Autor: Pasquale Ionata |
Fuente: www.yoinfluyo.com
A qué fuentes hay que recurrir para lograr un matrimonio exitoso
Un matrimonio no es nunca un bonito regalo que se entrega a los esposos al final de la ceremonia nupcial
Después de años de
experiencia psicoterapéutica, puedo afirmar modestamente que lo que necesita
una familia sana no es ni bienestar material, ni una excesiva sexualidad de
los padres, ni unos hijos «majos», ni una casa amplia o apoyos externos:
sólo se requiere un poco de buena voluntad para mirar con toda honradez a la
cara a todas las diferencias que antes de casarse ni se soñaba que
existieran. Y comprendemos que tenemos que vivir juntos y amarnos a pesar de
todas las diferencias que encontramos.
Durante el noviazgo se pone el acento en lo que nos une. En el matrimonio,
en cambio, afloran las diferencias, a menudo de forma dramática. Hemos
aprendido. es verdad, que el matrimonio no es siempre, o sólo, dos personas
que avanzan cogidas de la mano; sino que es también un ir adelante juntos
que requiere un gran esfuerzo para programar y compartir nuestra vida. Así
se empieza a entender que es una unión que requiere mucho tesón s i uno
quiere que se mantenga en pie, que es necesario mirar adelante, reflexionar
y dialogar. Y terminamos por concluir que el matrimonio funciona sólo si nos
decidimos a hacer que funcione.
Un matrimonio no es nunca un bonito regalo que se entrega a los esposos al
final de la ceremonia nupcial. Es algo que los cónyuges construyen con sus
manos, día a día trabajando con dedicación y sacrificio. ¿De qué manera? Por
experiencia puedo afirmar que dar amor sin esperar nada a cambio es el
elemento esencial de un matrimonio logrado. En otros términos: se trata del
amor incondicional, que a menudo se ve como algo costoso, difícil o borroso.
Indicaré ahora algunos atributos del amor incondicional que merecen ser
subrayados y sobre todo meditados por el lector:
1) «Renunciar a querer tener siempre razón». Es la única, inagotable
fuente de problemas y de ruptura de relaciones: la necesidad de decirle al
otro que se ha equivocado o, si se prefiere, la necesidad de t ener siempre
razón, de decir siempre la última palabra, de demostrar al otro que no sabe
lo que dice, de imponerse como superior.
Una pareja sana es una relación entre iguales: ninguno de los dos ha de
sentirse equivocado. No existe un modo «acertado» o un argumento «vencedor»:
cada uno tiene derecho a tener su punto de vista. Antes de negarle la razón
al otro, hemos de poder detenernos a hablar con nosotros misms y decirnos
simplemente: «Sé lo que pienso sobre este tema y sé que su opinión no
coincide con la mía, pero no importa. Basta que yo lo sepa dentro de mí; no
es necesario quitarle la razón».
2) «Dejar espacio a los demás». Cuando amamos a alguien por lo que es
y no por cómo pensamos que debería ser, o porque nos satisface, surge
espontáneo dejarle espacio. La actitud afectiva adecuada es permitir a cada
uno ser él mismo. Y si eso comporta algún tiempo de alejamiento entre
nosotros, entonces no sólo hay que aceptar la separación, sino facilitarla
afectuosamente. Las relaciones demasiado estrechas (me refiero especialmente
a los matrimonios simbióticos), destrozadas por los celos o la aprensión,
son típicas de quien piensa tener derecho a imponer a los demás cómo
deberían comportarse.
3 ) «Borrar la idea de posesión». Tratemos de gozar el uno del otro,
no de poseernos mutuamente. Nadie quiere ser dominado. A nadie le gusta
sentirse propiedad privada de otro, ni sujeto ni controlado. Todos nosotros
tenemos en la vida una misión que cumplir, que resulta obstaculizada cada
vez que otro ser humano intenta entrometerse. Querer poseer a los demás es,
sin duda, el obstáculo mayor en la toma de conciencia de la propia misión.
4) «Saber que no es necesario comprender». No tenernos obligación de
comprender por qué otro actúa o piensa de una manera determinada. Estar
dispuestos a decir: «No entiendo, pero es igual» es la máxima comprensión
que podemos ofrecer. Cada una de mis tres hijas tiene una pers onalidad y
unos intereses propios. Además, muy a menudo lo que les interesa a ellas no
tiene interés para mí, o viceversa. No siempre es fácil superar la
convicción de que todos deberían pensar y comportarse como yo, pero intento
frenarme y, cuando lo consigo, pienso: «Es su vida, han venido al mundo a
través de mí, no para mí. Protégelos, presérvalos de actitudes autolesivas y
destructivas, pero deja que vayan por su camino». Rara vez entiendo por qué
ciertas cosas les apasionan, pero a menudo he conseguido pasar por alto la
necesidad de entenderlo. En la pareja hay que superar la necesidad de
entender por qué al otro le gustan determinados programas de televisión, por
qué se acuesta a cierta hora, por qué come lo que come, lee lo que lee, se
divierte con ciertas personas, le gustan determinadas películas o cualquier
otra cosa.
Recordemos que dos están juntos no para entenderse, sino para ofrecerse
ayuda mutua y realizar su misión de mejorar. Y una grandísima aportación a
todo esto es el llamado «arte de la conversación», un arte que tiene cinco
reglas: sintonizar el canal del otro; mostrar que estamos escuchando; no
interrumpir; preguntar con perspicacia; tener diplomacia y tacto.
De estas reglas me parece importante detenernos en la escucha porque,
parecerá raro, pero las parejas en crisis no saben escuchar; y en mi
actividad profesional tengo que trabajar a menudo sobre cómo reactivar la
atención y poner el acento en el proceso de escucha, pidiendo a cada uno que
se concentre no en las palabras que se dicen sino en otra cosa. ¿Qué oye.
por ejemplo. en la voz del que habla? ¿Está bien calibrada y suave. o es
dura y agresiva? Lo mismo con el tono y la inflexión: ¿llana, metálica,
monótona o excitada y contagiosa? A veces nos sorprendemos de mensajes
totalmente nuevos o diferentes con respecto a las acostumbradas
comunicaciones familiares, que se captan cuando uno deja de escuchar las
palabras y presta atención a otros aspectos. Una actitu d típica de la falta
de escucha se tiene cuando se usan las siguientes palabras: «Sí,... pero».
«si al menos...».