sacramento del
orden (17).
El tonsurado queda convertido en "clérigo". Este nombre significa que en
adelante Dios constituirá su elección y su herencia. A quienes en el pueblo
hebreo eran destinados al culto divino prohibió el mismo Dios se les asignase
parte alguna en la división de la Tierra Prometida, diciéndoles: Soy yo tu parte
y tu heredad en medio de los hijos de Israel (Num. 18,20). Porque si es cierto
que Dios es la heredad de todos los hombres, no lo es menos que debe serlo de
manera muy especial para quienes se han consagrado al ministerio sagrado.
Realízase la tonsura con el corte de los cabellos en forma de corona. Esta
corona debe conservarse perpetuamente (18) y agrandarse a medida que el
tonsurado asciende a los restantes órdenes superiores.
Tal práctica parece remontarse a los tiempos apostólicos. De ella nos hablan
Padres tan antiguos como San Dionisio Areopagita (19), San Agustín (20) y San
Jerónimo (21). Y algunos de estos escritores afirman que introdujo este rito el
mismo Príncipe de los Apóstoles en memoria de la corona de espinas impuesta a
Cristo en la pasión, para que los apóstoles llevaran como honor y gloria lo que
los judíos inventaron para vergüenza y martirio del Salvador y para significar
que todos los ministros de la Iglesia deben reproducir fielmente en sí la imagen
y el ejemplo de Jesucristo.
Otros Padres ven simbolizada en esta señal exterior la dignidad real de los que
han sido llamados al soberano servicio de Dios. A nadie mejor que a los sagrados
ministros convienen con toda propiedad y evidencia las expresiones con que San
Pedro designaba a todo el pueblo cristiano: "Vosotros sois linaje escogido,
sacerdocio real, nación santa" (1P
2,9).
Algunos por fin sostienen que la forma circular de la tonsura - la más perfecta
de todas las formas - simboliza la profesión más perfecta de vida, que han
abrazado los clérigos; y que el corte de los cabellos - cosa vana y superflua en
el hombre - expresa el desprecio y la renuncia al mundo exterior, con todas sus
vanidades, y el apartamiento del alma de todas las preocupaciones terrenas
A la tonsura sigue como primer grado de las órdenes
el ostariado.
Oficio del ostiario era en los primeros tiempos custodiar las llaves del templo
y cerrar sus puertas, no permitiendo su acceso a él a quienes no tenían el
derecho de hacerlo. Asistía también al santo sacrificio de la misa, vigilando
que nadie se acercase demasiado al altar y molestase al sacerdote en su
celebración.
Otras incumbencias del ostiario pueden colegirse del ceremonial de su
ordenación. El obispo, entregándole las llaves tomadas del altar, le dice:
"Pórtate como quien ha de dar cuenta a Dios de las cosas que guardan estas
llaves".
Puede darnos una idea de la antigüedad de este orden en la Iglesia el hecho de
que aun hoy el oficio de tesorero o custodio de la sacristía - que antiguamente
competía al ostiario - es un título de honor en la Iglesia.
El segundo grado del orden es el lectorado.
Al lector pertenecía leer en la iglesia en voz alta los iibros de la Sagrada
Escritura, especialmente las lecciones intercaladas en los maitines.
Era también incumbencia suya la primera instrucción cristiana de los
catecúmenos. Por eso el obispo en su ordenación, entregándole el libro de la
Sagrada Escritura en presencia del pueblo, le dice: "Recibe y sé promulgador de
la palabra de Dios, teniendo parte con aquellos que desde el principio
administraron bien la palabra divina si fielmente y con provecho cumplieres tu
oficio".
El tercer grado del orden es el exorcistado.
Al exorcista se le confiere la potestad de invocar el nombre de Dios sobre los
endemoniados. Por esto el obispo, al ordenarles, les presenta el libro que
contiene los exorcismos y les dice: "Tomad y aprendedlo de memoria y recibid
potestad de imponer las manos sobre los energúmenos, ya sean bautizados, ya
catecúmenos".
El cuarto y último de los órdenes menores es el
acolitado.
Oficio del acólito es asistir y ayudar a los ministros mayores - diácono y
subdiácono - en el sacrificio del altar. Llevan además y custodian las luces
encendidas durante la celebración de la santa misa, especialmente durante la
lectura del evangelio. Por esto se les llama también "ceroferarios".
El obispo, al ordenarles, les amonesta primero solemnemente sobre sus deberes,
después entrega a cada uno una vela, diciéndoles: "Tomad el candelero con la
vela y sabed que os dedicáis a encender las luces de la Iglesia en el nombre del
Señor. " Por último les hace tocar las vinajeras vacías, en las que se
administra el agua y el vino para el sacrificio, diciéndoles: "Tomad las
vinajeras para servir el vino y el agua para la sangre de Cristo en la
Eucaristía en el nombre del Señor".
Es el primero de los órdenes mayores o sagrados.
Oficio del subdiácono es - como su mismo nombre indica - servir al diácono en el
altar. Prepara los corporales, el cáliz, el pan y el vino para la celebración de
la misa; ofrece el agua al obispo y al sacerdote cuando se lavan las manos;
canta la epístola, que antiguamente era leída por el diácono, y asiste como
testigo a todo el desarrollo del divino sacrificio, cuidándose de que nadie
moleste al sacerdote durante su celebración.
Las solemnes ceremonias de su ordenación ponen de relieve los santos ministerios
del subdiaconado. El obispo le advierte en primer lugar que el sagrado orden va
unido a la ley de la castidad perfecta, y que ninguno será admitido en él si no
promete con voluntad libre guardarla in - condicionalmente. Luego, después de
recitar solemnemente las letanías, enumera y comenta los oficios y obligaciones
del subdiaconado. Terminado lo cual, cada uno de los ordenados recibe del obispo
el cáliz y la sagrada patena, y del arcediano (para significar que el subdiácono
ha de servir al diácono en su oficio) las vinajeras llenas de vino y agua, con
la palangana y la toalla, mientras el obispo pronuncia estas palabras:
"Considerad qué ministerio se os entrega; por tanto, os amonesto que os
conduzcáis en él de modo que podáis agradar a Dios. " Siguen otras oraciones. Y
por último, después de imponer al subdiácono los ornamentos sagrados, con
especiales fórmulas y ceremonias para cada uno de ellos, el obispo les entrega
el libro de las Epístolas, cliciéndoles: "Tomad el libro de las epístolas y
tened potestad de leerlas en la santa Iglesia de Dios, así por los vivos como
por los difuntos. "
El segundo de los órdenes mayores es el diaconado,
ministerio de más amplia función y de más insigne santidad que el subdiaconado.
