Revelación del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
1.
En las catequesis dedicadas al Espíritu Santo hemos querido, ante
todo, escuchar su anuncio y su promesa por parte de Jesús, especialmente en la
Ultima Cena, releer la narración que los Hechos de los Apóstoles hacen de su
venida, y volver a examinar los textos del Nuevo Testamento que documentan la
predicación acerca de él y la fe en él en la Iglesia primitiva. Pero en nuestro
análisis de los textos nos encontramos muchas veces con el Antiguo Testamento.
Son los mismos Apóstoles quienes en la primera predicación después de
Pentecostés presentan expresamente la venida del Espíritu Santo como
cumplimiento de las promesas y de los anuncios antiguos, viendo la Antigua
Alianza y la historia de Israel como tiempo de preparación para recibir la
plenitud de verdad y de gracia que debía traer el Mesías.
Ciertamente, Pentecostés era un acontecimiento proyectado hacia el futuro,
porque daba inicio al tiempo del Espíritu Santo, que Jesús mismo había señalado
como protagonista, junto con el Padre y con el Hijo de la obra de la salvación,
destinada a extenderse desde la Cruz a todo el mundo. Sin embargo, para un más
completo conocimiento de la revelación del Espíritu Santo, es preciso remontarse
al pasado, es decir, al Antiguo Testamento, para descubrir allí las señales de
la larga preparación al misterio de la Pascua y de Pentecostés.
2. Por lo tanto, deberemos volver a reflexionar acerca de los datos bíblicos
referidos al Espíritu Santo y acerca del proceso de revelación, que se dibuja
progresivamente desde la penumbra del Antiguo Testamento hasta las claras
afirmaciones del Nuevo, y se expresa primero dentro de la Creación y luego en la
obra de la Redención, primero en la historia y en la profecía de Israel, y luego
en la vida y en la misión de Jesús Mesías, desde el momento de la Encarnación
hasta el de la Resurrección . Entre los datos que conviene examinar se
encuentra, ante todo, el nombre con que el Espíritu Santo es insinuado en el
Antiguo Testamento, y los diversos significados expresados con este nombre.
Sabemos que en la mentalidad judía el nombre tiene un gran valor para
representar a la persona. Se puede recordar, a este propósito, la importancia
que en el Éxodo y en toda la tradición de Israel se atribuye al modo de nombrar
a Dios. Moisés había preguntado al Señor Dios cuál era su nombre. La revelación
del nombre se consideraba como manifestación de la persona misma: el nombre
sagrado ponía al pueblo en relación con el ser, trascendente, pero presente, de
Dios mismo (Cfr. Ex 3, 13.14).
El nombre con el que es insinuado, en el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo
nos ayudará a comprender sus propiedades, aunque su realidad de Persona divina,
de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo, se nos da a conocer sólo en la
revelación del Nuevo Testamento. Podemos pensar que el término fue elegido con
esmero por los autores sagrados; es más, que el mismo Espíritu Santo, quien los
inspiró, guió el proceso conceptual y literario que ya en el Antiguo Testamento
hizo elaborar una expresión adecuada para significar su Persona.
3. En la Biblia, el término hebreo que designa al Espíritu Santo es ruah . El
primer sentido de este término, así como de su traducción latina "spiritus", es
"soplo", aliento, respiración. En español se puede aún observar el parentesco
entre "espíritu" y "respiración". El aliento es la realidad más inmaterial que
percibimos; no se ve, es sutilísimo; no es posible aferrarlo con las manos;
parece que no es nada, pero tiene una importancia vital: quien no respira no
puede vivir. Entre un hombre vivo y un hombre muerto sólo existe esta
diferencia: que el primero respira y el otro ya no. La vida viene de Dios: el
aliento, por tanto, viene de Dios, que lo puede también retirar (Cfr. Sal
103/104, 29.30). De estas observaciones sobre el aliento se llegó a comprender
que la vida depende de un principio espiritual, que fue llamado con la misma
palabra hebrea ruah. El aliento del hombre está en relación con un soplo externo
mucho más potente, el soplo del viento.
El hebreo ruah , como el latino "spiritus", designa también el soplo del viento.
