Autor: Julio Lorenzo
Rego
Fuente: FIAMC
La terapia del perdón en una sociedad endurecida
Al perdonar nos abrimos al amor de Dios, que a su vez es fuente de nuestro propio amor hacia Él siendo esta, y no otra, la llave de la felicidad
- Introducción
- Objetivo
- Encuadre del perdón
- Análisis del resentimiento
Naturaleza
Causas
Manifestaciones
Soluciones
- Consecuencias del perdón
- Características del perdón
- El perdón en la psicoterapia
- Conclusión
Introducción
Es evidente que la sociedad actual, y quizá la de tiempos pasados, está
endurecida. El hombre es un lobo para el hombre. Continuamente asistimos a
luchas, enfrentamientos
y guerras y parece que el ser humano no se pone de acuerdo para la paz, el
casi imposible sueño dorado.
Que esto sucede es una evidencia, el porqué sucede es claro pero o no se
quiere reconocer o no se quiere manifestar. Hay miedo en la respuesta, quizá
porque nos interpela, nos increpa, nos exige y llama a lo más profundo de
nuestro interior, a nuestra libertad. Hay miedo a la libertad. Se habla de
ella pero no se profundiza, no se quiere llegar a la esencia. Si realmente
somos libres romperíamos las verdaderas cadenas, pero muchos prefieren, por
ser más cómodo y por el miedo que les embarga, conformarse con sucedáneos de
libertad y además tranquilizar su conciencia “haciendo como que” son
extraordinariamente libres. Se puede aplicar el refrán de “dime de lo que
presumes y te diré de lo que careces”.
Merced a la actitud anterior el hombre sí es un lobo para el hombre. Pero
superando esta actitud racionalista, y dado que el hombre es un ser orientado
a la trascendencia, analizaré uno de los eslabones fundamentales para salir de
la atadura racionalista y entrar en la dimensión que trasciende al ser humano,
la espiritual.
Objetivo
El objetivo de este sencillo trabajo es constatar que el hombre es un lobo
para el hombre solo si se atiende a un postulado racional, si se desprecian la
vertiente afectiva y espiritual del ser humano, es decir, si se reduce el
hombre a una caricatura del mi smo.
Por el contrario, si atendemos a la globalidad del ser humano, a las
dimensiones espiritual, racional, afectiva e incluso instintiva, el hombre
deja de ser un lobo para el hombre y recobra lo que es, un espíritu encarnado
con capacidad para amar y ser plenamente feliz.
Que el hombre sea un lobo para el hombre o un ser capaz de amar y por lo tanto
feliz, precisa un elemento imprescindible, un elemento transformador y este es
el perdón. Es imposible ser feliz si no perdonamos a los demás y a nosotros
mismos.
Solo quien ama es feliz y no es posible amar sin perdón, por lo tanto el
perdón es una condición para ser feliz.
Encuadre del perdón
En el proceso hacia el desarrollo personal, hacia la realización de un
proyecto de vida hay tres eslabones, conocimiento de uno mismo, aceptación y
superación. La aceptación es un paso indispensable para que la superación sea
posible. Y sin perdón a los demás y a uno mismo no puede darse la aceptación.
Es decir, sin perdón se instaura el resentimiento y con este la evolución
queda detenida, no se produce la superación.
Por ello uno de los principales escollos para la felicidad es el
resentimiento.
Análisis del resentimiento
Naturaleza
Para Max Scheller el resentimiento es una autointoxicación psíquica, un
envenenamiento de nuestro interior que depende de nosotros mismos.
Causas
Unas veces la causa viene de una acción directa contra mí, otras veces de una
omisión, al no haber recibido la respuesta que esperaba, y también puede ser
debida a las circunstancias, como una determinada condición social,
profesional, física o de cualquier otra índole.
Pero en cualquier caso es preciso que el daño sea percibido por el sujeto como
real, aunque la percepción no obedezca exactamente a la realidad, siendo
exagerada o distorsionada.