Pertenece al diácono seguir siempre al obispo, asistiéndole mientras predica,
como también al sacerdote cuando celebra o administra los sacramentos, y cantar
el evangelio en la Misa solemne.
Antiguamente pertenecía también al diácono el amonestar a los fieles sobre la
asistencia y debida atención en las sagradas funciones, distribuir la Eucaristía
bajo la especie de vino (22) y administrar los bienes eclesiásticos, proveyendo
a cada uno lo necesario para sus necesidades.
Debían también los diáconos vigilar - como ojos del obispo - sobre la vida
religiosa de la comunidad cristiana y sobre la frecuencia de los fieles a las
funciones litúrgicas, advirtiendo de todo ello al obispo para que éste pudiera
hacer a cada uno las debidas admoniciones en secreto o en público, según lo
juzgara más oportuno.
Debían por último llevar nota de los catecúmenos y presentar al obispo los
nombres de quienes habían de ser ordenados. En ausencia del obispo y del
sacerdote, podían también explicar el Evangelio, mas no desde el pulpito, para
significar la excepcionalidad de este oficio.
San Pablo nota cuidadosamente la obligación de impedir a los indignos el acceso
a este sagrado orden, prescribiendo a Timoteo las costumbres, virtudes y pureza
de vida que deben adornar a los diáconos (23).
Suficientemente lo significan también los ritos y ceremonias solemnes con que
son ordenados por el obispo. Usando oraciones más largas y más fervientes que en
la ordenación del subdiácono, reviste al ordenando con nuevos ornamentos.
Impónele, además, las manos, como hicieron los apóstoles - según los Hechos - en
la ordenación de los primeros diáconos (24). Por último, le entrega el libro de
los Evangelios, diciendo: "Recibe la potestad de leer el Evangelio en la Iglesia
de Dios, así por los vivos como por los difuntos, en el nombre del Señor.
El tercer y supremo grado de las órdenes mayores es
el sacerdocio.
Con dos nombres suelen designar los Padres de la Iglesia a quienes lo reciben;
unos les llaman presbíteros (palabra que en su etimología griega equivale a
"anciano"), no sólo por la necesaria madurez de los años, sino mucho más por la
gravedad de costumbres, doctrina y prudencia indispensables, según aquéllo del
Salmo: Que la honrada vejez no es la vida de los muchos años, ni se mide por el
número de días. La prudencia es la verdadera canicie del hombre, y la verdadera
ancianidad es una vida inmaculada (Sg
4,8-9). Otros les designan con el
nombre de sacerdotes, porque están consagrados a Dios y porque tienen poder para
administrar los sacramentos y tratar las cosas santas y divinas.
La Sagrada Escritura distingue un doble sacerdocio: uno interno y otro externo.
Pertenece a todos los fieles en virtud del bautismo, y especialmente a los justos, que poseen el espíritu de Dios y se convierten por la gracia en miembros vivos de Cristo, Sumo Sacerdote. En virtud de este sacerdocio, los fieles, con una fe inflamada de caridad, ofrecen a Dios víctimas espirituales sobre el altar de su alma. Son todas las obras buenas y enderezadas a la gloria de Dios. El Apocalipsis dice: Jesucristo nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios, su Padre (Apoc. 1,5-6). Y el Príncipe de los Apóstoles: Vos - otros, como piedras vivas, sois edificados en casa espiritual por Jesucristo (1P 2,5). San Pablo nos exhorta igualmente: Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, san ta, grata a Dios; éste es vuestro culto racional (Rm 12,1). Y mucho antes David: El 'Sacrificio grato a Dios es un corazón contrito. Tú, ¡oh Dios!, no desdeñes un corazón contrito y humillado (Ps 50,19). Testimonios todos que evidentemente se refieren al sacerdocio interior.
El sacerdocio exterior, en cambio, no pertenece
indistintamente a todos los fieles, sino sólo a un restringido número de
elegidos, ordenados y consagrados a Dios por la legítima imposición de las manos
y las solemnes ceremonias de la Iglesia y destinados a ejercer específicos
ministerios sagrados (25).
La distinción de este doble sacerdocio puede verse ya en el Antiguo Testamento.
Del interior nos hablaba el citado texto de David. Y son conocidos los graves
preceptos impuestos por Dios a Moisés y a Arón para el ejercicio del sacerdocio
externo (26). A él estaba destinada toda la tribu de Leví para servicio del
templo, con prohibición taxativa de que ninguna otra tribu se arrogase estas
funciones sacerdotales (27). Tanto que el mismo rey Ozías fue castigado por Dios
con la lepra por haber usurpado un oficio sacerdotal, pagando gravísimamente su
arrogante sacrilegio (28). Y en el Evangelio se conserva claramente esta misma
distinción de sacerdocio.
Aquí nos referimos exclusivamente al sacerdocio externo, conferido a
determinados hombres, porque sólo éste es el que corresponde al sacramento del
orden.
Los oficios de los sacerdotes son: ofrecer a Dios el sacrificio de la misa y
administrar los sacramentos instituidos por Jesucristo.
Estos oficios están claramente expresados en las ceremonias de la ordenación. El
obispo que consagra al nuevo sacerdote, primeramente le impone las manos, a la
vez que todos los sacerdotes presentes. Después, poniéndole la estola sobre los
hombros, la hace bajar sobre el pecho en forma de cruz, significando con ello
que el sacerdote recibe del cielo la fuerza necesaria para llevar la cruz de
Cristo y el yugo de la divina ley, de la cual él ha de ser abanderado, no sólo
con la palabra, sino, y sobre todo, con el ejemplo elocuente de su santa vida.
Le unge después las manos con el óleo santo y le entrega el cáliz con el vino y
la patena con la hostia, diciéndole: "Recibe la potestad de ofrecer el
sacrificio a Dios y de celebrar misas tanto por los vivos como por los
difuntos". Queda constituido así el sacerdote representante y mediador entre
Dios y los hombres, y ésta constituirá su suprema misión sobre la tierra. Por
último, imponiéndole por segunda vez las manos sobre la cabeza, el obispo le
dice: "Recibe el Espíritu Santo; a aquellos a quienes perdonares sus pecados,
les serán perdonados, y aquellos a quienes se los retuvieres, les serán
retenidos", confiriéndole así aquella divina potestad de atar y desatar los
pecados que concedió Cristo a los Doce (29).
