Cardenal Renato Martino: «Política y valores»
Conferencia del presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 10 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la conferencia que pronunció el cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, en la Ciudad de La Plata (Argentina), el 8 de octubre de 2007, sobre «Política y valores».
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1. Saludo a
todos los aquí presentes, y dirijo un agradecimiento particular a S.E. Mons.
Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata por la amable invitación que me hizo
llegar, invitación que acepté con mucho gusto. La reflexión que deseo
compartir hoy con ustedes se refiere a las exigencias de trabajar por la
construcción del bien común. El cual compete a todos los miembros de una
sociedad, pero de manera particular a los hombres y mujeres de la política.
Quiero proponerles estas reflexiones sobre todo a partir de las exigencias que
brotan de la participación en la Eucaristía. Indicaré algunas de las
implicaciones que comporta el culto eucarístico en la búsqueda del bien común,
los principios y valores que deben orientar a la política, y a los fieles
cristianos que se dedican a esta necesaria tarea, a la luz del culto
eucarístico.
2. La tercera parte de la Exhortación apostólica post sinodal «Sacramentum
Caritatis» nos ofrece una amplia y densa reflexión sobre la relación existente
entre la Eucaristía y nuestra vida cotidiana, entre el culto eucarístico y
nuestro compromiso en el mundo [1].
El culto cristiano, que tiene su cima en el culto eucarístico, abarca todos
los aspectos de la vida. Cada acción humana, cada opción del cristiano debe
estar dirigida a darle gloria a Dios, y la gloria de Dios es el hombre
viviente. El culto a Dios es verdadero cuando se promueve la vida del hombre.
La Eucaristía es fuente de fuerza e inspiración para que todo cristiano no
decaiga en su entusiasmo por cumplir con las responsabilidades de su vida
presente. Juan Pablo II nos recordaba en la encíclica social conmemorativa de
la «Populorum Progressio», que la Eucaristía es banquete de comunión fraterna
que compromete a realizar esta comunión no sólo en torno al altar, sino en
toda la vida, amando y sirviendo a los hermanos. El Señor, mediante la
Eucaristía –sacramento y sacrificio– nos une a Él y nos une a los demás con un
vínculo más fuerte que cualquier otra unión natural, y unidos nos envía al
mundo entero para dar testimonio, con la fe y con las obras, del amor de Dios,
preparando la venida de su Reino y anticipándolo en medio de las sombras del
mundo presente: «Quienes participamos de la Eucaristía estamos llamados a
descubrir, mediante este Sacramento, el sentido profundo de nuestra acción en
el mundo en favor del desarrollo y de la paz; y a recibir de él las energías
para empeñarnos en ello cada vez más generosamente, a ejemplo de Cristo que en
este Sacramento da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13). Como la de Cristo y
en cuanto unida a ella, nuestra entrega personal no será inútil sino
ciertamente fecunda» [2].
El sacrificio salvífico de Cristo, que tiene en la Eucaristía su signo
indeleble, hace nacer en quien participa en su celebración una respuesta viva
de amor y compromiso. Esta respuesta, a ejemplo del amor de Cristo, está
destinada a proyectarse en el servicio concreto a todos aquellos que se
encuentran por el camino de la vida, especialmente a los más necesitados. La
exigencia de evangelizar y dar testimonio de nuestra fe encuentra en la
Eucaristía no sólo «la fuerza interior para dicha misión, sino también, en
cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que
pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la
sociedad y en la cultura» [3].
3. Para dar un perfil adecuado de esta perspectiva en que se describe a la
Eucaristía como un modo de ser, quiero proponer algunas pistas de reflexión y
de compromiso social y político.
3.1 La primera pista es la de la solidaridad. «A la luz de la fe, la
solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones
específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliació
Siendo miembros de un mismo cuerpo, que es la Iglesia, los cristianos no
pueden prescindir de esta pertenencia común. Todos deben sentirse responsables
y solidarios los unos de los otros. Deben saber romper esa coraza de
indiferencia que amenaza de encerrarlos en su egoísmo y aislarlos, para
hacerse cargo de las necesidades del prójimo, optando por el camino del
compartir, que es una manifestación concreta de la solidaridad. en efecto,
compartir significa entrar en relación con los demás para ofrecerles, bajo el
signo de la gratuidad, el propio tiempo libre, las propias competencias
profesionales, los propios dones de mente y de corazón, con el fin de
ayudarles a superar las situaciones de dificultad.