Manifestaciones
Es una res puesta emocional mantenida en el tiempo a una agresión percibida
como real, aunque exactamente no lo sea. Esta respuesta consiste en un
sentirse dolido y no olvidar. Observamos que lo esencial no es la ofensa sino
la respuesta.
Las manifestaciones del resentido principalmente están en su interior, está
bloqueado para la acción, se encierra en sí mismo presa de su enturbiamiento.
Ha perdido su libertad de acción. No tiene por qué emitir respuestas
desagradables, violentas o llamativas, pudiendo actuar con gran sutileza,
incluso con aparente delicadeza, pero su corazón está herido y no responde con
libertad; está preso de su propio resentimiento.
Tan es así que aunque las manifestaciones de su conducta no parezcan
desagradables a un observador, está actuando muy por debajo de sus
posibilidades si no estuviera afecto del resentimiento. Es más, aunque sus
respuestas no se apreciaran como desagradables, en su interior está
experimentando una notable amargura. La
enfermedad está dentro y va haciendo su labor, le va corroyendo.
Soluciones
Una serie de actitudes concatenadas nos ofrecen la solución al resentimiento.
1. Caridad de pensamiento
Aunque por su nombre parece pertenecer al área intelectiva, en realidad su
campo de acción se encuentra en la dimensión espiritual; su cometido es poner
en juego o sensibilizar el área afectiva de la personalidad. La caridad de
pensamiento va disolviendo la dureza de corazón, va transformando un corazón
duro en un corazón sensible. La caridad de pensamiento es un don de Dios que
debemos pedirle y que debemos reconocer cuando nos es otorgado.
En cuántas ocasiones las personas hacemos denodados esfuerzos de contención
para no dañar al otro, cuántas veces controlamos nuestra afectividad o nuestro
instinto para no responder inadecuadamente. Este tipo de actitud, si bien es
adecuada no es la más adecuada. Y no lo es, entre otros motivos, adem ás de
haber otra más excelsa –la caridad de pensamiento-, porque produce ansiedad o
eleva la ya existente. ¿Qué necesidad hay de contenerse o de aguantar tanto?
¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Será, quizá, que estamos manteniendo nuestro
orgullo? No hagamos tanto esfuerzo, obremos con más sencillez, actuemos como
si realmente no hubiéramos sido ofendidos. No se trata de dar soluciones a la
tensión o a la ofensa sino que es más hábil e inteligente, conseguir que no se
produzca el daño inicial.
Para lograr lo anterior es útil disponer permanentemente de una actitud de
comprensión y conmiseración hacia el otro, poniéndonos en su lugar. Si lo
pensamos con un mínimo detenimiento casi todas las actitudes y conductas
humanas tienen una explicación. Además quien actúa mal tiene un problema. Si
hemos sido agredidos, el problema es del agresor porque es quien ha actuado
mal.
Si el otro ha obrado inadecuadamente la conmiseración debe llevarnos no solo a
la comprensión, sino al perdón y aún más, a tenderle la mano porque necesita
ayuda y además, posiblemente, nuestra ayuda. Y digo nuestra ayuda porque
necesita a quien puede ofrecerle la solución. ¿Cómo me atrevo a decir que
nosotros podemos ofrecerle la solución? Porque la solución no está en nosotros
pero sí está en Dios y nosotros somos su instrumento.
No en vano se llama caridad de pensamiento. Caridad no es solidaridad ni
filantropía ni altruismo. Es más. Es el amor de Dios habitando en el corazón
del hombre. De esta manera el amor es más puro puesto que es amor de Dios.
Vemos, pues, como la caridad de pensamiento tiene dos direcciones. Hacia
nosotros y hacia el otro. Hacia nosotros establece una barrera protectora para
no sentirnos heridos –al intentar comprender al otro- y por lo tanto aleja el
resentimiento. Hacia el otro, es el primer eslabón para otorgarle el perdón.