3) GRADOS DIVERSOS DEL SACERDOCIO. - Aunque es único el sacerdocio en la
Iglesia, reviste, sin embargo, múltiples grados de autoridad y dignidad.
1. ° Un primer grado está constituido por los simples sacerdotes, cuyas sagradas
atribuciones acabamos de exponer.
2. ° El segundo grado es el de los obispos, puestos a la cabeza de cada una de
las diócesis para gobernar a los demás ministros de la Iglesia y a los fieles,
cuidando con el máximo celo y diligencia de su eterna salvación. Por esto en las
Sagradas Escrituras se les da frecuentemente el nombre de pastores. Su oficio
está descrito por San Pablo en su discurso a los de Éfeso, que nos refieren los
Hechos (30). También San Pedro en su primera Carta formula una regla divina del
ministerio episcopal (31) ; regla que los obispos deberán tener siempre muy
presente para ser efectivamente buenos pastores. Llamárnosles también
pontífices, término tomado del paganismo, en el que eran llamados pontífices los
príncipes de los sacerdotes.
3. ° El tercer grado es el de los arzobispos, que presiden a varios obispos. Se
les llama también "metropolitanos", por ser prelados de ciudades consideradas
como "madres" (matrices) de otras ciudades en la misma provincia. Les
pertenecen, por derecho, honores y poderes superiores a los de los obispos,
aunque en nada se diferencian de ellos en cuanto a la sagrada ordenación.
4. ° El cuarto es el de los patriarcas, primeros y supremos Padres.
Antiguamente, fuera del Sumo Pontífice, no había en la Iglesia más que cuatro
patriarcas, diferentes todos ellos en dignidad. El primero era el de Constan -
tinopla, el cual, aunque fue el último al que se concedió el honor patriarcal,
era considerado el superior en dignidad, por serlo de la ciudad capital del
Imperio. Seguíale después el de Alejandría, iglesia fundada - por mandato de San
Pedro - por San Marcos Evangelista. El tercero era el de Antioquía, primera
silla del Príncipe de los Apóstoles. Y, por último, el de Jerusalén, cuya sede
gobernó Santiago, hermano (primo) del Señor.
5. ° A la cabeza de todos, y sobre ellos, ha reconocido y venerado siempre la
Igesia católica al Sumo Pontífice Romano, a quien en el Concilio de Éfeso San
Cirilo llama "Arzobispo, Padre y Patriarca de toda la tierra". El Sumo Pontífice
es el obispo de Roma, y, sentado sobre la Cátedra de Pedro, reviste el más alto
grado de dignidad y el más vasto ámbito de jurisdicción; y ello no por concesión
de constituciones conciliares, o de decretos humanos, sino por divina
investidura. Él es Padre y Pastor de todos los fieles y de todos los obispos,
cualquiera sea su función y potestad. Como sucesor de Pedro y vicario legítimo
de Jesucristo, preside a la Iglesia universal.
La administración del sacramento del orden es de
derecho exclusivo del obispo, como consta y puede probarse ampliamente en la
Sagrada Escritura, en la constante tradición eclesiástica, en los testimonios
unánimes de los Padres y en los decretos conciliares (32).
El hecho de que en determinados casos haya sido concedida a los abades la
facultad de conferir órdenes menores, nunca mayores (33), en nada se opone al
principio de que la administración del sacramento del orden es prerrogativa
ordinaria y exclusiva de los obispos. Únicamente ellos pueden conferir las
órdenes mayores del subdiaconado, diaconado y presbiterado.
Los obispos, según traJición apostólica constantemente observada en la Iglesia,
son consagrados por tres obispos.
Réstanos ver quiénes son los sujetos idóneos capaces
de recibir este sacramento, especialmente el orden sacerdotal, y cuáles son las
dotes que deben presentar para poder ser admitidos a tan sublime dignidad.
Fácilmente se comprenderá que en este sacramento debe procederse en la elección
del sujeto con extraordinaria cautela, si se piensa que los demás confieren a
quienes los reciben una gracia de santificación personal, mientras que en éste
se confiere una gracia que los ordenandos, a través del sagrado ministerio,
deben participar a los demás fieles.
Y ésta es la razón por la que la Iglesia, según antiquísima costumbre litúrgica,
únicamente celebra las sagradas ordenaciones en determinados días solemnes, y
quiere que vayan precedidas de especiales plegarias y ayunos por parte de los
fieles; que el pueblo cristiano considere como el supremo de todos sus intereses
el implorar de Dios que los sagrados ministros del altar sean diqnos y capaces,
por la santidad de sus vidas, de desempeñar su santo ministerio con provecho
para la Iglesia y para las almas.
1. ° El aspirante al sacerdocio debe ante todo distinguirse por su intearidad de
vida y pureza de costumbres (34), no sólo porque incurriría en gravísimo
sacrilegio quien osase acercarle a las sagradas órdenes con conciencia de pecado
mortal, sino porque toda la vida del sacerdote debe resplandecer ante el pueblo
como lámpara ardiente de virtud y de inocencia.
San Pablo insiste vigorosamente en sus Epístolas a Tito y a Timoteo (35) sobre
los requisitos necesarios en los ministros saarados. Y la Iqlesia católica
aplica a sus sacerdotes, en sentido estrictamente espiritual, la prohibición que
en el Antiguo Testamento, y por mandato divino, excluía del sagrado ministerio a
quienes tenían determinados defectos físicos (36). Una antigua costumbre
eclesiástica exige que los ordenandos precedan sus órdenes con una diligente
confesión.
2. ° El sacerdote debe poseer además una ciencia perfecta, no sólo de cuanto se
refiere a la administración de los sacramentos, sino también de la Sagrada
Escritura y de la doctrina cristiana, para poder enseñar al pueblo los misterios
de la fe y los mandamientos de la ley divina y estimular las almas a la virtud y
a la piedad, apartándolas del pecado (37).
Porque dos son los principales oficios del sacerdote: administrar los
sacramentos e instruir en la religión cristiana a los fieles que tienen
encomendados. El profeta Mala - quias dice: Los labios del sacerdote han de
guardar la ¡sabiduría y de su boca ha de salir la doctrina, porque es un enviado
de Yave Sabaot (Mal. 2,7). Y si puede cumplir el primer oficio con una ciencia
mediocre, no así el segundo, que exige una ciencia profunda. Sin que esto
signifique que todos los sacerdotes han de poseer una misma cultura y
extraordinaria erudición, ya que no todos habrán de ser destinados a cargos de
especiales exigencias.