Compartir también los bienes materiales. Aquí se toca el problema de lo
superfluo y de lo necesario. Cuanto más vivo es el amor que lo cristianos
nutren por sus hermanos más necesitados, tanto más se dan cuenta que lo
superfluo debe ponerse a disposición de aquellos que están privados de lo
necesario. El amor verdadero no tolera las desigualdades ni las injusticias.
Es conocido el principio de la doctrina social de la Iglesia: «los bienes de
este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho a la propiedad
privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En
efecto, sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad
intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el
principio del destino universal de los bienes» [5].
3.2 La segunda pista se refiere a la disponibilidad para el servicio. La
diaconía es una dimensión esencial de la vida cristiana y tiene su apoyo
principal en la práctica de la caridad. Una comunidad para ser verdaderamente
eclesial debe vivir bajo el signo del servicio, dedicada a los pobres y a
cuantos viven en necesidad. Esto se vuelve la prueba para medir el éxito o el
fracaso de la vida humana:: «Venid, benditos de mi Padre; [....]Porque tuve
hambre, y me disteis de comer...»; «Apartaos de mí, malditos; [....]Porque
tuve hambre, y no me disteis de comer… » (Mt 25,34-35; 41-42). El primer
servicio que el político hace al prójimo es el de realizar su trabajo
cotidiano con honestidad y competencia, cultivando relaciones interpersonales
civiles y de atención recíproca. Están también las necesidades fundamentales
de los pobres, los marginados y explotados, los parados, las madres solteras o
en dificultad, los niños de la calle, los discapacitados (físicos o mentales),
los inmigrantes, los presos, las prostitutas, etcétera, que esperan respuestas
y soluciones adecuadas.
3.3 La tercera pista es la de la justicia social. No basta hablar de justicia
social, es necesario vivir y actuar para hacerla realidad. La Iglesia sabe que
no debe intervenir en las cuestiones particulares, cuyas soluciones deben
estudiarse y proponerse por los cristianos laicos, pero no renuncia a su
función profética, crítica y educadora, dirigida a iluminar las diversas
situaciones con la luz del Evangelio e indicar a los cristianos una opción de
campo a favor de los pobres y oprimidos, en el respeto de un legítimo
pluralismo con respecto a las opciones sociales y políticas, que no estén en
contraste con los principios de la fe cristiana.
Educar en el sentido de la justicia significa comprometerse en la defensa y
promoción de la dignidad y de los legítimos derechos de cada persona humana.
4. El compromiso de la política y de los políticos, especialmente si éstos se
definen cristianos, por crear estructuras justas y solidarias. El Papa
Benedicto XVI nos recuerda la importancia de lo que durante el Sínodo pasado
se denominó coherencia eucarística, a la que todos estamos llamados,
subrayando su importancia particular «para quienes, por la posición social o
política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales.
5. La Iglesia cuando en sus documentos sociales toca las realidades temporales
como la política, lo hace consciente de que se está moviendo en un campo
técnico, en el cual no tiene derecho de intervenir sin razón. Se sabe y se
acepta limitada, y afirma que su intervención en esta área de la vida humana
es, ante todo, como maestra de moral. No manifiesta, por tanto, preferencias
por un determinado sistema, lo que le interesa es que la dignidad del hombre
venga respetada y promovida [8]. Recientemente, Benedicto XVI se refirió a
esta misión moral, afirmando que «la Iglesia sabe que no le corresponde a ella
misma hacer valer políticamente su doctrina, ya que su objetivo es servir a la
formación de la conciencia en la política y contribuir a que crezca la
percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la
disponibilidad para actuar conforme a ellas, aun cuando esto estuviera en
contraste con situaciones de intereses personales» [9]. Por ello la doctrina
social de la Iglesia tiene como tarea principal iluminar con sus principios la
vida del hombre en la sociedad, y uno de estos principios es el del bien
común, que el Concilio define en pocas palabras como «el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada
uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»
[10] .
6. La política es una manera exigente … de vivir el compromiso cristiano al
servicio de los demás. El servicio es la modalidad típica que la presencia y
la actividad del cristiano asume en el ámbito social y político [11]. Entre
aquellos que en ámbito político tienen las responsabilidades más elevadas con
respecto a las personas y a la cosa pública, no faltan – y no deben faltar los
cristianos - . Resulta superfluo recordar la complejidad de las problemáticas
que el político, y el político cristiano, encuentran y enfrentan en las
administraciones públicas, tanto a nivel local como nacional e internacional.
La política es mucho más inestable de lo que pueda pensarse, sometida como
está a tensiones que provienen de múltiples frentes. A pesar de ello, el
cristiano no puede descuidar el ámbito político. La política no es sólo parte
constitutiva y elemento decisivo de la vida de las personas y de un país, para
el cristiano es también el ámbito más elevado para ejercer la atención y el
servicio a los hermanos, es decir, para vivir la caridad.