Nadie ve el viento, pero sus efectos son impresionantes. El viento empuja las
nubes, agita los árboles. Cuando es violento, entumece las olas y puede echar a
pique las naves (Sal 107/106, 25-27). A los antiguos el viento les parecía un
poder misterioso que Dios tenía a su disposición (Sal 104/103, 3.4). Se le podía
llamar el "soplo de Dios".
En el libro del Éxodo, una narración en prosa dice: "El Señor hizo soplar
durante toda la noche un fuerte viento del Este, que secó el mar, y se
dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto" (Ex
14, 21)22). En el capitulo siguiente, los mismos acontecimientos son descritos
en forma poética y entonces el soplo del viento del Este es llamado "el soplo de
la ira de Dios" Dirigiéndose a Dios, el poeta dice: "Al soplo de tu ira se
apiñaron las aguas... Mandaste tu soplo, cubriólos el mar" (Ex 15, 8,10). Así se
expresa de modo muy sugestivo la convicción de que el viento fue, en estas
circunstancias, el instrumento de Dios.
De las observaciones que acabamos de hacer sobre el viento invisible y potente,
se llegó a concebir la existencia del "espíritu de Dios". En los textos del
Antiguo Testamento, se pasa fácilmente de un significado al otro, e incluso en
el Nuevo Testamento vemos que los dos significados se hallan presentes. Para
hacer que Nicodemo entendiera el modo de actuar del Espíritu Santo, Jesús hace
uso de la comparación del viento y se sirve del mismo término para designar
tanto el uno como el otro: "El viento sopla donde quiere..., así es todo el que
nace del Espíritu", es decir, del Espíritu Santo (Jn 3, 8).
4. La idea fundamental que expresa el nombre bíblico del Espíritu no es, por
tanto, la de un poder intelectual, sino la de un impulso dinámico, comparable al
impulso del viento. En la Biblia, la primera función del Espíritu no es la de
hacer entender, sino la de poner en movimiento; no la de iluminar, sino la de
comunicar un dinamismo. Sin embargo, este aspecto no es exclusivo. También se
expresan otros aspectos que preparan la revelación sucesiva. Ante todo, el
aspecto de interioridad. El aliento, en efecto, entra al interior del hombre. En
lenguaje bíblico, esta constatación se puede expresar diciendo que Dios infunde
el espíritu en los corazones (Cfr. Ez 36, 26; Rom 5, 5). Al ser tan sutil, el
aire penetra no sólo en nuestro organismo, sino también en todos los espacios e
intersticios; esto ayuda a entender que "el Espíritu del Señor llena la tierra"
(Sab 1, 7) y que "penetra", en especial, "todos los espíritus" (7, 23), como
dice el libro de la Sabiduría.
Con el aspecto de la interioridad está ligado el aspecto del conocimiento. "¿Qué
hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?"
(1 Cor 2, 11). Sólo nuestro espíritu conoce nuestras reacciones íntimas,
nuestros pensamientos aún no comunicados a los demás. De modo análogo, y con
mayor razón, el Espíritu del Señor, que está presente en el interior de todos
los seres del universo, conoce todo desde dentro (Cfr. Sab 1, 7). Más aún, "el
Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie conoce lo
íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2, 10.11).
5. Cuando se trata de conocimiento y de comunicación entre las personas, el
soplo tiene una conexión natural con la palabra. En efecto, para hablar hacemos
uso de nuestro soplo. Las cuerdas vocales hacen vibrar nuestro soplo, el cual
transmite así los sonidos de las palabras. Inspirándose en este hecho, la Biblia
establecía un paralelismo entre la palabra y el soplo (Cfr. Is 11, 4), o entre
la palabra y el espíritu. Gracias al soplo, la palabra se propaga; del soplo la
palabra toma fuerza y dinamismo. El Salmo 32/33 aplica este paralelismo al
acontecimiento primordial de la Creación y dice: "Por la palabra de Yahvéh
fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca toda su mesnada " (v. 6). En
textos semejantes, podemos vislumbrar una lejana preparación de la revelación
cristiana del misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la
Creación; él la ha realizado mediante su Palabra, es decir, mediante su Verbo e
Hijo, y mediante su Soplo, el Espíritu Santo.