3. ° No puede ser conferido el sacramento del orden a los niños ni a los locos o
exaltados, privados del uso de la razón; aunque, en el caso de que se les
administrase, se les imprimiría igualmente el carácter sacramental.
Los decretos del Concilio de Trento fijan expresamente la edad en que pueden ser
conferidas cada una de las órdenes (38). "
4. ° Deben también excluirse de este sacramento los esclavos. Difícilmente
podría dedicarse al culto divino quien no es dueño de su persona ni de sus actos
(39).
5. ° Tampoco pueden ser admitidos los sanguinarios y homicidas, que por ley
eclesiástica son irregulares (40).
6. ° Igualmente deben excluirse todos aquellos que no han nacido de legítimo
matrimonio (41). Ha sido siempre criterio constante de la Iglesia que sus
ministros sagrados no tengan absolutamente nada, en sí o en sus vidas, que pueda
exponerles al desprecio o a la irrisión.
7. ° Por último, deben ser rechazados también los físicamente deformes o
defectuosos, porque su falta o deformidad constituiría una repugnancia y a veces
un obstáculo para la administración de los sacramentos (42).
Veamos por último los efectos de este sacramento.
Si bien es cierto que el orden sagrado tiene como fin principal la utilidad
general de la Iglesia, también lo es que confiere a quien lo recibe los
siguientes dones:
1) La gracia santificante, con la cual se hace idóneo para cumplir rectamente su
oficio y administrar los sacramentos, lo mismo que la gracia del bautismo cc.
ncede a las almas la capacidad de recibirlos.
2) La gracia de un especial poder respecto al sacramento de la Eucaristía.
Plenitud de poder en el sacerdote, que puede consagrar el cuerpo y la sangre del
Señor; y la gracia mayor o menor en los ministros inferiores, según que el orden
recibido por cada uno les acerque más o me nos al servicio del sacramento
eucarístico.
3) Esta gracia especial constituye el carácter. Por él los ordenandos se
distinguen de los simples fieles, en virtud de una señal interior impresa en sus
almas, que les vincula al culto divino. A esto quizá alude San Pablo cuando
escribe a Timoteo: No descuides la gracia que posees, que te fue conferida, en
medio de buenos augurios, con la imposición de manos de los presbíteros (1Tm
4,14).
Y en otro lugar: Por esto te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que
hay en ti por la imposición de mis manos (2Tm
1,6) (43).
Y basten estas sencillas reflexiones sobre el sacramento del orden, con las que
los sacerdotes podrán formar a los fieles en la piedad cristiana (44).
(1) Te amonesto que
hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (2Tm
1,6).
(2) Los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca ha de
salir la doctrina, porque es un ángel de Yavé Sebaot (Mal. 2,7).
(3) Cf. Ex 22,27-28.
(4) Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino pata
que el mundo sea salvo por Él (Jn
3,17).
El que no honra al Hijo, no honra al Padre, que le envió (Jn
5,23).
(5) Como me envió mi Padre, así os envío yo (Jn
20,21).
(6) Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las
ovejas; el asalariado, el que no es pastor, dueño de las ovejas, ve venir al
lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata y dispersa las ovejas, porque
es asalariado y no se cuida de las ovejas (Jn
10,12-13).
(7) Fuéme dirigida la palabra de Yavé, diciendo: hijo de hombre, profetiza
contra los pastores de Israel. Profetiza diciéndo - les: Así habla el Señor,
Yavé: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿Los
pastores no son para apacentar el rebaño? Pero vosotros coméis su grosura, os
vestís de su lana, matáis lo que engorda, no apacentáis a las ovejas. No
confortasteis a las flacas, no curasteis a tas enfermas, no vendasteis a las
heridas, no redujisteis a las descarriadas, no buscasteis a las perdidas, sino
que las dominabais con violencia y con dureza. Y así andan perdidas mis ovejas
por falta de pastor, siendo presa de todas las fieras del campo (Ez
34,1-5).
(8) Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu mente. Éste es el más grande y el primer mandamiento (Mt
22,37).
(9) Todo pontífice tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es
instituido para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios
por los pecados, para que pueda compadecerse de los ignorantes y extraviados,
por cuanto él está también rodeado de flaqueza, y a causa de ella debe por sí
mismo ofrecer sacrificios por los pecados, igual que por el pueblo (He
5,1-3).
(10) Para que sepáis discernir entre lo santo y lo profano, entre lo puro y lo
impuro, y enseñar a los hijos de Israel todas las leyes que por medio de Moisés
les ha dado Yave (Lv
10,11).
Si una causa te resultare difícil de resolver, entre sangre y sangre, entre
contestación y contestación, entre herida y herida, objeto de litigio en tas
puertas, te levantarás y subirás al lugar que Yave, tu Dios, haya elegido, y te
irás a los sacerdotes hijos de Leví, al juez entonces en funciones, y le
consultarás; él te dirá la sentencia que haya de darse conforme a derecho.
Obrarás según la sentencia que te hayan dado en el lugar que Yave ha elegido, y
pondrás cuidado en ajusfarte a lo que ellos te hayan enseñado (Deut. 17,8-10).
(11) Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor
Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan y, después de dar gracias,
lo partió y dijo: Ésto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en
memoria mía (1Co
11,23-24).
(12) Mudado el sacerdocio, de necesidad ha de mudarse también la ley (He
7,12).
(13) El apóstol San Pablo nos ha dejado magistralmente expuestas la diferencia y
superioridad del sacerdocio evangélico sobre el levítico en su Epístola de los
Hebreos:
El levítico ejercía su ministerio en el tabernáculo de la tierra donde, según la
Escritura (), moraba el Señor en medio de su pueblo; Jesucristo ejerce su
sacerdocio en el tabernáculo del cielo, en la presencia del Padre, donde está
intercediendo siempre por nosotros:
Tenemos un Pontílice que está sentado a la diestra del trono de la Majestad de
los cielos; ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, hecho por el
Señor, no por el hombfe (He
8,1-2).