2. Inteligencia
Una de las funciones de la inteligencia es conseguir el dominio de la ra
cional sobre lo sensible. No se trata de un dominio despótico e inflexible
sino un dominio inteligente. No se debe subyugar lo sensible pues lo afectivo
es bueno en sí mismo. Lo racional es de orden superior a lo sensible y debe
controlar a éste pero en ocasiones debe permitirle su libre expresión e
incluso debe fomentar la expresión y manifestación sensible.
En el tema que nos ocupa, la inteligencia debe realizar el análisis y
comprensión de las causas que han provocado la ofensa y el posterior
resentimiento, buscando los motivos que puedan atenuar o incluso eximir la
responsabilidad del ofensor. En ocasiones su voluntad no ha sido producir un
daño y en otras no ha actuado con plenitud de conocimiento.
3. Voluntad
Mediante la voluntad decidimos retener la agresión en nuestro interior o
dejarla pasar sin que nos perjudique. Es decir, gracias a la intervención de
la voluntad elegimos quedar resentidos o libres.
No se confunda con negl igencia. Una actuación negligente comporta no tomar
conciencia de la acción que nos ha dañado. Sería negligente no analizar las
causas que le han llevado a dicha acción porque de esta manera impedimos
estimularle en su corrección. Por el contrario, una acción responsable
conlleva el análisis de las causas pero no un volver a sentir o lo que es
igual, “re-sentir”. Es decir, el análisis es adecuado pero el volver a sentir
no lo es.
Lo anterior permitirá impedir que nada ni nadie perturbe la necesaria paz
interior y por otro lado debemos ser plenamente conscientes de que nadie puede
herirnos sin nuestro consentimiento.
4. Perdón
Así como el resentimiento pertenece al área afectiva, el perdón se encuadra en
el área de la voluntad, es decir, en una zona superior cual es la intelectiva.
Conviene distinguir entre disculpar y perdonar. Disculpar es más sencillo pues
uno mismo percibe que no ha existido intencionalidad en producir el daño, que
ha s ido un acto totalmente involuntario. Perdonar es un acto esencial de
amor, de lo contrario no se entendería el amor a los enemigos. Es uno de los
misterios del cristianismo, no se entiende desde la sola óptica humana, pero
se entiende perfectamente gracias al testimonio de Cristo.
5. Conclusión
Vemos, pues, que el resentimiento anida en el área afectiva y tanto más cuanto
ésta no ha sido iluminada por la dimensión espiritual o controlada por la
racional. En sentido contrario, son las áreas superiores del ser humano,
espiritual y racional, las que procuran la curación del resentimiento.
Cada vez que perdonamos optamos por cancelar la deuda moral que el otro ha
contraído con su proceder, es decir le liberamos en cuanto deudor pero no
suprimimos la ofensa como si nunca hubiera existido. Eso solo lo puede hacer
Dios.
Perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues solo así la ofensa es
aniquilada. Dios tiene la potestad del perdón absol uto y nosotros somos sus
colaboradores. Nosotros, al perdonar al otro, intercedemos y solicitamos que
Dios le perdone. El otro al arrepentirse –dolor de contricción- ha dado el
primer paso para que Dios le otorgue el perdón absoluto de su falta. Pero
hacen falta unos requisitos que son los propios del sacramento de la
penitencia.
Consecuencias del perdón
Es natural que tras la ofensa, en cualquier persona, se disparen
automáticamente las tendencias emocionales negativas. Forma parte de la
naturaleza humana. De esta manera, si no hay perdón, se instaura un déficit en
la libertad, se producen unas ataduras que impiden la progresión hacia la
superación. El hombre queda estancado, atado, maniatado, resentido, atascado,
frustrado.
Pero el hombre es un espíritu encarnado y por lo tanto no debe eclipsar la
fuerza espiritual que en él se alberga, so pena de quedarse limitado a un ser
incompleto.
