Autor: P. Antonio
Rivero, L.C.
La humildad y su importancia
¿Dónde reside la importancia de la humildad? ¿Cómo contrarrestar la soberbia, el orgullo y la vanidad? El P. Antonio Rivero nos responde.
I. NATURALEZA E
IMPORTANCIA DE LA HUMILDAD
La humildad es una virtud derivada de la templanza,
porque modera el apetito que tenemos de la propia excelencia.
Es una virtud que no conocieron los paganos; para
éstos humildad significaba algo vil, abyecto, servil e innoble. No acontecía
lo mismo entre los judíos: iluminados por la fe, los mejores de entre ellos,
los justos, conociendo hondamente su nada y su miseria, recibían con paciencia
la tribulación como un medio de expiación. Dios entonces se inclinaba propicio
hacia ellos para remediarlos; gustaba de escuchas sus oraciones y perdonaba al
pecador contrito y humillado. Para nosotros cristianos esta virtud es más
comprensible, dado que tenemos el ejemplo luminoso de Cristo.
Definamos la humildad como la virtud que por medio del
conocimiento exacto de nosotros mismos, nos inclina a estimarnos justamente en
lo que valemos, y a procurar para nosotros la obscuridad y el menosprecio.
Santa Teresa dice que la humildad es andar en verdad. El P. Marcial Maciel la
define como la virtud que nos coloca en la verdad de nosotros mismos y de
nuestras relaciones con Dios y con los demás. Textualmente dice así:
“Recuerden que todo progreso en el conocimiento y en la experiencia de Cristo
está relacionado con ella, pues, mientras más humildes y más vacíos se
encuentren de sí mismos, serán más justos y más semejantes a Cristo que siendo
Dios se humilló hasta la muerte de cruz, más llenos de Dios, fuente inagotable
de santidad, y más abiertos, generosos y comprensivos con los hombres.
Recuerden, finalmente, que la fecundidad apostólica depende del poder de
Cristo, y no tanto de las propias cualidades, aptitudes o esfuerzos, ya que
sin Él nada podemos hacer en el orden de la gracia”.
¿Dónde reside su importancia? Para ser santos, crecer
en las virtudes y tener fecundidad apostólica necesitamos de la humildad. Para
contrarrestar la soberb ia, el orgullo y la vanidad, tendencias que todos
llevamos dentro, por culpa del pecado original, nada mejor que trabajar en la
humildad. Dios al humilde da su gracia, al soberbio lo rechaza.
II. FUNDAMENTO
La humildad se funda en dos cosas: en la verdad y en
la justicia. La verdad por la que nos conocemos como somos; la justicia, que
nos inclina a tratarnos según ese conocimiento.
Para conocernos a nosotros mismos, dice santo Tomás,
es menester ver lo que en nosotros hay de Dios, y lo que hay nuestro. Todo lo
bueno que hay en nosotros procede de Dios y es suyo. Todo lo malo o
defectuoso, procede de nosotros (IIa IIae, q. 161, a.3).
La justicia exige, pues, imperiosamente que se dé a
Dios, y a nadie más, toda la honra y la gloria.
Es verdad que hay algo bueno en nosotros, que es
nuestro ser natural, y, sobre todo, los dones sobrenaturales. Ni la humildad
nos quita de verlos y admirarlos; pero, así como al alabar un cuadr o la
alabanza no es para el lienzo, sino para el pintor que lo pintó, así también,
todo lo bueno que hay en nosotros se debe a Dios.
Dado que somos pecadores, tenemos más motivos para
humillarnos que para alabarnos.
III. GRADOS DE HUMILDAD
San Benito tiene doce grados de humildad:
1. El temor de Dios, presente siempre a los ojos de
nuestra alma, y que nos mueve a la guarda de los mandamientos.
2. La obediencia a la voluntad de Dios.
3. La obediencia a nuestros superiores por amor a
Dios.
4. El sufrir con paciencia las injurias sin quejarnos.
5. La declaración de las faltas secretas, incluso las
de pensamiento, al superior, fuera de la confesión sacramental.
6. Aceptar de corazón todas las privaciones y oficios
más humildes.
7. Tenerse sinceramente y de corazón por el último de
todos los hombres.
8. El evitar la singularidad.
9. El silencio, y el no hablar, si no somos
preguntados.
10. El recato en el reír.
11. El recato en el hablar.
12. La modestia en el porte exterior: caminar, estar
sentado, mirar.
San Ignacio tiene tres grados:
1. Cumplir los mandamientos y evitar el pecado mortal.
2. Indiferencia a lo que me venga, sin preferir más
riqueza que pobreza, salud que enfermedad, éxito o fracaso, vida larga que
corta, tratando de evitar el pecado venial.
3. Imitar y parecerme a Cristo, eligiendo más la
pobreza que la riqueza, oprobios que alabanzas, etc.
IV. LA HUMILDAD Y LAS DEMÁS VIRTUDES
Considerada en sí misma, la humildad es inferior a las
virtudes teologales, que tienen a Dios por objeto directo. Inferior también a
algunas virtudes morales, como la prudencia, la religión, la justicia.
Pero si se considera la humildad en cuanto llave que
nos abre los tesoros de la gracia y el fundamento de las virtudes, es, en
opinión de los santos, una de las virtudes más excelentes.
Sin humildad no habría virtudes sólidas. Con ella,
todas las virtudes arraigan y se hacen perfectas.
o La humildad hace nuestra fe más pronta y fácil, más
firme y clara.
o El humilde pone en Dios toda su esperanza, porque
desconfía de sí mismo.
o La caridad la practican los humildes.
o Los humildes gustan de reflexionar con prudencia.
o La justicia no puede practicarse sin la humildad,
porque el soberbio exagera sus derechos con detrimento de los del prójimo.
o La templanza y la castidad suponen la humildad.
o La mansedumbre y la paciencia no pueden practicarse,
si no nos abrazamos con las humillaciones.
San Agustín dice: “¿Quieres ser grande? Comienza por
se pequeño. ¿Quieres levantar un edificio que llegue hasta el cielo? Piensa
primeramente en poner de fundamento la humildad.
V. CAMPOS DE LA HUMILDAD
1. Para con Dios: reconociéndome como creatura ne
cesitada, creada para servir a Dios, darle gloria.
2. Para con los superiores: aceptando los consejos,
correcciones, y dependiendo de ellos.
3. Para con los demás: buscando servir, valorar a los
demás, felicitarles por sus logros y reconocer su competencia en su campo
respectivo.
CONCLUSIÓN
Seamos humildes servidores de todos, obrando con tanta
sencillez que arrastremos a los demás, con nuestro ejemplo, a alabar y
glorificar a Dios. Ante los progresos obtenidos en el camino de la santidad, y
los logros en el desempeño de la misión encomendada, sigamos el ejemplo de
María, descubriendo en ellos la obra del Todopoderoso, y no olvidemos las
palabras de Cristo: “Cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas,
decid: “Siervos inútiles somos, lo que teníamos que hacer, eso hicimos! (Lucas
17,10).