El levítico respondía a una alianza sinaítica; el de Cristo, a una alianza
nueva, espiritual, que supone la abrogación de la antigua, según lo habían
anunciado los profetas:
Pues, si la perfección viniera por el sacerdocio levítico (pues bajo él recibió
el pueblo la Ley), ¿qué necesidad había de suscitar otro sacerdote según el
orden de Melquistdec, y no denominarlo según el orden de Arón... ?
De aquéllos fueron muchos los sacerdotes, por cuanto la muerte les impidió
permanecer; pero éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio
perpetuo,, Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por El se
acercan a Dios, y siempre vive para ínter' ceder por ellos.
Y tal convenia que fuese nuestro Pontífice, santo, inocente, inmaculado,
apartado de los pecadores y más alto que los cielos; que no necesita, como los
pontífices, ofrecer cada día víctimas, primero por sus pecados y luego por los
del pueblo, pues esto lo hizo una sola vez, ofreciéndose a sí mismo. En suma: la
Ley hizo pontífices a hombres
débiles, pero la palabra del juramento que sucedió a la Ley, instituyó al Hijo
para siempre perfecto (He
7,11
He 23-28).
Los sacrificios de animales que ofrecían los sacerdotes de la Ley antigua no
tenían valor por sí mismos, sino en cuanto expresaban la devoción de los
oferentes. Su valor era, pues, muy limitado, y no podían expiar los pecados y
dar al hombre la justicia perfecta con que se merece la gloria. Pero Jesucristo,
Hijo de Dios, en virtud de la dignidad infinita de su persona y de la
perfectísima devoción con que se ofreció a la muerte por cumplir la voluntad del
Padre, realizó un sacrificio perfecto, de valor infinito, en favor de la
humanidad entera. El sacrificio de la misa que cada día se celebra en la iglesia
no es otro que el sacrificio de Jesucristo, que, según su mandato, se renueva
para conmemorar el suyo y aplicar a los hombres los méritos infinitos que Él
alcanzó:
Pues como la Ley es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de
las cosas, en ninguna manera puede con los sacrificios que cada año sin cesar le
ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofreccn...
Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer sus mi' nisterios y
ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los
pecados. Este, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se
sentó a la diestra de Dios... De manera que con una sola obligación perfeccionó
para siempre a los santificados (He
10,1
He 11-14)
(NÁCAR - COLUNGA, Sagrada Biblia, p. 1476-1479).
(14) La mayor parte de los protestantes de todos los tiempos han puesto especial
interés en negar y menospreciar la existencia de una verdadera y sagrada
jerarquía en la Iglesia de Cristo. Pero sus más enconados tiros han ido siempre
dirigidos contra la auténtica sacramentalidad del orden.
Según unos - los más rabiosos enemigos del sacerdocio católico-, se trata de una
mera invención de los hombres, "hombres inexpertos en asuntos eclesiásticos".
Según otros, los más benignos, el sacerdocio no es más que uno de tantos
servicios necesarios en la comunidad, un género de rito, a lo sumo, por el que
se seleccionan los ministros de la palabra de Dios y de los sacramentos.
Posteriormente, los modernistas pretenderán derivar la doctrina católica del
sacramento del orden de un lógico proceso de la historia. Según antiquísima
costumbre de la Iglesia - di-
cen-, el jefe de la comunidad cristiana debía presidir las funciones litúrgicas;
poco a poco, estos presidentes fueron desempeñando nuevos ministerios,
actualmente atribuidos a los sacerdotes. Y sólo por este proceso histórico se
llegó al concepto actual de sacramento.
Contra unos y otros ha fulminado la Iglesia sus más graves anatemas:
"Si alguno dijere que el Orden, o sea la sagrada ordenación no es verdadera y
propiamente Sacramento, instituido por Cristo Nuestro Señor, o que es una
invención humana, excogitada por hombres ignorantes de las cosas eclesiásticas,
o que es sólo un rito para elegir a los ministros de la palabra de Dios y de los
Sacramentos, sea anatema"^. Trid., s. XXIII, c. 3, del Sacramento del Orden: D
963).
"Si alguno dijere que con las palabras: "Haced esto en memoria mía" (Lc
22,19)
Cristo no instituyó sacerdotes a sus apóstoles, o que no les ordenó que ellos y
los otros sacerdotes ofrecieran su cuerpo y su sangre, sea anatema" (C. Trid.,
ses. XXII, c. 2 sobre el Sacrificio de la Misa: D 949).
"Cuando la cena cristiana fue tomando poco a poco carácter de acción litúrgica,
los que acostumbraban presidir la cena adquirieron carácter sacerdotal" (error
condenado por el Decreto del Santo Oficio Lamentabili, a. 1907: D 2049).
"Si alguno dijere que por la sagrada ordenación no se da el Espíritu Santo, y
que por lo tanto en vano dicen los obispos: Recibe el Espíritu Santo", o que por
ella no se imprime carácter; o que aquel que una vez fue sacerdote puede
nuevamente convertirse en laico, sea anatema" (Trid., ses. XXIII, c. 4, del
Sacramento del Orden: D 964).
(15) Los teólogos católicos habían discutido hasta ahora sobre cuál de las
varias ceremonias con que se ordena a los ministros de la Iglesia era la
esencial; es decir, puesta ella, se tiene ya el sacramento (en las órdenes que
ciertamente son sacramento: diaconado, presbiterado y episcopado), aunque todas
las demás se omitan.
A tres principalmente se reducían las sentencias de los teólogos:
1) Para unos era la imposición de las manos.
2) Para otros, la entrega del libro en el diaconado y episcopado, y la del cáliz
y patena, con el agua, vino y forma, en el presbiterado.
3) Otros, finalmente, exigían como esenciales una y otra ceremonia: la
imposición de las manos y la entrega del libro, cáliz y patena.
Hoy día, después de la decisión formal de Pío XII en la constitución apostólica
Sacramentum Ordinis, del 30 de noviembre de 1947 (AAS (1948) 6ss. ), no cabe
discrepancia. El Sumo Pontífice ha zanjado la cuestión: "Con nuestra suprema
autoridad declaramos y en cuanto se requiere decretamos y disponemos que la
única materia en la ordenación de los diáconos, presbíteros y obispos es la
imposición de manos". Y, puesto que en la ordenación de los sacerdotes hay tres
imposiciones de manos, el documento pontificio concreta que la materia de la
ordenación es la primera, que se hace en silencio, y no su continuación con la
diestra extendida sobre los que reciben el presbiterado; ni la última, en que se
les dice: "Recibid el Espíritu Santo. A aquellos a quienes perdonareis sus
pecados, les serán perdonados..., etc. "
(16) C. Trid., ses. XXIII, c. 2: D 958. Doctrina expresamente definida después
en los cánones 6 y 2 de la misma sesión (D 966 y 962) :
"Sí alguno dijere que en la Iglesia Católica no existe una jerarquía, instituida
por ordenación divina, que consta de obispos, presbíteros y ministros, sea
anatema".