Si permite que la dimensión espiritual l e complete entonces se produce un
giro, el cambio liberador, un cambio de signo, de la esclavitud a la libertad,
de la frustración a la liberación, de la amargura a la felicidad, del
estancamiento a la progresión.
Este cambio produce consecuencias a dos niveles, psicológico y espiritual.
1. Nivel psicológico
De la resignación inicial, y gracias al perdón, se llega a la aceptación. Son
dos conceptos totalmente contrarios aunque se confunden con frecuencia. La
resignación es negativa y no produce más que dolor. La aceptación es positiva
y, como veremos, lleva a la felicidad.
La aceptación de un bien y también de un mal produce tranquilidad y esta tiene
simultáneamente dos consecuencias. Por un lado, en nuestro interior se opera
un estado de paz interior que por sí misma es liberador; el organismo ya no
está atado, es libre, puede pensar y actuar como es debido, como todo ser
auténticamente libre. Por otro, desde el estado de tranquilid ad se facilita
el sentimiento de conmiseración por el otro que a la vez tiene dos efectos. El
primero me induce a la intercesión por él y además el otro percibe el amor que
le brindo y esto revierte sobre mí en una predisposición favorable de su
persona hacia la mía, es decir, en un acercamiento amistoso.
De esta manera se demuestra cómo de una ofensa real o de la percepción de un
hecho como ofensivo, gracias al perdón, en lugar de resentimiento y
consiguiente daño propio y ajeno se logra un estado de paz interior y de
amistad. Es decir, se logra transformar un sentimiento negativo en positivo.
Una observación interesante. Si nos damos cuenta, al tener resentimiento le
estamos concediendo a otra persona la potestad de coartar nuestra felicidad,
le estamos entregando la llave de nuestra felicidad. Esta nunca deber estar
sometida o depender de factores circunstanciales sino que debemos descubrir
que la felicidad anida en nuestro interior; pero hay que saber descub rirla.
Al romper con el resentimiento y optar por el perdón recuperamos la libertad.
En otro orden de cosas, se la persona se habitúa a aceptar las ofensas y las
dificultades, ya no tendrá que hacer denodados esfuerzos en el futuro para
evitar la resignación sino que automáticamente estará consiguiendo la
aceptación de esas ofensas y dificultades.
2. Nivel espiritual
Al perdonar nuestro corazón se dilata, se esponja y de esta forma se hace
permeable al amor misericordioso de Dios. Él respeta tanto nuestra libertad
que condiciona su acción a nuestra determinación. Dios nos perdona si nosotros
queremos, si se lo pedimos, si nos arrepentimos y si perdonamos al prójimo. Si
no se dan estos requisitos Dios no puede perdonarnos.
No en vano en el Padrenuestro que Cristo nos enseñó imploramos, “perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”;
entendiéndose perfectamente que anteponemos el perdón al prójimo com o
condición para recibir el perdón personal.
Características del perdón
Ahora mencionamos el modo en que se debe perdonar para que el perdón sea
verdadero y por tanto produzca los beneficios psicológicos y espirituales
descritos. Para ello deben darse los siguientes requisitos:
1. Inmediatez
Antes de que asiente el resentimiento. Cuanto más tiempo se conceda a este más
difícil es el perdón, pues el daño se enraíza y no quiere marcharse, pretende
corroernos, es una de las sutilezas del demonio, el fomento de nuestro orgullo
herido.
2. Totalidad
Hay que perdonar sin reservas, todo, hasta lo aparentemente imperdonable. Si
dejamos algo sin perdonar, si hay reserva, significa que no hay verdadera
intención de paz ni libertad. En ese caso es posible que estemos engañándonos
a nosotros mismos y revestiéndonos de un aparente perdón, de un pseudoperdón,
pretendamos engañar la conciencia pero sin ser auténti cos con toda nuestro
ser. Es un engaño, en esto hay que ser radicales, como con el cáncer o con el
más sutil e inteligente de nuestros enemigos.