Para que este propósito se logre es necesario poner en evidencia, primero a
nivel de reflexión y luego a nivel estructural y de opciones particulares, la
necesidad de la dimensión ética de la política, no como dimensión facultativa,
sino constitutiva, de la cual depende no sólo la calidad de la vida de las
personas, de las familias, de las instituciones y del Estado, sino más
radicalmente, su supervivencia. Desatender la dimensión ética conduce
inevitablemente hacia la deshumanizació
De frente a esta perspectiva de humanización, las situaciones locales y los
eventos mundiales parecen con frecuencia tomar el rumbo contrario. El caminar
de la sociedad se hace pesado dondequiera a causa de lo que ha sido
individuado como «estructuras de pecado». Son «estructuras de pecado», por
ejemplo, la explotación organizada de menores y de la prostitución, el
comercio de armamentos y el mantenimiento de guerras y conflictos civiles, la
corrupción política, el narcotráfico, la organización de operaciones de
limpieza étnica, las legislaciones que favorecen la discriminació
El cristiano, que está motivado por la caridad y la justicia, no puede aceptar
pasivamente la presencia y funcionamiento de «estructuras de pecado», mucho
menos sostenerlas o ser responsable a cualquier nivel. Como el pecado pide al
cristiano un rechazo preciso y una lucha interior y exterior, así las
«estructuras de pecado» exigen no un cómplice silencio, sino una franca
denuncia y una clara oposición.
7. El compromiso de los cristianos en el ámbito del ejercicio del poder. El
cristiano no desdeña asumir responsabilidades públicas, especialmente cuando a
ello es llamado por la confianza de sus conciudadanos, según las reglas
democráticas. El poder es una función necesaria para toda realidad social e
institución pública; es una condición indispensable para el buen
funcionamiento y para la persecución de los fines institucionales. El problema
está constituido por las modalidades de su ejercicio. Quien ocupa puestos de
autoridad y ejercita el poder, con frecuencia lo hace instrumento para el
provecho personal, fuente de enriquecimiento o motivo de superioridad y hasta
de violencia. El poder así entendido y ejercitado, anula la dignidad de los
sujetos que componen el cuerpo social. no pocas veces ha sucedido también que
los cristianos han justificado el propio poder o el de otros en nombre de
hipotéticos bienes y presuntos valores más altos que defender.
De frente a expresiones éticamente incorrectas en el ejercicio del poder, a
todos los niveles y en cualquier ámbito, el cristiano opondrá un rechazo neto,
aún a costa de «pérdidas» personales. Cuando el cristiano es llamado a asumir
y ejercer el poder, nunca deberá ceder a la tentación de hacerlo un
instrumento de injusticia y de violencia; sería una clara negación de la fe
cristiana que dice profesar, de la caridad que le debe caracterizar y, por
ende, del verdadero culto eucarístico.
8. El cristiano laico tiene el compromiso de individuar, en las situaciones
concretas, los pasos que realmente se deben y pueden dar para poner en
práctica la fe, los principios y los valores morales. Este compromiso se
vuelve problemático cuando el cristiano está llamado a elegir y valorar las
opciones de otros en ámbitos o realidades que implican valores éticos
prioritarios, como el carácter sagrado de la vida, la indisolubilidad del
matrimonio, la investigación científica, las opciones económicas que deberán
influir en la vida de los ciudadanos, especialmente de los más pobres. Son
éstas y otras muchas las situaciones en las que los políticos, y los políticos
cristianos se encuentran cotidianamente. Una situación emblemática está
constituida por el sistema democrático. En ocasiones sucede que, a través del
juego de la democracia, se aprueban leyes contrarias a los principios y
valores que un cristiano vive y propone. El cristiano se encuentra entonces
ante una dificultad: o abdicar a sus valores y principios, o abandonar el
camino de la democracia y de la convivencia social [13]. En estas situaciones
complejas y difíciles, se buscará aprovechar el valioso patrimonio de algunos
criterios fundamentales para juzgar y decidir:
8.1 El primero se refiere a la distinción y a la vez a la conexión entre el
orden legal y el orden moral: éste es un criterio cada vez más necesario en el
contexto de sociedades plurales y con legislaciones civiles que tienden a
alejarse de los valores y principios morales inmutables y universales.
8.2 El segundo criterio es la fidelidad a la propia identidad y, al mismo
tiempo, la disponibilidad al diálogo con todos y sobre todo.