6. La multiplicidad de los significados del término hebreo ruah, usado en la
Biblia para designar al Espíritu, parece engendrar una cierta confusión:
efectivamente, en un determinado texto, con frecuencia no es posible definir el
sentido preciso de la palabra: se puede dudar entre viento y respiración, entre
aliento y espíritu, entre espíritu creado y Espíritu divino.
Esta multiplicidad, sin embargo, es, ante todo, una riqueza, porque pone muchas
realidades en comunicación fecunda. Aquí conviene renunciar, en parte, a las
pretensiones de una racionalidad preocupada por la precisión, para abrirse a
perspectivas más anchas. Nos ha de resultar útil, cuando pensamos en el Espíritu
Santo, tener presente que su nombre bíblico significa "soplo" y tiene relación
con el soplo potente del viento y con el soplo íntimo de nuestra respiración. En
vez de atenernos a un concepto demasiado intelectual y árido, encontraremos
provecho al acoger esta riqueza de imágenes y de hechos. Las traducciones, por
desgracia, no pueden transmitírnosla en su totalidad, porque se encuentran con
frecuencia forzadas a elegir otros términos. Para traducir la palabra hebrea
ruah, la versión griega de los Setenta usa 24 términos diversos y por
consiguiente no permite captar todas las conexiones que se hallan entre los
textos de la Biblia hebrea.
7. Como conclusión de este análisis terminológico de los textos del Antiguo
Testamento sobre el ruah, podemos decir que de ellos el soplo de Dios aparece
como la fuerza que hace vivir a las criaturas. Aparece como una realidad íntima
de Dios, que obra en la intimidad del hombre. Aparece como una manifestación del
dinamismo de Dios que se comunica a las criaturas. Aun sin ser aún concebido
como Persona distinta, en el ámbito del ser divino, el "soplo" o "Espíritu", de
Dios se distingue, en cierto modo, de Dios que lo manda para obrar en las
criaturas. Así, incluso bajo el aspecto literario, la mente humana queda
preparada para recibir la revelación de la Persona del Espíritu Santo, que
aparecerá como expresión de la vida íntima de Dios y de su omnipotencia.
El Espíritu Santo conduce y penetra la historia de Israel
1. El
Antiguo Testamento nos ofrece preciosos testimonios sobre el papel reconocido
del "Espíritu" de Dios (como "soplo", "aliento", "fuerza vital", simbolizado por
el viento) no sólo en los libros que recogen la producción religiosa y literaria
de los autores sagrados, espejo de la psicología y del lenguaje de Israel, sino
también en la vida de los personajes que hacen de guías del pueblo en su camino
histórico hacia el futuro mesiánico.
Es el Espíritu de Dios quien, según los autores sagrados, actúa sobre los jefes
haciendo que ellos no sólo obren en nombre de Dios, sino también que con su
acción sirvan de verdad al cumplimiento de los planes divinos, y por lo tanto
miren no tanto a la construcción y el engrandecimiento de su propio poder
personal o dinástico según las perspectivas de una concepción monárquica o
aristocrática, sino más bien a la prestación de un servicio útil a los demás y
en especial al pueblo. Se puede decir que, a través de esta mediación de los
jefes, el Espíritu de Dios penetra y conduce la historia de Israel.
2. Ya en la historia de los patriarcas se observa que hay una mano superior,
realizadora de un plan que mira a su "descendencia", que los guía y conduce en
su camino, en sus desplazamientos, en sus vicisitudes. Entre ellos tenemos a
José, en quien reside el Espíritu de Dios como espíritu de sabiduría,
descubierto por el faraón, que pregunta a sus ministros: "¿Acaso se encontrará
otro como éste que tenga el espíritu de Dios?" (Gen 41, 38). El espíritu de Dios
hace a José capaz de administrar el país y de realizar su extraordinaria función
no sólo en favor de su familia y las ramificaciones genealógicas de ésta, sino
con vistas a toda la futura historia de Israel.