"Si alguno dijere que, fuera del Sacerdocio no hay etn la Iglesia Católica otras
órdenes, mayores y menores, por los que, como por grados se tiende al
Sacerdocio, sea anatema".
Mas quede bien claro que no hay varios sacramentos del orden, sino un solo orden
conferido sucesiva y progresivamente por acciones espirituales distintas, pero
formando un único todo moral.
No se divide este sacramento como un todo en partes ni como un género en
especies, sino como un todo potestativo, cuya naturaleza consiste en que el todo
está enteramente en una de sus divisiones (el grado supremo: episcopado) y
parcialmente en las demás.
(17) Ni el Código de Derecho canónico ni el Concilio Tri - dentino incluye la
tonsura en el número de las órdenes sagradas.
(18) "Vistan todos los clérigos traje eclesiástico decente, se gún las
costumbres admitidas en el país y las prescripciones del ordinario local. Lleven
tonsura o corona clerical, si no aconsejan otra cosa las costumbres corrientes
en los países" (CIC cn. 136; cf. 2379).
(19) SAN DIONISIO, De Eccl. hierar., c. 6: MG 3,535.
(20) SAN AGUSTÍN, Serm. de coníempíu mundi: MI. 40,1215.
(21) SAN JERÓNIMO, Epist. ad Nepotianum: ML 22,527ss.
(22) Los doce, convocando a la muchedumbre de los discípu - los, dijeron: No es
razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios para
servir a las mesas; elegid, hermanos, de entre vosotros, a siete varones
estimados) de todos, llenos de espíritu y de sabiduría, a los que constituya'
mos sobre este ministerio, pues nosotros debemos atender a la oración u al
ministerio de la palabra (Ac
6,2-4).
(23) Conviene que los diáconos sean honorables, exentos de doblez, no dados al
vino ni a torpes ganancias; que guarden el misterio de la fe en una conciencia
pura. Sean probados primero, g luego ejerzan su ministerio, si fueren
irreprensibles (1Tm
3,8-10).
(24) Fue recibida la propuesta (de elegir los diáconos) por toda la muchedumbre,
y eligieron a Esteban, a Felipe..., ios cuales fueron presentados a los
apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos (Ac
6,5-6).
(25) "Si alguno dijere que en el Nuevo Testamento no existe un sacerdocio
visible y externo, o que no se da potestad alguna de consagrar y ofrecer el
verdadero cuerpo y sangre del Señor y de perdonar los pecados, sino isólo el
deber y mero ministerio de predicar el Evangelio, y que aquellos que no lo
predican no son absolutamente sacerdotes, sea anatema" (C. Trid., ses. XXIII el,
del sacramento del orden; cf. D 957 y 960).
(26) Cf. Ex. 28,29-40 y todo el sagrado libro del Levítico.
(27) A Arón y a sus hijos les encomendarás las unciones de su sacerdocio; el
extraño que se acercare al santuario será castigado con la muerte" (Núm. 3,10).
(28) Cf. 2 Par. 26,19.
(29) Recibid el Espíritu Santo: a quien perdonareis los pecados, les serán
perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos. (Jn
20,22-23).
(30) Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os
ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su
sangre (Ac
20,28).
(31) Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado no por fuerza, sino con
blandura, según Dios; ni por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como
dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así, al
aparecer el pastor soberano, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria (1P
5,2-4).
(32) "Si alguno dijere que los obispos no son superiores a los presbíteros, o
que no tienen potestad de confirmar y ordenar, o que la que tienen les es común
con los presbíteros, o que las órdenes por ellos conferidas sin el
consentimiento o vocación del pueblo o de la potestad secular son inválidas, o
que aquellos que no han sido legítimamente ordenados y enviados por la potestad
eclesiástica y canónica, sino que proceden de otra parte, son legítimos
ministros de la palabra y de los sacramentos, sea anatema" (C. Trid., ses. XXIII
c. 7, del sacramento del orden: D 967).
"El obispo consagrado es el ministro ordinario de la sagrada ordenación; lo es
extraordinario aquel que, aun careciendo del carácter episcopal, tenga, o por
derecho o por indulto peculiar de la Sede Apostólica, la potestad de conferir
algunas órdenes" (CIC 951).
(33) Gozan del indulto de conferir la primera tonsura y las órdenes menores:
1) Para todos: a) los cardenales desde su promoción en el Consistorio, con tal
de que el candidato tenga letras dimisorias de su propio ordinario (cn. 239 § 1
y 2).
b) Los vicarios y los prefectos apostólicos, los abades o prelados nullius,
según el canon 957.
2) Para los religiosos, el abad regular con gobierno, aun que no tenga
territorio nullius, con tal de que el ordenando sea subdito suyo en virtud de la
profesión, por lo menos simple, con tal de que él sea presbítero y haya recibido
legítimamente la bendición abacial. Fuera de estos casos, toda ordenación con-
ferida por él es nula, revocado cualquier privilegio contrario, a no ser que
tenga carácter episcopal (cn. 964,1).
(34) "Los clérigos deben llevar una vida interior y exterior más santa que los
seglares y sobresalir como modelos de virtud y buenas obras" (CTC 124).
"Para que alguien pueda lícitamente ordenarse, se requiere que sus costumbres
sean conformes con el orden que han de recibir" (CIC cn. 974).
(35) Es preciso que el obispo sea inculpable, como adminis' trador de Dios; no
soberbio, ni iracundo, ni dado al vino, ni pendenciero, ni codicioso de torpes
ganancias, sino hosoitála* rio, amador de los buenos, modesto, iusto, santo,
continente, guardador de la palabra fiel: que se amste a la doctrina de suerte
que pueda exhortar con doctrina sana y argüir a los contradice totes (Tit.
1,7-9). Cf. 1 Tim. 3,8-10.
