No tengo ganas de orar
Frecuentemente,
querido amigo, no tengo ganas de orar.
Si he de ser sincero, debo confesar estas veces
son más
numerosas que las otras.
Me ha ocurrido también el sentirme extraño, nervioso,
disipado, fastidiado hasta de encontrarme con las personas,
en cumplir un favor prometido, y por si fuera poco,
encontrar un amigo que me desembucha
las
consecuencias de su úlcera...
¿Orar? No quiero ni pensarlo. ¿Quien tiene ganas de orar?
Después de vagabundear un poco, he entrado en una iglesia.
Sin demasiada convicción, con el propósito de salir
cuanto antes de
allí; no tenía ganas de orar.
He realizado un esfuerzo inmenso para permanecer arrodillado
en el banco durante cinco minutos, experimentaba un malestar
indecible; al fin, para despedirme, en un clima de sinceridad,
dije con toda franqueza: "Señor, no tengo ganas de orar,
es inútil insistir, excúsame, me voy... dejémoslo
para una ocasión
más propicia..."
Lo repetí una vez más y luego otra y otra, al final
perdí la cuenta... pues bien, salí de la iglesia
al cabo de una
hora.
Estaba distensionado, sereno, contento como
raras ocasiones; reconciliado conmigo mismo
y con todos los
importunos de este mundo.
Por eso te digo, querido amigo: si esperas orar
cuando tengas ganas, estás perdido.
Debes tener coraje para orar incluso cuando
no tengas ganas; sobre todo en ese momento,
"todo es gracia"... introdúcete por el corredor
oscuro del desgano, sigue adelante aunque tengas
la impresión de que no llegaras nunca a la luz.
Sigue adelante aunque te sientas frío, árido, seco y vacío.
A fuerza de
insistir, el túnel oscuro desembocará
en un espectáculo de luz resplandeciente.
Di al Señor, cuando te encuentres delante de Él,
todo lo que sientas, todo lo que lleves dentro,
lo que te preocupe y lo que te alegra, y si estás fastidiado
díselo también, que Él comprende todo, entiende mejor
que tú el estado de ánimo que llevas.
Más todavía, Él te dará lo que necesitas para comunicarte
mejor; Él te enviara su Espíritu sin el cual no podemos
decir "¡Padre!". Déjate amar por Él. Quédate un momento
en silencio; no te desconcierte ni desaliente que a veces
el Señor parece
también guardar silencio.
Es preciso creer que Dios está presente en
las largas noches, en los días negros, para tomarte
de la mano y
guiar tus pasos por sus sendas.
Cuando digas "no tengo ganas de orar" es precisamente
el momento oportuno... es cuando Dios actúa,
por lo que es preciso, es urgente, que no esperes más;
es el "tiempo favorable" para iniciar un encuentro
con quien siempre te espera, con el Padre
que continuamente piensa en ti y se hace
el encontradizo
para demostrarte su amor.
¿No has visto nunca en la montaña ciertas flores
que nacen en las oscuras hendiduras de las rocas?
La oración más espontánea puede despuntar
después de una larga preparación de aridez,
después de
momentos de desolación.
En cada uno de nosotros hay un niño que lloriquea:
"no tengo ganas..." Pero hay asimismo un adulto
que suplica: "no
te preocupes. Ora como si las tuvieras".
¡Cuando las ganas decrecen, es el momento
en el que debes tener el coraje de orar!