También sobre Moisés, mediador entre Yahvéh y el pueblo, actúa el espíritu de
Dios, que lo sostiene y lo guía en el éxodo que llevará a Israel a tener una
patria y a convertirse en un pueblo independiente, capaz de realizar su tarea
mesiánica. En un momento de tensión en el ámbito de las familias acampadas en el
desierto, cuando Moisés se lamenta ante Dios porque se siente incapaz de llevar
"el peso de todo este pueblo" (Nm 11, 14), Dios le manda escoger setenta
hombres, con los que podrá establecer una primera organización del poder
directivo para aquellas tribus en camino, y le anuncia: "Tomaré parte del
espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga
del pueblo, y no la tengas que llevar tú solo" (Nm 11, 17). Y efectivamente,
reunidos setenta ancianos en torno a la tienda del encuentro, "Yahvéh... tomó
algo del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos" (Nm 11,
25).
Cuando, al fin de su vida, Moisés debe preocuparse de dejar un jefe en la
comunidad, para que "no quede como rebaño sin pastor", el Señor le señal Josué,
"hombre en quien está el espíritu" (Nm 27, 17-18), y Moisés le impone "su mano"
a fin de que también él esté "lleno del espíritu de sabiduría" (Dt 34, 9). Son
casos típicos de la presencia y de la acción del Espíritu en los "pastores" del
pueblo.
3. A veces el don del espíritu es conferido también a quien, a pesar de no ser
jefe, está llamado por Dios a prestar un servicio de alguna importancia en
especiales momentos y circunstancias. Por ejemplo, cuando se trata de construir
la "tienda del encuentro" y el "arca de la Alianza", Dios dice a Moisés: "Mira
que he designado a Besalel... y le he llenado del espíritu de Dios concediéndole
habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos" (Ex 31, 2.3; cfr.
35, 31). Es más, incluso respecto a los compañeros de trabajo de este artesano,
Dios añade: "En el corazón de todos los hombres hábiles he infundido habilidad
para que hagan todo lo que te he mandado: la tienda del encuentro, el arca del
testimonio" (Ex 31, 6.7).
En el libro de los Jueces se exaltan hombres que al principio son "héroes
liberadores", pero que luego se convierten también en gobernadores de ciudades y
distritos, en el período de reorganización entre el régimen tribal y el
monárquico. Según el uso del verbo shafat, "juzgar", en las lenguas semíticas
emparentadas con el hebreo, son considerados no sólo como administradores de la
justicia sino también como jefes de sus poblaciones. Son suscitados por Dios,
que les comunica su espíritu (soplo. ruah) como respuesta a súplicas dirigidas a
El en situaciones críticas. Muchas veces en el libro de los Jueces se atribuye
su aparición y su acción victoriosa a un don del espíritu. Así en el caso de
Otniel, el primero de los grandes jueces cuya historia se resume, se dice que
"los israelitas clamaron a Yahvéh y Yahvéh suscitó a los israelitas un
libertador que los salvó: Otniel... El espíritu de Yahvéh vino sobre él y fue
juez de Israel" (Jue 3, 9.10).
En el caso de Gedeón el acento se pone en la potencia de la acción divina: "El
espíritu de Yahvéh revistió a Gedeón" (Jue 6, 34). También de Jefté se dice que
"el espíritu de Yahvéh vino sobre Jefté" (Jue 11, 29). Y de Sansón: "El espíritu
de Yahvéh comenzó a excitarle" (Jue 13, 25). El espíritu de Dios en estos casos
es quien otorga fuerza extraordinaria, valor para tomar decisiones, a veces
habilidad estratégica, por las que el hombre se vuelve capaz de realizar la
misión que se le ha encomendado para la liberación y la guía del pueblo.
4. Cuando se realiza el cambio histórico de los Jueces a los Reyes, según la
petición de los israelitas que querían tener "un rey para que nos juzgue, como
todas las naciones" (1 Sm 8, 5), el anciano juez y liberador Samuel hace que
Israel no pierda el sentimiento de la pertenencia a Dios como pueblo elegido y
que quede asegurado el elemento esencial de la teocracia, a saber, el
reconocimiento de los derechos de Dios sobre el pueblo. La unción de los reyes
como rito de institución es el signo de la investidura divina que pone un poder
político al servicio de una finalidad religiosa y mesiánica. En este sentido,
Samuel, después de haber ungido a Saúl y haberle anunciado el encuentro en
Guibeá con un grupo de profetas que vendrían salmodiando, le dice: "Te invadirá
entonces el espíritu de Yahvéh, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado
en otro hombre" (1 Sm 10, 6). Y efectivamente, "apenas (Saúl) volvió las
espaldas para dejar a Samuel, le cambió Dios el corazón... le invadió el
espíritu de Dios, y se puso en trance en medio de ellos" (1 Sm 10, 9.10).