(36) Habla a Arón y dile: Ninguno de tu estirpe, según sus generaciones que
tenga una deformidad corporal, se acercará a ofrecer el pan de tu Dios. Ningún
deforme se acercará, ni ciego, ni cojo, ni mutilado, ni monstruoso, ni quebrado
de pie o de mano, ni jorobado, ni enano, ni bisojo, ni sarnoso, ni tinoso, ni
hernioso. Ninguno de la estirpe de Arón que tenga una deformidad corporal se
acercará para ofrecer las combustiones de Yave (Lv
21,17-21).
(37) "Nadie, sea secular o religioso, debe ser promovido a la primera tonsura
antes de haber comenzado el curso teoló
gico.
No debe conferirse el subdiaconado si no es hacia el fin del tercer año del
curso teológico; ni el diaconado antes de haber comenzado el cuarto año; ni el
presbiterado si no es después de la mitad del mismo año cuarto.
El curso teológico debe ser hecho no privadamente, sino en algún centro docente
de los fundados para eso según el plan de estudios determinado en el cn. 1365"
(CIC 976).
(38) La edad legítima para poder acercarse a las sagradas órdenes ha sido
establecida por el Código de Derecho Canónico:
"No debe conferirse el subdiaconado antes de haber cumplido veintiún años de
edad; ni el diaconado antes de haber cumplido los veintidós; ni el presbiterado
antes de haber cumplido los veinticuatro" (CIC 975).
No se señala edad fija para recibir la tonsura y órdenes menores; pero al exigir
el canon 976 que los candidatos deben estar ya en el curso teológico, se infiere
que no pueden ser ordenados antes de la edad que para esos estudios se requiere.
(39) Cf. CIC 987,4.°
(40) "Son irregulares por delito: los que cometieron homicidio voluntario o
procuraron el aborto de un feto humano, si se realizó el aborto, y todos los
cooperadores" CIC 985,4.°).
(41) "Son irregulares por defecto: los hijos ilegítimos, tanto si su
ilegitimidad es pública como si es oculta, a no ser que hayan sido legitimados o
hayan hecho profesión de votos solemnes" (CIC 984,1. ").
(42) "Son irregulares por defecto: los defectuosos de cuerpo, si no pueden
ejercer con seguridad los ministerios del altar, a causa de su debilidad, o
decorosamente, a causa de su deformidad... ; los que son o han sido epilépticos,
amentes o poseídos del demonio" (CIC 984,2. " y 3. °).
(43) "Si alguno dijere que por la sagrada ordenación noi se da el Espíritu
Santo, y que por lo tanto en vano dicen los obispos: "Recibe el Espíritu Santo";
o que por ella no se imprime carácter; o que aquel que una vez fue sacerdote
puede nuevamente convertirse en laico, sea anatema" (C. Trid., ses. XXIII, cn.
4, del Sacramento del Orden: D 964).
Este carácter se confiere con toda certeza en la consagración episcopal, en el
presbiterado y el diaconado, siendo objeto de controversia respecto a las demás
órdenes.
No se trata de una mera marca externa, ni de una simple deputación o dedicación.
No es fruto de cualidades humanas (como era en Babilonia la casta), ni de una
larga preparación intelectual, penitencial o ascética. El carácter del orden es
una viva participación del sacerdocio de Jesucristo, una comunicación de sus
funciones sacerdotales. En virtud de esta huella sagrada, de esta marca impresa
en su alma, el sacerdote se asocia realmente al sacerdocio de Jesús y se
convierte en medianero entre los hombres y la divinidad.
Carácter perpetuo e indeleble -Por esta razón debe incluirse el sacramento del
orden en el número de los que no pueden reiterarse. Todo sacerdote lo es para
siempre. Precisamente en el carácter radica su diferencia con otras cosas
sagradas (templos, altares... ), que pueden perder su consagración. El carácter
sacerdotal resiste la acción corrosiva del pecado, la acción aniquiladora de la
muerte, la misma acción vengativa de las penas eternas del infierno. Nada será
capaz de consumirle ni de mellarle.
Todo sacerdote fue señalado por Dios, y haga lo que haga, esta marca jamás
dejará de estar adherida a su alma para siempre. Será en vano que se arrepienta
de haberse entregado a Dios y proteste contra su estado. Será en vano que
abandone los altares y se despoje de las vestiduras sagradas. Será en vano que
abandone su vida santa para entregarse a una vida mundana. Será inútil todo
esfuerzo por borrar su fisonomía, su manera de ser, sus costumbres..., todo lo
que le recuerde que es sacerdote. La marca divina le perseguirá a todas partes,
en la tierra, en el cielo y en el infierno. Dios le dio, al hacerle sacerdote,
un don sin arrepentimientos: haga de él el uso que le plazca, lo ha de guardar
como suyo y para siempre.
(44) Una última palabra sobre la realidad de nuestros sacerdotes. Todos los
hombres - los de casa y los extraños - le miran con curiosidad; a todos les
tienta el deseo de penetrar en el secreto de sus vidas, en la intimidad de su
misterio. Todos más o menos hacen sus cálculos y emiten sus opiniones. Pero ¡qué
pocos son los que llegan ni siquiera a sospechar lo que encierra y supone la
vida y el alma de cualquier sacerdote!
I) ¿QUÉ PIENSAN LOS HOMBRES DEL SACERDOTE? Para muchos se trata de un ser
extraño, de un hombre que viste y vive de manera distinta que el resto del
mundo. Para otros, la sotana es el símbolo de un servidor asalariado de la
Iglesia. Para la masa, los del montón, el sacerdote es un funcionario con el que
tienen que habérselas tres o cuatro veces en su vida: en el bautismo, en la
primera comunión, en el matrimonio y en el entierro. Como el Hijo de Dios, que
vino a este mundo y los suyos no le reconocieron, sus ministros son también con
frecuencia, para los suyos, los "grandes desconocidos". Si analizamos un poco
más el pensamiento de los hombres sobre el sacerdote, veremos que:
a) Para sus enemigos, para quienes no aguantaron ni la presencia ni el mensaje
de Jesús, el sacerdote es un ser peligroso y vitando, enemigo de su felicidad y
de sus placeres; un ser que no les deja vivir en paz en el sueño de su vida
ficticia. No aguantan el golpear incesante de ese martillo de Dios que les grita
eternidad, justicia divina, polvo y caducidad de las cosas de abajo..., y le
apodan el "hipócrita explotador de la ingenuidad y sencillez del pueblo".
b) Para los mundanos y frivolos se trata de un "pobre hombre", digno de lástima,
porque no se sentó al ruidoso y vacío festín de los placeres de la tierra.