8.3 El tercer criterio se refiere a la necesidad que –en su compromiso social
y político–, el cristiano laico crezca cada vez más en una triple e
inseparable fidelidad: a los valores «naturales», respetando la legítima
autonomía de las realidades temporales; a los valores «morales», promoviendo
la intrínseca dimensión ética de todo problema social y político; a los
valores «sobrenaturales»
9. Otro ámbito difícil es la elección de los instrumentos políticos, es decir,
del partido y de las demás expresiones de la participación política. Una vez
más la opción se ubica entre la coherencia con los valores, con los ideales de
la fe y del Evangelio y las posibilidades históricas. Es necesario, ante todo,
recordar el fundamento ético del actuar político; fundamento que hace de la
política una expresión, ciertamente elevada y ardua, de la caridad. Cualquier
opción concreta sería incorrecta si no estuviese enraizada en la caridad, es
decir en la búsqueda del bien de las personas, del bien común. Es también
necesario recordar que la fe cristiana nunca podrá «traducirse» en una única
ubicación política; pretender que un partido o una preferencia política
coincidan con las experiencias de la fe y de la vida cristiana sería un
equívoco peligroso.
Será necesario poner una particular atención para salvar algunas distinciones
precisas: entre la fe, ante todo, y las opciones históricas, especialmente en
ámbito social y político. Además, entre las opciones que el cristiano, en
particular o asociado, puede realizar en base a las propias valoraciones de
oportunidad, y aquellas que puede realizar la comunidad cristiana en cuanto
tal. La opción de un partido o de una preferencia política puede ser hecha
sólo por personas individuales y a título personal. Una diversidad en la
opción será legítima, en cuanto se hace por partidos y posiciones que no
contradicen la fe y los valores cristianos.
10. El Papa Benedicto XVI ha hecho algunas consideraciones acerca de los
valores e ideales que se han forjado o profundizado por la tradición
cristiana, y que muchos comparten porque se basan en la naturaleza humana.
Estos principios y valores deben ser defendidos, no deben traicionarse. El
Papa indica algunos ámbitos que requieren especial cuidado, en primer lugar la
defensa de la centralidad de la persona humana: todas las estructuras
sociales, económicas y políticas deben estar al servicio del hombre y no
viceversa.
La política tiene sentido y razón de ser cuando sirve al bien común, por ello
todos los hombres y mujeres de la política no deben desanimarse y deben seguir
adelante en su esfuerzo por servirlo «actuando para que no se difundan ni se
refuercen ideologías que pueden oscurecer o confundir las conciencias y
transmitir una ilusoria visión de la verdad y del bien. Existe, por ejemplo,
en el campo económico una tendencia que identifica el bien con el beneficio y
de tal forma disuelve la fuerza del ethos desde el interior, acabando por
amenazar el beneficio mismo. Algunos sostienen que la razón humana es incapaz
de captar la verdad y, por lo tanto, de perseguir el bien que corresponde a la
dignidad de la persona. Hay también quien considera legítima la eliminación de
la vida humana en su fase prenatal o en la terminal. Preocupante es además la
crisis de la familia, célula fundamental de la sociedad fundada en el
matrimonio indisoluble de un hombre y de una mujer. La experiencia demuestra
que cuando la verdad del hombre es ultrajada, cuando la familia se mina en sus
fundamentos, la paz misma está amenazada, el derecho corre peligro de verse
comprometido y, como consecuencia lógica, se va hacia injusticias y
violencias. Existe otro ámbito que os interesa mucho, y es el de la defensa de
la libertad religiosa, derecho fundamental insuprimible, inalienable e
inviolable, enraizado en la dignidad de todo ser humano y reconocido por
varios documentos internacionales, entre ellos, sobre todo, la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre. El ejercicio de tal libertad comprende
también el derecho a cambiar de religión, que hay que garantir no sólo
jurídicamente, sino también en la práctica diaria. La libertad religiosa
responde, en efecto, a la intrínseca apertura de la criatura humana a Dios,
Verdad plena y sumo Bien, y su valoración constituye una expresión fundamental
de respeto de la razón humana y de su capacidad de verdad. La apertura a la
trascendencia constituye una garantía indispensable para la dignidad humana
porque existen anhelos y exigencias del corazón de cada persona que sólo en
Dios encuentran compresión y respuesta. ¡No se puede por lo tanto excluir a
Dios del horizonte del hombre y de la historia! He aquí por qué hay que acoger
el deseo común a todas las tradiciones auténticamente religiosas de mostrar
públicamente la propia identidad, sin estar obligados a esconderla o
mimetizarla» [15].