3. Reiterado
Hasta setenta veces siete dice el Evangelio. Siempre. Va a ser difícil,
encontraremos muchas dificultades, una es el cansancio, otra pensar que se
están riendo de nosotros (otra vez la tentación del orgullo herido), otra que
pareceremos ingenuos, pero no importe parecerlo si actuamos adecuadamente, y
además ¿a quién se lo parecemos, esa persona nos importa más que Dios? Esta
actitud más que ingenuidad es sagacidad pues se trata de un proyecto a largo
plazo y el triunfo siempre es para quien actúa adecuadamente, con la mirada
puesta en el porvenir, con mirada de largo alcance. Para perdonar
reiteradamente ante diversas afrentas o ante una misma y a lo largo del
tiempo, se precisa fortaleza.
4. Realista
Perdonar, decía antes, no es ingenuidad. Hay que saber mirar la ofensa y otras
veces el pecado como lo que son. La realidad se mira de frente, no
tangencialmente.
Ese realismo conlleva, en primer lugar, considerar las po sibles
circunstancias atenuantes o eximentes que concurren en el ofensor.
Posteriormente aborrecer el daño, el mal, lo injusto, el horror provocado pero
siempre con la conmiseración hacia el agresor. Odia el delito y compadece al
delincuente se decía antaño.
5. Humilde
Condición imprescindible para perdonar. El orgulloso no perdona realmente y si
lo hace, difícilmente su perdón es auténtico y profundo salvo conversión
previa. No en vano dijo Jesús que quien estuviera sin pecado tirara la primera
piedra a la mujer sorprendida en adulterio. Todos se fueron avergonzados. La
vergüenza provenía de sus pecados y de haberse erigido jueces sin serlo, pero
perdonaron en cuanto se reconocieron pecadores.
6. Acogedor
Hay que estar prestos a procurar una “salida airosa” a quien ofendió. Además
de perdonar procede ayudarle a que rectifique su proceder para que no vuelva a
repetirlo y, quizá incluso, de ese modo y gracias al testimonio sirv a para
encauzar algunas otras actitudes inadecuadas. Este modo acogedor quizá
implique modificar algunas de nuestras disposiciones y comportamientos puesto
que, ¿en cuántas ofensas que hayamos recibido no habremos tenido parte en la
provocación del otro?
El perdón en la psicoterapia
- Perdón y psicoterapia
- Sentido de culpa y perdón
- Cultura del perdón
1. Perdón y psicoterapia
Son numerosas las personas atendidas en psicoterapia afectas de “patología del
perdón” o lo que igual, afectas de resentimiento. Y es lógico puesto que las
heridas del alma no cicatrizadas frecuentemente son más dolorosas y
complicadas que la mayoría de las heridas corporales.
Cuántos padecimientos, sinsabores, patología de ansiedad y estados depresivos
tienen su origen en el resentimiento.
Y no solo en las patologías aludidas, también en algunas otras, uno de las
estrategias de abordamiento es la psicoterapia del perdón , propio y ajeno. Es
decir, el perdón a uno
mismo y el perdón a los demás. Incluso, en ocasiones realizamos un abordaje a
personas que no son el paciente sino familiares directos en un intento por
conseguir que ablanden su corazón y sean capaces de perdonar al paciente. Sea
cual fuera la ofensa producida y sea cual fuere el daño causado.
Tras la exposición anterior, considerando especialmente el apartado de
“consecuencias
del perdón”, se desprende que los beneficios del perdón son múltiples, pero el
mayor de todos es la paz interior que se consigue. Y esta es condición
imprescindible para avanzar en psicoterapia. Nadie imagina a un paciente
trabajando cuestiones de su personalidad sin haber resuelto la zozobra
interior, con la angustia y ansiedad que produce. No es posible. De poco
sirven los remedios psicofarmacológicos si psicológicamente se está actuando
en contra.