También cuando llegó la hora de las primeras iniciativas de batalla, "invadió a
Saúl el espíritu de Dios" (1 Sm 11, 6). Se cumplía así en él la promesa de la
protección y de la alianza divina que había sido hecha a Samuel :"Dios esta
contigo" (l Sm 10, 7). Cuando el espíritu de Dios abandona a Saúl, que es
perturbado por un espíritu malo (Cfr. 1 Sm 16, 14), ya está en el escenario
David, consagrado por el anciano Samuel con la unción por la que "a partir de
entonces, vino sobre David el espíritu de Yahvéh" (1 Sm 16, 13).
5. Con David, mucho más que con Saúl, toma consistencia el ideal del rey ungido
por el Señor, figura del futuro Rey-Mesías, que será el verdadero liberador y
salvador de su pueblo. Aunque los sucesores de David no alcanzarán su estatura
en la realización de la realeza mesiánica, más aún, aunque no pocos prevaricarán
contra la Alianza de Yahvéh con Israel, el ideal del Rey Mesías no desaparecerá
y se proyectará hacia el futuro cada vez más en términos de espera, caldeada por
los anuncios proféticos.
Especialmente Isaías pone de relieve la relación entre el espíritu de Dios y el
Mesías: "Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh" (Is 11, 2). Será también
espíritu de fortaleza; pero ante todo espíritu de sabiduría: "Espíritu de
sabiduría e inteligencia, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh", el que
impulsará al Mesías actuar con justicia en favor de los miserables, de los
pobres y de los oprimidos (Is 11, 2.4).
Por tanto, el santo espíritu del Señor (Is 42, 1; cfr. 61, 1 ss.; 63, 10-13; Sal
50/51, 13; Sab 1, 5; 9, 17), su "soplo" (ruah), que recorre toda la historia
bíblica, será dado en plenitud al Mesías. Ese mismo espíritu que alienta sobre
el caos antes de la creación (Cfr. Gen 1, 2), que da la vid todos los seres (Cfr.
Sal 103/104, 29.30; 33, 6; Gen 2, 7; 37, 5.6. 9.10) que suscita a los Jueces (Cfr.
Jue 3, 10; 6, 34; 11, 29) y los Reyes (Cfr. 1 Sm 11, 6), que capacita a los
artesanos para el trabajo del santuario (Cfr. Ex 31, 3; 35, 31), que da la
sabiduría a José (Cfr. Gen 41, 38), la inspiración a Moisés y a los profetas (Cfr.
Nm 11, 17. 25.26; 24, 2; 1 5 10, 6.10; 19, 20), como a David (Cfr. 1 Sm 16, 13;
2 5 23, 2), descenderá sobre el Mesías con la abundancia de sus dones (Cfr. Is
11, 2) y lo hará capaz de realizar su misión de justicia y de paz. Aquel sobre
quien Dios "haya puesto su espíritu" "dictará ley a las naciones" (Is 42, 1);
"no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho" (42, 4).
6. "De qué manera "implantará el derecho" y liberará a los oprimidos? Será, tal
vez, con la fuerza de las armas, como habían hecho los Jueces, bajo el Impulso
del Espíritu, y como hicieron, muchos siglos después, los Macabeos? El Antiguo
Testamento no permitía dar una respuesta clara a esta pregunta. Algunos pasajes
anunciaban intervenciones violentas, como por ejemplo el texto de Isaías que
dice: "Pisoteé a pueblos en mi ira, los pisé con furia e hice correr por tierra
su sangre" (Is 63, 6). Otros en cambio, insistían en la abolición de toda lucha:
"No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra" (Is
2, 4).
La respuesta debía ser revelada por el modo en que el Espíritu Santo guiaría a
Jesús en su misión: por el Evangelio sabemos que el Espíritu impulsó a Jesús a
rechazar el uso de las armas y toda ambición humana y a conseguir una victoria
divina por medio de una generosidad ilimitada, derramando su propia sangre para
liberarnos de nuestros pecados. Así se manifestó de manera decisiva la acción
directiva del Espíritu Santo.