11. El precioso documento eucarístico de Benedicto XVI, citado al inicio de mi
intervención, nos recuerda la necesidad de la Eucaristía para reforzar el
compromiso, nos habla del sentido del domingo como «dies Domini, dies Christi,
dies Ecclesiae» y «dies hominis». Es el día dedicado a recordar y renovar la
presencia de Dios en nuestras vidas, el amor de Cristo por cada uno, nuestra
pertenencia a una comunidad, a un Pueblo. Como «dies hominis», es día de
alegría, de descanso y de caridad fraterna. El domingo es referencia necesaria
para que el tiempo de nuestra existencia terrena adquiera sentido, para que el
«cronos» se transforme en «cairos», para no olvidar la unión del cielo con la
tierra, para que nuestra existencia no naufrague en el sin sentido de un
tiempo vacío de Dios. En el compromiso por hacer de la política una actividad
noble, un verdadero servicio a los hombres, es necesario el alimento del pan
eucarístico y actuar a la luz que brota del Misterio tan sublime, porque «sine
dominico non possumus» [16].
12. Las bienaventuranzas del político. Termino mis reflexiones con las
palabras de un verdadero adorador del misterio eucarístico, el hermano Obispo
que me precedió como Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz», el
Siervo de Dios, Cardenal Francisco Javier Van Thuân, quien cuando en 1975 lo
encarcelaron injustamente, la pregunta más angustiosa que se hizo fue: ¿Podré
seguir celebrando la Eucaristía? Y que durante sus 13 años de prisión
continuamente recordaba la frase de los mártires de Abitene (s. IV), citada
por la Sacramentum Caritatis: Sine Dominico non possumus! ¡No podemos vivir
sin la celebración de la Eucaristía!
De él son las siguientes palabras, actuales, autorizadas y colmas de sabiduría
evangélica. Ellas podrían sintetizar lo que hasta aquí he dicho sobre los
deberes de la política y de los políticos:
«Bienaventurado el dirigente político que entiende su papel en el mundo.
Bienaventurado el dirigente político que ejemplifica personalmente la
credibilidad.
Bienaventurado el dirigente político que trabaja por el bien común y no por
intereses personales.
Bienaventurado el dirigente político que es sincero consigo mismo, con su fe y
con sus promesas electorales.
Bienaventurado el dirigente político que trabaja por la unidad y hace de Jesús
el fulcro de su defensa.
Bienaventurado el dirigente político que trabaja por el cambio radical, se
niega llamar bueno lo que es malo y utiliza el Evangelio como guía.
Bienaventurado el dirigente político que escucha al pueblo antes, durante y
después de la elecciones y que siempre escucha a Dios en la oración.
Bienaventurado el dirigente político que no tiene miedo de la verdad ni de los
medios de comunicación, porque en el momento del juicio responderá sólo ante
Dios, no ante los medios de comunicación».
Gracias.
Renato Raffaele Card. Martino
Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz»
[1] El título es muy significativo: «Eucaristía, Misterio que se ha de vivir»:
Sacramentum Caritatis, nn. 70 -97.
[2] Sollicitudo rei socialis, n. 48.
[3] Mane nobiscum Domine, n. 25.
[4] Sollicitudo rei socialis, n. 40.
[5] Id., n. 42.
[6] BENEDICTO XVI, Exhort. Ap., Sacramentum Caritatis, 83.
[7] Id., n. 91.
[8] Cf. SRS 41; QA 41.
[9] BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en el encuentro promovido por
la IDC, 21 de septiembre de 2007.
[10]Gaudium et spes, 26.
[11] Cf. Octogesima adveniens, 46.
[12] Cf. Gaudium et spes, 3.
[13] La respuesta que la Centesimus annus ofrece, prospecta un camino
comprometido y con pasos progresivos: «No es de esta índole la verdad
cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un
rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del
hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La
Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la
persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad». Y añade: «La
libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de
la verdad. En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el
hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos
patentes o encubiertos. El cristiano vive la libertad y la sirve (cf. Jn 8,
31-32), proponiendo continuamente, en conformidad con la naturaleza misionera
de su vocación, la verdad que ha conocido. En el diálogo con los demás hombres
y estando atento a la parte de verdad que encuentra en la experiencia de vida
y en la cultura de las personas y de las naciones, el cristiano no renuncia a
afirmar todo lo que le han dado a conocer su fe y el correcto ejercicio de su
razón» (n. 46).
[14] Cf. Compendio, n. 569.
[15] BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en el encuentro promovido por
la IDC, 21 de septiembre de 2007.
[16] Cf. BENEDICTO XVI, Exhort. Ap., Sacramentum Caritatis,73. 90. 95.