De poco sirven los ansiolíticos y los
antidepresivos si psicológica y espiritua lmente se actúa en sentido
contrario. Sería como pretender sofocar un incendio echando combustible al
fuego al mismo tiempo.
2. Sentido de culpa y perdón
Sentido de culpa y perdón están íntimamente relacionados. A cualquiera con
conciencia de la realidad y con conciencia de sus propias actuaciones le
embarga y debe embargar
un sentido de culpa tras pensamientos, actitudes o acciones inadecuadas. Igual
que la vida con resentimiento es difícil, con sentido de culpabilidad también
lo es. Tanto el resentimiento como el sentido de culpabilidad impiden el
caminar hacia delante.
Si el resentimiento implica volver a sentir, sentirse ofendido y no olvidar,
el sentido de
culpa está en relación con no dejarse perdonar, con no admitir que podemos ser
perdonados. Ambos denotan una cierta dosis de orgullo y un miedo profundo e
inconfesable a ser auténticamente libres.
La solución es sencilla. Igual que hay que disolver el resentimi ento,
resolviéndolo
mediante el perdón al prójimo, puesto que dejado a su libre evolución no se
soluciona; hay que resolver el sentido de culpa, admitiendo el perdón que nos
otorgan y sabiendo perdonarnos a nosotros mismos. Si lo dejamos a su libre
evolución la consecuencia es una conciencia atormentada y una solución en
falso, pseudosolución, sería una conciencia acomodada o laxa. La verdadera
solución al sentido de culpa es el perdón, el arrepentimiento verdadero ante
la ofensa causada, al prójimo y a Dios. Es la mayor de las liberaciones. Se
alcanza la paz verdadera, la tranquilidad, la paz interior. Y, una vez más,
desde esta atalaya se divisan las mejores perspectivas, el horizonte limpio
que
permite avanzar y llegar a la meta propuesta.
3. Cultura del perdón
Para que la sociedad sea más habitable, humana y menos endurecida es preciso
que se instaure una “cultura del perdón”. Esto significa que el perdón sea una
práctica frecuente y no exce pcional. El perdón entendido como impedimento al
resentimiento por las ofensas que penetran en el ser humano y también como
capacidad para querer y saber disculpar al otro en sus actitudes y
comportamientos. Para ello es preciso estar dispuesto a ver lo mejor del
corazón del otro y llegar a poder decirle “sé que no eres así, sé que eres
mucho mejor y te perdono”, queriendo lo mejor para quien nos ha ofendido y se
ha equivocado.
Conclusión
El pecado es el gran mal de este mundo, nuestra verdadera cadena y obstáculo a
la libertad y por ende a la felicidad. El antídoto al pecado es el perdón,
propio y ajeno.
El proyecto de vida de una persona está orientado a la felicidad y hay
diversos
obstáculos; uno importante es la no aceptación de la realidad y en ese
apartado la no
aceptación de las ofensas y de las culpas propias, pudiendo ser víctimas del
resentimiento. Para evitarlo hay que aprender a perdonar al prójimo y a uno
mismo, y
ha bituarse a hacerlo, llegando a adquirir la cultura del perdón.
El hombre, espíritu encarnado, tiene dimensiones instintivas, afectivas,
racionales y espirituales. El perdón pertenece al área racional, es un acto de
amor y voluntad pero
sin el componente espiritual es más difícil de lograr y además no se producirá
el perdón
absoluto de Dios.
La práctica del perdón produce una paz interior imprescindible para seguir
caminando con eficacia en pos del proyecto de vida trazado.
Hay faltas que podemos y debemos perdonar pero las ofensas a Dios solo Él
tiene la potestad de disolver. Solo si perdonamos al otro y a nosotros mismo
nos hacemos permeables al perdón de Dios.
Por lo tanto, al perdonar nos abrimos al amor de Dios, que a su vez es fuente
de nuestro propio amor hacia Él siendo esta, y no otra, la llave de la
felicidad.