c) Para los calculadores y economistas - en realidad teóricos del ateísmo y
profesionales del materialismo-, el sacerdote es el testigo irritante de un
pasado caduco, el parásito molesto de la sociedad, donde todos menos él trabajan
y construyen.
d) Para muchos que se dicen católicos, los que se empeñan en naturalizarle, en
humanizarle, el sacerdote es un funcionario más, un profesional que vive de su
carrera y trabajo, a quien a veces compadecen y a veces buscan porque les
interesa su apoyo, su influencia, su recomendación, la credencial de su
personalidad.
e) Para no pocos, cristianos también, los que Bolamente quieren ver un aspecto
derivado o unos rasgos accesorios, el sacerdote logra ascender en la escala de
sus valoraciones hasta la categoría de algo respetable y aun admirabLc Pero su
respeto se funda casi siempre en un interés subconsciente: "al fin, un hombre de
carrera, culto, más o menos influyente, moralizador de la sociedad, buen
educador de nuestros hijos, consejero único para casos apurados... "
II) Y ¿QUÉ ES UN SACERDOTE? Vayamos también por partes:
1) Desde un punto de vista teológico, el sacerdote es el hombre de Dios,
ministro de Cristo y dispensador de sus misterios entre los hombres.
El hombre de Dios. -El hombre que sólo debe vivir en Dios y para Dios, con quien
comparte las más sublimes operaciones: engendrar al Hijo sobre el ara del altar,
perdonar los pecados y santificar a las almas. Investido de poderes
sobrehumanos, tiene por misión continuar y acabar en la tierra la obra inefable
iniciada por Jesús en la cruz.
El hombre de los hombres. - El protector nato de los pobres y afligidos, el
consejero, abogado, amigo y maestro de todos. Apartado de la familia, sin
familia, él ha de armonizar las diferencias entre padres e hijos, entre maridos
y esposas, entre hermanos y extraños. Tiene obligación de saberlo todo, de
decirlo todo, y su palabra cae siempre sobre las inteligencias y los corazones
con la autoridad de una misión divina.
Estos son los sacerdotes, todo sacerdote. No tratamos con ello de justificar
vidas individuales ni de negar hechos innegables, por tristes y dolorosos que
nos resulten. Puede haber sacerdotes que no encarnen en la realidad de sus
conductas la maravillosa grandeza de su carácter. Una de las más graves
calamidades con que Dios amenaza a su pueblo prevaricador es no precisamente el
hambre, la guerra o la peste, sino enviarle malos pastores, guías pésimos, que
les conducirán a su perdición y ruina. Puede haber sacerdotes indignos que
arrastren una vida envuelta en el remolino mundano de negocios y placeres; hasta
pueden llegar a abandonar los altares y sus vestiduras sagradas y, en un empeño
fustrado de borrar su misma fisonomía sacerdotal, derramarse en amores
sacrilegos. Pero en nada se opone todo ello - tan sangrante y doloroso para la
Iglesia de Dios- a la tesis sentada. Sólo clavando los ojos en Cristo, cuyas
prolongaciones visibles son los sacerdotes, lograremos entender y armonizar lo
que a primera vista parece incompaginable.
Todo sacerdote posee, como Cristo, una doble realidad: la de sus vidas humanas y
la de su carácter y poderes divinos. Realidades no yuxtapuestas o unidas
accidentalmente, sino fusionadas e identificadas en unidad perfecta;
inseparables, como inseparables son las dos naturalezas en la persona divina de
Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero.
En virtud del carácter y de la consagración, iodo sacerdote queda, y para
siempre, santificado, transformado en otro Cristo, y ello íntimamente,
esencialmente. Esto no obstante, sigue siendo humano, lisiado y quebradizo, como
los demás hombres. Sus mismas miserias, lejos de escandalizarnos, deben más bien
enardecernos y confirmarnos en su excelencia y grandeza, que, a pesar de algunos
de ellos, los menos, sigue tan invariable en sus rasgos fundacionales.
2) Desde un punto de vista psicológico, el sacerdote es - y esto hay que
repetirlo muy alto, porque son pocos los que quieren entenderlo - un misterio de
amor, un hombre enamorado. Quizá ahí, sólo ahí, den con el secreto de sus vidas
quienes tan afanosamente se esfuerzan por buscarlo.
Enamorado de Dios. -Del Dios Padre, que tenemos en los cielos. Y del Dios Hijo,
que se hizo hombre para endiosar a los hombres. De ese Padre que quiere la
salvación de todos sus hijos, que sueña con formar en su casa del cielo una sola
familia, un universal rebaño. De ese Cristo que dio su vida para librarnos a
todos de la muerte y murió consumido por la sed de este deseo. De ese Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha amado y nos ama hasta el extremo, hasta
la locura, y no tolera la falta de amor.
Y enamorado de los hombres, sus hermanos. - De tantos ignorantes, de tantos
ciegos y cojos, de tantos equivocados, sumidos en el embrutecido silencio de las
cosas materiales...
Sólo este amor de pasión a Dios - el Dios que un día le susurró al oído con
acento de queja: "Ven, sigúeme y ayúdame a implantar en el mundo el remado de mi
amor... "-y a los hombres, sus hermanos, olvidados de Dios y de su amor,
consiguió el milagro de convertir sus vidas (vidas que sienten tirones de carne,
como las de los demás) en futuro sin hogar, sin familia, sin porvenir...
Sólo por este doble amor apasionado que un día les quemó en el pecho y no
descansó hasta convertirse en grito de sus gargantas y en entrega de sus vidas,
mintió el sacerdote a la posteridad y a la descendencia; y convirtió la suya en
juventud sin tardes alegres de paseos, sin domingos de cine ni diálogos secretos
de amor; y se arrancó de acariciar cabellos de niños, vida que sintiese el
tropel de su sangre moza; y se abrazó con un mañana sin historia, un futuro que
pudo ser realidad, y al que renunció gozosamente.
Éste es el secreto de todo sacerdote: sintieron en sus vidas el soplo caliente
de Dios; no aguantaron el espectáculo de un Amor, hecho cruz, incomprendido;
quisieron clavar en las carnes de sus hermanos el grito de salvación y llevar a
sus vidas entretenidas un mensaje alegre de caridad, un anuncio seguro de cielo.
Por esto, sólo por esto, se renunciaron y renunciaron a la vida. ¡No se les debe
explicar de otra manera!